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LOS QUE SE RESISTEN

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En los Evangelios descubrimos dos grupos que consideraron a Jesús una amenaza: Por un lado, estaban los religiosos y, por otro lado, aquellos cuya fortuna política y financiera estaban aseguradas por la frágil paz entre el templo y el imperio.

En su mayoría, los enemigos de Jesús no lo criticaban por su carácter. Ninguno lo acusó de ser inmoral, deshonesto o cruel. Se sentían atemorizados principalmente por sus enseñanzas y su popularidad. Los líderes religiosos de Jerusalén estaban celosos del favor que halló con el pueblo. Cuando lees las transcripciones de los juicios donde sentenciaron a Jesús, no te queda otra que estar de acuerdo con Pilato cuando anunció a los acusadores de Jesús: “Ningún delito hallo en este hombre”.2

No halló ningún delito porque era completamente inocente.

Pilato sabía por qué los líderes del templo insistían en que Jesús fuera crucificado. No tenía nada que ver con su ley o su elitista religión. Pilato sabía que habían entregado a Jesús por pura envidia.3

El momento crítico para aquellos que se oponían a Jesús no fue por un escándalo típico de una celebridad. No fue por encontrar una verdad oculta o un secreto de su pasado. El momento crítico fue un milagro. Un extraordinario acto de compasión. Jesús levantó a un reconocido ciudadano de entre los muertos. Cuando circularon las noticias de este milagro en particular, los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron al Sanedrín a reunión. Puede que eso no signifique mucho para nosotros, pero ese tipo de convocatoria era muy poco frecuente en la Judea del primer siglo.

Los distintos grupos que pertenecían al Sanedrín estaban en desacuerdo casi en todo. Pero en Jesús hallaron un punto en común. Una amenaza común. Un enemigo común.

Después de múltiples intentos, ningún grupo había tenido éxito en menoscabar la influencia de Jesús sobre las multitudes. Así que, en un momento de desesperación, unieron fuerzas. Todo lo que necesitaban era un… ¿cómo lo dijo Pilato? Un delito. El apóstol Juan conocía o más tarde conoció, a alguien que asistió. En un momento, las emociones de alguien tomaron el control de su boca y dejaron escapar lo que todos en esa habitación estaban pensando:

Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron una reunión del Consejo. —¿Qué vamos a hacer? —dijeron—. Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, y vendrán los romanos y acabarán con nuestro lugar sagrado, e incluso con nuestra nación.4

Cuarenta años más tarde, eso que temían fue exactamente lo que sucedió. Los romanos destruyeron el lugar sagrado y la nación de Israel. Hablaremos de eso más adelante.

Al final, los líderes religiosos fueron capaces de fabricar un delito. Jesús fue hallado culpable de mala teología y amenazas terroristas contra el templo. Pilato se unió a la farsa para mantener feliz a la gente que mantenía al pueblo contento. Esto no tuvo nada que ver con justicia. No se había cometido ningún crimen. Al analizar el pasado cuidadosamente, entre el caos y la rapidísima serie de acontecimientos que llevaron a su crucifixión, queda abundantemente claro que Jesús fue arrestado y crucificado porque era demasiado popular. Fue crucificado por atraer a tan grande multitud. Por atraer polos opuestos. Porque era difícil de resistir. Porque era imposible de olvidar. ¿Por qué? Porque él ofrecía algo nuevo. Algo completamente nuevo.

Pero lo nuevo rara vez va bien con los grupos cuyas fortunas dependen de lo antiguo. Aquellos que se benefician mayormente del statu quo, están menos inclinados a recibir el cambio.

El giro inesperado en esta trama fue la crucifixión de Jesús. Porque parecía el final, pero en realidad marcó un inicio. Su muerte inició eso nuevo de lo que Él había hablado a lo largo de su ministerio público, lo nuevo que anunciaron los profetas del Antiguo Testamento y aún previsto desde el Génesis. Lo que los enemigos de Jesús no sabían —no tenían forma de saberlo— fue que, al acabar con la vida de Jesús, aunque parecía su final feliz, no fue el final que ellos habían imaginado. Su muerte y resurrección iniciaron una cadena de eventos que a la larga marcaría el fin del antiguo judaísmo, así como al Imperio romano en su forma actual, el mismo imperio responsable por su muerte.

Irresistible

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