Читать книгу Micky Ondas, un goleador de otro planeta - Anibal Litvin - Страница 7
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Que no me toque la Tierra, que no me toque la Tierra…
Era el último día de clases en el Centro de Estudios Ultra Superiores Tron, en el planeta Tac. Tron era la universidad más importante en ese mundo tan lejano, allí donde las grandes mentes del futuro completaban su formación académica para luego encaminarse a sus destinos de grandes hechos y obras.
Tac era un pequeño planeta escondido en la galaxia Abell 1835. Estaba muy, muy alejado de la Tierra; podría decirse que se encontraba al otro lado del Universo. Era pequeño, pero muy poderoso. Allí vivían seres que, con mucho trabajo y dedicación, habían desarrollado una tecnología superior y la habían distribuido generosamente por todo los planetas que los rodeaban, para hacer de ellos un lugar mejor donde vivir.
Los habitantes de Tac eran seres de contextura fuerte y de altura mediana –un metro sesenta, un metro setenta– y los había delgados y rellenitos. Sus cabezas perfectamente redondas, como bolas de billar, albergaban cerebros con capacidades extraordinarias. Su piel era de color naranja pálido y estaba cubierta de pecas de un tono rosa suave.
Sus ojos eran brillantes y de colores flúo: celeste, verde, amarillo. Tenían narices pequeñas con una sola fosa nasal y una boca grande y carnosa que dejaba ver sus brillantes y coloridos dientes. Eran casi todos calvos, pues el crecimiento constante de sus cabezas había hecho que fueran perdiendo su cabello de generación en generación.
A diferencia de los tacs adultos, los niños tenían en su piel pecas de gran tamaño que, a medida que crecían, se iban achicando. Las niñas eran siempre más altas que los varones, unos cinco centímetros más, y sus labios eran de color turquesa. Los niños varones tenían labios de color rojo pálido.
Que no me toque la Tierra, que no me toque la Tierra…
Como principio para su rotundo éxito como civilización, los tacs habían suprimido toda clase de sentimientos. Dejarse llevar por ellos era algo peligroso y fuera de toda lógica, ya que desviaba la atención de las cosas realmente importantes: estudiar, calcular, trabajar, solucionar, inventar, construir.
Las emociones, como alegría, tristeza o frustración, habían sido dejadas de lado hacía muchísimo tiempo y en todos los aspectos de sus vidas; seguían presentes en su interior, pero no podían expresarlas. Durante siglos y siglos de evolución habían desarrollado un órgano en la parte baja de su cerebro al que llamaron Órgano Supresor de Sentimientos (más conocido por su sigla OSS). El OSS era un bulbo con forma de pera que, cada vez que un tac sentía algo como enojo, nervios, amor por alguien u otras emociones insignificantes para ellos, a través de un proceso químico atrapaba ese sentimiento y lo expulsaba mediante la respiración.
Asimismo habían acortado sus nombres propios a solo tres letras para no perder tiempo precioso que podían utilizar en el estudio, el trabajo y la ciencia.
Que no me toque la Tierra, que no me toque la Tierra…