Читать книгу Spanish Tales for Beginners - Antonio de Trueba - Страница 17

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—¡Tony! ¡Tony! ¡Tony!—comenzó á gritar con desesperación. Pero cada uno de estos gritos que brotaba del alma del chalán sólo levantaba un eco en los barrancos. Pablo, abrumado bajo el peso de su desgracia, se sentó en una de las tres piedras, y entonces vió con sorpresa unas manchas de sangre y la tierra movida como si se hubiera revolcado un animal. Con los ojos inmensamente abiertos reconoció el terreno que le rodeaba, y observó que aquí y allá, en dirección del monte, había manchas de sangre.

Con esa inquietud, mezcla de desaliento y esperanza, Pablo comenzó á seguir aquel rastro de sangre. De vez en cuando se inclinaba para examinar las matas, con la detención de esos hombres de la naturaleza que ven las huellas de los animales impresas sobre la yerba. Junto á un enebro se veía otra revolcadura y algunos pelos de color rojizo pegados á la mata.—Sí, no me cabe duda,—se dijo Pablo,—por aquí ha pasado Tony.... Pero ¿es esto posible?.. Yo le pegué el tiro en el atajo, lejos de este sitio, en el fondo de la cañada. El chalán continuó siguiendo las gotas de sangre y las revolcaduras del pobre animal herido. Así se internó en el monte unos cincuenta metros. Junto á una espesa maraña había otro charco de sangre; pero allí se perdía el rastro.

Pablo entró con alguna dificultad en aquel espesar, y no pudo contener un grito de asombro, de admiración, tal vez de remordimiento; porque allí estaba Tony... Tony ensangrentado, Tony moribundo, con sus potentes zarpas sobre el gato que contenía los mil duros, y su enorme cabeza apoyada en el tesoro de su amo, dispuesto á defenderlo aún después de muerto. Pablo cayó arrodillado junto á su perro. Tony le miró con tristes ojos, exhalando uno de esos débiles gemidos que preceden á la agonía.

El chalán, con los ojos llenos de lágrimas y el alma angustiada por los remordimientos, abrazó la cabeza de aquel pobre animal, y besándola respetuosamente, murmuró en voz baja:—¡Perdón... perdón, pobre Tony: yo he sido tu asesino, yo he pagado tu lealtad dándote la muerte! Tony comenzó á lamer las lágrimas que resbalaban por las curtidas mejillas de su amo. Poco á poco aquella lengua, que acariciaba á su asesino, fué perdiendo la fuerza y el calor, hasta que se quedó inmóvil y fría.

Tony, sin embargo de que la muerte había paralizado la ternura de su corazón, permaneció con los ojos abiertos, mirando á su amo. Aquellos ojos sin luz parecían decirle: «Perdona si me han faltado las fuerzas, si no he podido llevarte el dinero hasta tu casa: ya lo ves, la culpa no es mía.» Pablo permaneció una hora arrodillado junto al cadáver de su perro. Por fin se levantó, y dijo:—Tony, tu muerte será para mí un remordimiento que ha de acompañarme hasta el sepulcro.

Aquella misma tarde el noble perro fué enterrado al pie de un árbol, que desde entonces lleva por nombre «La encina de Tony.»

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