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A. Agresividad y agresión

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La agresividad y la agresión son conceptos emparentados pero no idénticos. La mayoría de las definiciones consideran que la agresividad es una posibilidad del conjunto de conductas disponibles para un organismo. Simplificando, podríamos decir que los animales y los seres humanos tenemos a nuestra disposición una potencialidad innata que se puede activar en determinadas circunstancias. Cuando la agresividad se pone en marcha, aparece entonces la agresión. La agresión sería, pues, la puesta en acción de la agresividad.

Etólogos como Lorenz (1963) consideran la agresividad un instinto presente en gran parte del reino animal que consiste en una predisposición básica o tendencia a comportarse de modo hostil en determinadas situaciones precipitantes. Esta pulsión primaria descansaría en una base neurofisiológica, derivada de las adaptaciones filogenéticas (Eibl-Eibesfeld, 1984).

Aquí entraría en juego el estudio detallado del sistema nervioso —estructuras implicadas, niveles hormonales, lesiones, genética, etc.—, tema del que no nos ocuparemos, tal y como señalamos antes. Bastará, para nuestros intereses, retener que el instinto agresivo se da en la mayoría de animales y que, en el humano, posee una entidad propia que puede alejarlo, en muchas ocasiones, de lo puramente irreflexivo.

Desde la psicología de la personalidad se define la agresividad como «una disposición temperamental que forma parte de la personalidad de un sujeto».Se considera, para nosotros de forma injustificada, que se mantiene estable a lo largo de toda la vida y que es independiente del contexto donde se encuentra el sujeto (Andrés-Pueyo, 1997).

Como decíamos, la agresión sería, entonces, la expresión de la agresividad. Consiste en una acción comportamental —atacar o acometer para herir, dañar o alterar el equilibrio o la integridad de otro— de carácter puntual, normalmente de tipo reactivo, en base a ciertas necesidades —alimentarse, por ejemplo— o frente a situaciones concretas de interacción social que son sentidas por el individuo como peligrosas, dañinas o frustrantes. Así, para Eibl-Eibesfeldt:

Agresivo es todo comportamiento por el que se impone a otro a la fuerza una relación de dominio (sometimiento), casi siempre en contra de su resistencia2.

Esta definición permitiría incluir la conducta agresiva física, con o sin intención de causar lesiones, y otro tipo de conductas agresivas que no buscan el daño o la lesión; por ejemplo, en el caso de los humanos, aquella agresión verbal, en base a argumentos y contraargumentos, que se podría dar en una discusión acalorada.

No siempre los términos agresión y violencia se distinguen con claridad. Andrés-Pueyo y Redondo (2007) señalan que la agresión es una de las tácticas que la violencia puede emplear para obtener sus fines. Otras tácticas podrían ser la negligencia, el desprecio, la manipulación y las coacciones (Krug, et al., 2002).

Obviamente, agresión y violencia pueden ir —y de hecho así sucede en numerosas ocasiones—, de la mano, si bien no siempre es así. Imaginemos una empresa o un comerciante particular que desean imponerse a su competidor. Para ello pueden implementar una agresiva campaña publicitaria, por ejemplo, pero en tal liza por la posición dominante en el mercado no entraran en juego la fuerza física o la destrucción del contrario. Por eso, en el lenguaje cotidiano, hablamos de una publicidad agresiva pero no de una publicidad violenta. En resumen: no toda agresión es violencia, pero toda violencia es agresión.

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