Читать книгу Maureen - Angy Skay - Страница 10
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ОглавлениеA la mañana siguiente me levanté temprano, casi siempre era la primera en hacerlo, incluso antes que Alison y los niños. Entré en el baño y me duché. Mi sorpresa fue que, al quitarme la ropa interior…, estaba mojada. ¿Qué demonios me había pasado aquella noche? Recordé que sentí algo al besarme con Aidan y que mi bajo vientre me daba señales de alarma, pero nunca creí que fueran tan evidentes. Me duché con cierto estupor y, al salir del baño, me llevé la gran sorpresa.
—Caray, estás muy sexy con la toalla —aseguró Aidan apoyándose en el marco de la puerta.
—¡Estás loco! —me sorprendí—. Mis padres pueden verte.
—¿Tus padres? ¿Esos ronquidos no provienen del piso de abajo? Ese debe de ser tu padre, ¿no?
—¿Y Alison?
—No se oye nada, así que estará durmiendo.
—¿Y John?
—Durmiendo como un angelito.
Su boca mostró una media sonrisa burlona al decírmelo. Acabábamos de hablar de mi familia y el despertador del dormitorio principal sonó.
—¡Mierda! Es Alison.
—Debo de ir al baño —se excusó—. ¿Puedo?
—Sí, claro —lo dejé pasar y yo me marché a mi dormitorio.
Aquel chico lograba descolocarme. Hacía apenas dos días que lo conocía y me cohibía su presencia. Abrí el armario y comencé a buscar el uniforme que iba a ponerme aquel día. Al cerrar la puerta, él estaba apoyado a un lado del dormitorio.
—¡¿Qué haces?!
Volví a sobresaltarme y tuve que sujetarme la toalla con fuerza.
—No tengo sueño. —Me sonrió de lado.
—¿Y?
—Pues que prefiero entretenerme de alguna manera.
—¿No te duele la herida? —Intenté desviar el tema.
—Sobreviviré —le restó importancia, pero sabía que le dolía y mucho—. Eso sí, me canso al estar de pie. —Y se sentó en una silla.
—Debo cambiarme.
—Por mí no te cortes —se animó.
—Me corto —me molesté, ¿o quizá no?—. Si no vas a irte ¿podrías al menos darte la vuelta?
—Está bien —refunfuñó.
Aquel silencio se hizo aterrador y el movimiento de las agujas del reloj se antojó más lento de lo normal.
—Tu hermano me dijo que ibas a ir a la universidad el próximo año.
—Así es. Más o menos. Estudios superiores.
—¿Dónde?
—Aquí en Cork, a la Universidad Marítima Nacional de Irlanda.
Me costó contestar al ponerme el jersey de cuello alto.
—¿Marítima?
—Sí.
—Pero eso no está aquí en la ciudad.
—No, está en Ringaskiddy.
—Un poco lejos, ¿no? ¿Cómo vas a ir?
—Pues primero cogeré la N-27, luego la N-40 y, para finalizar, la N-28 —contesté con sorna—. Espero tener coche cuando comience las clases. Ya estoy, puedes darte la vuelta. —Cogí el cepillo de la cómoda y comencé a pasármelo por la cabeza.
Me miró y no dijo nada. Increíble, pero no tenía palabras. Había algo que me comía por dentro y necesitaba preguntarle:
—¿Desde cuándo me espías?
—¿Que te espío? —dijo sorprendido.
—Me dijiste que me veías pasar por delante de tu casa para ir al instituto y que me has visto con Dylan. ¿Desde cuándo?
—Hará unos meses —contestó sin expresión en la cara y mirándome mientras me cepillaba el pelo.
—¿Por qué?
—¿Por qué, que?
—¿Por qué me espías?
—Yo no te espío. Sin embargo, cuando miro por la ventana, coincide con la hora a la que tú pasas.
—¿Y cada día miras por la ventana a la misma hora? —Paré de cepillarme y lo miré.
Me miró con fijeza a los ojos.
—Llegarás tarde —fue lo único que me dijo.
—Tengo tiempo —lo calmé—. Tengo el vicio de levantarme temprano. No sería la primera vez que Alison se duerme y tengo que llevar a mis hermanos al colegio.
—Pero ella ya se ha levantado.
—Hoy sí, pero la semana pasada no, y hace dos semanas, tampoco.
Los dos nos quedamos de pie mirándonos y aquel silencio se hizo algo incómodo.
—¿Tienes hambre? Puedo subirte algo de la cocina.
—Sí, claro, súbeme un café y unos muffins, y le dices a tu madrastra que son para un amigo de tu hermano que está en tu habitación esperando —guaseó.
—No seas tonto. ¿Tienes hambre, sí o no?
—Sí, tengo hambre —me miró a los ojos.
—Pues ahora subo.
Al pasar a su lado, se levantó de la silla y me acorraló contra la pared.
—Te he dicho que tengo hambre, pero no te he especificado, de qué…
Se acercó a mí y me susurró en la boca, para acto seguido besarme.
No, no, ¡no! Aquello otra vez, ¡no! Volví a sentir la sensación tan extraña en mi bajo vientre y las piernas me flojearon. Él acercó su cadera a la mía y se restregó al mismo tiempo que introdujo su lengua en mi boca.
—Aidan… —susurré gimiendo.
La confusión se apoderó de mí. No sabía si aquello estaba bien, pero lo que tenía claro era que a mí me gustaba y a él, por lo visto, también.
Bajó su mano, la metió bajo mi falda y comenzó a restregarla por mi muslo. ¡Ah! Aquello me hizo soltar un gemido ahogado. Mis manos, que hasta el momento habían estado paralizadas, decidieron subir por sus costados con cuidado de no lastimarlo hasta posarse en su espalda. Las piernas me flojeaban, pero no podía parar. Me gustaba lo que estábamos haciendo y me olvidé de todo. Sus manos subieron y se posaron en mis pechos, allí descubrí que estaba del todo excitada; mis pezones estaban duros como piedras y el simple roce de sus dedos por encima de mi jersey hizo que volviera a gemir.
—¿A qué hora tienes que irte? —preguntó sin dejar de hacer lo que tan bien se le estaba dando.
—En quince minutos debo salir de casa.
—Tenemos tiempo —volvió a meter su mano por debajo de mi falda y me rozó las bragas.
Aquello lo vi venir y no estaba preparada.
—Espera. —Le puse las dos manos en su pecho—. Espera, no, eso no.
—¿Por qué? Los dos estamos más que listos.
—No —dije rotunda y lo separé.
—Vamos, Maureen… —Volvió a acercarse, remolón.
—¡Te he dicho que no!
Me enfadé y volví a empujarlo.
—¿Qué te pasa? ¿No te gustan los polvos mañaneros?
—No. —Estaba aturdida. Me coloqué bien la falda y me retoqué el pelo para disimularlo—. Tengo que irme. —Me acerqué a por mis cosas y salí del cuarto a toda prisa.
Respiré hondo al salir del dormitorio, puesto que aquello no me lo esperaba. No significaba que no me gustara lo que acabábamos de hacer, pero de ahí a tener sexo… No. Lo tenía muy claro.
En cuanto Dylan vino a buscarme, salí a toda prisa de casa.
—¿Qué te pasa? —se sorprendió.
—Eh… No, nada.
—Vamos, Maureen, llevas dos días rara. Ayer me pones excusas para no estudiar conmigo, cuando desde que nos conocemos siempre hemos hecho los deberes juntos. Además, es como si no estuvieras.
—¿Como si no estuviera?
—Sí. Es como si tuvieras la mente en otro sitio.
—Dylan —me detuve y lo miré—, eres mi mejor amigo desde que llegué a Irlanda y te quiero como a un hermano, pero hay cosas que no se pueden contar. No es nada personal contra ti.
—¿Te ha pasado algo en casa? —curioseó.
—Dylan… No, no me ha pasado nada en casa.
—¿Con John? —insistió.
—No, con John todo va bien —mentí a medias.
—¿Con Alison? —volvió a preguntar.
—¡Dylan! —Volví a parar en seco—. Te he dicho que en casa está todo bien.
—Entonces, tiene nombre de chico.
No se daba por vencido.
—¡Aaarg! —exploté—. Te veo luego. —Me adelanté y lo dejé allí plantado.
Volvió a pasar lo mismo que el día anterior: tenía mis pensamientos en Aidan. Pero no en la herida, precisamente, sino en lo que había sucedido aquella mañana en mi dormitorio. Volví a sentir ese rubor con solo pensar en él, el escalofrío que me recorría todo el cuerpo… En fin, no pude concentrarme en ninguna de las clases.
Por la tarde, en cuanto llegué a casa, vi a John en el pub. No me dijo nada. Me hizo un gesto de aprobación y con la cabeza me indicó que subiera. Ascendí por las escaleras con cuidado, aunque aún no entendía por qué no quería hacer ruido al subir. Al llegar al rellano del desván, me quedé mirando la puerta, estaba cerrada. No sabía sí estaría durmiendo o quizá viendo alguna película con los cascos de John.
Entré a mi dormitorio para dejar mis cosas y lo que hice fue sentarme a los pies de mi cama, y seguidamente tirarme hacia atrás y mirar el techo. Tenía ganas de verlo, pero me avergonzaba mi reacción de por la mañana. Me incorporé y miré la puerta.
Conté hasta… ya ni me acuerdo. Me puse en pie, respiré hondo y crucé el rellano que separaba su habitación de la mía. Ni me molesté en llamar a la puerta, abrí despacio, sin más, y allí estaba él, viendo una película en la cama. Entré y no pude articular palabra alguna. Lo miré y sus ojos me traspasaron. No entendí lo que significaba, no sabía si era pasotismo, aburrimiento, alegría… No, alegría seguro que no.
—¿Cómo estás? —pregunté sentándome en la silla que estaba junto a la puerta.
—Aburrido —respondió con mala cara.
—¿Y la herida?
Me daba vergüenza acercarme.
—Ya no sangra —contestó sin apartarme la mirada.
—¿Necesitas algo?
—Sabes lo que necesito. —Sonrió de medio lado, pero al ver mi reacción de asombro, reaccionó—. No, no necesito nada.
—Está bien, estaré en mi dormitorio, si necesitas algo… Por lo visto ya puedes caminar. —Me levanté y me dirigí a la puerta.
—Sí, claro. Ya sé dónde encontrarte.
Salí del dormitorio, bajé las escaleras y en el primer tramo paré, me toqué el pecho y comprobé que tenía la respiración agitada. No era normal la sensación que aquel chico me hacía sentir. Con ninguno de mis anteriores novios había sentido aquello.
Tuve una cena familiar de lo más normal. Dylan volvió a llamarme para quedar por la tarde y volví a declinar su invitación. Se estaba irritando porque no sabía qué era lo que hacía a espaldas de él. Siempre nos lo habíamos contado todo y aquello lo mataba.
—¿Hasta cuándo estará tu amigo aquí? —le pregunté a John en el pub.
—Hasta cuando las aguas vuelvan a su cauce.
—¿Y eso será muy tarde?
—No tengo ni idea. ¿Por qué? ¿Te ha hecho algo? —Se puso alerta.
—¡No! —Aunque no era verdad, no quería que sospechara nada.
—La herida la tiene mucho mejor y ya no hace falta que hagas guardia a pie de cama. Eso sí, al menos tendrías que quedarte arriba por si acaso.
—Está bien —resoplé—. ¿Cuándo vamos a hablar?
—En cuanto tenga un rato, de verdad. Aunque no hay demasiado que contar.
Subí a mi dormitorio y comencé a navegar por Internet en busca de enlaces para el trabajo de fin de curso. Pero la mirada se desviaba cada dos por tres a la puerta. Deseaba que se abriera la puerta vecina, pero no fue así. Oí unos pasos que subían la escalera. Era John que le llevaba algo de comer a su amigo. No estuvo más de cinco minutos encerrado y, cuando salió, vino a mi dormitorio.
—Está todo en orden. La herida está bien y le he subido algo para cenar. Si quiere algo más, ¿se lo darás?
—¿Algo como qué?
—Algo de comer o si sintiera molestia por la herida.
—Claro, descuida.
—Está bien. Entonces bajo al pub, que hay una fiesta de cumpleaños a las siete.
—¿Me necesitaréis?
—Lo dudo. Hoy está papá, tío Brannagh, Liam y Shane. Entre los cinco iremos bien, y si hay más trabajo llamaremos a los demás. Cualquier cosa, házmelo saber, ¿vale?
—Vale.
No comprendía cómo John, siendo persona responsable, podía juntarse con gente como Aidan. La verdad es que nunca habría imaginado que tuviera amigos que se metieran en follones de ese tipo.
La semana transcurrió con normalidad. La herida de Aidan iba mejorando y nadie de la casa llegó a sospechar nada de que teníamos un inquilino arriba en el desván. El tema de «flirteo» por parte de Aidan frenó, supuse que el aviso de mi hermano le hizo reaccionar. Pero eso no quitaba que, cada vez que me acercaba a su habitación o tenía que atenderlo o curarlo, no sintiera nada.
En cuanto John lo vio oportuno, dejó que su amigo volviera a casa. No me lo hicieron saber, fue un día que volví del instituto y no lo vi en el desván.
—¿Y Aidan? —pregunté.
—Se fue esta mañana, en cuanto Alison llevó a los pequeños al colegio.
—¿Está bien?
—Ya vistes que sí, la herida estaba mucho mejor y podía irse.
—Pero… ¿y el tema de la policía? ¿No decías que lo buscaban?
—Está controlado. Ya hablé con el grupo que estaba en el follón y me dijeron que había carta blanca.
—Oh —bajé la vista apenada—, vaya.
Seguía sin entender a qué follón se refería, pero estaba claro que nada bueno podía ser.
—¿Qué pasa? ¿Te apena que se haya ido? Míralo por el lado bueno, tendrás más tiempo para ti y ya no tendrás que hacer de niñera de nadie.
—No es por hacer de niñera, pero me había acostumbrado a su presencia.
—Da igual, la cuestión es que está fuera y ya podemos seguir con nuestra rutina, sin tener que inventarnos más excusas.
Dylan agradeció aquel cambio, sin saber por qué. Supuse que porque le presté más atención aquel fin de semana.
—Todavía tienes que explicarme qué te ha pasado estos días.
—Dylan, déjalo, he tenido una mala racha, es eso. No es nada en contra de nadie. Me apetecía estar sola.
—¿Cómo se llama? —insistió.
—¡Dylan! Odio cuando eres tan insistente. ¿Y tú? ¿No tienes nada que contarme?
—Nada de nada. Mi vida sigue siendo tan aburrida como siempre o más. Desde que tú decidiste quedarte en casa.
—Lo dicho, eres el rey del drama. Anda, acompáñame a comprarle algo a mi prima Cheryl. La semana que viene sale de cuentas y todavía no tengo nada para su bebé.
—¿De compras contigo? —se alegró—. Esto va a ser interesante.
Dylan y yo teníamos gustos diferentes a la hora de vestir, pero el ir de compras era uno de sus mejores pasatiempos.
El domingo lo pasamos en plan familiar. Mis abuelos y tíos decidieron comer juntos en el pub. Me gustaban aquellas reuniones y disfrutaba mucho de la compañía de mi abuela. De vez en cuando los ojos se me iban a la puerta que conectaba con la casa, para «buscar» a Aidan, pero me di cuenta de que ya no estaba allí. Echaba de menos tener que subir cada dos por tres al desván para ver si necesitaba alguna cosa, aunque me fastidiase su reacción.