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Por fin llego a la casa de Bryan y Any. Me ha costado lo mío encontrarla, pero gracias al GPS he llegado a Fuentebravía sin ningún problema.

Bryan sale a recibirme al instante.

—¡Hombre! —exclama con el pequeño Anthony en brazos—. Mira quién ha venido. Saluda al tío Max. —Coge una de sus minúsculas manitas y hace el gesto.

—¡Hola! —saludo alegremente, y nos fundimos en un abrazo con el pequeño también.

Llevo meses sin verlos. La última vez que estuve con ellos, Anthony acababa de nacer. Noto el cambio, sobre todo en el pequeño. Los he echado tanto de menos…

—¿Cómo ha crecido tanto? —le pregunto, cogiéndolo en brazos y haciéndole carantoñas.

—Llevas mucho tiempo sin verlo. ¿Qué pretendes?, ¿que no crezca? —bromea.

—Se me hace raro verlo tan grande. —Suspiro y le doy un beso en la frente—. Bueno, cuéntame, ¿cómo lo lleváis?

Ahora el que suspira es él.

—Digamos que lo llevamos —me contesta secamente. Levanta una ceja y sonríe. Entonces se explica mejor—: Como tú comprenderás, tener un nombre que no es el tuyo es difícil, e intentar que no te reconozca nadie más todavía. Pero, cómo puedes observar, me he esmerado en ello.

Es cierto. Se ha dejado el pelo un poco más largo y se lo ha teñido de un color más oscuro. Ya no tiene esos reflejos claros que antes lo hacían tan peculiar.

—Te has puesto más… fuerte. ¿Estás machacándote más en el gimnasio?

—Sí. Además, debo tener contenta a mi mujer. —Se ríe.

—No creo que tu mujer esté descontenta contigo ni de lejos. —Me contagia la risa.

—No, yo creo que no.

—¿Y ella? ¿Está mejor?

—Sí. A veces tiene sus bajones. Ha pasado un año, pero sigue temiendo que alguien pueda buscarme. Intento tranquilizarla, aunque hay veces que no sé si lo consigo, sinceramente.

Hago una mueca con los labios. Lo entiendo perfectamente.

—Todo esto —comienzo, señalando la casa— ha sido un cambio muy brusco. Tienes que pensar que las circunstancias no fueron… agradables.

Cierra los ojos un momento y suspira. Agacha la cabeza.

—Max…, todos los días me acuerdo de lo afortunado que soy por tenerte a mi lado. Si no me hubieras llamado…

Toco su hombro y le doy un par de palmadas.

—Bryan, es pasado. No volverá a repetirse. —Intento calmar su dolor.

—Lo sé. Pero casi me muero cuando vi lo que iba a hacer.

Nunca me quedó la duda de por qué Any tuvo ese comportamiento tan repentino. Lo amaba y quería estar a su lado, costase lo que costase.

—Bryan, yo no entiendo de amores, eso ya lo sabes, pero lo que Any y tú tenéis es diferente. Os profesáis un amor descomunal y no podéis vivir el uno sin el otro. No le des más vueltas, déjalo como un mal recuerdo.

—Lo intento, créeme que lo hago. No sé qué habría hecho sin ella… —musita.

Después de nuestra pequeña conversación, entramos en la casa. Bryan entra primero y yo me entretengo en saludar a Ulises.

—¿Qué tal estás, desaparecido? —me pregunta, estrechando con fuerza su mano con la mía.

—Bien. Espero no estar desaparecido más tiempo. Estoy perdiéndome demasiados momentos con mis sobrinos —me entristezco, mirando a Anthony con cariño.

A lo lejos, veo a mis dos torbellinos jugando al escondite. Me dirijo hacia ellas y las cojo desprevenidas. Primero alzo a Lucy en volandas y le doy un beso, y después hago lo mismo con Natacha. Son los dos amores de mi vida, nunca mejor dicho. Entro en la cocina haciéndole gestos al pequeño, quien contesta riéndose a carcajada limpia.

—Tenéis que dejar de hacer niños tan guapos —les digo, haciéndole carantoñas a Anthony.

Me quedo mirándolo completamente pasmado. Sin saber por qué motivo, la chica desconocida que casi atropello aparece en mi mente.

—¿A qué viene esa cara de tonto que traes? —me pregunta Any mientras se acerca para darme dos besos.

Suspiro fuertemente.

—¡Ay! —exclamo. Bryan y ella se contemplan sin entender nada y después me interrogan con la mirada—. Creo que he encontrado a la mujer de mi vida —comento como si nada.

Los dos abren los ojos desmesuradamente y se pegan a la isla que está en medio de la cocina. Me instan de nuevo con la mirada a que hable. Yo niego con la cabeza.

—¡Vamos, habla! ¿Quién es la afortunada? —me pregunta impaciente.

—No lo sé —le contesto como si nada.

Ambos arrugan el entrecejo a la vez.

—¿No lo sabes? ¿Entonces? —Bryan insiste sin entender.

—Casi la atropello con el coche. —Reniego un poco.

Siguen contemplándome pasmados.

—¿Casi la atropellas y es la mujer de tu vida? O sea, que no sabes quién es —dictamina por mí.

Niego con la cabeza. Oigo cómo Lucy tose a mi espalda. Está apoyada en la puerta con sus bracitos cruzados en el pecho y el entrecejo fruncido. Tiene los mismos gestos que su padre.

—Tío…, tú dijiste que yo era la mujer de tu vida —me dice con retintín.

—¡No! Dijo que era yo —oigo protestar a Natacha al lado de ella, poniendo la misma postura.

Miro a Bryan y a su mujer, quienes están riéndose de mí, pidiéndoles un poco de ayuda.

—A ver cómo te las apañas. Yo tengo que hacer un pastel, que es el cumpleaños de la abuela —comenta Any, haciéndose la loca.

—Yo voy a meter las cervezas en el frigorífico —interviene Bryan—. Que te sea leve. —Me da unas palmaditas en el brazo—. Eso te pasa por querer a dos —susurra en mi oído antes de salir de la cocina.

Se va negando y riéndose a la vez.

—Gracias… Tener amigos para esto… —digo entre dientes.

Me siento en el taburete y las miro desde mi posición, embelesado.

—A ver, mis preciosas y pequeñas princesas… —comienzo, intentando calmar la cosa.

Pero me interrumpen con sus vocecillas:

—¡No! —chilla Lucy—. ¡Yo ya soy mayor! —asegura.

—¡Y yo también! —dice su hermana en el mismo tono.

Levanto mis manos a modo de rendición. Si es que son gemelas…

—¡Bien! Mis grandes princesas. Ya sabéis que el tío Max tiene mucho amor para repartir, pero —levanto mi cuerpo del taburete y me agacho para estar a la altura de las dos. Apoyo a Anthony en mi pierna derecha y lo sujeto con mi mano— vosotras dos siempre seréis las mujeres de mi vida, y eso nadie podrá cambiarlo —les garantizo.

Lucy tuerce el gesto, se pega más a mí y comienza a tocar mi brazo suavemente.

—Entonces…, nosotras seremos a las que quieres con amor verdadero, como las princesas, ¿no? —pregunta Natacha.

—Exactamente, como las princesas —convengo.

Princesas… Menos mal que son pequeñas. En este mundo, rara vez te encuentras con princesas, y si lo haces, terminan siendo unas aprovechadas engreídas que solo están contigo por tu dinero.

—Bueno, vale, no nos enfadaremos. ¿Verdad que no, Lucy? —le pregunta Natacha a su hermana.

Lucy niega con la cabeza y ambas se abrazan a mí como una lapa. Si es que tengo que quererlas. Any suelta una carcajada y la fulmino con la mirada para que deje de hacerlo. Estoy viviendo un momento maravilloso. Bryan se dirige a su mujer y la abraza por la espalda mientras comienza a repartir pequeños besos por su cuello.

—¡Oye! ¿Es que no tenéis un dormitorio? —reniego.

Bryan asiente y se da la vuelta con la fuente y la cuchara. Me mira con ojos brillantes y se mofa de mí.

—¿Puedes quedarte haciendo la tarta? Volveremos en veinte minutos.

Me río; son unos descarados.

Ulises entra en la cocina y, como si de un partido de tenis se tratara, no para de mirarme a mí y a la parejita de tortolitos que tenemos detrás. Todos, junto con los niños, resoplamos al verlos tontear. Salgo de la cocina y me voy en busca de Giselle.

—Hola… —la saludo, llegando hasta ella.

Se reincorpora en la tumbona y se quita los auriculares de los oídos. Me abraza con cariño, frotándome la espalda repetidas veces.

—Hola, mi niño, ¿cómo estás? Te he añorado mucho —me dice apenada.

—Y yo también —le contesto con afecto.

—¿Cuándo vuelves a Londres?

—Dentro de cuatro días. —Hago una mueca de disgusto.

—Bueno, espero que no tardes mucho en venir otra vez.

—Yo lo espero también. Allí estoy más solo que la una.

Niega con la cabeza y da una palmada con su mano para que me siente a su lado.

—No digas eso. Conoces a demasiada gente como para estar solo.

—Sí, gente que solo se interesa por mi dinero, Giselle —respondo agriamente.

Bryan se dirige hacia nosotros. Cuando llega a nuestra altura, me mira.

—¿Quieres venirte conmigo? Tengo que comprar un par de cosas para terminar de pintar el dormitorio de Anthony. Así te enseño la ciudad; cuando le cantemos el cumpleaños feliz a la abuela, claro está.

—Más te vale —le advierte Giselle.

Asiento y sonrío. Levanto mi cuerpo y deposito un suave beso en la mejilla de Giselle.

—Max…

Any me llama. Me giro y la veo apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados en el pecho. Siempre tan sexy... Me observa y se acerca a mí con lentitud. Dejo mi vista vagar por el horizonte con las manos en los bolsillos.

—Los años no pasan para ti. —Sonrío. Es cierto, cada día estás más guapa.

—Ni para ti tampoco —susurra.

Se junta a mí por el lateral izquierdo y me rodea la cintura con los brazos. Paso uno de los míos por sus hombros y la acerco más a mi cuerpo. Se acurruca en mi pecho y deposito un pequeño beso en su pelo.

—Te echo mucho de menos… —musita apenada.

—Yo también —le aseguro—. Espero no tardar demasiado en venir la próxima vez.

—Max —nuestros ojos se cruzan y se miran fijamente—, ¿por qué no vienes una temporada a casa? A si te piensas qué quieres hacer. Lo mismo…

—¿Y estar contigo veinticuatro horas? —le pregunto divertido, interrumpiéndola—. ¡Ni loco! —Sonrío.

—¡Oye! —Da un pequeño golpe en mi hombro y se ríe.

Un silencio extraño se crea entre nosotros. Aunque intentamos evitarlo, la mayoría de las veces es inevitable que los recuerdos asalten mi mente, y supongo que la suya también. No sé si algún día podré borrar del todo a Any de mis pensamientos. Y si tuviera que estar con ella todo el día, esto no acabaría bien. Estoy seguro.

—Max…

—No —le digo tajante—, no intentes convencerme. No lo conseguirás. —Le lanzo una sonrisa de medio lado para quitarle hierro al asunto. Sé que sabe en qué pienso.

—No me cambies de tema. Sé que… —Agacho mi cabeza un poco y me encuentro con sus ojos. Mi simple mirada hace que asienta y no continúe con lo que iba a decirme—. Está bien —claudica.

—No es que no quiera hablar contigo de ese tema, Any, pero mientras menos lo toquemos, mejor.

Noto cómo se tensa. Una lágrima cae por su mejilla y la recojo con mi pulgar. Frunce el ceño y eleva su mirada hacia mí.

—Max, me costaría cambiar mi relación contigo, pero si tú lo quieres así, estoy dispuesta a…

Pongo un dedo en su boca para que no siga diciendo incoherencias. La sitúo delante de mí y enmarco sus mejillas.

—Any, no quiero que cambies tu manera de ser conmigo por nada del mundo. Simplemente, quiero que entiendas que no podría estar una temporada aquí con vosotros, ya que me volvería loco. —Suspiro—. Os quiero demasiado a ambos, y jamás me perdonaría que volviese a pasar nada parecido a lo que ocurrió cuando te conocí.

Se abalanza sobre mí. Me da un fuerte abrazo y yo se lo devuelvo sin pensarlo.

—Te quiero, Max.

—Yo también te quiero, Any.

Apoyo mi barbilla en su pelo y exhalo su aroma. Desvío mi mirada hacia la entrada de la casa y veo a Bryan apoyado en el marco de la puerta, observándonos.

Me tenso.

No dice nada; da media vuelta y entra en la casa. No hemos tenido más percances, ni quiero tenerlos, y mucho menos con él.

—Tengo envidia de la relación que tenéis, en serio.

Alza su mirada y nuestros rostros se quedan a escasos centímetros.

—¿Tú no te habías enamorado? —me pregunta pícara. Sonrío un poco. Ante mi gesto, pone los ojos en blanco—. Pensabas con la bragueta, ¿verdad? —contesta por mí. Suelto una carcajada. Ella, en cambio, me mira mal—. No tienes remedio, Máximo Collins.

Nos separamos para adentrarnos en la casa y cantarle el cumpleaños feliz a Giselle.

A media tarde, más o menos, me encuentro a Bryan con las llaves del coche en la mano. Me mira serio. Any pasa por su lado, dándole un casto beso antes de irse.

—¿Nos vamos?

—Claro —le contesto, cogiendo mi chaqueta.

Durante el camino hablamos de la dichosa empresa. Compramos la pintura y nos dirigimos hacia el centro de Cádiz.

—Londres no es Cádiz, Max —me comenta Bryan al ver mi cara de asombro.

—Ya lo veo, ya —le respondo, examinando mi alrededor.

Entonces detiene el coche.

—¿Ocurre algo? —quiero saber.

Apoya sus manos en el volante y, con lentitud, deja caer su cabeza en él.

—Esto de la empresa me tiene estresado. No sé si quiero seguir adelante.

Exhalo un fuerte suspiro.

—Si te soy sincero, sabía que este momento llegaría. —Me mira sin entender de qué estoy hablando—. Bryan, tienes la vida estructurada de tal manera que no necesitas trabajar más. Además, te recuerdo que no puedes aparecer públicamente en ningún evento de la empresa. Si alguien te reconociera…

—Lo sé. Pero si lo dejo todo… ¿Y qué pasa contigo?

Suelto una estrepitosa carcajada.

—Yo no entro dentro de los planes de tu vida. No tienes que preocuparte por mí. Sé cuidarme solo. Además, si me lo propusiera, sabes que no tendría que trabajar en siete vidas.

—¡No digas eso! Claro que entras dentro de los planes de mi vida.

—Bryan, tú tienes una familia. Yo…

—Es tu familia también. Tú eres mi familia desde que tenías ocho años —reniega.

Suspiro y giro mi cabeza hacia la ventana.

—A veces me siento muy solo —me atrevo a decir—. No tengo con quién compartir mis problemas, con quién ir a tomarme una cerveza…

—Pues no eres un antisocial, que se diga —añade extrañado.

—Puede que últimamente sí. Estoy hasta los cojones de que la gente se pegue a mí por el dinero.

Asiente. Me entiende perfectamente.

—Max, vente a vivir con nosotros —susurra.

Me quedo en estado de shock, nunca mejor dicho. Prefiero no mirarlo directamente o notará que mi cara ha cambiado.

—¿Aquí? ¡Vamos, Bryan, no me jodas! Estoy acostumbrado a una ciudad enorme, y vas a meterme en esta miniciudad. ¡Ni loco!

—No está tan mal —se defiende ofendido.

—No, no está mal para ti, que tienes que pasar desapercibido. Gracias por la oferta, pero la declino.

—Gracias, eh… —me recrimina.

Pongo los ojos en blanco y me disculpo:

—Lo siento, estoy agobiado.

Entre nosotros se hace un pequeño silencio, hasta que habla él:

—Es por Any, ¿verdad? —me pregunta, mirando al frente. No le contesto—. Max… —me llama con calma.

Me revuelvo un poco en mi asiento.

—¿Por qué me haces esa pregunta? —Su mirada se clava en mí—. Solo estábamos hablando —me defiendo.

—¿Acaso yo te he dicho algo al respecto?

—No, pero por si piensas algo que no es, te lo dejo aclarado. —Sigo sin mirarlo.

Una presión se hace latente en mi pecho. Cuando pasó todo lo de Any, nos peleamos más de la cuenta, pero es cierto que hablamos del tema, y decidimos que yo no volvería a meterme entre ellos nunca y la cosa iría bien. Aunque me cueste asimilar que me enamoré de Any, sé que es cierto y que todavía no he conseguido sacarla de mi cabeza. Alguna que otra vez me he preguntado cómo habría sido mi vida con ella a mi lado.

—Max, en ningún momento te he dicho que cambies la relación que tienes con Any, me parece a mí.

—Pues ella no lo piensa así —refunfuño.

—No lo piensa así por tu culpa —me regaña—. Parece que quieres apartarte de ella lo máximo posible. ¿No te das cuenta de que así solo le haces daño? He estado observándote en el cumpleaños, y te has sentado en la otra punta e intentas apartarte de ella como si quemara.

—Bryan, no vayas por ahí… —le advierto, mirándolo.

—Pues explícame qué coño te ocurre. Estás… distante.

Sí. Lo estoy.

Vuelvo mi rostro de nuevo a la ventanilla para no contestar a su pregunta y a lo lejos veo a una mujer. ¡Es ella! Hay un hombre sosteniéndola del brazo. Observo cómo intenta apartarse de él, pero no lo consigue. Desmonto del coche sin decir media palabra.

—¿Adónde coño vas?

—Ahora vuelvo.

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