Читать книгу Incítame - Angy Skay - Страница 6
1 Londres, restaurante Caleta, 23.00 p.m.
Оглавление—¿Te gusta el postre? —pregunto, acercándome demasiado a ella.
—Sí… Ejem… —Disimula para separarse un poco de mí.
El gesto me molesta, pero decido no darle importancia. Hoy es mi noche.
Es la gran noche.
Agarro su silla y la arrastro hacia mí. El estridente ruido hace eco en el salón. La gente nos observa, pero no me preocupa en absoluto.
—Max…, está mirándonos todo el mundo.
—¿Y qué más da? —Pongo mi mano encima de su muslo, lo que hace que se sonroje al momento—. ¡Vamos, Marian! ¿Ahora te da vergüenza?
Aparta mi mano y me mira de malas formas debido a mi elevado tono de voz.
—Max, no es el momento ni el lugar. ¡Por Dios, compórtate!
Vuelvo a acomodar mi mano sobre su muslo, e igualmente se aparta de manera disimulada. Es toda una actriz, y piensa que no me dado cuenta. Vuelvo a intentarlo.
—¡Para! —me regaña.
—Eres una seca —digo amargamente.
Coge su copa de champán y posa sus finos labios en ella. Bebe un pequeño sorbo sin apartar los ojos de mí. Está provocándome para nada.
—Lo que se hace de rogar es lo mejor, Max…
—Y las cosas improvisadas, algunas veces, también.
Cojo un poco de nata del postre y le doy un toquecito en la nariz, manchándola. Se alarma; demasiado para mi gusto.
—Pero ¡¿qué haces?! —grita histérica, dando un pequeño bote en la silla.
Baja el tono y se sienta de nuevo al ver que todo el mundo la observa.
—Tranquilízate, Marian, que solo es nata —intento calmarla.
—¡Me has estropeado el maquillaje! ¡De verdad que no entiendo por qué haces estas estupideces!
Hace una mueca de disgusto con los labios y, seguidamente, fija sus ojos castaños en mí de forma intensa.
—¿Me has comprado esa pulsera que vimos ayer? —me pregunta coqueta.
Suspiro y recuesto mi musculoso cuerpo en el respaldo de la silla. La chaqueta me aprieta bastante. Tengo que dejar de hacer tanto ejercicio.
¡Mujeres! Siempre quieren regalos, y de los caros. Saco la caja de terciopelo azul del bolsillo de mi chaqueta. Dentro hay una fina pulsera de diamantes con forma ovalada. La coloco encima de la mesa. Marian la coge de inmediato y muestra su cara de satisfacción.
—Me ha costado una fortuna.
—¡Oh, vamos, Max! Tienes dinero de sobra —me dice sin importancia y sin mirarme. Está completamente perdida en la pulsera. Se la coloca encima de la mano y asiente alegre—. He visto unos pendientes a juego. Mañana pasaremos para que me los compres.
—Claro, cariño. —Agotado, suspiro.
Llamo al camarero y le pido la cuenta. Cuando llega, como siempre, Marian la coge y le echa un vistazo sin preocupación. Me pasa la factura a mí y sonríe.
—Toma. —Extiende el recibo—. Vas a gastarte un poquito más de tu fortuna.
—No me molesta gastarme dinero en ti. Creo que eso ya te lo he demostrado en varias ocasiones.
—Hombre, qué mínimo. Yo también tengo que aguantar lo mío con tus cosas —suelta con desprecio.
Niego con la cabeza. No tiene remedio.
Tras pagar, salimos del restaurante. Antes de cruzar la calle hacia el coche, me reajusto la chaqueta y cojo sus manos.
—Marian…
Se gira en sus tacones de diez centímetros y me echa, como de costumbre, el humo de su cigarrillo en la cara. Me molesta, pero no le doy importancia.
Como siempre…
Nunca le doy importancia.
Me quedo embelesado con su bonita figura. Está demasiado delgada. Aun así, me tiene hechizado.
—¿Qué ocurre? ¿Vamos a ir al local de Eduard?
—Sabes que no es santo de mi devoción, pero si quieres ir, iremos.
El local está lleno de gente podrida de dinero; son todos unos estirados. No me gusta nada estar en ese ambiente. Se me hace pesado y aburrido a la vez. Solo se acercan a ti por interés.
—Aunque, si lo piensas, podemos ir a cualquier otro sitio de copas. Por ejemplo, donde vamos Bryan y yo.
Pone cara de asco de inmediato.
—¡Por favor! Eso sí que es cutre. Me gustan los gin-tonics que ponen en el local de Eduard.
Asiento de mala gana. En fin, no se puede luchar contra un imposible.
—De acuerdo, iremos entonces.
Se gira para ir de nuevo al coche y la sujeto de la mano. Me mira sin entender nada. No sé por qué me cuesta tanto hablar. Estoy un poco incómodo, nervioso. No sé…, todo a la vez.
—¿Qué ocurre?
—Pues…
—¡Max! Arranca de una vez. ¿Nos vamos o qué? —Se exaspera.
Me remango un poco el pantalón y coloco la rodilla en el suelo. Ella muestra cara de horror. No se mueve, solo me mira.
—¿Qué haces? —me pregunta arrogante.
—Marian, creo que ya es hora de que demos el paso. Me tienes completamente enamorado y…
—¡Por favor, Max! —dramatiza—. ¿No se te ocurrirá pedirme matrimonio aquí? ¿En medio de la calle? ¡No seas tan miserable!
—Pero…
—Ni peros ni nada —me interrumpe—. Tendrás que pedírmelo ante mi familia, mis amigos y más gente. ¡Ya sé!, organizaremos una fiesta por todo lo alto este fin de semana.
Sé da la vuelta en dirección al coche, hablando como un loro sobre la fiesta.
—Llamaremos a un catering, ¡el más caro de todo Londres! Haremos una fiesta espectacular. Y entonces, solo entonces, podrás pedirme matrimonio. Eso sí, espero que adquieras una buena joya para mi precioso dedo, porque, si no…, te dejaré plantado delante de todos.
Parece que lo dice de broma, pero sé de sobra que sería capaz si no le llevo un anillo que la encandile.
Por un momento, pienso que estoy haciendo el gilipollas en medio de la calle. La gente me mira, supongo que con cara de pena, y no es para menos. Se detiene en la puerta del coche y me contempla, viendo que todavía sigo con una rodilla en el suelo.
—¿Se puede saber qué haces? ¡Vamos, abre! ¡No tengo todo el día! —añade desde lejos. Pulso el botón para que el coche se abra y me levanto—. Ahora te has manchado el traje. Vas a poner el coche perdido. ¡Si es que no haces nada bien!
No digo ni una palabra más, solo monto en el coche.
—¿Te ocurre algo?
—¿Debería pasarme algo? —le pregunto con sorna.
—Pues no. Creo que no te he hecho nada, así que ya puedes ir cambiando esa cara. ¡Pareces enfadado! —Suspiro fuertemente—. Siempre con los suspiritos. Arranca ya. ¡Quiero mi copa! Por cierto, ¿te ha quedado claro cómo lo haremos?
Hago lo que me dice y me dirijo hacia el club.
—Sí, me ha quedado muy claro, Marian. Fiesta a lo grande, catering, champán y pedida delante de trescientas personas. Me ha quedado clarísimo —ironizo.
—¡Así me gusta!, que hagas las cosas bien de una vez por todas.