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Arthur Bradford: amores perros

Cuando uno goza con un libro de género tan exigente como el cuento, y ese libro irradia el resplandor de eso que llaman voz propia, no resulta exagerado entusiasmarse ante el descubrimiento: ha nacido una estrella en el idolatrado firmamento yanqui, pero esta vez es de verdad, sin condicionantes adicionales. ¿Quieres ser mi perro? (Mondadori, 2004) es literatura con mayúsculas aunque esté firmada por un joven que hasta ahora había publicado unos cuantos relatos en revistas. Se llama Arthur Bradford (Maine, 1969), y su interesante biografía ayuda a entender esta eclosión de la parte de la sociedad estadounidense más marginal y su fantasía más desconcertante y absurda.

Bradford parece haber salido de un grupo de rock de Seattle, o de una de esas películas que retratan los talleres literarios universitarios (Jóvenes prodigiosos) o la crítica musical (Casi famosos). En las entrevistas, ofrece el aspecto tranquilo del que ha escrito mucho para atreverse a seleccionar unas cuantas historias, del que no se sabe escritor pese a escribir, y no sólo narrativa, sino guiones de cine. Su documental How’s Your News? (2002) fue el fruto de su trabajo durante casi una década en un centro para adultos incapacitados. También gracias a esa experiencia se habrá enriquecido el presente Dogwalker (2001), que ya nos seduce desde la fantástica portada de la diseñadora Luz de la Mora.

Destaco el detalle gráfico porque no se suele citar a los que inventan la imagen primera que obtendremos del libro de turno, y porque el impacto inicial tiene su continuación en la maestría del contenido. ¿Quieres ser mi perro? es un libro redondo, por su homogeneidad estilística, por el narrador que entretiene como si nos hablara en voz alta, quedándose con lo elemental de los gestos y las palabras de sus personajes. Asistiremos a situaciones raras, en algunos casos disparatadas, que nos arrancarán una sonrisa o una mueca de asco, pero siempre obtendremos la satisfacción de haber leído una historia bien contada con escasos recursos y el máximo de intensidad.

Más que un libro divertido a secas, hay en él un trasfondo de comicidad dramática. En un entorno de pisos compartidos en los que se insinúa un clima de jipis modernos y una pobreza de la que no se hace alarde, el protagonista, por lo general un tipo de temperamento discreto, tolerante aunque no indiferente, contempla aturdido sucesos extraños y a la vez profundamente humanos en las reacciones que suscitan. Todo ello en relación con asuntos cotidianos más o menos inofensivos («El colchón», «Un invierno en el sur», «La casa de Alan Matthews»), a peripecias hirientes («Bill McQuill», «La sierra y la manzana», «La escuela para ciegos de Texas») y, al fin, alrededor de cachorros mutantes («Caragato») cuando no de canes de tres patas («La perra de Roslyn» y «El pequeño Rodney») y hasta de un «niñoperro» («Perros»).

Lo dicho: ha nacido una estrella, y viene acompañada del mejor amigo del hombre.

El fruto de la vida diversa

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