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ОглавлениеNo sabía muy bien cómo había ido. Me lo habían contado mis amigas, habíamos hablado montones de veces de ello, pero para mí era la primera vez y descubrí que la teoría era una cosa, la práctica otra, y que Aidan tenía razón: cada persona es un mundo.
—¿Estás bien? —consiguió articular.
—Creo que sí —dije algo confundida.
—En serio, Maureen. —Alzó la cabeza y se puso serio—. ¿Estás bien?
—Sí —contesté sin dudar, pero estaba haciéndolo.
Intenté colocarme bien en la cama y busqué la sábana para taparme. De repente, volvió a darme pudor que me viera desnuda.
—Siento haber sido una alumna torpe —me excusé.
—De torpe no has tenido nada. Te has portado muy bien. —Me besó el hombro—. Mira, sé que no era lo que esperabas. A nadie le gusta su primera vez, pero te aseguro que a partir de ahora vas a disfrutarlo cada vez más.
—¿Más? —me sorprendió.
—Verás cómo sí. Todavía no has conocido lo que es un orgasmo. En cuanto lo sientas, verás que todo esto vale la pena.
—¿Tú lo tuviste? El orgasmo… Hoy, me refiero.
—Por supuesto que sí. —Me sonrió y tranquilizó—. Pero es más divertido cuando las dos personas lo gozan al mismo tiempo.
—Caray, Aidan. Estás convirtiéndote en todo un maestro del sexo para mí.
—Podrías practicar conmigo, si quisieras. —Volvió a sonreírme y me acarició la cara.
No dije nada, pero supuse que, si me invitaba a volver a tener sexo con él, era porque tampoco había sido tan mala, ¿no? Lo miré, le pasé la mano por la mejilla y lo besé.
—¿Por qué mi hermano no quiere que me relacione contigo?
—No sé, supongo que mi fama de chico malo no le gusta demasiado.
—¿Y por qué piensa que eres un chico malo?
—Digamos que todo el mundo tiene un pasado —respondió levantándose de la cama.
—Un pasado no demasiado lejano. Hace apenas unas semanas estabas en mi casa herido por un arma blanca.
—Maureen… No es momento de hablar de esas cosas. ¿Entendido? —dijo antes de entrar en lo que parecía un baño.
—Entendido. ¿Quién es Taragh?
La pregunta vino a mí como un resorte.
—¿Cómo? —No daba crédito a mi pregunta.
—El otro día cuando te curaba, mencionaste a una tal Taragh. Y ahí tienes un tatuaje con su nombre —le señalé el lugar del grabado.
—Eso a ti no te incumbe —me espetó, pero reaccionó al instante—. Perdona. No es nadie importante. Es alguien a quien no merece la pena mencionar y esto… —dijo mirando su nombre grabado en su piel—, en cuanto pueda, me lo borraré. Y sinceramente, si esto es una escena de celos…, más vale que lo dejemos aquí.
—No es ninguna escena de celos —me disculpé—. Era simple curiosidad. Lo siento, no volveré a preguntarte.
—Será lo mejor. Taragh es pasado, y no quiero que el pasado se interponga en mis planes de futuro. Zanjamos el tema, ¿de acuerdo?
—Sí, claro. —Asentí, sintiéndome algo ridícula.
Él tenía razón, aquello había sido un signo de celos, sin motivo, por cierto.
Cuando salió del baño, sentí la necesidad de entrar yo también. Me enrollé en la sábana, entré, me miré en el espejo y quedé quieta. «¿Tendría cara de no virgen?». Aquella pregunta me vino a la cabeza. Mi pelo estaba hecho un desastre. Me toqué la cara, el cuello, el vientre y al mirar abajo… ¡Mierda!
Una hilera de sangre bajaba por mi pierna. Confirmado, el efecto que mis amigas me habían dicho que pasaría en cuanto perdiera la virginidad. Ya no quedaba duda alguna. No sabía qué hacer. Miré alrededor para buscar algo con qué lavarme, hasta que perdí la vergüenza y asomé mi cabeza al dormitorio.
—¿Puedo ducharme? —le pregunté.
—Sí, claro. En el armario tienes toallas.
—Gracias. —Apenas se me oyó, ya que contesté desde dentro.
Miré el armario que me había indicado y allí había un par de toallas. Entré a la ducha y el remojo duró unos minutos. Mientras estaba dentro, escuché cómo hablaba con alguien por teléfono. «Mándamelo por email», pidió. Salí despacio. De repente, la vergüenza había vuelto otra vez. Me sentía como si hubiera hecho algo malo, aunque sabía que, en el fondo, era algo natural.
Él estaba mirando las fotos que había sacado horas antes.
—¿Tienes hambre?
—Tranquilo, llevo el almuerzo en la bolsa. Te recuerdo que esta mañana iba a clase. Por cierto…, ¿cómo vamos a hacerlo para el tema de mi justificante?
—Acabo de pedírselo a un amigo que entiende del tema.
—Aidan —intenté preguntarle algo mientras me vestía, pero sentía pudor.
—Dime. —No apartó la mirada del ordenador.
—¿Por qué te portas así conmigo?
—¿Así cómo? —Se dio la vuelta para mirarme.
—Seamos sinceros. En mi casa, no es que fueras la alegría de la huerta y más de una vez quise mandarte a paseo.
—Quisiste y lo hiciste —me cortó riendo.
—Hablo en serio. ¿Por qué ese cambio hacia mí?
—¿Cambio? —seguía sin comprender.
—Digamos que el chico malo del que me hablaste antes era la imagen que yo tenía de ti.
—¿Y ya no te resulto un chico tan malo?
—Sabes a qué me refiero.
Me miró, bajó la mirada y no contestó.
—¿Quieres algo de beber?
Se levantó y se dirigió a la puerta, sin contestar.
—No, Aidan…
Salió y me dejó con la palabra en la boca. Ese era el chico que recordaba. A los pocos minutos volvió a entrar con un sándwich y un par de latas de cerveza. Se sentó en la cama junto a mí y comenzó a comer. No tenía intención de contestarme.
—¿Tu madre sigue abajo? —pregunté masticando mi almuerzo.
—Sí.
—¿Y no te dirá nada porque yo esté aquí?
—Ya te dije que mi madre estaba durmiendo la mona y sigue en ello.
—¿La mona?
—Se fue a dormir borracha bastante tarde. Así que no cuentes con ella hasta dentro de un buen rato. Y que tú estés aquí… te aseguro que le trae sin cuidado.
—¿Vivís solos?
—Sí —contestó bebiendo un sorbo de su lata de cerveza.
—¿Y tu padre?
—Preguntas demasiado, ¿lo sabes?
—Tienes razón, lo siento.
—Está en la cárcel —respondió después de un silencio.
—Lo siento.
—¿Por qué?
—Porque está en la cárcel.
—Él se lo buscó, no tienes por qué sentirlo.
Madre alcohólica y padre en la cárcel. Vaya plan. Decidí no preguntar más por su familia.
—¿Mi hermano John viene a menudo aquí?
—Antes venía más. Aunque todavía viene de vez en cuando, cuando no tiene novia. Tu hermanito no es que sea un santo. —Rio por lo bajini.
—¿A qué te refieres?
—Antes de que se fuera a vivir con tu padre, se crio en este barrio. Somos amigos desde hace muchos años… Y hasta aquí puedo contarte —dijo, zanjando el tema—. ¿A qué hora se supone que terminas hoy las clases?
—A las dos y media.
—Tienes tiempo todavía. ¿Te apetece hacer algo en especial? —preguntó dejando su plato encima de la mesa.
—No sé…
Le sonó el móvil a modo de mensaje, miró la pantalla y se fue al ordenador.
—Listo. —La impresora se puso en marcha y salió un papel—. Aquí tiene usted. Su justificante del «Shandon Medical Center».
—¿Cómo lo has hecho? —me sorprendí al ver el papel—. Pero ¡si parece original!
—No hay nada como tener contactos.
Miré el papel con atención para ver lo sorprendente de la falsificación.
—Pero, aquí pone que debo tener dos días de reposo —leí.
—Sí, claro, con un dolor abdominal no pueden mandarte a casa y ya está. Necesitas dos días de reposo y después te harán unas pruebas. —Sonrió.
—¡¿Pruebas?!
—Por supuesto, Maureen, si haces una cosa de estas, tienes que hacerla bien.
—Entonces, ¿dónde voy yo mañana?
—Yo estaré aquí —me consoló—. O, si quieres, podemos ir a algún sitio.
—¿Tienes que hacer más fotografías?
—Depende del día que haga, sí.
Mi móvil sonó. Era Anne, mi compañera de clase.
—¿Qué pasa?
—¿Qué te pasa a ti? Miss Crawford nos ha contado que tu padre te ha llevado a urgencias.
—Luego te cuento. Tranquila, todo está bien.
—¿Seguro? —sonó preocupada—. ¿Qué te ha dicho el médico?
—Nada importante… —miré a Aidan—. Dos días de reposo y más adelante me harán pruebas.
Él me miró y me guiñó un ojo, orgulloso.
—¿En tu escuela conocen a tu hermano? —preguntó en cuanto colgué.
—No. Algunas de mis compañeras sí, pero el profesorado, no, que yo sepa.
—Entonces seré yo quien lleve tu justificante mañana a clase.
Me contagió su entusiasmo. La verdad es que me apetecía volver a verlo al día siguiente.
Al poco rato se hizo la hora de irme.
—Te acompañaría a casa, pero como tu hermano me vea contigo, te aseguro que me corta el cuello.
—Todavía tenéis que contarme por qué no te deja verte conmigo.
—Son cosas suyas. Ya te dije que todo el mundo tiene un pasado y tu hermano sabe bastantes cosas de mí, como yo las sé de él.
—Pero él te aprecia, ¿no? Si no, no te habría dado cobijo en casa.
—Eso sí, los dos somos amigos de verdad, de eso no te quepa la menor duda. Lo que hizo él por mí, lo habría hecho por él.
—Pero él no se mete en líos, ¿no?
—Sí que es verdad que John ha sentado la cabeza, y bastante, pero ya le convenía. Haberse ido a vivir con tu padre fue su salvación. La vida que llevaba con su madre y su padrastro no era la mejor. Pero si él no te ha hablado de eso, mejor que no le saques el tema. —Bajó la mirada y, como si estuviera recordando algo, dijo—: Tienes un gran hermano.
Recogí mi mochila y bajamos a la puerta de la calle. No sabíamos cómo despedirnos. Después de estar en la cama no habíamos vuelto a acariciarnos ni besarse. Eso me tenía un poco confundida. Habíamos hablado bastante, pero nada más.
—Bueno, pues gracias por esta mañana tan… —no sabía cómo describirla.
—¿Interesante? —me ayudó—. ¿Reveladora? ¿Instructiva? —Rio con picardía.
—Tú lo has dicho. —Reí yo también—. Las tres me valen.
Los dos nos miramos, puse mi mano en el pomo y abrí despacio. Él cerró de golpe con la mano, impidiéndome salir, me cogió del brazo, me giró y me besó.
Mis piernas volvieron a temblar. Sentía que el flujo de mis bragas volvía a jugármela y temía que volviera a salir sangre. Me cogió de la cara mientras me besaba y su lengua recorría con tranquilidad mi boca. Mis manos se posaron encima de las suyas y no quise que parara de besarme. A los pocos minutos, se separó de mí y me miró a los ojos.
—Adiós, Maureen —susurró.
—Adiós, chico malo. Hasta mañana —me despedí con un rápido beso en los labios y una sonrisa.
—Te espero mañana.
Abrí la puerta decidida para que no volviera a detenerme y salí a la calle. Más o menos era la hora a la que acostumbraba a pasar por allí. Quizá un poco tarde, pero eso daba igual. En casa no me controlaban la hora de entrada si no abusaba de ello.
Mi curiosidad hizo que buscara el coche gris que antes había aparcado allí cerca. Aunque lo que en realidad estaba buscando era la chica que miró a Aidan tan fijamente. Pero no había rastro ni del coche ni de ella.
Intenté actuar con normalidad al llegar a casa y funcionó, nadie se percató de nada. Llevé a Molly a clase de danza, mientras Alison llevaba a Jake a clase de hurling. Pasé todo el entreno de mi hermana pequeña en la cafetería, sola, pensando en la mañana que acababa de pasar y con el móvil a la vista. No sabía si Aidan poseía mi número de teléfono, pero teniendo los contactos que tenía, ni se me ocurrió dudarlo. Fue Dylan quien apareció en la cafetería del gimnasio.
—¿Cómo ha ido hoy? —le pregunté antes de que él se me adelantara.
—Bien, las prácticas me están matando —dramatizó—. Menos mal que me sirven para el próximo año en la universidad. ¿Y tú?
—Nada en especial —mentí—. Por cierto, mañana debo salir más tarde. No tengo clase a primera hora —aquella mentira salió de mi boca sin apenas esfuerzo.
—Vaya suerte la tuya. Podrás dormir una hora más.
—Así es —me alegré y me emocioné solo de pensar lo que me esperaba al día siguiente.
Me sentía culpable por no poder contarle a mi mejor amigo lo que acababa de sucederme, pero sabía que estaba haciendo bien. Aidan no era una persona… que causara demasiada simpatía en los demás. Lo sabía por experiencia. Pero sabía también que Dylan buscaría la mínima cosa para buscarle algún defecto o intentar que dejara de verlo. En ocasiones podía resultar bastante absorbente y me quería solo para él. Aunque también sabía que, si le decía que acababa de perder mi virginidad aquella misma mañana, se moriría de alegría y me exigiría todos los detalles.
En cuanto vi a John, el estómago me dio un respingo. Me sentía culpable por haber pasado la mañana con su amigo. Sabía que, si se lo contaba, se pondría hecho una fiera y más si mencionaba que nos habíamos acostado. Mejor era evitarlo, el tema, claro. Porque si lo evitaba a él era capaz de sospechar que algo no iba bien. Aunque los años de convivencia juntos me habían hecho conocer su punto débil: las chicas. A contrario de lo que me dijo Aidan, yo no veía a John como un gamberro de barrio, pero sí sabía que, cuando se encaprichaba de una chica, no paraba hasta conseguirla. Pocas relaciones serias le conocía, pero si pasaban por casa, era porque de verdad le importaban y me constaba que las trataba como todo un caballero. Como pasó con el tema de Aidan, lo había visto meter en su cuarto a más de una chica, y siempre con mi silencio. Quizá eso podría usarlo alguna vez como chantaje.
—¡Maureen, te ha llegado correo! —me chilló mi padre desde detrás de la barra.
—¡Vale! Luego lo miro —le contesté, entrando con Molly a casa.
—Mejor será que lo mires ahora, papá lleva un rato esperándote. En cuanto te fuiste con Molly, vino Luke, el cartero.
—¿Qué es? —le pregunté a mi padre.
—Míralo con tus propios ojos. —Me sonrió mientras me mostraba un sobre—. Pero ábrelo pronto, estamos todos deseando ver lo que pone.
Lo cogí con desconfianza. No estaba acostumbrada a recibir correo postal, aparte de las cartas que mi tía Matilde me mandaba desde España. Los correos de mis amigos y familia. Mis ojos se pusieron como platos al ver el escudo del sobre.
—Es… Es… —Estaba emocionándome solo con ver el dibujo.
—Sí. ¡De la escuela Naval! —exclamó mi padre—. ¡Ábrela!
Leí en silencio lo que ponía.
—¡¿Ha llegado ya?! —preguntó mi abuelo entrando entusiasmado al pub.
—¡Chis! —lo hicieron callar todos al unísono—. Está leyendo la carta.
Miré a mi padre con una sonrisa de oreja a oreja. No podía ni imaginarme el contenido de aquella carta.
—Es de uno de los despachos. Me mandan la información que necesito para entrar en la academia.
—Eso quiere decir…
—¡Que han considerado mis calificaciones y los cursos que estuve haciendo en el puerto como voluntaria el verano pasado!
—¡Esa es mi niña! —dijo mi padre contento, abrazándome y alzándome.
Una oleada de júbilo retumbó en el lugar.
—A esta ronda invita la casa —gritó mi tío Brannagh a todos los allí presentes.
No recordaba tanta fiesta desde el día que llegué a aquella casa hacía años. Mi abuelo cogió su pinta y me guiñó un ojo. Me acerqué a él.
—Gracias, abuelo —lo besé en la mejilla.
—Todo el mérito ha sido tuyo.
—No he mencionado que en la carta han tenido en cuenta que vengo de una de las familias de pescadores con más tradición de la ciudad de Cork, y eso no lo dije yo. Así que seguro que tú has tenido algo que ver.
—No tengo tanto poder. Pero de algo tiene que servirte el venir de una familia con tanta fama a este lado del rio.
—Y que tu hermano trabaje en el muelle. —Le sonreí y le guiñé un ojo.
La fiesta duró un par de horas, hasta la cena. Mi familia no cabía en sí de gozo. Bien era cierto que mi padre y mi tío estaban en el pub y su hermana, mi tía Maeve, trabajaba en una consulta de un dentista de la zona. Mis primos habían cursado los estudios primarios, pero ninguno de ellos se había decantado por seguir estudiando. John me dijo que le habría encantado estudiar, pero que no se veía capaz de concentrarse. El tema del pub le gustaba bastante y tampoco tenía intención de dejarlo. Él decía que había encontrado su lugar en el negocio familiar. Después de lo que Aidan me había contado de su madre y de su padrastro, aquella frase logró tener sentido para mí.