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TONY

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HE tenido muchos perros y he conocido muchos más, y puedo aseguraros que la familia de los ingratos no existe en la raza canina.... La naturaleza ha sido ingrata y cruel con la raza canina, dotándola de una enfermedad horrible: la rabia.... Muchas veces, con sólo ver á un perro con la lengua fuera y la mirada triste, se le sacrifica bárbaramente por si rabia....

De los perros se cuentan muchas historias que parecen inverosímiles, y son ciertas y reales como la luz del sol. Pablo González tenía un mastín de lomo rojo, ojos claros, y potentes colmillos; se llamaba Tony, y era inseparable compañero de su amo en todas las excursiones que con su jaca rabona y la escopeta colgada de la grupa hacía desde su pueblo á los montes y dehesas para comprar ganados.

Tony era un mastín inteligente, leal, fornido y dócil; frotaba su enorme cabeza en las piernas de todo el mundo; los niños del pueblo se subían á caballo sobre su lomo, y cuando se cansaba de sufrir las impertinencias infantiles, gruñía un poco, enseñaba sus terribles colmillos y se tumbaba al sol, como diciendo: Basta de juego. Todos querían á Tony, le pasaban la mano por la cerdosa cabeza en prueba de confianza, porque el mastín de Pablo, en tiempo de paz, no mordía á nadie.... En el campo Tony era otra cosa; adivinaba su misión sobre la tierra, reducida á velar por los intereses y la persona de su amo.

Pablo estaba seguro de que mientras Tony velara su sueño, no sería nunca víctima de una sorpresa; confiaba en la lealtad y la fuerza de su noble mastín.... Se veía precisado muchas veces á tratar sus asuntos en terrenos despoblados y solitarios, y en estas ocasiones Tony no se separaba una pulgada de su amo, mirando siempre á la cara de la persona desconocida, como si quisiera adivinar sus intenciones....

Pablo recibió una carta, en la cual se le citaba para el día cuatro de mayo en el monte de Val-frío. Allí debía esperarle otro tratante en ganados, y los dos juntos debían ir á ver una punta de ovejas merinas que se hallaban pastando en las cañadas de Cabeza-fuerte. El tratante salió de Guadalajara montado en su jaca, la escopeta de dos cañones en la grupa, el revólver en el bolsillo del chaquetón, un gato con veinte mil reales en oro y plata en las alforjas, y el noble y valiente Tony detrás. Siguió la carretera de Pastrana hasta el atajo de El Palomar, subió la empinada cuesta, llegando, después de hora y media de caminata, al sitio prefijado, donde ya le estaban esperando dos hombres.

Echó pie á tierra, comenzaron los dimes y diretes del que compra y el que vende, y sucedió lo que sucede con frecuencia, es decir, que no se entendieron; porque Pablo quería que la punta de ovejas merinas fueran conducidas por los pastores del vendedor al prado de Villaverde, en las inmediaciones de Madrid, y el vendedor quería deshacerse de sus ovejas en el monte de Cabeza-fuerte, que era donde se hallaban pastando. En resumen: se deshizo el negocio.

Pablo había sacado el gato, dejándolo junto á las piedras, y en el calor de la disputa, y viendo la terquedad y mala fe de su contrincante, exclamó:—Conste que, si no cerramos el trato, es por culpa vuestra; porque ya sabéis que convinimos que la entrega de las ovejas se haría en el prado de Villaverde, y allí se contarían las cabezas, pagando las que resultaran en perfecto estado de salud.—Pues no puede hacerse el trato más que aquí,—añadió el ganadero;—si no te conviene, lo dejas.—Quédate con tu ganado y yo con mi dinero, repuso Pablo....

Tony, sentado sobre su cuarto trasero, presenciaba impasible el diálogo que antecede. Pablo, irritado y refunfuñando de aquella informalidad, desató la jaca de las ramas de una encina, montó á caballo y silbó á su perro. Tony permaneció inmóvil. Mientras tanto, los dos ganaderos montaron también á caballo, alejándose de aquel sitio, pero en dirección opuesta á la que había emprendido Pablo. Tony comenzó á ladrar desesperadamente. Su amo se detuvo y le silbó segunda vez.

De pronto el mastín tomó una veloz carrera y fué á reunirse con su amo, pero sin cesar en sus imponentes ladridos. Pablo no le hizo caso, preocupado en lo que acababa de acontecerle; pero tanto y tanto ladró el perro, que por fin dirigió una mirada recelosa en derredor suyo, y dijo:—¿Qué te pasa, animal?... Tony, de dos saltos, se colocó delante del caballo, como si tratara de impedirle el paso, hasta tal punto, que llegó á ponerle sus robustas zarpas sobre el pecho.

Entonces el chalán le sacudió un terrible latigazo; pero Tony, aunque sentía el agudo dolor de aquella culebra de cáñamo que se le había arrollado por el cuerpo, no se quejó y continuó ladrando.—¡Es extraño! Nunca he visto tan fosco y tan irritado á Tony. El mastín dió una carrera, se paró á unos doce pasos de la cabeza del caballo, y se echó atravesado en medio de la angosta vereda, ladrando siempre. Cuando llegó la jaca, saltó por encima del perro para no pisar á su compañero de cuadra.

Nuevamente el perro volvió á colocarse delante del caballo, tomó carrera hasta chocar su áspera y fuerte cabeza con los redondos y blandos belfos de la jaca, que se descompuso, con grave riesgo del jinete.—Pero ¿te has vuelto loco, Tony?...—gritó el chalán, sacudiéndole un segundo latigazo más enérgico que el primero. El mastín entonces hizo presa en uno de los estribos vaqueros, y tiró con fuerza hacia atrás.

Los ojos de Tony brillaban como dos ascuas de fuego, sus gruñidos eran potentes, amenazadores; aquel noble animal representaba con hermosura salvaje la desesperación del perro á quien su amo no entiende lo que quiere decirle, y se ve privado del precioso don de la palabra. Una idea cruzó por la mente de Pablo, y descolgando la escopeta de la grupa, se dijo:—Este perro rabia. El chalán clavó las espuelas á la jaca, que llevó arrastrando al pobre Tony, sin que soltara el estribo, diez ó doce metros. Por fin Tony soltó su presa, y se quedó como enclavado en medio de la vereda.

Pablo revolvió su caballo como para hacer frente al enemigo, apuntó su escopeta, é hizo fuego. Tony exhaló un lamento doloroso, y rodó por la cañada. Pablo aplicó de nuevo las espuelas en los ijares de la jaca, que partió como un rayo, cuesta abajo, en dirección á Guadalajara. El chalán, disgustado del lance, y no queriendo contemplar la agonía de su pobre Tony, no volvió ni una sola vez la cabeza.

Cuando llegó á la posada, echó de menos el gato que encerraba los veinte mil reales. El chalán se quedó aturdido, porque aquella pérdida le colocaba en una situación difícil para hacer frente á sus negocios. Al aturdimiento siguió la desesperación; montó á caballo en su valiente jaca, emprendió á escape el camino de Val-frío, llegó en menos de tres cuartos de hora á las piedras, pero el gato no estaba allí.—¡Ah!—exclamó.—Aquí lo dejé, aquí lo puse por mi propia mano.... ¡Esos miserables me han robado!... Ahora comprendo que mi noble Tony me avisaba, me decía: «Vuelve atrás; te dejas tu dinero.» Y yo, miserable, estúpido, imbécil, he pagado su lealtad dándole la muerte. Y Pablo se golpeaba la frente y se arrancaba los cabellos.

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