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EL MOVIMIENTO DE JESÚS

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No fue sino hasta después de la resurrección, que los seguidores de Jesús comenzaron a comprender que Él no vino simplemente para agregar otro capítulo a la historia de Israel. Jesús no había venido a presentar una versión mejorada del judaísmo. Su movimiento no estaba limitado a una región. El movimiento de Jesús fue para todos sin excepción. Para todas las naciones. Sus seguidores afirmaron que Él fue el sacrificio final por el pecado, eliminando así la necesidad del templo judío. Pero no solo del templo judío. Algo así como veinte años después de la resurrección, el apóstol Pablo confrontaría a los líderes civiles en Atenas y declararía que sus templos eran innecesarios también.5 En el mismo discurso, Pablo calificó a quienes adoraban cualquier tipo de ídolos mitológicos como ignorantes. Como un padre, esperando a que su hijo dejara su etapa más infantil, Dios había esperado e ignorado la idolatría por un tiempo.6 Pero ahora, el mundo debía madurar y reconocer al Dios viviente de todos los pueblos.

Sobra decir que el movimiento de Jesús entró inmediatamente en conflicto tanto con la cultura judía como con la cultura romana y con razón. Porque Jesús afirmaba ser el cumplimiento del judaísmo por lo cual el judaísmo ya no era necesario. Además, Jesús se declaraba el reemplazo legítimo de la falsa religión grecorromana.

Jesús era vino nuevo. El judaísmo y la religión grecorromana eran los odres viejos. Lo nuevo que Jesús ofrecía se alejaba de las tradiciones de ambos. Jesús, junto con sus primeros seguidores, declaraban que tanto el judaísmo como el paganismo eran el preámbulo que anunciaba un día futuro donde Dios comenzaría algo nuevo en el mundo para su beneficio. Aquellos que tuvieran ojos para ver lo reconocerían. Aquellos con oídos para oír lo escucharían y le seguirían.

Específicamente, Jesús vino a establecer un nuevo pacto, un nuevo mandamiento y un nuevo movimiento. El nuevo movimiento sería internacional. El nuevo pacto cumpliría y reemplazaría los sistemas basados en conducta y sacrificios reflejados en casi toda religión del mundo antiguo. Su nuevo mandamiento serviría como la ética de conducta gobernante para los miembros de su nuevo movimiento.

Lo nuevo que Jesús introdujo, contrastó con los valores y costumbres tanto del imperio como del templo. El imperio asumía la ley del más fuerte. Y mientras Roma se adjudicaba el derecho a crear todas las reglas, los que mantenían el templo estaban comprometidos a proteger sus propias reglas a toda costa. Aunque el Imperio romano y el templo judío eran dos mundos aparte, dentro de cada uno había valores y supuestos que los mantenían unidos, creando un formidable obstáculo para el cristianismo del primer siglo. Que la iglesia haya sobrevivido a ambos es un testimonio del poder del evangelio y del valor de los cristianos en estos primeros dos siglos.

La iglesia del primer siglo soportó la presión de adoptar e integrar las corrientes del imperio y del templo a su nueva fe. Esto es testimonio de cuán incompatibles eran ambas con la iglesia. Lo nuevo que Jesús introdujo permaneció en crudo, descarado y nada ambiguo, en contraste con los valores y supuestos, tanto del imperio como del templo. Aquellos que estaban más cerca de Jesús comprendieron este contraste. Los recuentos de los Evangelios subrayan e ilustran las diferencias. El apóstol Pablo criticó duramente a aquellos que intentaron integrar el pensamiento del imperio y del templo en lo nuevo que Jesús introdujo.

Por casi trescientos años, la iglesia eludió la presión de integrar e incorporar las normas antiguas. Pero con la conversión de Constantino el Grande y la firma del Edicto de Milán, la iglesia vivió una transición: de ser una minoría perseguida se convirtió en la mayoría empoderada. Casi inmediatamente, esa resistencia que habían tenido fue reemplazada por la adopción, integración e incorporación de lo antiguo.

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