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Paul Auster

I. Entrevista: «Nada en el trabajo está planeado»

Una voz dice mucho de un hombre. La de Paul Auster, ligeramente dulce, paciente, se acelera a medida que despegan sus respuestas, y entonces le sale su inglés neoyorquino, algo cerrado en su entonación. A menudo se ríe de sus propias reflexiones, como sorprendiéndose de lo que acaba de descubrir dentro de sí mismo; explica generosamente detalles de sus obras y estamos seguros de que contesta con la misma calidez y voluntad al experto literario que al simple lector o al encuestador ignorante. Auster debe de ser uno de los personajes de sus novelas: me refiero al ánimo taciturno y elegante que desprende, a su visión comprensiva de las debilidades humanas, a la atención sosegada por lo absurdo del azar que nos gobierna. A sus cincuenta y siete años, acaba de publicar La noche del oráculo; ya lleva escritos veinte libros, todos traducidos al español por la editorial Anagrama —el penúltimo, en este 2004, en forma de introducción del delicioso diario de Hawthorne Veinte días con Julian y Conejito—, pero parece que no pasa el tiempo por él.

—¿Le ha sido especialmente dura la escritura de La noche del oráculo tras una novela tan intensa como El libro de las ilusiones?

—Son dos tipos diferentes de libros. El libro de las ilusiones es una novela extensa. Sucede durante muchos años y en un montón de sitios. La noche del oráculo, en cambio, es una historia muy pequeña, muy compacta. Creo que es como una pieza de cámara. Fue estimulante para mí trabajar a otra escala, más pequeña, a escala intermedia, podríamos decir.

—Al acabar un texto, ¿puede pasar enseguida a la siguiente novela o necesita un tiempo para salir del mundo que acaba de crear?

—Tardo un poco en hacerlo. Me cuesta como un mes poder volver al trabajo.

—Como leemos en sus textos autobiográficos (A salto de mata, La invención de la soledad), pasó por diferentes problemas vitales y económicos antes de dedicarse a la literatura. ¿Cómo recuerda esa larga fase?

—Me acuerdo de aquello cada día. No doy nada por hecho, te lo aseguro.

—Muchos de sus personajes tienen el propósito de huir, mental o físicamente. ¿La huida es el elemento clave de toda su obra?

—En el caso del protagonista de La noche del oráculo, el escritor Sidney Orr, no. Él no quiere escaparse a ninguna parte, es feliz con su vida. Inventa un personaje, Owen, que sí tiene que escapar. Se trata de una historia dentro de una historia. Así, el narrador principal se convierte en el narrador secundario.

La noche del oráculo sucede en Nueva York, como es habitual en sus obras. ¿No considera otros lugares para ubicar la acción de sus novelas?

—He situado libros en diferentes sitios. La mayoría pasa en Nueva York, pero pienso en libros como Mr. Vértigo, que sucede en Kansas, o La música del azar, que se supone que ocurre en Pensilvania, en el campo. Aparecen diferentes lugares en mis obras, pero es que Nueva York es mi casa, es el lugar donde vivo y es el lugar que mejor conozco. Como todo el mundo sabe, es un lugar fascinante, es una fuente constante de inspiración.

—En la novela, aparece El halcón maltés con la referencia a su personaje Flitcraft, un hombre que deja su hogar después de casi morir por accidente. En el aspecto detectivesco, ¿Hammett ha sido su mayor influencia?

—Realmente no. Me gusta el trabajo de Hammett, aunque prefiero el de otros escritores. Sin embargo, fue un pionero. ¿Sabes por qué usé la referencia de Flitcraft? Empecé a pensar por primera vez en La noche del oráculo hace veinte años. He tardado un largo periodo en acabar de inspirarme. En un momento dado, en medio de la redacción de las aventuras del libro, contactó conmigo el cineasta alemán Win Wenders. Había leído mis libros y le habían gustado mucho, así que me propuso que quizá podríamos hacer juntos una película.

—¿De qué año hablamos? No recuerdo ese film.

—Esto pasó alrededor de 1990. Le dije que deberíamos pensar en algo, y él dijo que sería fascinante coger la historia de Flitcraft y de El halcón maltés y convertirla en película. Hacer algo con esa idea del hombre que escapa de su vida. Me senté y escribí el esquema de la película. Por razones que complicaron el seguir adelante con ello, como conseguir el dinero para hacer la película, hicieron que el proyecto muriese. Pero tenía las páginas de la historia en mi cabeza todos estos años, y finalmente, cuando reuní todos los elementos que compondrían La noche del oráculo, acabé por utilizar todo eso para uno de los pasajes de la novela. Por lo tanto, Filtcraft me ha inspirado durante todos estos años.

—Y hablando de influencias literarias, ¿cuáles serían las suyas?

—Muchas. Diría que escritores americanos como Hawthorne, Thoreau, Melville; también los rusos, que fueron muy importantes para mí en mi juventud, como Tolstói y Dostoievski, y otros viejos novelistas como Dickens.

—Y supongo que también la literatura francesa. (Lo decimos porque Auster vivió en París una temporada y fue el responsable, en 1981, de una magnífica antología de poesía gala del siglo XX cuya introducción encontramos en el volumen Experimentos con la verdad.)

—Sí, por supuesto, pero no debemos olvidar la poesía de Paul Celan, y a Kakfa y Beckett, que también son de gran importancia para mí. Tengo muchas fuentes de inspiración.

—¿Y qué tal con respecto al cine? Después de los guiones de Smoke y Blue in the Face y dirigir Lulu on the Bridge, ¿tiene algún proyecto fílmico?

—No lo sé. Nada en el trabajo está planeado. Nunca se sabe lo que va a pasar en la vida. Tengo en mente un par de documentales que me gustaría escribir, pero no los voy a dirigir. El mundo del cine me parece fascinante, pero no he hecho nada al respecto durante los últimos años.

—Se ha publicado en la prensa que ha participado en varios actos contra Bush. ¿Cuál es su pronóstico para las elecciones? ¿Kerry es esperanza de algo mejor?

—Definitivamente, Kerry es la esperanza de algo mejor. Es absolutamente necesario que Bush sea vencido en noviembre para que nos libremos de él. Ha sido un desastre para el país y el mundo. No sé cómo será de terrible si Bush continúa en el gobierno, pero imagino que es capaz de hacer cualquier cosa. El domingo estuve en una manifestación en Nueva York, quinientas mil personas en la calle contra Bush. Que se manifieste medio millón de personas es realmente significativo.

—Coincidiendo con el Congreso del Partido Republicano.

—Sí. A nosotros, en Nueva York, no nos gusta Bush ni el Partido Republicano, y nos sentimos insultados por que vengan aquí para hacer la convención, explotando lo sucedido el 11 de septiembre por razones publicitarias. No está bien. No deberían estar aquí.

II. Prospect Park: flores, arte y música en el corazón de Brooklyn

«He empezado a tomarle cariño a mi barrio», dice el protagonista de Brooklyn Follies (Anagrama, 2006), la penúltima novela de Paul Auster. Se refiere, en concreto, a las inmediaciones del Prospect Park, una silenciosa zona de Brooklyn —de hecho, lo que busca el personaje austeriano es «un sitio tranquilo»— que al viajero seguramente le pasará inadvertida frente a los infinitos atractivos de Manhattan, al menos en una primera visita. Pero bien merece la pena desplazarse desde la Gran Manzana, o cualquier otra parte de Nueva York, para conocer ese esplendoroso espacio verde que, además, cuenta con otros dos atractivos: el Jardín Botánico y el Museo de Brooklyn.

Así como el Central Park constituye una suerte de oasis de paz y oxígeno en medio de la gran ciudad, el visitante que pise Prospect Park podrá trazar similitudes enseguida con aquel; este es más pequeño, desde luego (unos 2,4 km²), y sus alrededores son calles abiertas sin rascacielos que otear más allá de los árboles, pero la forma en que están pensados los dos guarda similitudes; no en vano, fueron concebidos por los mismos arquitectos, Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux. Estos proyectaron el parque Prospect en los años sesenta del siglo XIX, y desarrollaron antes y después, tanto juntos como por separado, un intenso trabajo por todo el país a medida que veían cómo crecía la población y se ensanchaban las urbes, surgiendo así la necesidad, en un entorno urbano, de no renunciar del todo al contacto con la naturaleza.

Esta es la filosofía que vio nacer el idílico Prospect Park y la que se mantiene hoy en día, no sólo ofreciendo a la gente mil y una maneras de ocupar el tiempo de ocio, sino pidiendo su colaboración altruista, por medio de grupos de voluntarios, para el mantenimiento y la preservación de su bosque, de sus treinta mil árboles, de sus puentes y cascadas… Esta idea tan estadounidense de entregarse a la comunidad se hace especialmente ostensible en un parque muy orientado a la familia y a la educación de los más pequeños: en el zoológico, se realizan actos para que los niños observen muchas clases de animales; pero también se enseña a mirar hacia arriba, pues cientos de aves migratorias eligen el parque para reposar de su viaje por el Atlántico.

Ciertamente, las propuestas son numerosas: existen lugares idóneos donde celebrar aniversarios o incluso bodas; un lago donde remar o subirse a un barco en el que dar una vuelta mientras se degusta una copa de vino y unas rodajas de queso; una pista de patinaje sobre hielo —el Lakeside Center, abierta cuatro meses al año— y diversas áreas en las que practicar un gran número de deportes. Toda esta actividad al aire libre, claro está, se intensifica en verano; el plato fuerte entonces es su festival anual, que acoge veinticinco conciertos gratis durante nueve semanas; se trata del Celebrate Brooklyn, que este año inauguró Isaac Hayes; mientras que, en otro rincón del parque, se pudo escuchar un recital de la soprano Angela Gheorghiu y el tenor Roberto Alagna, junto con la Metropolitan Opera Orchestra and Chorus.

En el noreste del Prospect, y sólo separado por una larga avenida que lo corta de lado a lado, se halla el Jardín Botánico, fundado en 1910, que, como bien refleja su «Guía de programas», presenta una enorme cantidad de eventos para niños y adultos. Pasear por él es un regalo para la vista, tal es la variedad y belleza de flores y árboles, más de diez mil clases de plantas de todo el mundo; hasta tiene una especie de mini Palacio de Cristal en el que, justo el día en que curioseaba por allí este viajero que escribe, se celebraba una elegante ceremonia nupcial, frente a un pequeño lago con motivos orientales.

Al igual que el Prospect, el Botanic Garden también está pensado para proporcionarle al visitante un contacto directo con la naturaleza: se anima al caminante a tocar y oler las diferentes fragancias de las flores, a pararse frente al Shakespeare Garden, donde se reúnen todas las flores mencionadas por el poeta en sus obras, a que los niños descubran el hábitat de los patos y tortugas que viven allí, a conocer las hierbas medicinales y culinarias del Herb Garden, a penetrar en el invernadero lleno de plantas tropicales. Un Edén botánico, en definitiva, que además se aliña con un fondo musical en el periodo estival: «June is Rose Month», dice el lema del Jazz & Roses, una serie de conciertos que cualquiera puede disfrutar tumbado en la hierba, rodeado de cinco mil rosas de mil cuatrocientas especies diferentes, a la hora del atardecer.

¿Concebiría alguna de sus Hojas de hierba Walt Whitman, que tanto tiempo vivió en Brooklyn, en algún lugar del Prospect Park? Los Estados Unidos que vio de cerca el escritor, asistiendo a los heridos de la Guerra Civil de 1862, están bien representados en otro de los alicientes de la zona: el Brooklyn Museum, uno de los más grandes y antiguos de la nación. Construido a finales del siglo XIX, su fachada muestra un aspecto colosal y, en cuanto se cruza la puerta, una serie de hermosas estatuas de Rodin te dan la bienvenida en el gigantesco vestíbulo.

Son ocho dólares de entrada bien aprovechados, porque visitar los cinco pisos del edificio es un viaje por el arte de bastantes épocas y civilizaciones: quedan representados el arte africano, latinoamericano, asiático, europeo, egipcio, islámico, europeo y de las islas del Pacífico, a veces tanto tradicional como contemporáneo. Sin embargo, las salas del quinto piso, donde se aprecian los cuadros y las estatuas estadounidenses —más algunos objetos, ya reliquias, de la vida cotidiana de antaño—, parecen desordenadas, pese a su intención de establecer cierta cronología, desde el significativo cuadro de Francis Guy Winter Scene in Brooklyn (alrededor de 1820), pasando por las piezas que abordan la vida de los indios y los retratos de los primeros presidentes del país, hasta el nonobjective art y las tendencias a partir de 1945.

Esta isla de flores, música y arte en el corazón de Brooklyn resulta verdaderamente vigorizante. Quién sabe cómo afecta al ánimo el sitio en que uno vive, pero lo cierto es que al protagonista de Brooklyn Follies, instalándose a una manzana del Prospect Park, la vida le dará un vuelco. Había acudido allí buscando un sitio donde morir en paz, y la paradoja para él es que el barrio —y sobre todo el contacto con las gentes que respiran el aire procedente del parque— le proporcionará justo lo contrario: el sabor, renovado, de una existencia plena.

III. Un grande en el bolsillo

No podría ser más que en la Feria de Frankfurt [del año 2011], con su hervidero de citas exprés y negociaciones, donde se ha acordado un asunto menor (literario), pero de gran importancia (comercial) tanto por el protagonista como por las ventas que genera: la editorial Seix Barral lanzará una biblioteca Paul Auster (1947) en formato bolsillo de toda su obra. Aunque, en Anagrama, que ha publicado todos sus textos, incluidos los guiones cinematográficos, crónicas biográficas, ensayos y hasta poemas, verá la luz su próxima novela en 2012, algo que siempre supone un acontecimiento, pues Auster, siempre fiel a sus huellas narrativas —como la ciudad de Nueva York y la casualidad—, siempre acaba sorprendiendo.

Este rastro es identificable ya desde su primer libro relevante, Trilogía de Nueva York (1985-1986), cuando asoman los ítems que luego explotará: la falta y pérdida de dinero, el sexo enamorado, el clima de cine negro, el béisbol, Hawthorne, París, el azar amable y cruel, la soledad, el cuaderno hallado que abre enigmas… Y junto con estos elementos, siempre el tema de la huida.

Así ocurre en la que tal vez es su mejor novela, El Palacio de la Luna (1989), y también en las magistrales El libro de las ilusiones e Invisible; o en entretenidas historias como La música del azar, Leviatán, La noche del oráculo y Brooklyn Follies (la última, Sunset Park, es menos lograda); y asimismo en las de corte experimental, caso de la metaliteraria Viajes por el scriptorium y la fantasía de anticipación bélica Un hombre en la oscuridad. Una carrera fabulosa al alcance, en edición pocket, a partir del próximo febrero.

IV. Los versos del azar

Antes que en los años ochenta surgiera la voz narrativa de Paul Auster, una de las más atractivas y coherentes que hemos conocido en los últimos treinta años, otra voz habló en el mismo hombre: concisa y densa, estaba hecha de versos, y estos formaron poemarios breves que crecieron en los setenta: «Radios», «Exhumación», «Escritura moral», «Desapariciones», «Efigies», «Fragmentos del frío» y «Aceptando las consecuencias». Títulos que ignorarán incluso la mayoría de los incondicionales de Auster —y son legión— pero que serían instrumentales para que naciera La trilogía de Nueva York. Muy significativamente, esta Poesía completa (Seix Barral, 2012) acaba cronológicamente con un escrito que podríamos considerar poemas en prosa, datados en 1979: «Espacios blancos».

He aquí la transición del poeta al prosista. Hace quince años, Doce ya había ofrecido en castellano el libro austeriano de poemas y ensayos de 1970-1979 Groundwork con el nombre de Pista de despegue. Ahora, en la introducción, detalla que aquel término puede interpretarse como «cimiento, trabajo preliminar o, incluso, trabajo de “preparación”. A primera vista, el título no puede ser más explícito: el poema, o el ensayo, como preludio y cimiento de lo que más adelante dará en relato y prosa de ficción». Incluso el propio Auster ha declarado que la escritura poética le llevó a la narrativa. Unos poemas, sin embargo, que no pueden ser más distintos que sus tramas novelescas, claras y fluidas pese a estar encuadradas en complejas estructuras: poesía oscura, según él mismo, muy influida por los simbolistas franceses desde que de joven empezó a traducir a Baudelaire, Rimbaud y Verlaine.

Doce realiza un paralelismo entre la mirada del fotógrafo Auggie Wren, de la película Smoke, y la mirada poética de Auster. Una escena, la de este personaje que fotografía cada día la misma esquina de una calle de Nueva York, que sintetiza las inquietudes literarias de Auster, ya sean poéticas o narrativas: «los problemas del azar y la identidad, la disolución del yo en el discurso, la distancia entre mundo y lenguaje». De ahí que el inicio de cada poema sea una invitación enigmática, unas palabras casi tomadas por azar, como dice tan acertadamente su traductor, que arrastran al resto hacia un desarrollo poemático muy personal, complicado en su sintaxis y metáforas: la otra cara de aquel que abandonó la poesía y la dramaturgia cuando sintió, como ha contado, una «revelación» y se adentró en la narrativa.

V. El recuerdo tedioso

El espléndido memorialista de La invención de la soledad, A salto de mata y Experimentos con la verdad, impudorosamente atractivo, con una fuerza autobiográfica incomparable, Paul Auster, ha perpetrado un texto que no hace justicia a su gran carrera. Ha seguido la senda de su último libro, Diario de invierno (2012), en el que se revisaba a sí mismo a partir del estudio de su cuerpo en la que consideraba la última estación de su vida. Aquel texto, en algunas ocasiones superfluo —como cuando detallaba su enamoramiento por su mujer— y casi siempre original y audaz, había sido la guinda al pastel de una narrativa llena de aciertos en lo que respecta a literaturizar las emociones.

En cambio, este Informe del interior (Anagrama, 2013; traducción de Benito Gómez Ibáñez) presenta a un Auster que ha hecho un ejercicio memorístico demasiado personalista: él de niño, adolescente, joven, pues «a tus sesenta y tantos años persisten vestigios, el animismo de tu primera infancia aún no se ha desterrado por completo de tu intelecto». Pero lo contado se reduce a recuerdos insustanciales, de dudoso interés para los demás y que son asuntos comunes de la época: televisión, juegos, películas, la escuela; más el descubrimiento de la muerte, de la pobreza ajena, de la lectura; los Estados Unidos de los años cincuenta como telón de fondo; y el judaísmo, el alejamiento de los padres, los campamentos de verano… No ayuda la elección de la segunda persona como punto de vista narrativo; en Diario de invierno tal cosa había sido un aliciente literario más; aquí es un lastre, y la lectura se hace muy tediosa.

Más cuando Auster lo estropea aún más al empeñarse en contar dos filmes al dedillo: El increíble hombre menguante y Soy un fugitivo, y también al transcribir unas cartas que un buen día su exmujer, la escritora Lydia Davis, le envió con motivo de una donación a una biblioteca. Esto le cogió en plena escritura de Informe del interior, y entonces decidió colocar las misivas que él le había enviado en la etapa de sus estudios en la Universidad de Columbia y su viaje a París. El libro se cierra sin mayor fortuna al reproducirse fotografías de acontecimientos sociales o películas para relacionarse con el texto precedente, aunque son un parche más a un libro hecho de nostalgias blandas e información que, visto el resultado, solo competían al propio Paul Auster.

VI. El regreso a la ficción

En Informe del interior, donde aparecía un Auster que había hecho un ejercicio memorístico demasiado personalista: él de niño, adolescente, joven, mirándose al espejo de un hombre ya en la sesentena, provocaba un sabor amargo que se enfatizaba por el hecho de que Auster llevaba un considerable tiempo sin publicar una novela —la última era la irregular Sunset Park (2010)—, por más que en su caso las fronteras entre los distintos géneros narrativos no están claras. Así, en los dos libros aludidos practicaba un punto de vista en segunda persona que daba un toque estilístico muy atrayente en el primer caso pero tedioso en el segundo. Nuestra esperanza ahora radica en que aquellas nostalgias blandas e informativas que habían nutrido Informe del interior desparezcan para ver de vuelta al narrador magistral de La trilogía de Nueva York, El Palacio de la Luna o El libro de las ilusiones.

Tal cosa quizá suceda el próximo septiembre [del 2017], cuando Seix Barral publique su novela de muy singular título, 4 3 2 1, que acaba de aparecer en Estados Unidos y Reino Unido, después de que todas las anteriores obras del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006 hubieran visto la luz en la editorial Anagrama (salvo su Poesía completa, ya en Seix Barral, 2012). Las informaciones al respecto nos hablan de una historia en que Auster ahonda en uno de sus temas clave: la red de coincidencias y simultaneidades que dan como resultado un destino sorprendente en la vida de sus personajes. Un destino que, más allá de entender, cabe aceptar afrontándolo con la aventura de embarcarse probablemente en relaciones arriesgadas. 4 3 2 1 cuenta así cómo Archibald Isaac Ferguson, nacido como el propio escritor en 1947, en un hospital de Newark, experimentará una suerte de desdoblamiento con cuatro personajes más que comparten el mismo nacimiento y ADN. Como en muchas de sus obras, aquí también habrá un paralelismo entre el sino de los personajes y la historia de los Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX; por ejemplo, en cuanto a las reacciones de los personajes acerca de acontecimientos señeros como las revueltas estudiantiles o el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy. Y todo con un Archibald que se convierte en cuatro existencias «paralelas y totalmente diferentes», «cuatro chicos que son el mismo chico». A vuelapluma, semejante argumento constituye todo un reto de imaginación y estructura narrativa de primer orden para alguien que hace unas semanas ha alcanzado los setenta años. Empieza la cuenta atrás a la espera de leerlo en español: 4, 3, 2, 1…

VII. La obra de toda una vida

Paul Auster surge en este libro autoanalítico, Una vida en palabras. Conversaciones con I. B. Siegumfeldt (Seix Barral, 2018), junto con su faceta de narrador que ha alcanzado un grado de originalidad inigualable en las últimas décadas. Todo se produce a partir de una serie de conversaciones con la profesora danesa I. B. Siegumfeldt, que demuestra el absoluto conocimiento que tiene de la obra del autor de Nueva Jersey —está siempre brillante, pero no cuestiona las obras, siempre las ensalza, y Auster tiene varias muy irregulares—, amén de una gran capacidad para sugerir modos de reflexión que empujen a revisar libro a libro toda esta maravillosa trayectoria. De este modo, Una vida en palabras, título tan simple como adecuado (traducción de Benito Gómez Ibáñez), es una formidable vía para adentrarse en sus diecisiete novelas y cinco libros autobiográficos, es decir, la casi totalidad de sus creaciones.

Es una lástima sin embargo que un trabajo tan bien concebido y llevado a término, pues en él se nota que Auster se implicó por completo, preparando fragmentos de su obra a modo de ejemplos de lo que se iba explicando y meditando profundamente sobre sus personajes y otros muchos asuntos literarios, no alcanzara la última obra, la extensísima 4 3 2 1 que vio la luz el año pasado. En la línea de toda su trayectoria, en que destaca como como uno de sus temas clave la red de coincidencias y simultaneidades que dan como resultado un destino sorprendente en la vida de sus personajes, esta novela contaba cómo el protagonista experimentaba una suerte de desdoblamiento con cuatro personajes más que compartían el mismo nacimiento y ADN. Algunas reflexiones sobre semejante reto hubiera sido deseable que hubieran aparecido en estas conversaciones, que en todo caso nos colocan a un Auster entre informal y filosófico, un Auster que reivindica su vena poética y para quien todo es «incertidumbre», cada proyecto literario un nuevo inicio con las mismas inseguridades y dudas.

Las charlas se realizaron entre los noviembres de 2011 y 2013, es decir, cuando Auster preparaba la irregular Diario de invierno, en que se revisaba a sí mismo a partir del estudio de su cuerpo en la que consideraba la última estación de su vida, e Informe del interior, un ejercicio memorístico demasiado personalista: él de niño, adolescente, joven, mirándose al espejo de un hombre ya en la sesentena. Atrás quedaba el escritor magistral de La trilogía de Nueva York, El Palacio de la Luna o El libro de las ilusiones, sobre los que Auster habla aquí en lo que constituye una joya para los amantes de su literatura. La confluencia entre realidad y ficción, la ascendente importancia del erotismo a lo largo de su trayectoria, los elementos metaficticios, su tendencia al collage narrativo…, mil y un detalles aparecen incluso interesantes para quien no haya leído ninguno de sus libros, pues penetran en temas que, en sí mismos, son materia artística de primer orden y que fueron determinados cuidadosamente con la ayuda de la lectora más inmediata de Auster, su mujer la escritora Siri Hustvedt.

El fruto de la vida diversa

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