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Carta III

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A la señora Saville, Inglaterra

7 de julio de 17**

Mi estimada hermana:

Si te llega esta carta, que espero sea así, será porque Johnny Bloomberg ha pedido licencia para ausentarse indefinidamente. Por si te lo preguntas, Johnny es un sujeto con el que hice migas durante el almuerzo el primer día de viaje.

Sé lo que estás pensando, pero no es así. Es un buen tipo.

Y seguramente me reintegrará las quince libras que le presté.

En todo caso, se ha mostrado como todo un caballero al ofrecerse a volver a Arcángel y echar la carta en el correo, aprovechando el paso de un barco mercante con el que nos hemos topado.

Como verás, son éstas unas breves líneas apresuradas que te escribo sólo para apaciguar tu inquietud por saber de la suerte de tu pequeño hermano.

O tal vez no.

De cualquier modo, en este momento los muchachos celebran una fiesta de despedida a Johnny Bloomberg y yo he aprovechado para contarte, rápidamente, cómo van las cosas.

Ahora al menos vamos en la dirección correcta, pues el contramaestre apuntó la proa por equivocación hacia el sur. (Sí, de acuerdo, ahora veo por qué aceptó cobrar un sueldo menor, pero es un buen cristiano, después de todo, jamás dice una palabrota y da forma a sus patillas diariamente.)

Y ahora que estamos platicando, el primer oficial ya no está con nosotros. A las dos horas que zarpamos nos dio alcance un buque de la policía rusa para invitarlo cordialmente (en realidad, lo sometieron entre cuatro) a contestar algunas preguntas. Resulta que el muchacho era un estafador de poca monta y era perseguido desde hacía varios años por enamorar muchachas inocentes y huir con sus ahorros. Así que ahora debe estar picando piedra en Siberia.

Lo cual no es, en absoluto, una tragedia. Los ocho que seguimos a bordo estamos convencidos de nuestra misión y actuamos como un solo equipo. Eso queda claro, principalmente, a la hora de abrir una botella de vodka (aunque no tanto al momento en que se agota).

Estoy convencido de que el espíritu de los muchachos es inquebrantable.

Ahora es cosa de todos los días ver pasar a nuestro lado enormes témpanos y ninguno de los muchachos se ha amedrentado por ello. Ya se nos rompió un mástil y también fuimos atacados por dos horribles temporales. Y los muchachos han respondido valerosamente a todo. Aunque es verdad que se la pasan haciendo chanzas en ruso que no alcanzo a comprender y que todo el tiempo están pidiendo que aumente la ración de licor, son buenos muchachos en general. (Sí, un par de ellos ya tuvieron avances románticos hacia mi persona pero los he puesto en su lugar fácilmente; basta ponerles el abrecartas que me obsequiaste al cuello para que vuelvan a sus labores sin chistar.)

El frío arrecia. Y el sol ya sólo se pierde en el horizonte por breves minutos.

La sensación de que algo terrible nos espera es muy poderosa.

En más de una ocasión he pensado que debería abandonarlo todo, volver a Londres y dejar que se me vaya la vida asistiendo al teatro y a las casas de juego. Pero la necesidad de ir en pos de mi destino me lo impide por completo. De hecho, para serte muy sincero, ahora estoy completamente convencido de que es el creador quien comanda mis actos. ¿Que cómo puedo asegurarlo con tanta contundencia? Pues bien, la prueba está en que, siempre que anoto la fecha de mi carta, me es imposible fijar la fecha exacta. ¡¿POR QUÉ TENGO QUE PLASMAR ESOS MALDITOS ASTERISCOS?! ¿POR QUÉ, SI TANTO TÚ COMO YO SABEMOS QUE ÉSTE ES EL AÑO DE 17**?

¿Lo ves? Volvió a ocurrir.

Misterio.

En fin. No me arredro, al igual que mis hombres. Llegaremos a donde tengamos que llegar.

Da mis saludos a todos allá en Inglaterra. Y dile a Jeremiah que por fin conocí a alguien con una tripa más prominente que la de él. El sujeto se llama Dimitri y seguro tiene más años que Jeremiah de no poder mirarse los pies.

Me voy porque hasta acá se escucha cómo la fiesta de despedida se transforma en trifulca de borrachos; nada que no haya ocurrido antes; de hecho, ayer mismo. Así que pierde cuidado, hermana. No pasa de que algunos terminen siendo arrojados al agua, lo cual es en cierto modo benéfico pues pone a todos sobrios en dos segundos.

Me despido.

Espero que no por última vez, querida Margaret. Pero si así fuera, ¡entérate de que aquella vez que mis padres te descubrieron besándote en el granero con Waldo Stevenson, sí fui yo quien te delató!

(No podía con eso en mi conciencia.)

(O tal vez sí.)

Con cariño,

Robert Walton

Frankie

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