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Carta I

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A la señora Saville, Inglaterra

San Petersburgo, 11 de diciembre de 17**

No sé si te alegrará saber que NO ha ocurrido ningún percance al inicio de una aventura que siempre consideraste cargada de malos presagios. Pero es así. Todavía no ocurre nada horrible, para tu posible desencanto.

En este momento estoy ya en San Petersburgo, Rusia, y NADIE HA MUERTO.

(Sé perfectamente con qué funesta palabra debes haber completado esa frase de allá arriba: “AÚN”. Pero permíteme dibujar una sonrisa sardónica. Y hasta emitir un ligerísimo Ja. Seguido por otro Ja. No tengo intenciones de hacer el caldo gordo a tu pesimismo, Margaret. Principalmente porque el mío ya está bastante a reventar, así que NO necesito más ayuda.)

Oh, sí, es verdad, querida hermana. Todos los días, desde que me propuse esta expedición, me despierto pensando: ¿Qué demonios hago, empujando esta necedad, pudiendo estar disfrutando de mis ahorros de otra manera?

No lo sé. Es como si no pudiera evitarlo.

¿Te has sentido alguna vez así, Margaret? ¿O todo contigo es hacer comentarios puntillosos y soltar risitas explosivas? ¿Te has sentido alguna vez en tu vida como si tuvieras un deber al que no pudieras sustraerte? ¿Como si debieras tu vida a una misión, un mandato… y negarte a obedecerlo fuera como negar tu esencia?

No, supongo que no.

Te imagino ahora mismo llevándote un polvoroncito a la boca mientras lees esto. Y acariciando al gato. Y torciendo la boca en tu propia sonrisa sardónica.

Bueno. Igual eres la única a quien puedo escribirle, así que no te librarás tan fácilmente de mis noticias y mis reflexiones.

Te decía que estoy en San Petersburgo y, aunque tú sabes que lo mío no es el frío, no tengo miedo a continuar con mi cruzada. El “inútil” de tu hermano Robert está a punto de fletar un barco para conquistar el Polo Norte. ¿Te parece suficientemente buena esa misión de vida? Seguramente para estas mismas fechas, el año próximo ya habré descubierto el misterio de la atracción magnética que ejerce el Polo y mi nombre estará en la primera plana de todos los diarios científicos y las revistas de expedicionarios. MI nombre y NUESTRO apellido (aunque ahora, claro, seas la señora Saville y vivas en East End y reniegues de aquel tiempo en que ambos ordeñábamos codo a codo las vacas del establo; por cierto, salúdame a Jeremiah, dile a ese esposo tuyo que no he olvidado que hizo trampa en el cricket la última vez).

Con todo, a decir verdad… me espanta un poco el imaginar esas tierras heladas a las que pronto llegaré. Heladas y eternamente iluminadas. ¿Sabías que el sol NUNCA se pone allá? ¡NUNCA! (Dicen que una vez por año pero, para el efecto, no cuenta.)

Por suerte traje mi antifaz para dormir. El mismo con el que hago menos tediosos los viajes a Kent en diligencia.

Pero la verdad es que he tenido que trabajar mentalmente la idea. ¡Una tierra COMPLETAMENTE blanca y CIENTO POR CIENTO iluminada! He intentado quedarme viendo una pared de yeso con las cortinas corridas durante el día y sin apagar las lámparas durante la noche para hacerme a la idea. Es aterrador, créeme. Sobre todo cuando te das cuenta de que ya quieres largarte a la taberna más cercana y apenas han pasado quince minutos.

Tampoco hay tabernas en el Polo Norte, por si te lo preguntabas.

Y quita esa sonrisa de la cara.

Seguramente será una experiencia completamente novedosa. Nada que haya vivido antes se le parecerá, de eso no tengo duda. Ni siquiera la vez que me encerraste en el sótano durante aquella nevada será remotamente cercano. (Por cierto, nunca te lo agradecí, pero aprecio que hayas llamado a nuestros padres cuando mis dedos de los pies empezaron a ponerse como berenjenas.) Ni siquiera esa hermosa experiencia será parecida a lo que me espera. Tampoco esa fría tarde en que me enterraste en la arena de Black Pool hasta el cuello. (No te lo dije pero igualmente agradezco que hayas llamado a la tía Gertrude cuando empecé a ponerme, todo yo, como berenjena.)

Por cierto, estoy siendo sarcástico, hermanita (aunque espero, de corazón, que tú y el gato estén pasando un buen rato a mis costillas).

Es verdad que podría decirse que me he estado preparando para algo así durante toda mi vida. Leyendo, jugando y fumando en vez de ir a la escuela. ¿En qué esperaban mis padres que terminaría? ¿Académico en Oxford? Si antes de que me saliera el bigote ya estaba haciéndome a la mar con balleneros que podían dormir de pie sin soltar el timón y sin soltar la botella por semanas enteras.

¡Y todo por mi mala poesía!

¡Quién iba a decir que sólo embarcándome hacia el mar del Norte iba a poder silenciar en mis oídos las risas de aquellos que asistieron a mi único recital poético! (Aunque, si somos completamente honestos, en realidad dejaron de sonar cuando por fin eché por la borda a Tommy Chapman, quien se empeñó en seguirme, pero por favor no se lo cuentes a sus padres.)

Podría decirse que me sometí al hambre, al frío, la sed, la falta de sueño y los avances románticos de sujetos de doscientos cincuenta libras que no han visto a una mujer desde que sus madres los echaron de sus casas. ¡Y por voluntad propia!

Pero bueno… al final, todo valió la pena.

Aún recuerdo cuando aquel ballenero groenlandés me ofreció ser el segundo de a bordo. ¡Cuán orgulloso me sentí! (Ni se te ocurra mencionar que sólo éramos tres en el barco (después de todo era una decisión difícil para él (el tercero era su cuñado (¡por supuesto que también te lo conté!))))

Lo cierto es que ahora tendré mi propio barco y mi propia tripulación. Sólo lamento no poder contar con un amigo, un verdadero amigo, aunque sea para quitarle lo aburrido al ajedrez, que ya me cansé de jugar frente al espejo.

He de decirte también, querida hermana, que aquí al menos no hace tanto frío como esperaba. A los buenos habitantes de San Petersburgo no les importa echarse un oso encima (muerto y despellejado, se entiende) y eso ayuda bastante a combatir las temperaturas de punto de congelación. No hay frío que pueda contra un buen abrigo de oso de quinientos kopeks, liquidado en cómodos pagos mensuales (que, aquí entre nos, tal vez nunca termine de pagar por completo, pues… ¿qué terco abogado ruso seguiría a un científico inglés moroso hasta el Polo Norte?) Así que ya lo sabes. Planeo partir hacia el puerto de Arcángel en unas semanas, cuando el invierno ya vaya de salida, para encargarme del barco y de los valerosos marineros cuyos nombres han de ser ligados al mío cuando al fin sea citado en los libros de historia de las aulas inglesas.

No te estás burlando, Margaret…

¿O sí?

Eso me pareció.

Bueno. Ya te escribiré.

Con cariño,

Robert Walton

P. D. Di a Jeremiah que tampoco he olvidado aquella apuesta que se negó a pagar. Dile que si no honra su palabra, tal vez lo mencione en los libros de historia.

Frankie

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