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DIOS EN RESERVA

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Después de tomar el mando, tras el desastre del rey Saúl, el rey David dedicó años a expandir, establecer y fortificar la nación de Israel. Finalmente, hubo un descanso en la acción. Durante el período de calma, a David se le ocurrió que mientras todos los demás estaban dentro de sus casas, Dios seguía viviendo en una tienda de campaña.

Como un niño explorador.

Como un pobre pastor.

Así que David hizo una cita con el profeta en turno, Natán, y le dijo:

Como puedes ver, yo habito en un palacio de cedro, mientras que el arca de Dios se encuentra bajo el toldo de una tienda de campaña.1

Natán sonrió y sugirió a David hacer algo al respecto. Incluso sugirió que lo que tuviera en mente, Dios lo apoyaría.2 Resulta que Natán estaba equivocado. Habló fuera de tiempo. Lo que sucede a continuación muchas veces lo pasamos por alto.

Durante la noche, después de la conversación de “haz lo que quieras, mi rey”, Dios habló a Natán. Explícitamente le dijo que hablara con David y le diera una respuesta diferente:

Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto, y hasta el día de hoy, no he habitado en casa alguna, sino que he andado de acá para allá, en una tienda de campaña a manera de santuario.

Esta es mi parte favorita.

Todo el tiempo que anduve con los israelitas, cuando mandé a sus gobernantes que pastorearan a mi pueblo Israel, ¿acaso le reclamé a alguno de ellos el no haberme construido una casa de cedro?3

Aparentemente Dios estaba bien viviendo en una tienda de campaña.

Además, si lo pensamos, Dios se la pasaba fuera de su casa la mayor parte del tiempo.

Pero había algo más en juego aquí. A diferencia de la hermosa casa de piedra de David, todo en el tabernáculo era temporal. Estaba construido de cortinas de lino, cortinas de pelo de cabra y madera. Constantemente necesitaba reparaciones. Sin embargo, la naturaleza portátil y temporal del tabernáculo, acentuaba su propósito. Todo lo del tabernáculo, y todo lo relacionado con él, era simplemente un contexto para algo más grande y majestuoso. El tabernáculo era un medio para un fin. Y en un final distante, la necesidad de un tabernáculo también terminaría.

Poniendo palabras en la boca de Dios —lo cual es peligroso— es como si Dios estuviera diciendo: “Estoy bien en mi alojamiento temporal. Todo este sistema es temporal de todos modos. No tiene caso hacerme algo elegante que ni voy a utilizar mucho tiempo”.

A partir de ahí, la conversación toma un pronunciado giro. Después de asegurarle a David que estaba bien viviendo en una tienda, Dios cambia el tema completamente. Parafraseando, Dios le dice a David:

Déjate de eso de construirme una casa; vamos a hablar de tu familia, David. Basta de lo temporal, hablemos del futuro. Tú quieres edificarme una casa. Pero yo voy a ¡edificar tu casa! Voy a hacer algo a través de tu familia que va a durar para siempre.4

De manera similar a como le prometió a Abraham, Dios le dice a David que iba a hacerlo tan famoso, como “los más grandes de la tierra”.5

Otra promesa cumplida porque me imagino que desde pequeño sabías quién era el rey David.

Dios le dice a David que tiene demasiada sangre en las manos como para construir un templo. David no discute, pero no renuncia a su idea. Sigue adelante hasta asegurarse de que cuando su hijo Salomón se convierta en rey, todo esté dispuesto para la construcción de una estructura permanente. David imagina un templo que supera a todos los templos. El templo supremo.

David recaudó el dinero, mandó a hacer los planos, contrató forjadores de piedra, hizo todo menos la inauguración. De acuerdo al plan, cuando Salomón asumiera el trono, el gran proyecto de construcción iba a comenzar.

Se terminó veinte años después.

Al final de esos veinte años, Salomón invitó a Dios a dejar su tienda y mudarse bajo techo, por así decirlo. Finalmente, lo hizo, por así decirlo. Pero antes de hacerlo, le dijo a Salomón algo que debería haber producido escalofríos. Salomón no sintió nada, pero ojalá lo hubiera entendido.

Dios le dio a Salomón el típico discurso que tus papás te dan antes de darte las llaves del auto. ¿Te acuerdas? Ya sea que lo escuchaste de tus padres, o ya sea que se lo dijiste a tus hijos. Con mis hijos, fue más o menos así:

Me da mucho gusto que pude comprarte un auto para que lo conduzcas. Espero que lo disfrutes; pero entiende… si abusas de esta libertad, lo voy a vender.

La versión de Dios con Salomón se encuentra en 1 de Reyes. Va más o menos así:

Salomón, realmente agradezco todo lo que hicieron para crear esta fabulosa obra arquitectónica. Acepto tu regalo. Me mudaré inmediatamente. Pero, Salomón, si veo que tú o mi pueblo se portan mal allá afuera porque piensan que estoy atrapado aquí dentro, ¡voy a derrumbar este lugar!

Este edificio siempre reflejará mi poder y mi gloria; pero yo puedo lograr eso con o sin un edificio. En su forma actual, refleja mi presencia; pero si me abandonan para adorar a otros dioses, este pedazo de tierra quedará baldío, como testimonio de mi ausencia.

¡Todo eso antes de mudarse! No creas que lo estoy inventándolo. Lee 1 Reyes 9. Este es un adelanto:

Este templo no será más que un montón de ruinas y todos los que pasen a su lado se asombrarán y se burlarán, diciendo: “¿Por qué Dios ha hecho esto con Israel y con este templo?”6

Dios se mudó, pero no se comprometió a quedarse ahí bajo cualquier condición. ¿Por qué?

Esto es importante.

Porque el templo estaba vinculado al pacto condicional (yo me quedo con la condición de que ustedes…). Ese era el pacto condicional de Dios con la nación, el pacto establecido en el monte Sinaí.

Dios produciría la demolición de su propio hogar si el pueblo lo abandonara por otros dioses. Era agradable tener el templo, pero no era necesario. No fue su idea. El templo era más bello que importante. Y si Salomón pensaba que la naturaleza permanente de su templo de alguna manera alteraría la naturaleza temporal y condicional del pacto de Dios con la nación, estaba equivocado. Dios había aclarado desde la fundación de la nación que Israel era un medio divino para un fin divino.

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