Читать книгу Micky Ondas, un goleador de otro planeta - Anibal Litvin - Страница 12

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El asistente

Aunque a Micky el viaje le pareció larguísimo, en realidad, para los tiempos terrestres duró solamente 3,5 minutos. La cápsula siliconada cruzó el cosmos y en un momento se desaceleró y se posó levemente en un lugar llano y oscuro.

–Planeta Tierra –dijo la voz dentro del habitáculo, que inmediatamente se abrió como una flor y se desvaneció sin dejar rastros.

Allí quedó Micky parado, en el medio de un lugar desconocido, con su avatar terrestre, su mochila y todo por estudiar y descubrir.

Gracias a los conocimientos que había incorporado, corroboró que estaba pisando pasto, que era de noche, que hacía calor, que podía ver luces a lo lejos y que más allá pasaban algunos vehículos muy primitivos, que reconoció como autos y motocicletas que se deslizaban sobre una sustancia dura llamada asfalto.

Esperó un instante a que se ajustaran todos sus sentidos humanos y luego activó su GPS interno para dirigirse hacia el lugar donde tenía todo preparado para llevar una vida terrestre normal.

Estaba por iniciar la marcha cuando en ese momento ocurrió algo sorpresivo; como una chispa gigante que salió de su propia cabeza, un personaje muy luminoso, grande y colorido flotó frente a él y le dijo:

–¡Hola! Soy tu asistente y estoy aquí para ayudarte.

El ente en cuestión era una burbuja fosforescente de color naranja con pequeños rayos que brotaban de él y una cola luminosa en forma de flecha. Se mantenía en el aire, flotando frente a la cara de Micky y era similar a un rostro humano con la forma de un gran globo. Hablaba a través de una boca inmensa que al moverse también emitía rayos luminosos; tenía dos ojos muy grandes, que cambiaban su tonalidad de rojo, a verde, a azul, según las circunstancias y en donde debía estar la nariz había solo dos puntitos. Pero no parecía respirar.

–¿Quién eres? –dijo Micky, que desconocía la existencia de un asistente.


–Permíteme presentarme, Mic. Perdón… Micky, porque aquí eres Micky, perdón, comencé mal, Micky. Como te dije, soy tu asistente: Mi nombre en Tac es XQ–34–JO–RS.493, pero para que no te confundas, en el planeta Tierra pensé en llamarme Juan el asistente, para que no te olvides que soy tu asistente. Estoy aquí, dentro de tu mente para ayudarte.

–¿Vas a estar hablando dentro de mi mente todo el tiempo?

–No; aunque puedo, no lo haré. Solo hablaré cuando tú me pidas que salga de tu mente o que te ayude.

–¿Por qué un asistente? –quiso saber el chico, confundido por esa aparición impensada–. Nadie me dijo que tendría uno.

–No lo sé, me colocaron en tu mente, junto al GPS y todas esas cosas que te dio Ima. Soy un programa especial de ayuda y estoy para auxiliarte; me llamas, yo salgo. Y cuando no me necesitas yo entro en tu cabeza y espero tu nueva llamada.

El auxiliar virtual volvió a meterse en su cerebro y de pronto, una luz lo enfocó.

–¿Con quién conversas, muchachito? –le preguntó una voz humana.

Quien le hablaba era un señor de unos 50 años que caminaba por una pequeña vía de asfalto que cruzaba todo ese gran sector lleno de pasto. De la pantalla de un aparato rectangular pequeño que llevaba en la mano salía la luz que lo encandilaba.

Micky mentalmente se dijo “activar respuestas automáticas terrestres” y así pudo responder algo tan sencillo como:

–Con nadie, señor. Siempre hablo solo.

–¡Ja! Como los locos –sonrió el hombre –. Bueno querido, es muy tarde para estar aquí. Puedes ir a hablar solo en tu casa, ¿no te parece?

El hombre apagó la luz que provenía del aparato rectangular y siguió su camino mirando la pantalla y tocando con un dedo la misma a intervalos cortos.

De pronto Juan el asistente salió nuevamente y le dijo:

–Tiene razón el humano; deberías ir a tu vivienda.

–¿No era que salías solamente cuando yo te lo pedía? ¡Ve para adentro ya mismo!

–A la orden… ¿cómo debo llamarte? ¿Jefe? ¿Patrón? ¿Máster? ¿Superior? ¿Capitán? ¡Mentor! ¡Ese me gusta! ¿Te gusta que te diga mentor?

–Me gusta que no digas nada, que entres en mi mente y me dejes hacer lo que tengo que hacer.

–Perfecto mentor, Micky, mentor… Nos vemos cuando hayas llegado a tu morada.

Juan el asistente volvió a meterse en la cabeza del chico que, gracias a su GPS mental, avanzó automáticamente hacia donde tenía indicado que estaría su casa; así llegó a una calle bien iluminada y recién ahí pudo divisar todo el panorama.

Era su primera mirada de algún lugar del planeta Tierra, algo que en Tac nadie había visto jamás.

Advirtió que se encontraba en una ciudad con casas bajas y amplias aceras y pudo notar mucha vegetación a los costados de las calles, en las que transitaban pocos vehículos.

Siguiendo su camino se cruzó con uno o dos terrícolas que ni siquiera notaron su presencia pues también iban mirando sus aparatos, que Micky finalmente reconoció como teléfonos móviles. De pronto, con lógica, pensó: “Si la orden es pasar inadvertido, yo también debería ir caminando mirando la pantalla de un móvil”.

Buscó en su mochila y encontró su celular ya encendido. Ima había pensado muy bien en las cosas que le iban a ser útiles para su estadía en la Tierra.

Continuó andando y, de pronto levantó su mirada y pudo ver, brillante y redonda, a la Luna. En Tac él había observado y estudiado millones de cuerpos celestes; sin embargo, al contemplar la luna, tan plena, experimentó algo que en su planeta, donde se refrenaban los sentimientos, jamás habría podido: lo extraordinario que para él era estar allí y la sensación de percibir algo parecido al temor. Temor de que lo descubrieran, de no alcanzar sus logros o de defraudar a sus padres.

Todas esas emociones no duraban un segundo porque su OSS las atrapaba también en el planeta Tierra y es que, debajo de su avatar, por dentro continuaba siendo quien realmente era: el representante de una civilización ultraavanzada donde los sentimientos no tenían cabida y al que habían hecho cruzar todo el cosmos para estudiar, precisamente, un sentimiento.

Micky Ondas, un goleador de otro planeta

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