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ОглавлениеPRÓLOGO
SINOPSIS
Al comenzar a escribir la historia de Roma, he juzgado [ 1 ] necesario establecer previamente los límites de todos aquellos pueblos sobre los que mandan los romanos. Y son los siguientes: en el océano, sobre la mayor parte de los britanos, después, al penetrar en nuestro mar a través de las columnas de Hércules y circumnavegarlo hasta estas mismas columnas, gobiernan sobre todas las islas y continentes que están a orillas de este mar. De entre éstos son los primeros por la derecha los mauritanos que habitan en torno al mar y todas las otras tribus africanas que se extienden hasta Cartago. Más allá de éstos se encuentran los nómadas, a los que los romanos llaman númidas y a su país Numidia, y otros africanos que habitan en torno a las Sirtes y se extienden hasta Cirene, la propia Cirene, los marmáridas, los ammonios y aquellos que habitan junto al lago Mareotis; a continuación, la gran ciudad que Alejandro fundó en la frontera de Egipto, y el propio Egipto hasta los etíopes orientales, según se remonta el Nilo navegando, y hasta Pelusio, si se va por mar.
[2 ] Si se cambia el curso de la navegación y se da un rodeo, se encuentra la Siria palestina, y detrás de ella, una parte de Arabia. En vecindad con los palestinos se hallan los fenicios de la costa, y al otro lado de los fenicios, la Celesiria y, desde el mar hasta el Éufrates, en el interior, se encuentran los habitantes de Palmira y el país arenoso de Palmira, que se extiende hasta el Éufrates, así como los cilicios, vecinos de los sirios, y los capadocios, limítrofes con los cilicios, una parte de los armenios, a los que llaman Armenia Menor; a lo largo del Ponto Euxino habitan otros pueblos, llamados comúnmente pónticos, que son vasallos de los romanos. Precisamente los sirios y cilicios miran hacia este mar, en cambio los armenios y capadocios se extienden en dirección a los pueblos del Ponto y, por el interior, hasta la llamada Armenia Mayor, que no es tributaria de los romanos, sino que ellos eligen a sus propios reyes. Descendiendo desde Capadocia y Cilicia hasta Jonia, se halla la gran Península. Está bañada, por la derecha, por el Ponto Euxino, la Propóntide, el Helesponto y el mar Egeo, y por la izquierda, por el mar Panfilio o Egipcio (pues de ambas formas se le llama) y hay en ella pueblos que miran al mar Egipcio, tales como los panfilios y los licios; detrás de éstos, la Caria, que se extiende hasta la Jonia, y otros, en cambio, dan al Euxino, la Propóntide y el Helesponto, tales como los gálatas, bitinios, misios y frigios, y en el interior se encuentran los pisidios y los lidios. Tantos son los pueblos que habitan la Península y en todos ellos mandan los romanos.
Si atravesamos el mar, también ejercen su dominio [3 ] sobre otros pueblos en torno al Ponto, a saber: los misios de Europa y los tracios que se encuentran en tomo al Euxino. Después de la Jonia se halla el mar Egeo, el otro mar Jónico, el estrecho de Sicilia y el mar Tirreno hasta las columnas de Hércules. Tal es la distancia de Jonia hasta el océano y, a su vez, en este recorrido a lo largo de la costa, tantos son los pueblos vasallos de Roma: toda Grecia, Tesalia, los macedonios y todas las demás tribus vecinas, tracios, ilirios y panonios, la misma Italia el país mayor de todos, que se extiende desde el mar Jónico, a lo largo de la mayor parte del Tirreno, hasta el país de los celtas a los que los romanos llaman galos, todas las tribus galas de las que unas miran a este mar, otras al mar del norte y otras habitan a lo largo del río Rin, toda Iberia y los celtíberos que habitan junto al mar del norte y el mar occidental y tienen como límite extremo las columnas de Hércules. Acerca de estos pueblos, y sobre cada uno en particular, daré referencias más exactas cuando mi relato se ocupe de cada cual, pero, por el momento, ya está dicho qué vastos límites abarca el imperio romano en lo que al mar respecta.
Si se va por tierra, sus límites serían la parte de [4 ] los mauritanos que está junto a los etíopes occidentales y toda aquella otra zona de África más tórrida y poblada de bestias salvajes que se extiende hasta Etiopía oriental. Éstos son los límites en África para los romanos. A su vez, los de Asia son el río Éufrates, el monte Cáucaso, el reino de Armenia Mayor, los colcos que habitan junto al mar Euxino y los restantes pueblos de este mar. En Europa dos ríos fundamentalmente, el Rin y el Danubio, ponen límite al imperio de los romanos y, de éstos, el Rin va a desembocar en el mar del norte y el Danubio, en el Ponto Euxino. Sin embargo, al otro lado de estos ríos, también en cierta forma ejercen su dominio sobre algunos celtas de la margen de allá del Rin y sobre los getas de allende el Danubio a los que llaman dacios. Éstos son los límites en tierra firme con la mayor exactitud a la que se puede llegar.
[ 5 ] También están bajo la órbita de Roma todas las islas que se encuentran dentro de este mar: las Cícladas, Espóradas, islas Jónicas, Equínadas, islas del Tirreno, Baleares, las que, llamadas de modo diferente, se encuentran en torno a Libia, o en el mar Jónico, Egipcio, Mirto y Sículo, y en muchas otras zonas de este mar designadas con nombres muy diversos, todas aquellas que los griegos llaman, para diferenciarlas, islas grandes, a saber: Chipre, Creta, Rodas, Lesbos, Eubea, Sicilia, Cerdeña y Córcega y cualquier otra de mayor o menor tamaño. Y atravesando el mar del norte hasta la Isla Británica, mayor que un gran continente, dominan la parte más importante de ella, más de la mitad, sin preocuparse del resto, ya que no les resulta provechosa ni siquiera la parte que poseen.
[ 6 ] Con ser estos pueblos tantos y tan importantes por su magnitud, los romanos sólo consolidaron de manera firme su poder en la propia Italia tras quinientos años de penalidades y esfuerzos. La mitad de este período se gobernaron por medio de reyes y durante el tiempo restante, tras haber expulsado a los reyes y jurado no volver a aceptar jamás un poder real, implantaron la aristocracia y, desde ese momento, se gobiernan por magistrados elegidos anualmente. En especial a lo largo de los dos siglos que siguieron a ese período de quinientos años, su imperio creció sobremanera y llegaron a detentar un poderío foráneo inmenso, y fue entonces cuando trajeron bajo su dominio a la mayor parte de esos pueblos. Gayo César, aventajando en poder a sus contemporáneos, se hizo firmemente con el mando, lo consolidó y mantuvo la forma y el nombre del sistema político, pero se erigió a sí mismo como el único gobernante de todos. Y su forma de gobierno ha sido, hasta el presente, una monarquía a cuyos gobernantes no llaman reyes, según creo, por respeto al antiguo juramento, sino que los designan con el nombre de emperadores, que también era el nombre de los comandantes en jefe durante el tiempo de su mando, pero, de hecho, son reyes en todo.
Desde la instauración de los emperadores hasta nuestros [ 7 ] días median casi otros doscientos años, en el transcurso de los cuales la ciudad ha sido objeto de gran embellecimiento, sus recursos aumentaron en grado máximo y, en medio de una paz duradera y segura, todas las cosas progresaron hacia un estado de prosperidad bien cimentado. Estos emperadores también anexionaron a su imperio a algunos pueblos y sometieron a otros que habían hecho defección. A pesar de que poseen lo mejor del mar y de la tierra, prefieren, en una palabra, conservar su imperio por medio de la prudencia a extenderlo de modo indefinido sobre tribus bárbaras, pobres y nada provechosas. De éstas he visto algunas embajadas en Roma que se ofrecían como vasallos, pero el emperador no quiso aceptar a unos hombres que no iban a ser útiles en absoluto. A otros pueblos, incontables por su número, les han proporcionado reyes sin someterlos a su imperio y, en algunos otros sometidos, se gastan más de lo que reciben de ellos, porque consideran una deshonra el rechazarlos, aun cuando les resultan gravosos. Han colocado en torno a su imperio grandes campamentos y custodian una extensión tan grande de tierra y de mar como si de una plaza fuerte se tratara.
Ningún imperio, hasta el presente, ha llegado a un [ 8 ] grado tal de grandeza y duración. Pues, en lo que a Grecia atañe, ni siquiera si alguien contabilizara globalmente los distintos períodos de hegemonía de Atenas, Esparta y Tebas sucesivamente, desde la expedición militar de Darío, momento a partir del que más brilló su historia, hasta la hegemonía de Filipo, hijo de Amintas, sobre Grecia, parecerían muchos años. Y sus guerras estuvieron provocadas, no tanto por afanes de expansión, como por rivalidades mutuas, y las de mayor timbre de gloria fueron las sostenidas en defensa de la libertad frente a la agresión de otras potencias. Sin embargo, quienes de entre ellos navegaron contra Sicilia, con la esperanza de otra área de dominio, fracasaron, y si algún otro cruzó a Asia, tras obtener escasos resultados, retornó con toda rapidez. En una palabra, el poderío griego, aun luchando con ardor por la hegemonía, no logró consolidarse con firmeza fuera de los límites de Grecia y, temibles como fueron para mantener a su país sin conocer la esclavitud y la derrota, en cambio a partir de Filipo, hijo de Amintas, y de Alejandro el hijo de Filipo, en verdad que es mi opinión que su historia fue menos gloriosa e indigna de ellos mismos.
[9 ] El imperio de Asia no admite siquiera comparación, ni por sus gestas ni su valor, con los países más pequeños de Europa, debido a la debilidad y cobardía de sus pueblos. Este hecho lo pondrá de relieve, también, el transcurso de mi historia. Pues los romanos sometieron en pocas batallas a todos los pueblos de Asia a los que todavía hoy dominan, y eso que los macedonios contribuyeron a su defensa, en tanto que se desgastaron hasta la extenuación en muchas ocasiones en su lucha por África y Europa. De otro lado, la duración de los imperios asirio, medo y persa, los tres imperios mayores hasta Alejandro el hijo de Filipo, considerada en conjunto, no llegaría a los novecientos años, tope al que han llegado los romanos en la época actual. En cuanto a las dimensiones de su imperio, pienso que ni siquiera llega a la mitad del de éstos, basándome en que el imperio romano se extiende desde el occidente y el océano occidental hasta la cordillera del Cáucaso y el río Éufrates, hasta Etiopía interior a través de Egipto, y hasta el océano oriental a través de Arabia. Es su límite el océano, tanto por donde sale el dios del sol como por donde se pone, y dominan en todo el mar interior, incluyendo la totalidad de sus islas, y la Isla Británica en el océano. En cambio, para los medos y persas, la extensión mayor de su poder marítimo comprendía el golfo de Panfilia, una sola isla, la de Chipre, y tal vez, alguna otra isla pequeña de Jonia en el Mediterráneo, ya que en el golfo Pérsico —pues también lo controlaban—, ¿cuánto hay de mar abierto?
Por lo demás, la historia de Macedonia antes de [10 ] Filipo, el hijo de Amintas, fue, sin duda, de muy escaso relieve e, incluso, estuvieron sometidos a otros. Sin embargo, el reinado de Filipo estuvo lleno de esfuerzos y fatigas nada despreciables, pero, con todo, estos hechos sólo afectaron a Grecia y los países vecinos. El imperio en tiempos de Alejandro, a pesar de distinguirse por su magnitud, por la cantidad de tropas, por sus victorias y la rapidez de sus conquistas, y pese a que a punto estuvo de convertirse en ilimitado y sin parangón posible, debido a la brevedad de su duración se asemejó a la luz brillante de un relámpago. No obstante, las partes de este imperio, incluso después de haberse escindido en muchas satrapías, brillaron a gran altura. Los reyes de mi propio país tenían un ejército de doscientos mil soldados de infantería, cuarenta mil jinetes, trescientos elefantes adiestrados para la guerra, dos mil carros de combate y reservas de armas para trescientos mil soldados más. Éstas eran sus fuerzas para las operaciones de tierra; para el servicio en el mar, contaban con dos mil barcos impulsados por pértigas y algunos más pequeños, mil quinientos barcos de guerra, desde una fila y media de remeros, hasta cinco filas de remeros cada uno, y aparejos para un número de naves doble de éste, ochocientos bajeles provistos de cámaras, con la popa y el espolón de oro para la parada militar, en los que embarcaban los mismos reyes para asistir a los combates navales. En cuanto a sus riquezas, había en sus tesoros setecientos cuarenta mil talentos egipcios. A un grado tal de recursos y efectivos militares parece que llegó y dejó a su muerte, a juzgar por los registros reales, el segundo rey de Egipto después de Alejandro. Éste fue el más hábil de los reyes en procurarse dinero, el más espléndido en gastarlo y el más ambicioso en la ejecución de grandes obras públicas. Es evidente también que muchas de las otras satrapías no fueron muy inferiores en estas cosas. Sin embargo, todos estos recursos fueron consumidos en tiempo de los propios epígonos, al enzarzarse entre sí en luchas civiles, única causa de la destrucción de los grandes imperios.
[ 11 ] El imperio de Roma, en cambio, los ha sobrepasado a todos en tamaño y duración, debido a sus decisiones prudentes y a su buena fortuna, pues, en su adquisición, aventajaron a todos en valor, constancia y laboriosidad, sin dejarse ofuscar por los triunfos ni abandonarse al desánimo en las horas adversas hasta haber consolidado con firmeza su poder. Y eso que perdieron, a veces, hasta veinte mil hombres en un día, en otras ocasiones cuarenta mil, e incluso en otras cincuenta mil. Además, hubo muchos momentos en los que el peligro rondó las puertas de su misma ciudad, pero ni el hambre, ni las plagas frecuentes, ni los disturbios internos, abatiéndose a la vez todos sobre ellos, lograron hacerles desistir de su ardor, hasta que, tras setecientos años de sufrimientos y riesgos de resultado incierto, lograron levantar su imperio hasta este punto y adquirieron esta situación de dicha como premio a una política acertada.
[ 12 ] Muchos escritores griegos y romanos relataron estos hechos y su historia es mucho mayor que aquella de Macedonia que, precisamente, fue la de mayor extensión de los tiempos antiguos. A mí, mientras estaba dedicado a esta tarea y quería apreciar en su justa medida el valor de los romanos en relación con cada pueblo en particular, mi historia me llevaba en numerosas ocasiones, desde Cartago hasta Iberia y desde los iberos hasta Sicilia o Macedonia, o a participar en embajadas y alianzas realizadas con diferentes pueblos. Después, de nuevo, me hacía retornar hasta Cartago o Sicilia, como un vagabundo, y otra vez hacia otro lugar, dejando sin culminar estos trabajos. Finalmente, conseguí organizar las diferentes partes mostrando cuántas veces hicieron una expedición militar contra Sicilia o enviaron embajadas, o cualquier otra acción relativa a Sicilia hasta que lograron establecerla en su situación actual; y, de otro lado, cuántas veces hicieron la guerra contra Cartago o pactaron con ella y enviaron o recibieron embajadas de su parte, o cualquier otra acción que llevaran a cabo o sufrieran a sus manos hasta que consiguieron arrasarla y se anexionaron al pueblo africano. He mostrado también cómo reconstruyeron, de nuevo, Cartago y dejaron a África en su condición actual. Y llevé a cabo esta tarea con cada pueblo, en el deseo de aprender con exactitud las relaciones de los romanos con cada uno, a fin de comprender la debilidad de los mismos o su capacidad de resistencia y, de otro lado, el valor o buena fortuna de sus conquistadores o cualquier otra circunstancia fortuita que se hubiera producido.
Pensando que tal vez otras personas querrían conocer [13 ] la historia de Roma de este modo, la he escrito tratando por separado lo relativo a cada pueblo. Omito lo que les sucedió a los otros, durante ese período, en sus relaciones con Roma y coloco estos sucesos posteriormente en el lugar debido. Me pareció superfluo enumerar con detalle la fecha de todos los hechos, pero mencionaré las de los más destacados por períodos de tiempo. Los romanos antiguamente, como otros pueblos, tenían un solo nombre cada uno, pero después tuvieron dos y no hace mucho tiempo que se empezó a añadir a algunos un tercero como reconocimiento de algún suceso personal o, a manera de distinción, por su valor, igual que también algunos griegos poseen un apelativo además de su nombre habitual. Yo, en alguna ocasión, mencionaré todos los nombres y, en especial, en el caso de las figuras más relevantes para su mejor identificación, pero la mayoría de las veces, tanto a éstos como a los demás, los llamaré por sus nombres más característicos.
[ 14 ] Los libros que reúnen las numerosas hazañas de los romanos en Italia son tres y ellos deben ser considerados como «la historia italiana» de mi historia de Roma, pero están divididos a causa de su extenso contenido. El primero de ellos se ocupa de los hechos ocurridos en tiempos de los reyes, que fueron siete, narrados de manera sucesiva en tanto pervivió la monarquía, y lo llamo «el libro concerniente a la realeza» de mi historia de Roma; el que le sigue trata de los acontecimientos del resto de Italia a excepción de la zona que bordea al mar Jónico, y para distinguirlo del anterior, éste segundo se llama «el libro italiano» de mi historia de Roma. Con el último pueblo, los samnitas, que habitan a orillas del Jónico, los romanos sostuvieron una guerra importante y difícil a lo largo de ochenta años hasta que lograron someterlos, junto con sus aliados vecinos y los griegos que habitan el sur de Italia. Este libro es, para diferenciarlo de los anteriores, «el libro samnita» de mi historia de Roma. Respecto a los demás, cada uno es designado de acuerdo con la materia que trata, a saber, el libro de los galos, el de Sicilia, el de Iberia, el de Aníbal, el de Cartago, el de Macedonia de mi historia de Roma, y así sucesivamente. El orden de estos libros entre sí ha sido establecido según tuvo lugar el comienzo de cada una de estas guerras, aunque mediaran muchos otros hechos antes de que cada uno de estos pueblos llegara a su fin. Todas aquellas luchas internas y guerras civiles que los mismos romanos iniciaron y sostuvieron entre ellos han sido diferenciadas en razón de sus propios caudillos, la guerra de Mario y Sila, la de Pompeyo y César, las de Antonio y el otro César llamado Augusto contra los asesinos del primer César, y las que sostuvieron entre sí Antonio y Augusto. En este último período de las guerras civiles, Egipto llegó a estar también bajo el poder de Roma y el gobierno de Roma se convirtió en una monarquía.
De este modo, cada una de las guerras extranjeras [ 15 ] sostenidas con pueblos diferentes se hallan divididas en libros en razón del pueblo con el que fueron sostenidas, y las guerras civiles, en razón de sus caudillos. El último libro mostrará el poderío militar de los romanos, los tributos que perciben de cada pueblo, lo que gastan en equipo naval y otros temas similares. Es conveniente que quien va a escribir sobre el valor del pueblo romano comience hablando de su origen. Quién soy yo, el que ha escrito estas cosas, muchos lo saben y yo mismo lo he manifestado antes. Para decirlo claramente, soy Apiano de Alejandría, hombre que ha alcanzado los más altos puestos en su patria y que actuó como defensor en los tribunales de Roma en tiempos de los emperadores, hasta que tuvieron a bien concederle el cargo de procurador de ellos. Y si alguno tiene un interés especial en conocer lo demás con respecto a mi persona, existe un escrito mío sobre estas cuestiones.