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INTRODUCCIÓN

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En 2007, mi hijo Andrew, que en ese tiempo tenía trece años, me acompañó en un viaje a China. Durante nuestra visita fuimos invitados a dar un recorrido por una fábrica de productos de piel. El dueño era norteamericano, de hecho, era el amigo de un amigo. Cuando llegamos, él cortésmente insistió en ser nuestro guía personal. Antes de comenzar la visita, nos presentó a una jovencita china que rondaba los veinte años. Ella había comenzado como obrera, pero había trabajado muy duro hasta convertirse en gerente. El dueño nos preguntó si estaba bien que ella nos acompañara durante el recorrido.

Dos horas después, estábamos de regreso en su oficina hablando de lo que vimos en el recorrido. Mientras estábamos en eso, él preguntó: “¿Alguien tiene alguna pregunta?”. Para nuestra sorpresa, levantado su mano tímidamente, nuestra “acompañante” habló. “Yo tengo una pregunta”, dijo. Volteando hacia mí, preguntó: “¿Es usted pastor?”

Yo no tenía idea cuál era el propósito de su pregunta. Cuando me presenté, no les dije que yo era pastor. Ni siquiera estaba seguro si estaba bien o mal que yo fuera pastor. Estábamos en China. En ese momento hasta sospeché que ella había sido asignada por el gobierno para seguirnos toda la tarde.

“Sí”, le dije, “soy pastor”.

De verdad que hasta se me erizó la piel, al escuchar lo que dijo a continuación, en su escaso pero hermoso inglés.

“¿Cuán bueno es suficientemente bueno? Reconozco su voz”.

Yo estaba estupefacto. ¿Cuán bueno es suficientemente bueno? es el título de un pequeño libro que recientemente yo había publicado. Lo escribí basado en un mensaje que había predicado años antes. Ella continuó.

“Hace dos años, alguien me dio un CD de su sermón, ‘¿Cuán bueno es suficientemente bueno?’. Lo escuché una y otra vez. Luego acepté a Jesús como mi salvador y lo invité a vivir en mi corazón. Antes, estaba vacía. Ahora, me siento llena de vida.”

Querido lector, si crees me estoy inventando esta anécdota, no te culpo… pero conste que tengo testigos.

Ella siguió: “Quería ir a la iglesia, pero no hay iglesias en mi ciudad. Comencé a asistir a un estudio bíblico en un apartamento cerca de donde vivo. A veces voy en autobús a la iglesia, pero tarda dos horas y siempre llego tarde. Además, el boleto del autobús es caro y no conozco a nadie en la iglesia.”

Sentí un profundo y humilde honor por estar ahí en ese momento. Pero ella no había terminado. Mirando a su jefe, le dijo: “¿Puedo hacerle otra pregunta al pastor?”

Con un gesto él le comunicó que no había problema y ella me preguntó: “Pastor”, dijo, “¿por qué no todos van a la iglesia en su país?”.

Años después, todavía no me recupero del impacto que me causó su pregunta.

No tenía idea de cómo responder en ese momento. Aún no tengo idea de cómo responderle.

¿Cómo le explicas que hay miles de iglesias vacías a una joven que toma un autobús por dos horas para asistir a la iglesia en otra ciudad? Porque si hubiera una iglesia en su ciudad, esta joven estaría ahí cada vez que abrieran las puertas. El estudio bíblico al que ella asistía era parte de una red de iglesias clandestinas, lo que el gobierno chino llama iglesias “no registradas”. Su asistencia la puso en riesgo. Poseer una Biblia la puso en riesgo. Hablar acerca de asistir a una iglesia clandestina frente a su jefe la puso en riesgo.

Imagínese su conmoción si descubriera que no solo la mayoría de los cristianos en mi país no leen la Biblia, sino que en la mayoría de las iglesias hay armarios llenos de Biblias empolvadas.

No me acuerdo cómo le respondí. Seguramente le dije algo fácil de olvidar. Pero a mí no se me ha olvidado su pregunta. Me ha incomodado mucho desde entonces. Su pregunta es una de las razones por las cuales escribí este libro.

De modo que, ¿por qué no todos asisten a la iglesia? ¿Por qué es tan fácil resistirse ir a la iglesia? ¿Por qué la iglesia no es irresistible?

Jesús era irresistible.

Hace mucho, mucho tiempo, la iglesia también era irresistible.

Irresistible

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