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Miré el reloj y me cercioré de que no tardarían en venir los demás. Sabía cuánto disfrutaba Alison de los domingos por la mañana. Como buena familia católica practicante, las visitas semanales a la iglesia eran bastante habituales. Para ella, el poder pasar tanto tiempo juntos mientras los niños jugaban en el parque, era su momento más especial.

Cogí el pan de la nevera, preparé un par de bocadillos y un par de latas de cerveza y Coca-Cola y subí las escaleras con lentitud debido al nerviosismo.

La puerta del dormitorio de John estaba cerrada. Llamé y, antes de esperar respuesta que sabía que no llegaría, abrí despacio.

—Soy yo —dije antes de acabarla de abrir—. John me ha pedido que te traiga algo de comida.

—Pasa.

Cuando entré, estaba tumbado en la cama, mirando a la pared.

—¿Qué traes? —preguntó con sequedad, incorporándose.

—Un par de bocadillos y algo de beber. —Se lo mostré.

Apenas me miró y cogió lo que acababa de subir. Estaba hambriento. Lanzó una mirada furtiva al interior del bocadillo y lo aprobó.

Fuera modales. «¿Para qué?», me dije, y luego pensé en cómo podría haber reaccionado: «Gracias, Maureen, has sido muy amable. Te lo agradezco». ¡Bah! Tenía hambre y punto.

Observé sus tatuajes, que estaban a la vista. Todos ellos eran asombrosos. Aunque tenía magulladuras en un costado. Él notó mi mirada indiscreta.

—No —dijo sin mirarme y siguió masticando el sándwich.

—¿Cómo?

No comprendí aquella negación, yo no le había preguntado nada.

—No duele cuando te hacen un tatuaje —me explicó sin ni siquiera dignarse a mírame.

—Yo no…

—Tú no, ¿qué? ¿No querías preguntarme eso? No serías la primera ni serás la última que se lo pregunta mientras me mira los tatuajes —añadió despectivo.

—¿Qué significan?

Me atreví a preguntar al fijarme en uno en concreto que tenía en el costado con el nombre de Taragh.

Se miró su brazo izquierdo de arriba abajo, pero no dijo nada. Luego pasó su mirada por el derecho y, para finalizar, paró en su estómago.

—Cada uno tiene su significado y su momento.

No sabía qué hacer ni qué decir: si irme o quedarme, si preguntarle si necesitaba algo más o esperar a que él me lo pidiera. Pero, por lo visto, mi presencia le traía sin cuidado.

—Soy Maureen —me presenté sin saber muy bien por qué. Supuse que ya lo sabría.

—Lo sé. Tu hermano me dijo que estarías por aquí. —Por fin me clavó la mirada.

—Bueno —al ver que mi compañía no le hacía ni bien ni mal, me acerqué a la puerta para irme—. Si necesitas algo, estoy enfrente.

No contestó. Me observó sin decir nada a modo de «de acuerdo» y ya está.

Cerré la puerta, entré en mi dormitorio y comencé a notar un sudor extraño. Me vi reflejada en el espejo algo ruborizada. Me palpé la mejilla y estaba caliente. El corazón empezó a latirme con rapidez y mis ojos se pusieron como platos al recordar el físico de Aidan. La verdad era que aquel cuerpo imponía. Pero lo que más me cautivó fue su mirada. Sus ojos se me clavaron y no hacía otra cosa que verlos en todas partes, incluso cuando cerraba los míos.

Pasaron un par de horas y oí cómo llegaban los demás. Bajé a la cocina a ayudar a Alison con la cena y John pudo subir a su dormitorio.

—¿Cómo ha ido la mañana? —preguntó.

—Eh… —titubeé al recordar a Aidan—. Bien, estudiando, como me propuse. ¿Y vosotros?

—También genial. Por cierto, tu abuela me ha dado esto para ti. —Abrió un cuenco que acababa de dejar en la nevera.

¡Stew! —Me alegré al ver el estofado—. Gracias.

Busqué un tenedor para poder probarlo. Mi abuela hacía el mejor estofado irlandés que jamás había comido.

—¿También quieres sopa, como John?

—¿John quiere sopa? —me extrañé. Mi hermano no era de los que acostumbraba a comer caliente.

—Sí. Ha dicho que no se encontraba bien y que subía a echarse un rato. He pensado que un poco de sopa le irá bien. —Sacó la olla del armario.

—Le preguntaré primero, dudo que quiera sopa habiendo estofado de la abuela.

En mi móvil sonó un mensaje. Lo miré y era mi hermano que me pedía con urgencia que subiera. Me dirigí a la puerta para subir corriendo hacia el desván.

—Maureen, ¿sabes si ha venido…? —preguntó mi padre al entrar a la cocina, y se extrañó al verme salir como una bala.

—Papá, he estado arriba toda la mañana —respondí mientras subía los escalones de dos en dos—. Pregúntale después a John.

Después de subir el último escalón, paré delante de la puerta de John, respiré hondo y me hice a la idea de que volvería a cruzarme con la mirada de Aidan. Le eché valor y llamé.

—Soy yo —dije al percibir el silencio.

—Pasa.

—Dice Alison… ¡Dios, John! —me asombré al ver que tenía un trapo con sangre en las manos y Aidan estaba tumbado, con la cara blanca como el papel—. Pero ¡¿cómo es posible?! Hace un momento no tenía toda esa sangre —me escandalicé.

—Maureen, te necesito otra vez. Baja sin que nadie te vea, coge lo que sea para desinfectar heridas y paños mojados.

—Está…

—Sí. No preguntes. Volvió a salir después de traerle tú la comida. Acaban de traerlo así dos amigos y nadie los ha visto. Entraron por la puerta de atrás —me explicó apretando la herida con una camiseta.

Me quedé en shock, pero la mirada asesina de mi hermano mayor me despertó de golpe. Bajé al baño de mi padre y en el botiquín encontré desinfectante y gasas. Cogí un par de toallas pequeñas del armario y las empapé en el lavabo. Subí en cuestión de segundos y ni me molesté en llamar a la puerta.

—Esto es todo lo que he encontrado —me apresuré a entregárselo.

Cogí una de las toallas mojadas y se la coloqué en la frente. Estaba ardiendo y las gotas de sudor le resbalaban por la cara. John cogió el desinfectante y se lo aplicó en plena herida. Aidan dio un respingo de dolor y soltó el aire entre los dientes.

—Cálmalo —me ordenó—. Esto le va a doler más de lo que se imagina.

Obedecí sin rechistar. En eso nos parecíamos mucho los dos: teníamos sangre fría en los momentos de crisis y, una vez pasaba todo, entonces nos desplomábamos. Nuestra abuela decía que eso lo habíamos heredado de su familia, ya que a la de mi abuelo los tachaba de flojos.

Tardamos en curarlo. Al terminar, vimos que estaba dormido.

—Está inconsciente —dijo al levantarse e ir a por el móvil y mandar un mensaje—. Kathy estudia enfermería, a ver si me aconseja.

—¿Y qué le vas a decir? ¿Qué es para un amigo tuyo que está metido en un gran lío y herido por un arma blanca? —le reproché.

—No. Le diré que es para alguien del bar… —contestó mientras buscaba y marcaba—. Kathy… Hola soy Hagarty. Necesito un favor… Tenemos un cliente que ha desfallecido y se ha herido con unos cristales… —siguió hablando—. Hemos llamado a emergencias hace rato y aquí no viene nadie. No, no vengas, prepara las medicinas, ahora voy yo.

Siguió con su mentira mientras yo iba cambiando las toallas de la frente de Aidan. La verdad era que estaba muy mal. La herida se encontraba tapada con gasas y esparadrapo, pero aquello no pintaba bien.

—Maureen, tienes que hacerme otro favor.

—¡¿Otro?!

—Sí, otro —me calló—. Yo no puedo salir del dormitorio. Ve a casa de Kathy y ella te dará un paquete.

—John, no quiero líos.

Sospeché mal del paquete.

—No seas tonta, que no son drogas. Bueno, sí, pero son para Aidan. Son medicinas —me aclaró al ver mi cara—. Te espera en su casa. Le he contado una mentira que por lo visto se ha creído. No contestes nada de lo que te pregunte, tú dile que acabas de llegar y que te he mandado allí.

—Está bien.

—Mejor que no te pregunte. Kathy puede llegar a ser muy persuasiva y no quiero meterte en un lío. Ahora, vete. —Miró a Aidan—. Y será mejor que corras.

A John el papel de hermano mayor se le daba a las mil maravillas. Pero era curioso cómo ejercía más conmigo que con Jake y Molly.

Llegué a casa de Kathy y, en efecto, estaba esperándome. Le vi la intención de preguntarme, pero fui más rápida y pude esquivarla. Me marché corriendo y, al llegar a casa, subí con mucho cuidado de que no me vieran. John seguía junto a Aidan y, al verme, tuvo la reacción de como si hubiera visto el cielo abierto. Me arrebató el paquete y sacó una jeringuilla y una ampolla. Mis ojos se pusieron como platos.

—¿Desde cuándo sabes poner inyecciones? —me sorprendí, temiéndome lo peor.

—No debe ser tan difícil, lo he visto hacer montones de veces —contestó concentrado en la medida de la medicina.

—Ah, ¿sí? ¿Dónde? ¿En el veterinario, para vacunar a Sprinkles? —mencioné al gato con ironía.

No contestó y agarró el brazo de Aidan.

—Ayúdame. Está inconsciente, pero no quiero que se mueva a la hora de inyectarle.

Y no se movió. Por lo visto John sabía lo que se hacía —no quise volver a preguntarle—.

—Ahora vuelvo. —Cogí las toallas.

—¿Dónde vas? —preguntó desconfiado.

—A traer más toallas mojadas de abajo. En nuestro baño no tenemos más y todavía tiene fiebre —lo tranquilicé.

Al bajar, mi padre se apresuró a venir hacia mí. Me temí no saber cómo salir de aquella situación, pero, al final, no fue para tanto. Eso de ocultar secretos no era lo mío, y el ocultar a una persona en una habitación frente a la tuya, era peor aún.

—¿Cómo se encuentra John? —me preguntó al verme entrar en el baño con urgencia.

—Dice que le duele la cabeza —mentí—. Voy a llevarle toallas mojadas para calmarlo.

—Pues te necesito a ti en el pub esta tarde.

Lo miré con los ojos como platos e hice una pregunta no formulada: «¿En serio?». Enseguida recapacité y recordé que John debía quedarse con su amigo.

—Está bien…

Y así fue: John se quedó arriba y yo lo sustituí en el pub. Mi tío Brannagh tenía la tarde libre, y mi abuelo, Declan, Liam y mi padre no podrían solos con toda la gente que allí se reunía. Hacía cosa de seis años —antes de llegar yo— hicieron reformas y la zona era muy frecuentada, tanto por los turistas como por la gente de los alrededores. Todos los apellidados Hagarty de la zona formaban parte de la familia de mi abuelo y el pub siempre había sido muy conocido y concurrido. Aparte de mi padre, mi abuelo, mi hermano y mi tío también contaban con dos primos míos, hijos de Brannagh y tres jóvenes más. En fin, el clan Hagarty vivía y trabajaba junto.

Terminé mi turno ya entrada la noche y subí a toda prisa los escalones que llevaban al dormitorio de mi hermano.

—¿Cómo está? —pregunté al entrar.

—Estoy consciente —contestó Aidan con los ojos cerrados—. Que ya es algo.

—¿Y la fiebre? —volví a preguntar.

—Bajando. Ahora lo que necesita es descansar —me informó John.

—¿Traigo un cubo con agua?

—Sí, eso nunca está de más.

Bajé las escaleras intentando no hacer ruido. En la cocina había un cuenco. Alison miraba la televisión con Jake y Molly y no me vieron.

—Mañana tendríamos que turnarnos —sugirió John al verme entrar.

—Por la mañana no puedo faltar a clase —le advertí—. Sabes que hoy debía estudiar y te he cubierto en el pub. Esta noche me toca pasarla en blanco, para poder presentar el trabajo mañana.

—Pues por la tarde, al menos.

Miré la cara de Aidan. La verdad era que todavía no había recobrado el color, pero, si hablaba, era buena señal.

—Por la tarde no hay problema. ¿Queréis que suba algo de comer?

—No. Bajaré yo, tú quédate aquí. —Se levantó del lado de la cama y me hizo sentarme allí—. Volveré en un rato.

No me atreví ni a tocarlo. No sabía qué tipo de medicina había tomado, pero todavía sudaba. Cogí la toalla, volví a mojarla con el agua de la palangana y se la coloqué en la frente. Él no esperaba aquel gesto y dio un respingo que me asustó y me hizo recular.

—Solo te refresco la frente para que te baje la fiebre —lo tranquilicé.

Me cogió el brazo y me lo apretó con su mano.

—¿Dónde está John? ¿Ha ido a por Taragh? No quiero que ella se entere…

—No lo sé, no lo ha dicho, pero no te preocupes —intenté volver a calmarlo—. No te dejará en la estacada.

¿Quién demonios era la tal Taragh? Primero la había visto en sus tatuajes ¿y ahora… preguntaba por ella?

—Y a ti te ha obligado a hacer de enfermera, ¿no? —Le costaba vocalizar.

—No hables, debes descansar. ¿Quieres un poco de agua? —le ofrecí al ver sus labios secos.

No se inmutó. Le incorporé un poco la cabeza y dio apenas un par de sorbos. Era la primera vez que debía cuidar de alguien en cama desde la muerte de mi abuela y aquella sensación se me hizo extraña.

Se le veía cansado y no tardó en volver a dormirse. En cuanto cerró los ojos, mi rostro se endulzó al mirarle la cara.

John llegó al rato con una bolsa.

—¿Ha habido cambios?

—No, nada. Le he puesto paños húmedos para la fiebre. Preguntó por ti y mencionó a una tal Taragh.

—¿Preguntó por Taragh?

Se extrañó y respiró hondo a la misma vez. Pude ver la preocupación en sus ojos, no era una buena noticia que mencionara a la tal Taragh, algo que hacía que mi curiosidad me pudiera de nuevo, así que, volví a preguntar:

—¿Quién es ella?

—Nadie. Ahora no hay que pensar en ella —trató de restarle importancia—. Mejor que descanse.

Miró hacia otro lado, esquivando mis ojos, y sacó las medicinas de una bolsa.

—¿De dónde has sacado todo eso?

—No te preocupes, que sé lo que me hago. Volvamos a curarle y a coserle la herida.

—¡¿Coserle?! —me alarmé.

—Sujétalo y calla —me ordenó antes de inyectarle otra aguja.

Mil preguntas me venían a la mente, pero sabía que era mejor no formularlas en aquel momento. Kathy había salido con John, pero dudaba que ella le hubiese enseñado cómo hacer aquel tipo de curas.

En cuanto le destapamos la herida para curársela, Aidan me cogió del brazo.

—Deja que te agarre, que esto va a dolerle —me advirtió.

Estaba asustada, pero no me permití acobardarme.

En cuanto clavó la aguja para coser, Aidan me apretó con fuerza. Mi reflejo fue darle la mano e intentar calmarlo. John seguía concentrado en la herida y, cuando terminó, se echó hacia atrás mirándome a los ojos.

—Ya está. Ahora solo hay que esperar a ver cómo pasa la noche. ¿Estás bien? —me preguntó.

—Igual que tú, supongo. Ya veremos cómo reaccionamos cuando esto termine.

—¿A qué te refieres?

—Demasiada adrenalina en tan poco tiempo. Hasta que no lo oigamos hablar con normalidad, no vamos a poder descansar.

—Quizá sí. Venga, es hora de que te vayas a dormir. Ya no podemos hacer nada más, solo esperar.

—¿Seguro?

—Sí. Se ha quedado dormido por el calmante. Venga, vete a la cama.

Me levanté después de mirarlos a los dos y me dirigí a la puerta.

—Maureen —me llamó y, al girarme, me enfocó—. Gracias. Te debo una, y de las grandes.

—Ya hablaremos tú y yo cuando esto termine. Hay cosas que tienes que explicarme. —Recordé su manejo de la aguja y las jeringuillas—. Buenas noches.

Mentiría si dijera que no me costó concentrarme en el trabajo que debía entregar al día siguiente. Me quedé hasta tarde estudiando, y dormirme tampoco fue fácil. Por la mañana me levanté temprano y, antes de bajar a desayunar, entré en el dormitorio continuo. Los dos dormían. Me acerqué a despertar a John y lo asusté.

—¿Cómo está?

—Hace cosa de… —miró el reloj del despertador— una hora, le di un calmante y no tenía fiebre.

—Ahora tampoco —le toqué la frente—. Pero sigue durmiendo.

—Déjalo, no lo despiertes.

—¿Vas a bajar tú?

—No. Esta mañana me quedaré aquí arriba y esta tarde te quedarás tú.

—Está bien —afirmé mirando a Aidan dormir—. Hasta luego.

Bajé las escaleras y Dylan me esperaba en la cocina. Muchos días venía a buscarme e íbamos los dos juntos a clase, aunque no estábamos en el mismo centro. Mi padre se empecinó en que fuera a un colegio de «señoritas». Molly comenzaría al próximo año. Bobadas, pero era su deseo y me lo planteé mejor al pensar en mi futuro. Era un buen colegio y no era fácil entrar, a mí me costó dos años. Dylan se tomó su café con nosotros y, al terminar, nos pusimos en marcha.

—Esta tarde hacen una charla de nudos marineros en la biblioteca. ¿Te apuntas? —me propuso.

—¿Lo dices en serio? —Cedí de golpe mi paso y lo miré sorprendida—. ¿Por qué lo dices? Porque ha sonado un poco friki —reí sorprendida.

—Lo digo porque, si vas a estudiar en la Universidad Marítima Nacional, deberían interesarte estos temas.

—Dylan, nací en un puerto pesquero en Asturias y me crie entre pescadores. Mi padre era y viene de una gran familia de pescadores. Mi abuela se crio junto a un faro en Blacksod. Digo yo que algo entiendo de nudos marineros. ¿No crees?

—Tienes razón —recapacitó.

—Además, esta tarde tengo que cuidar de mis hermanos —mentí—, y quiero comenzar a hacer una búsqueda para el trabajo de Mr. Stevenson —volví a mentir.

—¿Quieres que te ayude? Yo todavía no sé qué tema elegir para mi proyecto.

—Estoy barajando ideas y todavía no me he decidido. Así que será mejor que busque varias opciones. —No sabía cómo quitármelo de encima.

—Está bien, si no quieres que quedemos, dímelo sin más —dramatizó.

—Dylan… —resoplé—. Eres el rey del drama.

En clase no pude concentrarme en ninguna de las asignaturas. Mi mente repasaba las últimas horas en casa. Su salida del cuarto —cuando lo vi por primera vez—, cuando le llevé la comida, sus tatuajes, cuando llegó herido, las curas, la fiebre, su mano agarrando mi brazo, John cosiéndole la herida, su cara durmiendo aquella mañana…

Fui al pub casi corriendo y hubo algo que me llamó la atención. Me pareció ver a mi abuela entrar en la librería que había cercana al bar. Empujaba a un hombre. Era como si ella le obligara. Quizá fueran cosas mías, pero en aquel momento no tenía tiempo de distraerme. Entré en el pub a toda prisa.

—¿Y John? —le pregunté a mi padre al entrar.

—Arriba. Dijo que bajaría a cenar.

—¿Cómo se encuentra?

—Esta mañana cuando bajó dijo que estaba algo mejor, que bajaría a ayudarme esta tarde. Si él no puede, te llamaré. Hay una excursión de la agencia de viajes y me han dicho que pasarían por aquí. Así que esto estará bastante movidito.

—De acuerdo.

Empujé la puerta abatible que comunicaba con el recibidor de casa, saludé a Alison, a los pequeños y subí al desván.

—¿Cómo vais? —pregunté después de llamar a la puerta y abrirla con cuidado.

—Mejor —contestó John sentado en la cama, junto a Aidan.

—Estás consciente.

Me alegré al ver a Aidan mirándome.

—Ya es algo —afirmó él a modo de fastidio.

—¿Has tenido fiebre?

—No —contestó John.

—¿Y la herida?

—No sangra.

—¿Entonces?

—Reposo —puntualizó mi hermano.

—Está bien. Papá me ha dicho que bajarás a cenar y que te encargarás del grupo de turistas de esta tarde.

—Sí, así que ya sabes lo que te toca —me advirtió.

—Me tenéis como a un niño —saltó Aidan—. Creo que ya podré arreglármelas solo.

—Tú te callas —le regañó John—. Maureen se quedará contigo esta tarde, y mañana ya veremos.

—Mañana me iré a casa.

—Eso está todavía por ver —recalcó mi hermano levantándose de la cama—. Bajaré a cenar y te subiré algo de comer.

—Gracias, mamá —se burló Aidan.

John abrió la puerta y se fue. Me quedé junto a la puerta mirando cómo se iba y luego contemplé al herido.

—Yo vendré después de cenar.

—Es verdad, tú y tu hermano tenéis que turnarnos en el tema de canguro —dijo a modo de guasa.

Mentiría si dijera que no sentí un cosquilleo en el estómago solo con pensar que tenía que pasar toda la tarde con él, pero el hecho de que estuviera consciente me hacía sentir algo nerviosa. Aidan se veía un tipo duro. No era un niñato, bueno, de hecho, ningún amigo de John era niñato. Conocía a muchos amigos suyos, pero ninguno me había hecho sentir aquel nerviosismo solo con imaginármelo. Tampoco había salido con ninguno de sus amigos, todos los míos eran de mi edad.

Ya estando abajo, John me dio a escondidas un plato con parte de su cena y me dijo:

—Súbete esto. Ahora te daré algo de beber del pub.

Subí las escaleras solo hasta la primera planta. Dejé el plato en el descansillo y bajé para coger un par de latas que John me había preparado. Al subir, llamé a la puerta del dormitorio, pero no oí respuesta. Volví a llamar y tampoco. Hasta que decidí abrirla. Al entrar encontré a Aidan mirando el techo y ¡sudoroso! ¡Mierda! La fiebre había vuelto a subir. Me acerqué y, en efecto, estaba ardiendo. Entré en el baño y volví a coger toallas mojadas.

—Tranquilo… —le susurré—. Ya estoy aquí, no te preocupes.

No respondía. Tenía la mirada fijada en el techo. Busqué alrededor, por si encontraba algún medicamento de los que utilizó John la noche anterior. Pero había dos botellitas y no sabía cuál era. Mi primera reacción fue llamarlo.

—¿Le sangra la herida? —me preguntó después de contarle lo de la fiebre.

—Un poco.

—Cúrasela y dale el sobre que hay en la mesita, el de color amarillo. Luego subo.

Primero le di el sobre con un poco de agua. Me costó que se lo bebiera, pero lo logré. Después pasé a la cura. John lo había cosido bien, pero por una parte supuraba. En cuanto mis manos tocaban la zona, se quejaba gimiendo y de vez en cuando se agarraba al borde de la cama.

—Imagino que debe dolerte, lo siento —me lamenté—. Espero por tu bien que no me fallen las manos.

—¿Cómo está? —preguntó John entrando en el dormitorio a los diez minutos.

—Creo que lo he hecho bien —titubeé.

—Sí, no está mal —me tranquilizó al revisar la zona—. Mantén los paños mojados como estabas haciendo hasta ahora.

—John, ¿qué vamos a hacer? —pregunté sin saber yo misma a lo que me refería.

—Esperaremos a ver cómo reacciona —contestó sin mirarme, pero con tono preocupado—. Estaré abajo, mantenme informado.

La tarde transcurrió con normalidad. Trasladé mis deberes del dormitorio y allí pude estudiar. Apenas se movió en todo el rato, hasta que intentó girarse y se quejó.

—Ten cuidado —me acerqué a él para ayudarlo—. Espera, yo te ayudo.

—¡Dios! —se lamentó.

—¿Quieres incorporarte?

—Sí. —Intentó hacerse el duro, pero su cara lo delataba.

Le agarré por los costados e intenté moverlo. Me acerqué demasiado. Noté sus labios en mi mejilla y el calor de su aliento. Todo estaba siendo algo… incómodo, y los dos nos quedamos paralizados.

—Ya puedo —cortó el silencio—. Gracias.

—Quieres… Te traigo... —No sabía cómo seguir. De repente me entró la timidez—. ¿Un poco de agua, tal vez?

—Sí, gracias. —Se mostró algo distante.

Le acerqué el vaso, pero esta vez pudo beber por sí solo. Observé cómo se esforzaba, pero no era en el gesto en lo que me fijé. Me quedé embobada con su físico. Era guapo, era terriblemente guapo.

Maureen

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