Читать книгу Micky Ondas, un goleador de otro planeta - Anibal Litvin - Страница 15

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El pelotazo

A los pocos minutos de andar, Maite y Micky llegaron a un amplio lugar abierto que en la entrada tenía un cartel que indicaba “Club Atlético Quo Vadis”. Ingresaron al lugar mientras la voz de Juan el asistente murmuraba: “A ver, capítulo 267: Cómo andar en bicicleta; no, aquí no está…”.

Mientras estacionaban las bicicletas, Maite le dijo a Micky:

–Yo voy al sector de natación, tú puedes venir conmigo o hacer nuevos amigos. Cuando termine nos encontramos y nos volvemos juntos, ¿te parece? –y salió corriendo sin esperar respuesta.

El muchacho comenzó a caminar por ese gran predio sin rumbo preciso y, de pronto, escuchó voces. Gritos, risas, burlas. Se dio vuelta y allá, a lo lejos, vio a una cantidad de humanos jóvenes corriendo.

Se acercó y notó, con sorpresa, que estaban jugando al fútbol y pensó que en ese lugar podía haber quizá algún sentimiento desbordante.

En un pequeño terreno, con dos arcos, se enfrentaban dos grupos de chicos de unos 14 años. Decidió entonces quedarse a un costado del campo y centrarse en los sentimientos de los jugadores.

Mientras los miraba, monitoreaba mentalmente la información y armaba fórmulas matemáticas con lo que iba extrayendo del juego. Pero un grito lo sacó de sus cálculos:

–¡Ey, petiso! A nuestro equipo le falta uno, ¿quieres jugar con nosotros? No importa si no juegas bien: vas al arco. ¡Apúrate que estamos perdiendo!

Aunque internamente estaba muy emocionado por la invitación y por hacer algo nuevo, su OSS no le permitía demostrarlo. Pensando con lógica, llegó a la conclusión de que si el fútbol podía llevarlo a encontrar alguna pista importante sobre la pasión, jugarlo podría ayudarlo aún más. Así que, con espíritu de investigador, aceptó.

Saltó una pequeña cerca que circundaba el campo y fue hacia donde un muchacho de su equipo le mostró la portería, por lo que buscó en sus archivos mentales cuáles eran las acciones que un arquero debía realizar.

Fútbol, fútbol… solo encontró el reglamento del deporte. Era obvio que en Tac nadie había evaluado que tal vez él jugaría al fútbol. Pensó en llamarlo a Juan el asistente para ver si podía decirle algo. Pero todavía podía escucharlo buscando el tutorial para andar en bicicleta: “Capítulo 346.499… aquí no está”.

Fue hacia el arco sin saber qué hacer, con su OSS atrapando una gran variable de sentimientos: incertidumbre, alegría, temor, pero sin poder expresarlo.

Se paró con su metro cuarenta de estatura en la línea del arco: su única herramienta para afrontar este reto era el reglamento. Sacó conclusiones y entendió que el balón no debía entrar en la portería, pero ¿cómo hacerlo?

Mientras el partido se reanudaba, como buen tac, estudió los movimientos de los jugadores, hasta que, de pronto se escuchó:

–¡GOOOOL!

Sacudió la cabeza sin saber qué había pasado. Los jóvenes del equipo contrario festejaban y sus compañeros de equipo lo miraban con cara de pocos amigos. Se dio vuelta y vio que en la red había una pelota. ¿Cómo había llegado hasta ahí?

Luego de enredarse con la red, logró sacarla del arco. En tanto, todos los chicos del equipo contrario lo miraban y se reían de él.

–¡Saquen a ese petiso… les vamos a meter menos goles con el arco vacío, jajaja!

Su OSS estaba a punto de explotar de vergüenza y enojo, pero su órgano lo mantenía equilibrado, sin demostrar ninguna emoción. Además su avatar humano era limitado y no podía utilizar las habilidades propias de todos los tac. Pensaba en todo eso cuando escuchó nuevamente:

–¡GOOOOL!

Los jugadores contrarios se mataban de la risa y sus compañeros ya ni lo miraban.

Decidió convocar a Juan el asistente, que salió de su mente y con una sonrisa triunfante proclamó: “Listo, ¡encontré el capítulo sobre cómo andar en bicicleta!”.


–Deja eso. Necesito instrucciones de cómo jugar al fútbol utilizando mi cuerpo humano.

–Voy a tener que investigar…

–No puedo esperar, ya estoy jugando y me están haciendo un gol cada 30 segundos.

Mientras tanto, los chicos se burlaban aún más. Como Juan el asistente era invisible para ellos, solo veían a un niño petiso hablando con el aire. Y uno de ellos le gritó:

–Eh, petiso… además de mal arquero, ¿hablas con el hombre invisible?

–Seguro que el hombre Invisible ataja mejor que él, ¡jajaja!

Pero él seguía enfrascado en su charla con su colaborador, para ver si lograban alguna solución. Hasta que otro grito lo volvió a la realidad.

–¡GOOOOL!

Los contrarios se revolcaban por el piso; él trataba de pensar, pero las risas se lo impedían y su OSS trabajaba sin descanso borrando sensaciones de rabia, dolor, frustración y hasta deseos de venganza.

–Si quieres irte, puedes hacerlo. No nos estás ayudando y, además, entiendo si no soportas más esas burlas; yo no las soportaría –le dijo uno de los muchachos de su equipo.

–No, gracias, me quedaré y daré lo mejor de mí –respondió el chico, utilizando una de sus frases automáticas.

–Al menos da algo; eso ya sería un comienzo –musitó el joven con cierto sarcasmo y harto de perder por tantos goles.

Pero él no estaba dispuesto a escuchar ironías y, mientras buscaba la manera de no permitir un gol más, algo golpeó en su cabeza fuertemente.

¡PUM!


Un pelotazo le pegó accidentalmente en la frente y truncó el gol. Micky quedó atontado y un poco mareado; todo el planeta Tierra le daba vueltas.

–Al fin atajaste una, petiso, aunque sea con la cara ¡jajaja! –le gritó entre risas uno de los rivales.

El golpe de la pelota había hecho mucho más que atontar a Micky: había hecho crujir su OSS. El órgano que atrapaba sus sentimientos se había resquebrajado y sucedió lo que jamás le había pasado: por primera vez en su vida sintió a todas sus emociones correr sin límites por su cuerpo. Notó que una energía incontenible crecía por todo su ser, que era una mezcla de todas las cosas que había sentido durante el partido y que no había podido expresar, pero que también le nublaba el pensamiento lógico y estricto de todo tac.

Podía ver cómo se le reían y sentir cómo su sangre hervía. Miró el balón, que luego del golpe había caído a sus pies, miró el campo de juego, miró el arco contrario y puso la pelota bajo la suela de su calzado.

Dejándose llevar por sus emociones, sin pensar, sacó a relucir sus habilidades tac y comenzó a hacer jueguitos con el balón en la portería. Del pie a la cabeza, de la cabeza a la rodilla, al hombro, a los pies, de un pie a otro, de un hombro a otro; toda una combinación veloz de toques que hizo frenar a quienes lo estaban mirando.


Sin embargo, las burlas continuaban:

–¡Jajaja! Ahora el petiso nos quiere mostrar que sabe jugar, ¡jajaja! –dijo uno.

“¿Así que el petiso no sabe jugar?”, pensó Micky. Dejó de hacer jueguitos y salió hacia el arco contrario con el balón dominado. Todos lo miraban y seguían riéndose, hasta que uno de los contrarios se acercó para quitarle el balón y él, con un movimiento veloz levantó la pelota pasándosela por encima; cuando bajó volvió para atrás y le hizo un túnel, dejando al muchacho tirado en el piso sin saber qué le había pasado.


Mientras avanzaba los demás rivales lo miraron más seriamente y sus propios compañeros, sorprendidos. Pero él ni los veía, porque lo dominaban emociones incontrolables.

Comenzó a llevar el balón con repetidos cabezazos hacia adelante; tres contrincantes fueron a cruzarlo pero frenó milimétricamente y los jóvenes chocaron entre sí y los saltó con el balón todavía en su cabeza. Los dos contrarios que aun quedaban en pie lo esperaban, pero para ir fuerte contra él; la burla se había convertido en enojo hacia Micky que había dejado en ridículo a sus compañeros.

Al primero de ellos le hizo pasar la pelota por un costado y lo saltó por encima, parado como estaba. Cuando parecía que la iba a perder, usó una velocidad jamás vista y llegó justo con la puntita de su calzado para elevarla, pasarla de un hombro a otro, girar sobre sí mismo y dejar atrás al rival.

El segundo salió a buscarlo con cara de desconcierto. En este caso, el “petiso” pasó el balón sobre él y se arrojó en palomita por entre sus piernas, para dar un giro en el aire y caer parado con el esférico, que justamente había caído en sus pies.

Quedaba solamente el portero, que rápidamente se adelantó para achicarle el espacio de remate. Micky pateó hacia la derecha y el arquero se arrojó hacia ese lugar, pero el joven de Tac fue tan rápido que, antes de que el otro atrapara la pelota, dio tres vueltas a su alrededor, lo dejó mareado y se encaminó hacia el arco vacío.

Se acercó a la línea de gol y decidió no utilizar los pies para marcar el tanto. Se agachó, sopló suavemente el balón y este muy despacio entró en la red.


Entonces se dio vuelta, dio un salto de 360 grados en el aire, un gran giro sobre sí mismo y cuando cayó levantó un brazo con un dedo apuntando hacia el cielo con una felicidad que nunca antes había sentido.

–Gol –dijo sencillamente y observó la escena que había dejado atrás.

Los rivales tirados en el piso, algunos con sus piernas enredadas, otros mirándolo con más asombro que nunca y todos absolutamente hipnotizados por lo que acababan de ver y no podían entender.

Cuando estaba por llevar el balón al centro del campo, un silbato lejano sonó:

–Terminó el partido, a cambiarse que se tienen que ir para sus casas –gritó un profesor del club.

Todos comenzaron a moverse muy despacio, propios y contrarios, muy confundidos, sin palabras, sin entender lo que habían visto. Ian, un jugador de su equipo, se acercó y le pidió el balón. Micky se lo dio y el muchacho le dijo:

–No sé cómo hiciste lo que hiciste, estuvo espectacular pero… tendrías que haber reaccionado antes, porque perdimos 8–1.

Y se fue, dejando a Micky solo en ese terreno de juego, con todas esas sensaciones que recorrían su cuerpo. Alegría, cierto regocijo por haberle dado su merecido a quienes se burlaban de él, extrañeza por haber hecho algo impensado, fuera de toda lógica y un gran temor por no seguir su directiva principal: pasar inadvertido en el planeta Tierra.

Pero como su OSS estaba resquebrajado, podía decidir sobre sus sentimientos y decidió privilegiar la felicidad. No sabía si había encontrado algún indicio para su tesis, pero pensó en dejar ese tema para cuando llegara a su hogar.

–No está bien lo que hiciste –le espetó Juan el asistente saliendo de su mente–; te has aprovechado de que tu OSS está dañado y van a descubrir tu verdadera identidad, deberás repararlo. Además un tac no puede regirse por las emociones. Esto no te permitirá pensar claramente para tu tesis.

Pero Micky estaba fascinado por lo que sentía aunque no podía decírselo a su ayudante. Por eso, inventó al instante una respuesta absolutamente lógica:

–No estoy en Tac y estoy investigando qué es la pasión; si lo que tengo que encontrar es un sentimiento desbordante, tal vez sea mejor que quede todo así, para ayudarme a encontrar más fácilmente el resultado del algoritmo y poder volver a Tac con conocimientos importantes para nuestro mundo.

Ante tan convincente argumento, Juan el asistente no supo qué contestar y se retiró a la mente del joven.

El terreno de juego estaba vacío; decidió sentarse, apoyando su espalda contra uno de los postes y se quedó allí solo, sintiendo cosas sin ninguna otra explicación. Entonces se preguntó: “Todo esto ha sido muy novedoso pero… ¿dónde estará eso que se llama pasión? Sentir emociones ¿me ayudará a completar mi tesis?”.

Micky Ondas, un goleador de otro planeta

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