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Capítulo 1

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Víctor Frankenstein narra su infancia como ginebrino y su rutina familiar, en extremo apacible. Con él viven sus padres, sus hermanos William y Ernest, más chicos que él, y su prima Eliz…

“¡Hey! ¡No tan de prisa, Frankenstein! ¿En verdad espera que crea todo ese desvarío? ¿Personajes? ¿El trazo del destino? ¿Productos de la mente de algún ser falible?”

“Crea lo que quiera, Walton, yo sólo justifico lo que está usted a punto de escuchar de mi boca. Y lo que me ha traído hasta este punto.”

“No digo que antes yo mismo no me haya sentido como si fuese otro el que dirigiese mis pasos… pero de eso a no existir…”

“Nunca dije que no existiéramos. Sólo que de distinta ma… ¡Ouch! ¿Por qué hizo eso?”

“¿Qué tan real sintió ese mamporro?”

“Acaso tan real como éste.”

“¡Ooouch! ¡No tenía que hacer eso! Yo estaba intentando demostrar un punto.”

“Da igual. Últimamente me he vuelto muy vengativo.”

“Déjeme ver esas hojas de las que tanto habla.”

“Aquí tiene.”

“‘…el horror que siente al ver a la criatura actuar por sí misma…’…recibe una carta terrible…’ ‘…se sume en la depresión pues se siente culpable…’ Dígame una cosa, Frankenstein. ¿Qué necesidad tenía, en verdad, de intentar seguir este guion? ¿Por qué no quedarse en su casa tomando el té y leyendo novelas? ¿Qué necesidad de enfrentarse al horror y al sufrimiento pudiendo ser feliz de la manera más común y más corriente?”

“¿Qué necesidad tenía usted de embarcarse hacia el Polo Norte, Walton?”

“No estamos hablando de mí.”

“Para el caso es lo mismo. No se trata sólo de fama o fortuna. ¿Cree que no le di miles de vueltas en mi cabeza? Es como una especie de deuda con el género humano. Porque el mundo no sería el mismo sin un Frankenstein, igual que no sería el mismo sin un Mozart.”

“Ehhh… no quiero parecer pesado pero me parece excesiva su comparación.”

“¿Qué habría pasado si el pequeño Wolfgang, en vez de practicar todos los días el piano, se hubiese dedicado a corretear por los jardines? Seguramente habría sido un niño feliz. Y luego un adulto feliz. Y un abuelo lleno de nietos. Acaso habría muerto a los ochenta años y no a los treinta y cinco. Pero ni hablar de que el mundo contase con La flauta mágica o la sinfonía Júpiter. Si Mozart hubiese preferido el té y las novelas y la plácida contemplación de la existencia, el mundo escucharía ‘Mozart’ y no pensaría en el mayor genio musical de todos los tiempos sino, acaso, en algún zapatero austriaco. Si yo no hubiese intentado seguir el trazo de mi destino, la gente escucharía ‘Frankenstein’ y pensaría, tal vez, en algún despacho de abogados suizos, y no en una de las piezas más significativas del terror fantástico.”

“Entiendo su punto pero… ¿por qué cree que tuvo, repentinamente, esta extraña revelación, este asombroso despertar de la conciencia?”

“No tengo la menor idea.”

“Pero alguna hipótesis habrá usted trabajado durante todo este tiempo, dado que, según indica, estas hojas no son el producto de una noche desenfrenada de láudano y narguilé.”

“Creo, ya que lo pregunta, que todos los personajes estamos predestinados a existir. Así el Quijote y Gulliver. Así usted y yo. Y que vamos adquiriendo forma en la mente de nuestros creadores poco a poco, con rasgos físicos y trama y conflicto y aventura y romance… incluso sin que ellos se den cuenta.”

“O sin que ellas se den cuenta.”

“¿Perdón?”

“Ellas. También podríamos ser el producto de una mente femenina. A mí me gustaría eso. Siempre he creído que si mi hermana Margaret escribiera un relato de terror, pondría verdaderamente los pelos de punta.”

“Me da gusto que lo mencione así porque, ahora que me escuche, verá que yo creo conocer el nombre de quien me ha soñado, pensado, dado forma. Y es una ella.”

“¿Usted cree, Frankenstein, que en el futuro si alguien dice Walton piense en el mejor de los expedicionarios ingleses y no en el fundador de una tienda de nabos y alcachofas?”

“Todo puede ser, Walton. Todo puede ser. Bueno. Como le decía…”

Frankie

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