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LA HISTORIA DE LA GALIA
(FRAGMENTOS)
1
[1 ] Los galos tomaron la iniciativa en atacar a los romanos y se apoderaron de Roma, con excepción del Capitolio, y la incendiaron. Camilo 1 los venció y los expulsó, y con el tiempo, los volvió a derrotar en un segundo intento de invasión y celebró el triunfo por este motivo a los ochenta años de edad. Un tercer ejército galo que invadió Italia fue destruido también por los romanos bajo el mando de Tito Quintio. Después de esto, los boyos, la tribu más salvaje de los galos, atacaron a los romanos. El dictador Gayo Sulpicio en persona les salió al encuentro con el ejército y se dice que utilizó la siguiente estratagema. Ordenó a los que estaban colocados en la primera línea que, disparando a un tiempo sus lanzas, se agacharan de inmediato hasta que las lanzaran los de la segunda línea, los de la tercera y los de la cuarta, y que, a medida que las fueran lanzando, se agacharan para que no les hirieran las lanzas, y que, cuando los últimos las hubieran lanzado, se levantaran a un tiempo todos juntos y trabaran combate de inmediato dando fuertes gritos. Pues pensaba que el tener que esquivar tantas lanzas seguido de una carga rápida aterrorizaría a los enemigos. Las lanzas eran semejantes a las jabalinas y los romanos las llamaban «pilas» 2 , tenían cuatro caras, la mitad de hierro y la otra de madera y eran flexibles excepto en la punta. De esta forma, todo el ejército de los boyos fue destruido por los romanos.
Popilio derrotó a otras tropas galas y, después de aquél, [2 ] Camilo, el hijo del anterior Camilo, derrotó a las mismas. Emilio Papo también erigió trofeos sobre los galos. Poco antes del consulado de Mario, una horda de galos mucho mayor y más belicosa, la más temible, sobre todo por el vigor corporal de sus componentes, invadió Italia y la Galia, derrotó a algunos cónsules romanos y destrozó sus ejércitos. Mario fue enviado contra ellos y los destruyó a todos. La última y más grande de las guerras emprendidas por los romanos contra los galos fue la que se llevó a cabo bajo el mando de Gayo César. Pues durante los diez años de su campaña se enfrentó a más de cuatro millones de hombres salvajes, considerados en total, y de éstos, un millón fueron hechos prisioneros y otros tantos muertos en combate. Sometieron a cuatrocientas tribus y más de ochocientas ciudades: algunas, que habían hecho defección de su alianza, y otras, apresadas por primera vez. Antes que Mario, Fabio Máximo Emiliano con un ejército muy pequeño combatió contra los galos y mató a ciento veinte mil en una sola batalla, perdiendo sólo a quince de los suyos. E hizo esto a pesar de que sufría por causa de una herida reciente, pasando entre los cuerpos de tropas, animándolos y mostrando cómo había que combatir a los bárbaros, unas veces en carro y otras a pie, sostenido por los brazos de otros.
César, al comenzar la guerra contra ellos, venció a los helvecios [3 ] y tigurinos, que eran unos doscientos mil. Los tigurinos anteriormente habían vencido a un ejército romano mandado por Pisón y Casio y lo habían enviado bajo el yugo, según testimonia Paulo Claudio en sus anales. Labieno, lugarteniente de César, venció ahora a los tigurinos y a los demás los venció César, así como a los tricorios que les ayudaron. Después venció a los germanos acaudillados por Ariovisto, los cuales aventajaban en estatura incluso a los hombres de mayor tamaño, eran de carácter salvaje, de enorme osadía y despreciaban la muerte pues esperaban una vida ulterior; sobrellevaban con igual paciencia el frío y el calor, se alimentaban de yerbas en tiempo de escasez y los caballos ramoneaban en los árboles. No eran, en cambio, según parece, sufridos en el combate y luchaban sin cálculo ni ciencia, con la pasión como las fieras y, a causa de ello, fueron vencidos por la ciencia y resistencia de los romanos. Aquéllos atacaron con un impulso tremendo y rechazaron a todas las legiones a la vez, pero los romanos se mantuvieron en formación y, venciéndoles con una maniobra, dieron muerte, finalmente, a ochenta mil.
[4 ] Después, César atacó a los llamados belgas cuando atravesaban un río y mató a tantos que pudo atravesar el río sobre un puente formado por los cuerpos de los muertos. Los nervios, en cambio, le derrotaron, al atacarle de improviso cuando estaba preparando el campamento, nada más llegar de una marcha; mataron a muchos y, entre ellos, a todos los tribunos y centuriones, y al propio César, que se había refugiado en una colina con su guardia personal, le pusieron cerco. Sin embargo, al atacarles la décima legión por la retaguardia, sucumbieron pese a que eran sesenta mil. Los nervios eran descendientes de los cimbrios y de los teutones. César venció también a los alóbroges. Dio muerte a cuatrocientos mil usipetos y tencteros, armados y desarmados conjuntamente. Los sigambros, con quinientos jinetes, derrotaron a cinco mil jinetes de César, atacándoles de manera repentina, pero después lo pagaron con una derrota.
[5 ] César fue también el primer romano que atravesó el Rin y llegó a la Isla Británica, mucho mayor que el mayor continente, y todavía desconocida para los hombres de Roma. Realizó la travesía aprovechando la oportunidad de la marea. Pues al afectarle el movimiento del mar, la flota fue impulsada, al principio despacio, luego con más rapidez, y finalmente, César llegó hasta la Isla Británica con enorme velocidad.
(Epítome Vat .)
2
En la olimpíada noventa y siete, según el cómputo griego, una parte considerable de los galos que habitaban a ambos lados del Rin se movió en busca de otras tierras, ya que las que ellos ocupaban no eran suficientes a causa del número de habitantes. Cruzaron los Alpes e hicieron la guerra a los clusinos, que ocupaban una tierra muy fértil de Etruria. Éstos, que hacía poco tiempo que habían concertado tratados con los romanos, acudieron a ellos en demanda de ayuda. Los romanos les enviaron como embajadores a los tres Fabios, para que instaran a los galos a retirarse de un país que era amigo de Roma y les amenazaran si no obedecían. Los galos replicaron que no temían ni las amenazas ni la guerra de nadie; que estaban necesitados de tierra y no se habían inmiscuido aún en los asuntos de Roma. Los embajadores, los Fabios, apremiaron entonces a los clusinos a que atacaran a los galos mientras estaban devastando el país sin consideración; participaron personalmente en la expedición y mataron a un gran número de galos que andaban recogiendo forraje. El embajador romano Quinto Fabio mató al jefe de aquel grupo, lo despojó de sus armas y las llevó, de regreso, a Clusio.
(Exc. de las embajadas de los romanos 4, pág. 70)
3
Brenno, el rey de los galos, después que los Fabios hubieran dado muerte a muchos galos, no recibió a los embajadores romanos, sino que, con el propósito de intimidar a los romanos, eligió como embajadores a algunos que destacaban por su estatura entre todos los demás galos, que ya de por sí son todos de gran corpulencia, y los envió a Roma para quejarse de que los Fabios, mientras actuaban como embajadores, les habían hecho la guerra, en contra de las leyes de las naciones. Exigía que les fueran entregados aquéllos para castigarlos, a menos que los romanos quisieran hacer suyo el crimen. Los romanos eran conscientes de que los Fabios habían actuado ilegalmente, pero por respeto a esta familia noble pidieron a los galos que aceptaran una suma de dinero en compensación por ellos. Al no aceptarla éstos, eligieron a los Fabios como tribunos militares para ese año y dijeron a los embajadores galos que no podían hacer nada ahora contra los Fabios, pues estaban ya desempeñando un cargo oficial, pero que regresaran al año siguiente, si todavía continuaban irritados. Brenno y los galos que estaban bajo su mandato consideraron que habían sido ultrajados y, llenos de indignación por ello, enviaron emisarios a otras tribus galas para pedirles, como cosa justa, que hicieran causa común con ellos en esta guerra. Cuando estuvieron reunidos en gran número, levantaron el campamento y marcharon contra Roma.
(Exc. de las embajadas de los pueblos 5, pág. 523)
4
Y él 3 prometió llevar las cartas a través de las filas enemigas hasta el Capitolio.
(Suda , s. v. hyphístatai )
5
Cuando Cedicio llevaba a Camilo el decreto del senado por el que se le nombraba cónsul, le pidió que, en las circunstancias presentes, depusiera su cólera contra su patria a causa del castigo sufrido. Este último le interrumpió mientras hablaba y dijo: «Nunca hubiera suplicado que los romanos me desearan, si hubiera conocido lo que había de significar para ellos su deseo, pero ahora haré una súplica más noble: ¡ojalá pueda prestar a mi patria un servicio tan grande como la desgracia en la que se ve envuelta!».
(Exc. de virt . 9, pág. 221)
6
Como los galos no pudieron subir al Capitolio por ningún medio, permanecieron tranquilos a la espera de reducir a los de dentro por hambre. Un sacerdote llamado Dorsón descendió desde el Capitolio con sus instrumentos sagrados a través de las filas enemigas para llevar a cabo un sacrificio anual al templo de Vesta. Éstos respetaron su osadía, su piedad o quedaron sobrecogidos por la santidad de su figura. Y él, que había escogido el riesgo a causa de sus sagrados menesteres, se salvó por esto mismo. El escritor romano Casio nos refiere que este hecho sucedió así.
(Exc. de virt . 10, pág. 221)
7
Los galos se atiborraban de vino y de otros alimentos hasta la saciedad, eran incontinentes por naturaleza y poseían un país que, excepción hecha de los cereales, era improductivo y carente de otros frutos. Sus cuerpos, que eran grandes y delicados, llenos de carne fofa a causa del exceso en la comida y la bebida, tendían a la pesadez y corpulencia, y se volvían incapaces por completo de correr y trabajar, así que, cuando era necesario hacer algún esfuerzo se fatigaban con rapidez por causa del sudor y la falta de respiración.
(Exc. de virt . 11, pág. 222, de allí Suda , s. v. ádēn )
8
Los mostró 4 desnudos a los romanos y dijo: «Ésos son los que os atacan en el combate con gritos agudos, haciendo sonar sus armas y sus grandes espadones y agitando sus cabellos. Observad su falta de temeridad y la blandura y debilidad de su cuerpo, y volved al trabajo».
(Suda , s. v. hiéntes )
9
El pueblo observaba el combate desde las murallas y enviaba continuamente otras tropas de refresco a los que estaban soportando la pelea. Los galos, cansados al tener que luchar con un enemigo en plenitud de facultades, huyeron desordenadamente.
(Suda , s. v. nealḗs )
10
El galo, furioso y exhausto por la pérdida de sangre, perseguía a Valerio, esforzándose por agarrarse a él y obligarle a caer; sin embargo, como Valerio seguía retirándose continuamente, el galo cayó de bruces. Los romanos se felicitaron de este segundo combate singular con los galos.
(Suda , s. v. liphaimeî )
11
La tribu de los senones, aunque tenía concertado un tratado con Roma, proporcionó, no obstante, mercenarios contra los romanos. El senado envió emisarios quejándose de que, estando bajo tratado, proporcionaban mercenarios contra ellos. El galo Britómaris, irritado porque su padre, siendo aliado de los etruscos, había muerto a manos de los romanos en esta guerra, despedazó a los embajadores que llevaban las insignias de los heraldos o iban revestidos con las vestimentas inviolables de su cargo, y esparció los trozos de sus cuerpos por los campos. Cornelio se enteró por el camino de este hecho execrable y, atacando con toda rapidez a las ciudades de los senones a través del territorio sabino y piceno, las destruyó e incendió a todas, esclavizó a las mujeres y a los niños, dio una muerte cruel a todos los hombres adultos, arrasó el país por los más variados procedimientos y lo dejó inhabitable para el futuro. Sólo se llevó a Britómaris como prisionero para someterlo a tortura. Después los senones, no teniendo ya patria a donde huir, atacaron con osadía a Domicio y, al ser derrotados, se dieron muerte a sí mismos presa de la desesperación. Éste fue el castigo que sufrieron los senones por su violación criminal contra los embajadores.
(Exc. de las embajadas de los romanos 5 , pág. 70)
12
Los jefes de los salios, una tribu vencida por los romanos, se refugiaron junto a los alóbroges. Los romanos los reclamaron y, como los alóbroges no accedieron a entregarlos, les hicieron la guerra bajo el mando de Gneo Domicio. Cuando éste se encontraba atravesando el territorio salio, le salió al encuentro un mensajero de Bituito, rey de los alóbroges, espléndidamente adornado y con una comitiva de lanceros engalanados a su vez y de perros —pues los bárbaros de esta región llevan perros como escolta—. También les seguía un músico que cantaba, a la usanza bárbara, alabanzas al rey Bituito, a los alóbroges y al propio emisario, celebrando su nacimiento, bravura y riqueza. Por este motivo precisamente, los embajadores distinguidos se hacían acompañar de tales personas. Pero él, aunque pidió perdón para los jefes salios, no consiguió nada.
(Exc. de las embajadas de los pueblos 6, pág. 524)
13
Una banda numerosa de teutones, que estaba entregada al saqueo, invadió el territorio de Nórico. El cónsul romano Papirio Carbón, temeroso de que invadieran Italia, tomó posiciones en los Alpes, en un lugar donde el paso era muy estrecho. No obstante, como ellos no avanzaron, les atacó bajo la acusación de que habían invadido el pueblo de Nórico, que era amigo de los romanos. Era costumbre de Roma hacer amigos a aquellos que se entregaban para ser aliados, pero sin que hubiera obligación de defenderlos como a tales. Los teutones, al aproximarse Carbón, le enviaron embajadores para decirle que desconocían la existencia de una relación tal entre los romanos y los habitantes de Nórico, y que, en el futuro, se abstendrían de molestarlos. Éste alabó a los embajadores y les proporcionó guías para el viaje de regreso, pero encargó a los guías, en secreto, que siguieran una ruta más larga. Entonces él atravesó por una más corta y atacó a los teutones de improviso, mientras se hallaban todavía descansando. Sin embargo, pagó por su perfidia con la pérdida de muchos hombres. Y tal vez hubieran muerto todos, de no haber sido porque la oscuridad y un enorme aguacero que se desencadenó en el transcurso de la batalla, acompañado de fuertes truenos, separaron a los combatientes y pusieron fin al combate por el temor que inspiraba el firmamento. Aún así, los romanos se refugiaron en los bosques en grupos pequeños y se reunieron a duras penas tres días más tarde. Los teutones pasaron a la Galia.
(Exc. de las embajadas de los pueblos 7, pág. 524)
14
Ordenó que dejaran intactos los cuerpos de los cimbrios hasta que llegara el día, porque pensaban que estaban adornados con mucho oro.
(Suda , s. v. apsaústōs y kímbros )
15
Dos pueblos, los tigurinos y los helvecios, invadieron la provincia romana de la Galia. Cuando Gayo César se enteró de este movimiento, hizo construir un muro de ciento cincuenta estadios a lo largo del río Ródano. Al enviarle los enemigos unos embajadores con la intención de hacer un tratado, les ordenó entregar rehenes y dinero. Ellos le respondieron que estaban acostumbrados a recibir estas cosas, pero no a entregarlas. Entonces, César, que quería impedir la unión de ambos, envió a Labieno contra los tigurinos, que eran los más débiles, y él mismo marchó contra los helvecios con veinte mil montañeses galos. Labieno tuvo un trabajo fácil, cayó sobre los tigurinos, que estaban desprevenidos a orillas del río, los derrotó y provocó la desbandada de la mayoría.
(Exc. de las embajadas de los pueblos 8, pág. 525)
16
Ariovisto, rey de los germanos de allende el Rin, pasó a este lado antes de la llegada de César y atacó a los eduos, que eran amigos de los romanos. Pero entonces, convencido por éstos, que le ordenaron desistir se separó de los eduos y deseó ser amigo del pueblo romano, y así ocurrió, dado que César, que era cónsul, votó en su favor.
(Exc. de las embajadas de los pueblos 9, pág. 525)
17
Ariovisto, el rey de los germanos que había llegado a ser amigo de los romanos, vino para conferenciar con César y, cuando se separaron de nuevo, manifestó su deseo de sostener otra conversación. Sin embargo, César se negó, pero envió en su lugar a algunos líderes galos. Ariovisto los hizo prisioneros y César se puso en marcha con su ejército contra él y le amenazó. Pero el miedo hizo presa en el ejército por la fama de los germanos.
(Exc. de las embajadas de los romanos 6, pág. 71)
18
Parece que los usipetes, una tribu germana, y los tencterios pusieron en fuga, sin que mediara provocación, con ochocientos jinetes, a cinco mil jinetes de César y que éste, cuando enviaron embajadores para llegar a un acuerdo con él, los detuvo, y que sufrieron un desastre tan repentino y total, que fueron despedazados cuatrocientos mil germanos. Un escritor romano 5 dice que Catón propuso en Roma que César fuera entregado a los bárbaros, como autor de este crimen llevado a cabo contra gentes que buscaban negociaciones. Pero César, en su propio diario, afirma que, tras ordenar a los usipetes y tencterios que volvieran a sus primitivos lares, le replicaron que habían enviado embajadores a los suevos, los autores de su expulsión, y que aguardaban su respuesta; y que, mientras estaban pendientes de estas negociaciones, le atacaron con ochocientos jinetes, y por ello, pusieron en fuga a cinco mil romanos. Y que, cuando enviaron ellos otra embajada para defenderse por la violación de su buena fe, sospechando otra argucia semejante, les atacó antes de dar su respuesta.
(Exc. de las embajadas de los pueblos 10, pág. 525)
19
De inmediato incitaron a los britanos a violar el juramento, quejándose de que, cuando ya tenían vigencia los tratados, todavía estaba presente el ejército.
(Suda , s. v. parorkêsai )
20
César, temiendo por Cicerón, se volvió hacia atrás.
(Suda , s. v. deísantes )
21
Brítores sedujo a los eduos para que hicieran defección de los romanos y, cuando César se lo reprochó, contestaron que tenía preferencia una antigua alianza.
(Exc. de sent. 6 , pág. 66)
1 M. Furio Camilo, dictador romano.
2 El pilum , como arma arrojadiza, y el gladius , espada corta para el combate cuerpo a cuerpo, fueron durante mucho tiempo las armas por excelencia de la legión romana.
3 Poncio Cominio.
4 Marco Furio Camilo.
5 Tamesio Gémino (cf. H. PETER, Historicorum Romanorum Reliquiae , vol. II, Stuttgart, reimp. 1967, pág. 50).