Читать книгу El fruto de la vida diversa - Antonio Montesinos Gilbert - Страница 21

Оглавление

Pearl S. Buck: China en el corazón

«Nunca imaginé que viviría el último asedio de la mayor ciudad amurallada del mundo, ni que me casaría con la hija de una de las familias más antiguas y aristocráticas de Pekín.» Habla David Kidd, en la introducción de lo que fueron las memorias de su estancia en China entre los años 1946 y 1950: Historias de Pekín (Libros del Asteroide, 2006). Había llegado allí desde su pueblo de Kentucky tras estudiar cultura china en la Universidad de Michigan y, en efecto, iba a vivir una gran aventura: a padecer, en carne propia y a la vez desde la privilegiada óptica de un extranjero, los años de transición que convertirían a la China más tradicional en un país comunista regido por un sanguinario poder dictatorial.

Decía, muy a propósito, «memorias» pequinesas, pues, más que de un libro que pretenda, en primera instancia, captar el ambiente de una época, al modo por ejemplo del narrativo y autobiográfico «Adiós a Berlín», de Christopher Isherwood —el segundo de sus textos que formarían las Historias de Berlín del periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial—, creo que se trata sobre todo de una serie de recuerdos personales que tienen, como telón de fondo, la consolidación del nuevo régimen político-policial. Así, es desde el inquietante anecdotario del entorno de Kidd, desde lo particular, como entendemos algo tan complejo de describir: el advenimiento de unas reglas sociales que eliminan todo lo anterior para imponer un nuevo criterio, represivo y amenazador, cuando no criminal.

En el prólogo a esta edición, el profesor universitario de Estudios de Asia Oriental y autor del reciente Made in China, Manel Ollé, cita a algunos autores notables que residieron en China —Pierre Loti, Paul Claudel, Saint-John Perse, Pearl S. Buck— y explica cómo «David Kidd vivió un momento crucial de la accidentada historia de la China del siglo XX desde una posición insólita». Dicha posición era fruto de su matrimonio con Aimee Yu, hija de un prestigioso juez que estaba a punto de morir; una muerte que coincidirá con el inicio del fin: la lujosa mansión en la que la familia vive y ha acogido a Kidd, que trabaja como profesor de inglés, se transforma en una atalaya donde contemplar el desmoronamiento de las jerarquías, las riquezas, las libertades, las tradiciones milenarias.

«La ciudad nos invitaba a quedarnos, a instalarnos en una preciosa casa antigua, a disfrutar de sus patios a la sombra de los cedros, a organizar fiestas para admirar la luna o los jardines cubiertos de nieve. Pekín tenía el poder de tocar, transformar y embellecer a todos cuantos vivían entre sus antiguas murallas», dice Kidd al rememorar su llegada. Cuatro años después, tras sufrir acosos, detenciones, chantajes, se trasladaría con Aimee a Estados Unidos, para luego separarse. Su vuelta a Pekín, en 1981, cuando por entonces dirigía una escuela de arte japonés en Kioto, sería la ocasión para confirmar lo que se vislumbraba: el antiguo esplendor arquitectónico había sido sustituido por edificios funcionales, y las matanzas a las familias más antiguas de la ciudad se cobraron, se decía, medio millón de personas. Un genocidio selectivo que, por vía de la terminología política al uso, se había llamado revolución cultural.

Algo que conoció muy bien Pearl Comfort Sydenstricker Buck, cuyo nombre chino fue Sai Zhenzhu, el mismo que está inscrito en su sepultura, bajo un fresno del jardín de su casa en Vermont desde 1973. Hoy, su legado se mantiene vivo gracias a la Fundación Pearl S. Buck, que acoge y educa a niños amerasiáticos indigentes. Pues estas constituyeron las pasiones de la que fuera, en 1938, premio Nobel de Literatura: China y el cuidado de los más desafortunados. Por algo la biógrafa Hilary Spurling subtitula su libro sobre Buck Enterrar los huesos (Circe, 2013; traducción de Roser Berdagué), pues la pequeña Pearl vio morir consecutivamente a sus tres hermanos, a descubrir bajo tierra huesos de niños muertos en una China mísera, donde lo fantasmal se imponía tras lo mortuorio.

Spurling recorre con precisión la vida de Pearl S. Buck, empezando por cómo sus padres viajaron a China como misioneros a finales del siglo XIX, y sigue a la familia de ida y vuelta a los Estados Unidos varias veces. En 1901, por ejemplo, regresan a su hogar de West Virginia, Pearl con nueve años, en realidad desde una zona en guerra donde se asesinaba a cristianos y extranjeros, lo cual no impedirá que el padre, un fanático llamado Absalom —cuya desconfianza hacia las mujeres le hacía considerar que estas carecían de alma— reanude su peligrosa misión al año siguiente, aun fracasando a la hora de convertir al catolicismo a los lugareños.

Conoceremos a la Pearl que antes de los diez años ya ha decidido ser escritora, a la adolescente obsesionada con Charles Dickens, a la que en Zhenjiang vio cosas atroces que «volverían a emerger a la superficie décadas más tarde en sus libros», a la que recorre Shanghái ya plenamente adaptada —escribió en inglés lo que pensaba en chino, dijo un crítico sobre su primera novela, Viento del este, viento del oeste—, a la que concibe en Nankín La buena tierra (premio Pulitzer), que cambió la concepción que se tenía de China en Occidente, pues los prejuicios degradantes hacia el país asiático se desmoronaron al conocer su durísima realidad… Toda esta obra está hoy muy olvidada pese a que todavía es útil para abordar aquella China cotidiana y rural, pero «en su tiempo la leía todo el mundo, desde los políticos hasta los que limpiaban sus despachos».

El fruto de la vida diversa

Подняться наверх