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De repente, me entraron las prisas por salir. Su sola presencia me estaba cohibiendo. Abandoné el dormitorio, cerré la puerta y me apoyé en ella, pensando en aquel momento tan… incómodo. Ese roce de sus labios me había provocado una sensación en el estómago que no podía explicar. Mi pulso se aceleró. Respiré hondo y esperé unos segundos para entrar. Pero, antes de poner mi mano en el pomo de la puerta, una de mis ya familiares corrientes de aire me subió por los pies. Parece algo ilógico. Desde que llegué a Irlanda, era algo que me sucedía muy a menudo. Corrientes de aire que no sabía de dónde venían. Siempre me sucedía cuando estaba sola y, casualmente, cuando me encontraba en algún aprieto. Estando en mi habitación, esas corrientes de aire venían acompañadas de un susurro. Llegué a creer que era algún fantasma que había en el desván o un cliente del pub, que hace años murió allí abajo y ahora no quería o podía irse del edificio. Pero no se lo comenté a nadie, por miedo a que me dijeran que estaba loca. Solo me faltaba eso. Aparte de ser la extranjera, también me tacharían de paranoica.

Me senté en la silla del escritorio y volví a mis tareas. Pero no podía, mi concentración no estaba donde debía estar. Lo miré de reojo y vi que estaba mirando la pared.

—¿Quieres que te preste un libro o una revista?, ¿te pongo alguna película? —le ofrecí.

—No estaría mal —medio lo refunfuñó—. Ya que tu hermano y tú tenéis intención de no dejarme marchar, al menos tendré que matar el tiempo de alguna manera.

La amabilidad brillaba por su ausencia y aquello estaba… molestándome y desilusionándome. Me levanté de mala gana, le di el portátil de John y unos auriculares.

—Toma. —Le dejé caer el aparato en la cama de las malas maneras—. Y ponte los cascos, necesito estudiar.

Fui borde, sí, y bastante, pero no pensaba tolerar aquel desprecio por su parte. Tenía razón en que John y yo debíamos cuidarle —imposición por parte de mi hermano, claro— pero no estaba dispuesta a que me tratara de aquella manera cuando yo solo tenía buenos actos con él.

Intenté concentrarme en mis estudios, pero me era imposible. El simple hecho de saber que estaba detrás de mí me incomodaba, y bastante. Estaba enfadada y molesta. No comprendía por qué sentía un cosquilleo en mi estómago y una extraña sensación en mi bajo vientre.

Oí un quejido, me giré y vi que intentaba levantarse. No sabía si acercarme o volvería a ser rudo conmigo. Lo miré, ni siquiera me ofrecí. Esperaba a que él me dijera algo. Me miró bastante serio durante un rato e intentó levantarse, pero le costaba.

—Sería un detalle por tu parte si me ayudaras a levantarme —dijo medio enfadado.

—Tranquilo. Aquí, por lo visto, aunque no diga nada, parece que te molesta mi presencia. Así que no pienso mover un músculo hasta que tú no me lo pidas. La verdad es que no deseo ser tu enfermera por mucho tiempo —le espeté.

—Me parece perfecto, pero ¿vas a ayudarme, sí o no?

Me levanté de mala gana, me acerqué a él, le sujeté por los brazos y lo ayudé a levantarse. Le costó, pero en cuanto se puso en pie, las piernas le flojearon y se sujetó a mí de tal manera que nos quedamos cara a cara. Nos miramos a los ojos. Una situación incómoda durante segundos. Intentó incorporarse y volvió a mirarme, pero a la boca. Se inclinó hacia adelante y me dio un largo beso en los labios. Esta vez fue a mí a quien le flojearon las piernas y tuve que apoyarme en la mesa para poder sujetarnos a los dos. Al separar nuestros labios, fijamos nuestras miradas y un largo silencio se hizo presente. Su gesto seguía serio, no lo entendía. Aquel beso había sido tierno y dulce, ¿por qué aquel cambio de expresión?

—Necesito ir al baño —dijo tajante.

—Sí, claro —balbuceé—. ¿Puedes caminar solo?

—No —se fastidió.

Como pude, lo acompañé hasta la puerta. Al abrirla, agudicé el oído por si había alguien en las escaleras. El camino estaba libre. Llegamos al baño, entró y yo lo esperé fuera. Pero alguien sí que me oyó, era Alison.

—¿Tienes un momento? —me preguntó mientras subía las escaleras.

—Espera un segundo, tengo que ir al baño con urgencia. —Me puse nerviosa y entré corriendo al baño.

—Será solo un… —Intentó seguirme hasta la puerta.

Esperé dentro del aseo. Aidan estaba apoyado en la pared y me puse el dedo en los labios para que guardara silencio.

—Dime —hablé en voz alta.

—¿Podrías quedarte esta noche con Jake y Molly? Nos han llamado Pat y Sally para ir a su casa —preguntó desde el otro lado de la puerta.

—Debo estudiar.

—Solo tienes que estar en guardia, ellos ya estarán en la cama.

Me quedé en silencio, miré a Aidan y lo primero que me vino a la mente, para que Alison no dijera de esperar más rato en el descansillo, era abrir el grifo de la ducha.

—¿Cuento contigo, entonces?

—Sí, claro.

—Está bien. ¿Puedo cogerte algo prestado para ponerme esta noche?

—Sí, por supuesto —contesté poniendo los ojos en blanco, deseando que se fuera.

Si me hubiera pedido una semana de canguro, también se lo habría concedido. Paré el grifo y no aparté la oreja de la puerta, esperando que se marchara mientras se oía ruido en mi dormitorio.

Mi vista se fijó a la vez en Aidan, que estaba en silencio. El baño no era muy grande que digamos y estábamos a escasos centímetros de distancia.

Volví a ponerme el dedo en los labios, para que no dijera nada y me hizo caso, pero cogió mi mano, la apartó y se acercó para volver a besarme. Me acorraló contra la puerta, se aproximó y pude sentir su entrepierna en mi cadera. Su lengua se introdujo dentro de mi boca e hizo un recorrido que me humedeció. Mis piernas volvieron a flojear y sentí el corazón palpitar en mi boca. No quería que parase, mis manos se posaron en sus costados para poder palparle mejor y se apartó de golpe, quejándose por el gesto.

—Lo siento —me disculpé en un susurro—. Lo he hecho sin querer…

En ese momento sentí un ardor procedente de mis mejillas por lo que acababa de suceder.

—Eso espero —se quejó, apoyando su mano en la herida.

Otro silencio se hizo presente y volví a pegar la oreja a la puerta. No se oía nada. Cogí el albornoz, me remangué los pantalones y abrí la puerta, para comprobar que Alison ya estaba fuera y así era.

—Ya podemos salir —le informé.

Dejé que se apoyara en mí y lo ayudé a caminar hasta el dormitorio. Volvió a tumbarse en la cama y lo esperé por si debía ayudarle, pero no hizo falta. Ninguno de los dos dijo nada. Era como si los dos besos que nos habíamos dado no hubieran existido. Me giré hacia mis libros y él hacia el ordenador, a seguir mirando la película que había dejado a medias.

Pasado un buen rato, se oyeron unos pasos que subían las escaleras. Salí a toda prisa y vi que era Alison.

—Nos vamos. Tus hermanos ya están en la cama. ¿Estás bien? —preguntó algo extrañada.

—Claro —intenté disimular lo máximo que pude desde el borde de la escalera—. Pasadlo bien.

John seguía en el pub y bajé a ver a mis hermanos pequeños. En efecto, los dos estaban acostados y durmiendo como angelitos.

—Todo está tranquilo —dije entrando en el dormitorio—. ¿Te duele? —pregunté al notar que se tocaba la herida.

—Sí —se quejó tocándose el costado.

—No te toques —me acerqué—. Espera, te lo miraré de nuevo.

Se levantó la camiseta y tenía la herida tapada, pero algunas manchas de sangre traspasaban las gasas. Bajé a buscar más desinfectante al botiquín del pub.

—¿Cómo está? —preguntó John mientras ponía una pinta.

—Mejor. Voy a curarlo otra vez. Parece ser que hay un punto que sangra más de lo debido.

—Esto está a tope, no sé cuándo podré subir. —Resopló mientras cogía otro vaso.

—No te preocupes, está controlado. Se levantó para ir al baño y por lo visto le duele menos.

—Parece que las inyecciones de Kathy le han hecho efecto. Luego le pondré otra.

—Si hay alguna novedad, yo te aviso —añadí abriendo la puerta que daba al recibidor.

—Maureen —me llamó y paré en seco—. Gracias, y perdona.

—¿Perdona por qué?

—Por obligarte a meterte en este lío.

—Ya te dije que ya hablaríamos en otro momento de esto.

Y cerré la puerta. No quería que John supiera lo que había pasado con Aidan en el desván minutos antes. Una cosa era que me obligara a cuidarlo y otra que se enterara de que me había besado con él. Lo conocía bien y conmigo a veces podía resultar demasiado protector.

Cuando entré, Aidan seguía mirando la película del ordenador. Me contempló y se subió la camiseta.

—John dice que después subirá a ponerte otra inyección.

—Voy a parecer un colador, con tanto pinchazo —se fastidió.

—No seas tonto, sabes que gracias a las inyecciones estás mejor.

Con cuidado, le retiré el esparadrapo del costado.

—¿No dirá nada tu novio por pasar tanto rato conmigo? —preguntó con picardía—. Quizá se ponga celoso.

—Mi novio no puede decir nada.

Lo miré.

—¿Por qué?

—Pues por la sencilla razón de que no tengo —contesté restándole importancia y cogiendo la gasa.

—Entonces, ¿quién es el chico con pelo de panocha que va contigo siempre?

—¿Y tú cómo sabes que yo siempre voy con un chico con pelo de panocha? —me sorprendió—. Yo nunca te había visto.

—No me has contestado a mi pregunta.

—Y tú tampoco a la mía.

—Yo pregunté primero.

—Está bien. El chico de pelo panocha, como tú dices, se llama Dylan. Y no es mi novio, es mi mejor amigo, y tampoco soy su tipo. Digamos que tú serías su tipo antes que yo. —Lo miré por encima de mis pestañas.

—Oh…

—Sí. Ahora, contesta tú. ¿Cómo sabes que yo siempre voy con Dylan?

—Digamos que no es la primera vez que te he visto. ¡Ah! —Se quejó al notar el escozor por el desinfectante.

Paré y lo miré.

—¿Dónde me has visto antes?

—Cada día pasas por delante de mi casa para ir al instituto —contestó sin dar importancia a la pregunta y fijando su mirada en controlar cómo le curaba la herida—. ¿Por qué paras? —preguntó al comprobar que me había detenido y lo miraba a la cara.

—Yo nunca te he visto. —Reanudé mi tarea.

—Será porque nunca miras a las ventanas cuando caminas.

—¿Dónde vives?

—Preguntas demasiado —me soltó tajante.

—Está bien. —Me detuve—. Pregunto demasiado, me preocupo demasiado y seguramente estarás de mi compañía demasiado harto. Pues tampoco es un alivio estar contigo todo el rato, que lo sepas. —Me levanté—. Estoy aquí obligada por mi hermano, pero búscate otra enfermera. Renuncio.

—Espera.

Me cogió del brazo y me atrajo a él, de tal manera que caí al borde de la cama, con mis ojos fijos en los suyos.

—No te vayas.

—¿Para qué quieres que me quede? Te comportas de una manera que parece que mi compañía te molesta. Pues no te preocupes, me voy y ya está. Estaré en el dormitorio de enfrente.

Intenté levantarme, pero no me dejó y volvió a atraerme hacia él para besarme.

No comprendía cómo una persona tan ruda podía cambiar de manera drástica en cuestión de segundos.

Sentí aquel beso, pero de una manera que me asustó. Sin darme cuenta, me vi tumbada en la cama junto a él. Me gustaba, y mucho, pero sabía que aquello no estaba bien y mi hermano podía llegar en cualquier momento.

—Aidan —le susurré en la boca—. John…

—Calla —me cortó y siguió jugando con su lengua dentro de mi boca.

Algo no iba bien. Mi respiración comenzó a agitarse, un calor hacía que la sangre me hirviera y unos leves gemidos salían de mi boca. Me sentía incómoda, pero a la vez me gustaba. Comencé a moverme a causa del gran cosquilleo que estaba sintiendo. Aquello no tenía pinta de querer terminar, por parte de ninguno de los dos. Hasta que se oyeron pasos en la escalera. En aquel momento agradecí que los escalones fueran de madera.

—Alguien sube. —Me separé de golpe, salté de la cama y corrí a la silla.

De repente sentí vergüenza. No me atreví a mirarlo a la cara. Era como si lo que acabábamos de hacer, no estuviera bien. Aidan era amigo de mi hermano y eso para John era sagrado. Controlaba demasiado mis amistades y no dejaba que me involucrara en las suyas.

La puerta se abrió y, evidentemente, era él.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

—Mejor. ¿Puedo irme ya? —contestó fastidioso.

—Olvídate por ahora, hermano —le dijo tajante levantándole la camiseta—. ¿Te duele?

—Sobreviviré.

—No seas tonto, ¿te duele, sí o no?

—Tienes una hermanita que no permite que sufra lo más mínimo —respondió en tono de sorna y mirándome.

—Deja a mi hermana —le regañó—. Ni se te ocurra, Aidan —le advirtió levantando un dedo a modo de amenaza—. Bastante tiene con que la obligue a cuidarte. —Siguió repasando la herida, se levantó y me miró—. Está mejor y no tardaré en subir, puedes volver a tu cuarto si quieres.

—Iré a ver a los pequeños primero.

Me levanté y recogí mis cosas. Lo miré mientras él me observaba pasivo.

Al dejar mis cosas en mi dormitorio, oí a John:

—Aidan, deja en paz a Maureen. Ella está en el instituto y el próximo año estará en la universidad. No quiero que le compliques la vida.

—¿Complicarle la vida? ¿Yo? Pero… ¿quién te crees que soy?

—Por ahora un loco amigo mío que se mete en demasiados líos, y este es bastante serio.

Me sentía incómoda, ¿por qué avisaba a Aidan de aquella manera?

Bajé a ver a mis hermanos pequeños y, al comprobar que seguían dormidos, me fui al pub. No quería cruzarme con John. Él tenía un sexto sentido conmigo y no quería que me notara en la mirada lo que acababa de pasar en su dormitorio.

Mi tío Brannagh estaba en un rincón con mi primo Liam.

—Vaya, por lo visto habéis tenido trabajo, ¿no? —pregunté al ver cómo había quedado el local.

—Sí, pero lo peor ya ha pasado—me contestó Liam, escoba en mano.

—¿Estás mejor? —me preguntó mi tío.

—¿Cómo? —No entendía la pregunta.

—Tu hermano nos dijo que no podías bajar a ayudarnos porque tenías un fuerte dolor de cabeza.

—Sí. Sí, claro. Ya estoy mejor, gracias.

De repente me entró la prisa. No sabía qué más les había dicho John de mí y no quería estropear la coartada. En ese momento entró mi hermano.

—Me voy. —Pasé por su lado y lo miré con los ojos bien abiertos—. Debo descansar, porque este dolor de cabeza no me ha permitido cerrar los ojos en toda la tarde.

—Maureen, espera —me llamó John, siguiéndome a pie de escalera.

—Mira, ha habido un momento en esta tarde que me sentí culpable de algo y no sé bien por qué. Pero ahora ya no me siento tan mal. Eso sí, te aconsejaría que la próxima vez que te inventes algo para cubrirme, al menos me lo hicieras saber y así no quedaría como una idiota.

—Les he dicho que tenías un simple dolor de cabeza y que por eso no bajaste a ayudarnos. Con papá y Alison fuera, necesitábamos manos y tío Brannagh me dijo de llamarte.

—Pero como tu hermana estaba cuidando de tu amigo… —susurré para que no nos oyeran en el pub—. Todavía no sé cómo te haré pagar este favor, pero me lo cobraré —lo amenacé.

—¿Te has enfadado? —se sorprendió.

—A ver, John, me impones cuidar de tu amigo forajido herido. Nadie de la familia puede saber que está aquí y encima me obligas a hacer guardia para cuidarlo. ¿Te has parado a pensar que quizá yo tenía otros planes? ¿O que quizá no quiera saber nada de tus movidas?

—Sé que no eres así.

— Ah, ¿sí? ¿Y cómo lo sabes?

—Pues porque eres como yo. —Mi hermano me conocía bien—. Y sé que me ayudarías, de la misma manera que te ayudaría yo a ti.

—Me voy a la cama —me fastidiaba que siempre tuviera razón.

Al llegar al desván me paré en el último escalón y miré la puerta del dormitorio de John. Estaba cerrada, pero Aidan estaba allí. Tenía ganas de entrar, de preguntarle cómo estaba y si John le había vuelto a inyectar algo o simplemente le había repasado la herida. Pero me contuve, no podía arriesgarme. Una parte de mí se avergonzó de golpe y temía volver a verlo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Solo con recordar aquellos besos, me sonrojé sin querer. No me vi en ningún espejo, pero solo con el calor de mis mejillas lo daba por hecho.

Al entrar en la cama me acosté con la sensación de sentir aquellos labios en los míos y el recorrido de su lengua junto a la mía.

Maureen

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