Читать книгу Incítame - Angy Skay - Страница 10

4 Meg

Оглавление

—Suéltame, Fernando —le gruño.

—¡No me da la gana!

—Fernando, por favor, ya está bien. —Intento suavizar mi tono.

—¿Por qué no? ¿Por qué? ¡Explícamelo! —exclama exasperado.

Agotada, suspiro. No sé cómo afrontar esto, y ya está llegando a un punto en el que me resulta realmente incómodo seguir así. Cierro los ojos lentamente mientras sigue soltando pestes por su boca. En ese momento, miro hacia la izquierda. Veo que un hombre se dirige hacia nosotros. Cuando logro averiguar de quién se trata, me quedo alucinada. ¡Él es el que casi me atropelló!

Se para justamente frente a nosotros. Me mira a mí y luego a Fernando.

—¿Algún problema? —pregunta, cruzando sus musculosos brazos sobre su pecho.

Fernando lo fulmina con la mirada.

—¿Perdona? ¿Quién te ha dado vela en este entierro?

Abro los ojos desmesuradamente. Pero ¿qué hace este tío? ¡No lo conozco de nada!

—Fernando… —comienzo.

—Creo que te ha dicho unas cuantas veces que la sueltes —me interrumpe—. Ya va siendo hora, ¿no? —le advierte con cara de pocos amigos.

—¿Y quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer? —lo encara Fernando de manera despectiva.

Veo que el tipo desconocido da un paso adelante. Me atrevo a observarlo detenidamente: ojos marrones, mandíbula cuadrada, finos labios, pelo castaño oscuro corto, buena altura…, y atractivo sería quedarse corta. ¡Tiene un cuerpo de escándalo! No me fijé bien ayer, pero ahora que puedo permitirme escrutarlo con la mirada, se me hace la boca agua.

Absorta en mis pensamientos, escucho cómo Fernando me llama repetidas veces:

—¿Estás escuchándome? ¿Quién coño es este? ¿Lo conoces?

El hombre que está como un queso da un paso al frente. Se queda a escasos centímetros de Fernando y oigo cómo le dice pausadamente:

—Suéltala.

Intento ponerme en medio. Fernando enarca más sus cejas oscuras y se pone las manos en las caderas, lo que hace que la barriga cervecera que tiene se le note más. Me dan arcadas con solo mirarlo.

—Fernando… —musito, en un intento de disipar la tensión del momento.

Me suelta del codo por fin y me lo masajeo un poco con la otra mano. A cada paso que el chico ha dado, más me ha apretado.

—¿Estás bien? —me pregunta sensual, o eso es lo que me parece a mí.

Me quedo embobada mirando su boca. Cuando me doy cuenta de que eleva una de las comisuras de sus labios hacia arriba, concluyo que me ha pillado empanada. ¡Mierda!

—Sí…, sí —balbuceo sin apartar mis ojos de los suyos.

—¿Ocurre algo? —escucho una voz detrás del desconocido.

Asomo mi cabeza, ¡y madre de Dios con lo que me encuentro! Se trata de otro hombre. Tiene unos rasgos fuertes, es de su misma altura y atractivo a rabiar, como él. ¿Tendré un día de suerte? Los tres se miran.

—No, ya ha quedado todo claro —contesta el hombre que casi me atropelló.

—Está bien, entonces te esperaré en el coche —dice el que acaba de llegar, y se va, no sin antes fulminar a Fernando con la mirada.

Suspiro. Giro mi rostro hacia la persona que me habla:

—Como sigas así, al final te voy a…

—¡No! —Sueno suplicante—. Si…, si…, si quieres, puedo venir antes esta noche y… —balbuceo de nuevo, retorciéndome las manos.

—¡Por supuesto! ¡Faltaría más!

Se da la vuelta y entra en la cafetería. Suspiro, y por poco no me echo a llorar, pero caigo en la cuenta de que no estoy sola. Lo miro a través de mis pestañas y veo que está clavándome sus ojos.

—Tu novio es un poco… —comienza a decir.

—¡No es mi novio! —escupo molesta.

¿En serio? ¿Quién estaría con Fernando? Bajito, calvo y con barriga cervecera. ¡Qué asco! Además, ¡me dobla la edad!

—Pues menos mal, porque ya iba a decirte que tienes un gusto un tanto… peculiar.

—¿Y se puede saber que te importa a ti el gusto que yo tenga?

Sonríe, y yo me derrito, literalmente.

—¿Cómo te llamas? —me pregunta.

—¿Por qué quieres saberlo?

—¿Por qué no puedes decírmelo?

Ya estamos dándole la vuelta a las preguntas. Sonrío pícaramente.

—Llámame Lola.

—¿Lola? —me pregunta, arqueando sus cejas y dando un paso hacia mí.

Se junta a mi cuerpo y retrocedo un paso hacia atrás. Me mira y eleva las comisuras de sus labios, formando una minisonrisa de lo más erótica.

—Tranquila, no voy a comerte… Si no quieres, claro.

Mi corazón da un vuelco. Lo que acaba de decirme, mezclado con ese olor tan particular a macho, está volviéndome loca. Deposita dos sonoros besos en cada una de mis mejillas. No me muevo, pero sí que me ruborizo.

—Sé que no te llamas Lola —murmura pegado a mi oído. Se me erizan todos los vellos. ¿Cómo puede tener esa voz tan… sexy?—. ¿Quién era? —me pregunta de repente.

—¿Qué? —me extraño, saliendo de mi ensueño.

—Sé que causo un impacto descomunal en las mujeres —me dice orgulloso—, pero… ¿podrías contestarme?

—Te lo tienes muy creído, ¿no?

Parece ofendido.

—¿No te parezco atractivo? —insiste a escasos centímetros de mi boca.

No sé qué contestar. Mi lengua me ha abandonado. Me aclaro un poco la garganta.

—El que seas atractivo, no quiere decir que tengas que ser presuntuoso.

Hace un gesto de indiferencia. Sin duda, es el hombre… perfecto.

—No he sido presuntuoso en ningún momento. —Saca de su bolsillo una tarjeta y extiende su mano para entregármela. Se aproxima de nuevo a mí y susurra al oído—: Pero si quieres que te haga gritar como nunca nadie lo ha hecho, llámame.

Abro los ojos como platos y la mandíbula se me cae al suelo mientras un intenso calambrazo hace eco en todo mi ser. No puede ser que me haya dicho lo que creo que acabo de escuchar.

—¿Cómo te atreves…?

Pero me quedo completamente descolocada cuando no me deja terminar:

—Te aseguro que después de esto, lo demás te sabrá a poco.

Mis ojos se clavan en los suyos con firmeza. Niego un par de veces sin poder creerme lo que estoy oyendo. Muda; así es como me he quedado. Jamás me había sucedido algo similar.

Se da la vuelta, dedicándome una sonrisa de las que te arrebatan el alma, y desde lejos vocea:

—Adiós…, Lola —se despide de forma sensual.

Vale, no ha colado que me llamo Lola.

Me quedo mirando la tarjeta, pero solo veo que hay un teléfono, un correo y… «Sr. Collins». Muy bien, yo tampoco sé cómo se llama.

Llego a la casa de Pepi apresuradamente. Entro a trabajar de nuevo en dos horas.

—¡Hola! ¿Y los niños? —le pregunto en cuanto entro por la puerta.

—Hola, niña. Pablo y José están en el dormitorio, durmiendo.

—¿Y Carlos? —continúo, extrañada.

Suspira resignada.

—Se ha ido…

Cierro los ojos. No sé cómo decirle las cosas a este chico… Me agobia el simple hecho de no saber con quién pueda estar o qué pueda estar haciendo.

—Bueno, me llevo a los pequeñajos. Gracias por hacerme este gran favor —le agradezco cariñosa.

—No hay de qué. Sabes que puedes confiar en mí. ¿Quieres llevarte comida?

—No, no te preocupes. Luego cenarán allí.

—¿Y tú? —se interesa.

Sonrío con timidez.

—No te preocupes por mí.

—Sí tengo que preocuparme por ti, que estás quedándote demasiado delgada. ¿Estás bien? —Me mira preocupada.

—Sí, tranquila. Estoy segura de que todo esto pasará dentro de poco. O, por lo menos, eso estoy intentando.

Incítame

Подняться наверх