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ОглавлениеINTRODUCCIÓN GENERAL
1.
Vida y obra de Apiano
Apiano era natural de Alejandría, en Egipto, como él mismo nos dice en el capítulo 15 del Prólogo de su obra. Sobre su vida estamos muy mal informados, hecho que tal vez se deba, entre otras razones, a que, aunque había escrito una autobiografía en la que daba cuenta pormenorizada sobre su persona, este escrito, sin embargo, se perdió no sabemos cuándo, aunque debió de ser antes del siglo IX , pues Focio, patriarca de Constantinopla que parece que tuvo un ejemplar antiguo de la obra histórica de Apiano ante sus ojos, no lo menciona.
Los escasos datos biográficos que de él tenemos están tomados de su obra y de su epistolario con Frontón, el preceptor de Marco Aurelio. Se cree que su nacimiento debió de tener lugar en época de Trajano, alrededor quizás del 95 d. C. En el libro II de las Guerras Civiles (cap. 90) habla de un recinto sagrado dedicado a Némesis por César, que fue destruido por los judíos en su época cuando el emperador Trajano realizaba una campaña en Egipto contra este pueblo 1 . A esta guerra contra los judíos parece que hace referencia también un fragmento perteneciente a su libro Sobre Arabia , no conservado, en el que nos cuenta el grave trance que sufrió en cierta ocasión cuando era perseguido por los judíos y del que salvó milagrosamente la vida 2 . La guerra en cuestión parece que fue la emprendida por Trajano entre los años 115-117 d. C. para sofocar la insurrección judía en aquel país.
En el Prólogo de su historia se refiere a que alcanzó una posición elevada en su país (es muy probable que desempeñara altos cargos administrativos en su ciudad natal de Alejandría) y a que, después, actuó como abogado en la corte de los emperadores. Tal vez su carrera como abogado la desempeñó en calidad de aduocatus fisci , cargo instituido por el emperador Adriano 3 . Sabemos, por último, que fue nombrado procurador del emperador o emperadores, Procurator Augusti o Augustorum que deben tratarse de Marco Aurelio y Lucio Vero (161-169 d. C.). Dado que los magistrados que desempeñaban este cargo solían ser elegidos entre los miembros del orden senatorial y que Adriano otorgó a muchos el derecho de ciudadanía, cabe pensar que Apiano lo obtuviese, así como algún título de nobleza en el orden ecuestre que le posibilitase el acceso a dicha magistratura ya que no era senador. En el epistolario de Frontón, amigo suyo, se conserva una carta de Apiano a Frontón y la contestación de éste, así como la carta de Frontón a Antonino Pío solicitando el cargo de procurador para su amigo. Cuando obtuvo este puesto, Apiano debía de ser un hombre de edad avanzada pues Frontón alude en su carta de solicitud al honor que dicho cargo comportaba y que Apiano merecía en razón de su edad. En dicha carta Frontón avalaba también el honor y la integridad de su amigo 4 .
El hecho de que Apiano escribiera una autobiografía y que remita a ella en el Prólogo de su obra, así como el que mencione expresamente como datos destacables la alta posición que ocupó en su país natal, su labor en las cortes del Imperio y su cargo de procurador, pueden tener una cierta intencionalidad desde su perspectiva de historiador. Fergus Millar, en su estudio sobre Dión Casio, pone de relieve que en la larga serie de historiadores que en latín o griego abordaron la historia de Roma, total o parcial, desde Q. Fabio Píctor a Dión Casio, hay un denominador común: su alta posición social y su experiencia en cargos públicos 5 . Para Millar 6 , ello tiene una justificación doble, se trata, por un lado, de un reflejo de lo que ocurría en la sociedad romana en la que los círculos de los que emanaba el poder eran a la vez centros de cultura y mecenazgo, y por otro, de la conciencia, más o menos tácita, de que la experiencia política era requisito indispensable para el buen historiador. Este sentimiento que había recibido su expresión formal y teórica de manos de Polibio, se remontaba en último término a Tucídides, que en mayor o menor grado continúa sirviendo de modelo o, al menos, ejerce su influencia en buena parte de la historiografía posterior. En el caso de Apiano, que no se ocupó de la historia de sucesos contemporáneos a él, lo que constituía el ideal polibiano, sino de aquellos otros para los que era necesario el uso de fuentes escritas, habría que entender su interés por presentarse como hombre avezado, en cierto modo, en tareas públicas como un aval de su capacidad para interpretar y enjuiciar los hechos de un pasado remoto.
Apiano escribió una historia de Roma que abarcaba desde sus orígenes hasta el año 35 a. C. El plan de la misma se encuentra expuesto en su Prólogo (cap. 14). No era cronológico sino etnográfico. Dividió su obra en partes perfectamente diferenciadas que se correspondían con las guerras habidas por Roma contra otras naciones y las que sostuvieron entre ellos los propios romanos. Este esquema, sin embargo, se rompe en los libros que relatan las Guerras Civiles, los cuales están dispuestos de acuerdo con los principales caudillos de estas luchas intestinas, según afirma el propio historiador en el lugar arriba citado.
Parece como si Apiano encontrara en el marco geográfico o etnográfico mayor criterio de homogeneización, que en la narración de hechos sucedidos simultáneamente pero en lugares distintos. También se hace patente en la concepción del plan de su obra la influencia que tuvo el factor personal como criterio englobador, unificador y polarizador del acontecer histórico. Este hecho es perceptible en el enunciado de algunos de sus libros, así el libro La guerra de Aníbal que refiere los hechos de armas llevados a cabo por el general cartaginés en Italia y que toma el nombre del principal protagonista de la contienda, o el libro Sobre Mitrídates , rey del Ponto, con quien sostuvieron también los romanos una dura pugna. A ello podemos añadir lo dicho anteriormente respecto a la ruptura del esquema general en los libros de las Guerras Civiles en atención a la personalidad de sus líderes. Pero, además, cabe apreciar, en el interior de algunos de sus libros, unidades más pequeñas con entidad propia dentro del marco más amplio en el que tienen lugar los sucesos que dan nombre al libro. Tal sucede en el libro Sobre Iberia en el que encontramos la guerra lusitana, la guerra de Viriato y la numantina como tres unidades menores que se suceden, en el relato histórico, rompiendo el orden cronológico y mostrando una cierta independencia en el esquema general del libro. Aquí tenemos un pueblo, un caudillo y una ciudad, que polarizan en torno a ellos la acción histórica, y el historiador es plenamente consciente del fenómeno e intenta destacarlo a juzgar por sus palabras al comienzo del cap. 63: «Es mi intención insertar aquí la guerra de Viriato que causó con frecuencia turbaciones a los romanos y fue la más difícil para ellos, posponiendo el relato de cualquier otro suceso que tuviera lugar en Iberia por este tiempo».
Lo que resulta más problemático de establecer son los motivos que pudieron llevar a Apiano a construir una historia desde esta perspectiva. El más remoto e ilustre precedente del método etnográfico en el terreno de la historiografía lo hallamos en Heródoto, pero luego, en general, se impuso entre los grandes historiadores, tanto griegos como romanos, hasta llegar a los analistas el método cronológico.
Así pues, pueden aventurarse diferentes hipótesis acerca de su preferencia por una historia de tipo etnográfico. Tal vez pudiera ser su deseo de imitar algún modelo precedente, o bien un cierto condicionamiento emanante del propio material histórico. Se trataba, en efecto, de una historia de Roma, más aún, de la gestación de la grandeza a que había llegado Roma desde sus orígenes humildes, y era ella el centro de gravitación de todo el acontecer histórico, y así se iban narrando los diferentes y sucesivos pueblos que hubo de someter hasta llegar a convertirse en la dueña del mundo conocido. Cabe, no obstante, pensar si hemos de ver en esto una falta de visión sinóptica o incapacidad para la misma por parte de Apiano, o para estructurar sus fuentes, ya que no era un historiador nato sino un modesto y fiel funcionario entregado, en su vejez, a estos menesteres históricos. Es posible que su ejercicio en la práctica de la abogacía como funcionario imperial pudiera influir en su forma de concebir la historia de Roma por compartimentos estancos tomando un suceso o sucesos desde su principio hasta el final, como el abogado que defiende un caso o el notario que atestigua y certifica los datos diversos que sobre un hecho le van llegando a las manos.
La obra histórica de Apiano fue compuesta en su vejez. En el Prólogo dice, con referencia a su época, que habían transcurrido doscientos años desde el advenimiento de los emperadores (entiéndase César) (cap. 7) y, aproximadamente, unos novecientos desde la fundación de Roma (cap. 9), lo cual sitúa la fecha de su composición en torno al año 160 d. C., es decir, bajo Antonino Pío, que murió en el 161 d. C. 7 . Parece que la fecha tope para la composición de su historia y tal vez para su vida sea el año 165 pues, como afirma Schwartz «después de la guerra de Marco Aurelio contra los partos un funcionario imperial no hubiera mencionado como la frontera más oriental del imperio el río Éufrates» 8 .
El hecho histórico que pone el broche a la historia de Apiano es la muerte de Sexto Pompeyo en el año 35 a. C., ocurrida poco después de la división del Imperio entre Antonio y Octavio. Es evidente, pues, que, dado el desfase cronológico que existe entre los hechos históricos que narra y la época en que vivió, tuvo que servirse de diversas fuentes para componer su historia. Y estas fuentes fueron fuentes escritas, en lo que difiere radicalmente de un autor como Polibio, testigo presencial de muchos de los sucesos que narra, y con posibilidad de acceder a quienes también lo fueron, en aquellos otros a los que no pudo asistir. Apiano, por tanto, se alinea junto a quienes, como Diodoro Sículo, Dionisio de Halicarnaso y tantos otros, fueron compiladores de datos. De ahí que establecer cuáles fueron sus fuentes será una tarea necesaria e ineludible para todo aquel que quiera proceder a una valoración de su quehacer histórico y comprobar, a un tiempo, su objetividad y rigor como historiador. Por ello, no debe extrañarnos que una gran parte de los estudios sobre Apiano, y aquí su caso es parejo al de otros historiadores, tengan como objetivo primordial, si no único, el establecer sus fuentes 9 . Como ejemplo ilustrativo de esta afirmación baste citar el artículo, todavía hoy valioso en muchos aspectos, del profesor Schwartz en la RE de Pauly Wisowa, que prácticamente lo aborda únicamente desde esta perspectiva. Se trata, en último término, de analizar su obra allí donde Apiano se muestra como fuente exclusiva o primordial, y aquellos otros pasajes en los que su testimonio coexiste con el de otros historiadores como, por ejemplo, Polibio, Diodoro, Livio, etc., a fin de establecer puntos de discrepancia o coincidencia, bondad o no, de las fuentes utilizadas en uno u otro caso.
No es nuestro objetivo exponer, siquiera con mínimo detenimiento, un problema tan complejo que excedería los límites y propósitos de esta Introducción. Pretendemos tan sólo resaltar la importancia de este hecho dentro de la problemática general que el autor plantea y exponerlo de modo sintético.
En una lectura de su obra se puede apreciar que Apiano menciona una serie de autores que narraron sucesos históricos y que, por la forma en como aparecen citados —en algunos casos se les presenta como narradores de determinados hechos— se puede entender que los utilizó como fuente en mayor o menor grado. Éstos son Polibio 10 , Paulo Clodio 11 , Jerónimo de Cardia 12 , César 13 , Augusto 14 y Asinio Polión 15 .
En un segundo plano tendríamos aquellos otros autores que, si bien son mencionados por Apiano, no parece que pueda desprenderse de ello una necesaria utilización de su obra. A veces, como es el caso de Rutilio Rufo 16 , aunque aluda expresamente a su labor histórica, se les cita, sobre todo, por su participación activa en determinados acontecimientos. En este caso podríamos situar a Terencio Varrón 17 y Casio Hémina 18 .
Hay, sin embargo, muchos otros autores de los que no existe el menor rastro en su obra y que, sin duda, debieron constituir una fuente importante para partes muy diversas de la misma, como ulteriores estudios han demostrado. Entre ellos estarían Plutarco, Diodoro, Posidonio, Livio, Salustio, Celio Antípatro, Valerio Antias, Sempronio Aselión, etc. Aunque, como ya dijimos, sea difícil y controvertido establecer las fuentes de cada pasaje, hay algo que sí podemos afirmar sin riesgo de equivocarnos, y es que Apiano utilizó fuentes literarias griegas y romanas en las que se reparten los autores citados arriba, destacando entre las últimas a una gran parte de la analística romana de valía muy diversa.
Aparte las fuentes literarias, cabe suponer también que pudo utilizar memorias de campaña de los partícipes directos en algunos de los hechos que él relata (algunas de las fuentes antes citadas no son otra cosa, pensemos en los escritos de César o Augusto) y que desgraciadamente se perdieron. Quisiera referirme expresamente al caso de Rutilio Rufo del que creo, en contra de la opinión que da como fuente única a Polibio, que pudo servirse para su relato de la guerra de Numancia en su libro sobre Iberia 19 . También es posible que pudiera manejar documentos oficiales en registros y archivos, a los que pudo tener acceso en su calidad de funcionario imperial.
Cuestión harto difícil, en cambio, resulta decir en qué medida utilizó de manera directa o no una fuente, pues en muchos casos la brevedad de su relato o la falta del pasaje correspondiente en otra fuente oscurecen el hecho. Hay, incluso, una parte de la crítica que piensa que, si bien las fuentes antes citadas son las últimas a las que se remonta en cada caso el texto de Apiano, éste habría tenido como fuente inmediata a un retórico e historiador de la época de Augusto llamado Timágenes de Alejandría 20 . Este autor, sin embargo, es poco más que un nombre para nosotros y ni siquiera se sabe con mucha certeza cuál era el contenido de su obra. En general, cabe apreciar en muchos casos una postura en exceso subjetiva y apriorística en la forma en que se ha abordado el problema de las fuentes, lo que ha llevado a adoptar tesis demasiado radicales que pienso se compadecen mal con la realidad de los hechos.
En cuanto al problema de la bondad del texto de Apiano como fuente, el hecho resulta, de igual modo, bastante complejo, ya que, aparte de lo arriba expuesto, varía en las diferentes partes de su obra según la calidad de las fuentes utilizadas, como ocurre con la historia de Dión Casio, Diodoro, Livio y muchos otros. Sin embargo, existen pasajes numerosos en los que el texto de Apiano concurre con el de otros historiadores y en donde su versión se muestra, al menos, como la más acorde con la realidad histórica conocida, aunque existan siempre discrepancias entre las distintas opiniones. Así ocurre, por ejemplo, en los textos de Apiano que recogen el Tratado del Ebro, importante por ser el primero que se llevó a cabo en la Península Ibérica entre romanos y cartagineses, y porque repercutió en el hecho que dio origen a la segunda guerra púnica: la toma de Sagunto por Aníbal. A mi juicio, en este caso resulta bastante completo y digno de estima el texto de Apiano frente a los de Polibio y Livio 21 .
Apiano fue, en sustancia, un narrador de sucesos, mejor dicho, fue un recopilador de datos recogidos en una diversidad de fuentes. Esta labor de compilación y selección se refleja en su obra y así el relato presenta en conjunto unos altibajos notables en cuanto a la exposición, coherencia y estructura internas, según la documentación y naturaleza de las fuentes utilizadas en cada caso.
En ocasiones, Apiano procura mantener una fidelidad estrecha a los modelos que tuvo ante él, a veces incluso podríamos pensar en una traducción literal como, por ejemplo, en dos pasajes de las Guerras Civiles (IV 11 y V 45) en los que alude a su labor de traducción del latín al griego y la dificultad inherente a ello 22 . El primero de estos pasajes lo constituye el decreto de proscripción de los triunviros, que lo transcribe literalmente y dice «tal era el texto de la proscripción de los triunviros en la medida en que es posible verterlo de la lengua latina a la griega», y en igual sentido se pronuncia en el segundo de los pasajes citados, en el que transcribe literalmente el diálogo entre Octavio y Lucio Antonio, el hermano de Marco Antonio después de la capitulación de Perusia. En otros casos, si no literalidad, la fidelidad hacia su modelo es muy estrecha, lo cual en el caso de las fuentes latinas conlleva una serie de irregularidades en su versión al griego manifestada, como apunta Gabba, en una «latinización de su prosa tanto en el campo léxico como en la conversión de palabras latinas en términos griegos que vienen a adoptar un significado distinto del normal, o bien en la formación de compuestos allí donde el griego usa palabras simples o compuestos de otro tipo; frases desconocidas en griego que reproducen otras correspondientes en latín o rasgos sintácticos propios de la sintaxis latina y no griega», etc. 23 . Todo ello no puede, por supuesto, interpretarse como mera influencia de la lengua latina en Apiano y como una utilización incorrecta de la misma por parte de este autor, pues Apiano la conocía bien y la hablaba normalmente como demuestra su labor en calidad de abogado en Roma. Hay que pensar, por tanto, en su deseo de mantenerse lo más fiel posible a su modelo, aun a riesgo de caer en esas incorrecciones lingüísticas. En muchos otros casos, sin embargo, la realidad aparece gravemente distorsionada, ya sea por intención del autor, ya porque así estuviera en la fuente.
Hemos aludido anteriormente al gusto de Apiano por aislar en unidades cerradas los datos relativos a un determinado pueblo, extraídos de una o más fuentes históricas generales o particulares, lo que patentiza su objetivo, expuesto en el Prólogo (cap. 12), de narrar la historia de Roma «pueblo por pueblo». Ello es motivo de que aquellos libros que no tratan acontecimientos completos, como La guerra de Aníbal o Sobre Mitrídates , muestren una narración entrecortada, a saltos e, incluso, con unidades aislables en su interior, como es el caso de la guerra de Numancia o de Viriato en el libro Sobre Iberia . Lo mismo ocurre en el libro Sobre Iliria 24 .
La labor de síntesis y de resumen que Apiano efectúa pudo haber contribuido también a dar ese tono entrecortado a su relato en ciertas partes de su obra, unido esto a la utilización de fuentes diversas; además, ello le hace caer, en ocasiones, en repeticiones o en insertar, a manera de recuerdo, referencias más o menos extensas de un mismo episodio en lugares diferentes de su obra (cf. Ib . 5 y An . 2, respecto al Tratado del Ebro, o Ib . 9-10 y An . 3, respecto a los móviles de Aníbal para atacar Sagunto). Sin embargo, el historiador trata de paliar esta aparente desunión mediante breves fórmulas de engarce (cf. Ib . 38; 44; 56; 63; 66; 76, etc.), que hilvanan y dan una cohesión externa a distintos episodios abreviados y con entidad propia, pero marcan, a un tiempo, su independencia en el interior del libro. La utilización de una fuente o fuentes que proporcionasen un relato más continuado y preciso debió de facilitar esta tarea de conferir a su relato esa mayor apariencia de fluidez y cohesión. En cambio, cuando no ocurría así, bien sea porque tratara temas tangenciales o sobre los que no tenía intención de profundizar, o porque su fuente histórica no era explícita (cf. el cap. 2 de Sobre Iberia , de carácter etnográfico, o los caps. 101 y 102, donde, como broche de este libro, adelanta acontecimientos posteriores: guerra de Sertorio y las acciones de César y Augusto en el 61 a. C.), se muestra inseguro y vacilante. Así, en el primero de los pasajes citados aparecen hasta cuatro veces expresiones como dokeî o dokoûsi y acaba diciendo que deja estos asuntos para «los que tratan de épocas remotas», con un irónico desprecio que mal puede disimular la ignorancia, en tanto que en los otros dos la falta de rigor y exactitud, no justificadas, son notables.
Al margen de esta dependencia y, en ocasiones, casi servilismo de Apiano con relación a sus fuentes, que ilustran su modo de componer la historia, cabría hablar también de sus aportaciones personales. Éstas son de índole diversa y no resultan fáciles de delimitar. A veces se trata de alusiones al paso, que establecen una confrontación entre los hechos descritos y la época de Apiano (generalmente introducidas por «ahora» o «todavía ahora»), en otras son apreciaciones personales o juicios subjetivos del autor sobre un hecho concreto, con frecuencia manifestadas con dokeî moi , etc., o bien notas marginales, casi con carácter de glosa, que ofrecen al lector una explicación de noticias aisladas o aquellas otras en donde el autor expone claramente sus ideas 25 . Todos estos rasgos, por su carácter marginal y casi de interpolación, que se despegan un tanto del resto del relato, se pueden considerar como propios de Apiano.
Cabe juzgar como aportación del autor la original estructura de su obra, aunque en este caso, como ya dijimos, pudo contar con modelos precedentes en este sentido e, incluso, haber entremezclado fuentes de tipo geográfico y cronológico, así como también habría que atribuirle la selección de las fuentes y, sobre todo, su utilización en función de unos criterios y objetivos personales o de una cierta ideología política.
Desde esta última perspectiva los libros sobre las Guerras Civiles son más ilustrativos al respecto, que el resto de la obra, en la medida en que se trata de acontecimientos más próximos en el tiempo, debatidos entre los propios romanos y sobre los que la toma de postura resulta más significativa. Además, sobre estos hechos las fuentes se contraponen con una mayor nitidez, y la selección o modificación de las mismas ponen de relieve con más claridad el talante del autor. Para Gabba 26 , no hay que perder de vista cómo Apiano concebía la historia de las Guerras Civiles como una sarta de revoluciones que desembocan en la monarquía. No debemos olvidar, en efecto, el fin moralizador explícitamente propuesto por el historiador a sus lectores, esto es poner de relieve el contraste entre las trágicas condiciones de vida de la época de la república tardía y la felicidad de los tiempos en los que vivieron el historiador y sus lectores. Apiano, fiel admirador de la monarquía y el imperio, contrapone el último período de la época republicana como época de licencia, crueldad y barbarie con la época imperial iniciada con Augusto, el último eslabón de aquella etapa y el iniciador de esta otra nueva. Ello le lleva a modificar o adaptar aquellas fuentes que utilizó para los libros II al V de las Guerras Civiles y que mostraban un carácter claramente filorrepublicano.
En otros libros, tales como el Sobre Iberia , se puede apreciar el contraste entre fuentes tendenciosamente favorables a la causa romana y otras, tal vez griegas, más objetivas. Apiano sigue a éstas en ocasiones, sobre todo en lo concerniente al pugilato entre Roma y Cartago en Iberia e, incluso, no siente reparo en destacar el comportamiento deshonroso y cruel de muchos generales romanos en su lucha con los indígenas, frente a otras fuentes claramente favorables a Escipión y sus amigos que pretenden enmascarar o endulzar tales hechos.
De lo dicho hasta ahora se deduce con facilidad que Apiano no es un historiador que teorice sobre la historia en sí o haga una historia filosófica, sino un artesano más o menos hábil e instruido que recopila y compendia una extensa cantidad de datos con unos fines concretos y desde una perspectiva ética y política que aflora en algunos lugares de su obra. De ahí que, a nuestro juicio, términos tales como aitía alēthḗs, próphasis tò phanerón y arkhḗ , que utiliza, por ejemplo, al analizar los móviles que indujeron a Aníbal a invadir Italia (véanse Ib . 10; An . 1 y 3), hay que entenderlos como una terminología al uso dentro de la tradición historiográfica y no como manifestación refleja del principio de causalidad.
Merecen destacarse entre el conjunto de libros que integran su obra histórica, aquellos relativos a las Guerras Civiles y, en especial, el libro I, en cuyos capítulos de introducción a las mismas afirma el autor cómo la homónoia y la eutaxía de la época imperial son consecuencia de todo el período de luchas civiles precedente, que arranca de la tragedia de los hermanos Gracos y va al unísono con la monarquía nacida del poder militar de esta etapa de revueltas. Interesante resulta lo referente a la cuestión agraria y, en general, todo el contenido de este libro, por ser testimonio fundamental para esta etapa de la historia de Roma. No obstante, hay muchas otras partes importantes y estimables en su obra. Sobre todo, aquellos sucesos para los que Apiano es fuente principal o exclusiva, así, por ejemplo, en la narración de las guerras celtíbero-lusitanas y su episodio final de la toma de Numancia (Ib . 44-99). De indudable valor es la historia de la tercera guerra púnica descrita en su libro Sobre África y, en especial, lo referente al asedio y destrucción de Cartago, hecho para el que también Apiano es nuestra fuente principal. A estas partes de su obra que presentan un relato continuado y valioso por distintos motivos habría que añadir aquellos otros datos aislados, algunos de interés particular para nosotros, como la fundación de Itálica por Escipión (Ib . 38), etc.
Una característica a reseñar en su historia es el gusto por relatar multitud de estratagemas de las que se servían los generales o caudillos en sus operaciones militares, de ellas están llenos los libros Sobre Iberia o La guerra de Aníbal (la batalla de Cannas, por ejemplo, la reduce Apiano a la combinación, por parte de Aníbal, de cuatro estratagemas diferentes). Este aspecto de su historia ha sido también objeto de censura por parte de la crítica moderna, que ha querido ver en ello un tono novelesco y de invención. Sin embargo, es posible que en muchos casos esta crítica venga motivada por la ausencia de las mismas en otras fuentes tenidas por mucho más valiosas, como ocurre, por ejemplo, en el caso de Cannas, donde Polibio no las menciona, y no porque el relato de Apiano resulte de por sí increíble o inverosímil. Al contrario, creemos que con frecuencia son perfectamente posibles y, tal vez, acordes con la genialidad e idiosincrasia de sus autores, Viriato, Aníbal, etc.
Abundan también en su historia las hazañas y gestas individuales en las que se muestra a los distintos protagonistas como auténticos motores y artífices del acontecer histórico. En este hecho hemos de ver, sin duda, un reflejo del gusto por el factor individual en la historiografía helenística, a la que pertenecen algunas de sus fuentes, y de otros autores de la época imperial y de la analística romana.
La obra de Apiano está llena, por lo demás, de toda clase de defectos, tales como adulteraciones, falta de exactitud en los detalles, ausencia de rigor cronológico, geográfico, etc. Algunos de estos errores o defectos podrían explicarse por el carácter sintético de su historia, que redunda en detrimento de una mayor abundancia de datos y una mejor ligazón y explicación de los mismos. En lo que hace a la datación de los sucesos históricos, él mismo, en el Prólogo (cap. 13), dice: «me pareció superfluo dar la fecha de todos los hechos y sólo mencionaré la de los más importantes», mostrando con ello un cierto desinterés por estas cuestiones. De otro lado, los errores cronológicos y geográficos, las cifras exageradas o distorsionadas, aunque a veces puedan ser intencionadas o imputables a él, en otras muchas habría que atribuírselas a sus fuentes. Y, en general, esto es una constante entre los historiadores del mundo antiguo, y ni siquiera los más grandes se han visto libres de ellos. Las condiciones de trabajo, el acceso a las fuentes, los criterios y el método seguido podrían explicarnos muchos otros defectos.
Por todo ello, creemos que, a veces, ha sido excesivo el rigor con el que se ha censurado a Apiano, rigor que ha llevado a imputarle y tener como suyos todos aquellos pasajes carentes de valor o donde se distorsiona la realidad de los hechos, y en cambio, a omitir su nombre, aunque sea su relato el único conservado, en otros de valía indudable, atribuyéndolos sin más al mérito de su fuente, sea ésta Polibio, Livio o cualquier otro, como más de una vez se ha hecho. Diremos, para concluir este apartado, que una justa adecuación y conformidad con la realidad histórica era algo naturalmente necesario y exigible, pero, en general, lo que el historiador antiguo pretendía con su obra era, entre otros objetivos, el crear una escenografía adecuada en la que pudiera exponer los hechos a la luz de las ideas políticas y los principios éticos que él sustentaba. Y aunque ello no se vea, en ocasiones, con demasiada nitidez en el caso de Apiano, no es ajeno a esta perspectiva y puede resultar, desde ella, tan válido como muchos otros.
Otro aspecto de su obra al que debemos referirnos es el relativo a los discursos que se contienen en ella. Este hecho, por lo demás, es una constante en la historiografía greco-latina. Los historiadores griegos y romanos de las épocas más dispares han gustado de insertar discursos que jalonan el desarrollo de los acontecimientos. La variedad y calidad de los mismos varía, como se sabe, de un autor a otro y, en especial, es diferente también la función que desempeñan en el plan general de la obra. En Apiano, sin que abunden en exceso como es el caso de Livio, por ejemplo, hay bastantes muestras de ellos en el transcurso de su obra, sobre todo en los libros de las Guerras Civiles, y constituyen, junto con otras partes de su relato histórico, desde un punto de vista estilístico, lo más valioso de su historia. En algunos de sus discursos se puede apreciar un cierto artificio y efectismo retórico en la línea de la oratoria liviana y de la analística. Con ello no queremos decir que exista sólo un ropaje formal y vaciedad de contenido, que se trate, en suma, de meros pastiches sin conexión con la realidad circundante. Precisamente en las piezas oratorias que se encuentran en los libros de las Guerras Civiles cabe apreciar una clara intencionalidad al servicio de la óptica bajo la que trata el historiador los acontecimientos que narra, así sucede, por ejemplo, en el gran debate que se abre en la cámara senatorial (cf. III 45 ss.), en donde Pisón defiende a Antonio y se puede palpar un sentimiento de hostilidad claro de Apiano hacia Cicerón, etc. Quizás la perfección formal que alcanza en algunas de estas intervenciones retóricas, en contraste con el tono ramplón y monótono de muchas otras partes de su obra, se deba, entre otras razones, bien a la calidad de la fuente y fidelidad a la misma, o a su experiencia práctica y cotidiana en tareas forenses, lo que debió de hacerle conocedor de los variados recursos de la retórica.
Su estilo, en general, es claro y sencillo, no hace gala de ningún tipo de pretensión literaria u ornamental, resulta, por el contrario, un tanto aburrido y pedestre. A veces suele contagiarse del carácter sintético del contenido y adquiere una concisión y laconismo que lo asemejan a breves apuntes de un diario de campaña. Con todo, hay momentos en los que su prosa cobra una rara vitalidad teñida de dramatismo que atrae al lector, pero son las excepciones. Aunque no cabe apreciar en él una clara influencia aticista, pese a lo que cabía esperar dado la época en que vive, sí hay rasgos, a mi juicio, que habría que atribuírselos al aticismo. Entre ellos señalaré dos: el uso del dual, ya perdido totalmente del habla cotidiana por esta época y el uso abundantísimo del optativo, especialmente en oraciones subordinadas en las que había sido relegado con fecha muy anterior, así, en las oraciones finales y en las completivas de temor, aunque aparece en casi la totalidad de usos y oraciones de época clásica. Si se compara, en este aspecto, con Polibio, Diodoro o cualquier otro autor de su tiempo claramente no aticista, la diferencia es notable. Es de destacar también, aunque este rasgo sea pertinente a muchos autores griegos, el uso abundante de participios que se yuxtaponen alargando los períodos en exceso, con ausencia de nexos subordinativos que dejan las frases un tanto sueltas.
En resumen, Apiano no fue un historiador nato, sino un funcionario que se aplicó, al final de su vida, al quehacer histórico, impulsado, tal vez, por su admiración y gratitud para con la gran nación, un imperio en su época, que lo había recompensado con un puesto de favor. Su historia está plagada de defectos, ya esbozados anteriormente, lo que hace que deba ser utilizado con suma cautela. Sin embargo, por la gran cantidad de datos que su obra contiene, por la importancia del período histórico que abarca y por el hecho de que, a veces, sea la única fuente o la más completa de las conservadas, se le debe tener en cuenta.
2.
El texto de la «Historia Romana»
La relación más completa que ha llegado hasta nosotros de la obra histórica de Apiano es la de Focio, patriarca de Constantinopla, que murió en el año 891 de nuestra Era. Él escribió una enciclopedia de literatura titulada Biblioteca (o Miriobiblon ), que contenía, en 280 capítulos con numerosos extractos, datos relativos a 280 autores cuyas obras existían aún. Parece que tuvo ante sus ojos un ejemplar completo de la Historia Romana de Apiano. En su obra (Bibliot . 57) enumera veinticuatro libros de la historia de Apiano 27 .
Una obra tan extensa y variada, todavía en época bizantina, era lógico que sufriera serios avatares en el curso de su transmisión. Las razones pueden ser de muy diverso tipo, pero cabría citar entre otras que hubo una serie de libros que, tal vez en razón a que se sintieron de mayor importancia que el resto, fueron seleccionados y difundidos, y que otros, al estar recogidos fragmentariamente en base a argumentos específicos y similares en Excerpta de época bizantina, se transmitieron de este modo perdiéndose el contenido restante. Finalmente hubo otro grupo que se perdió casi en su totalidad, hecho quizás debido al puro azar de la transmisión.
Dividiremos este análisis sucinto de la historia del texto en dos grandes apartados: uno dedicado a la tradición manuscrita, y el otro, a las ediciones y traducciones de su obra.
A) LA TRADICIÓN MANUSCRITA DE LA «HISTORIA ROMANA » DE APIANO .
La fuente principal para el conocimiento del texto de Apiano es la tradición manuscrita, ya que las citas en otros autores carecen de importancia al no haber tenido apenas repercusión su obra.
Se pueden establecer tres grandes grupos: los manuscritos que contienen aquellos libros conservados en su totalidad, los manuscritos que contienen los fragmentos de otros libros recogidos en los Excerpta bizantinos y, finalmente, los manuscritos del Suda .
Los libros conservados completos son, además del Prólogo , los siguientes: Sobre Iberia, La guerra de Aníbal, Sobre África, Sobre Iliria, Sobre Siria, Sobre Mitrídates y los cinco libros de Las Guerras Civiles . Hay que incluir también en esta primera relación un Epítome del libro «La historia de la Galia» .
Los manuscritos que recogen este primer bloque de libros son relativamente numerosos y sólo citaremos los principales 28 . El más antiguo de todos es el Vaticanus gr . 141 (V), de los siglos XI y XII ; el Marcianus gr . 387 (B), que data de 1440 d. C.; el Vaticanus gr . 134 (V, J en Dilts), del siglo XV ; el Vaticanus Pii II gr . 37 (D), del siglo XV ; el Laurentianus 70.5 (1), del siglo XV ; el Parisinus gr . 1672 (F), de principios del siglo XIV , y el Parisinus gr . 1642 (E), del siglo XV .
De todos estos manuscritos detenta la primacía indiscutible el Vat. gr . 141, que contiene el Prólogo , el Epítome del libro «La historia de la Galia» (ambas partes, del siglo XII ), el libro Sobre Iberia , el de La guerra de Aníbal y Sobre África (estos últimos, del siglo XI ). El manuscrito Laurentianus LXX.26, que contiene el libro Sobre Iberia y el de La guerra de Aníbal así como el manuscrito que manejó Enrique Estéfano para su edición de estos libros en 1557 dependen del anterior, según vio ya Mendelsshon en su edición y recogen Viereck y Roos en la suya 29 . Respecto al Prólogo , Viereck y Roos piensan que hay que mirar también los manuscritos de la familia (O) y los utilizados por Cándido Decembrio (C), ya que éstos serían irreductibles a aquél 30 . En cambio, P. Maas 31 en su reseña a la edición de Viereck y Roos no considera sostenibles las razones aducidas por los anteriores para tal afirmación, ni tampoco Dilts en el artículo citado.
Los restantes manuscritos de este primer grupo se dividen en dos familias: la familia (O) y la familia (i). Esta división se debe a Mendelsshon 32 y hoy se acepta plenamente. Error de este último fue, no obstante, considerar el manuscrito Monacensis gr . 374 (A) como manuscrito primario de la familia (O), pero esto fue subsanado por Viereck en su edición, de 1905, de los libros de Las Guerras Civiles . Hoy ha quedado establecido que este manuscrito (A) desciende del primario Marcianus gr . 387 (B), y Dilts precisa que a través del Vaticanus gr . 1612 (K), pues presenta errores extraños a la familia (O), y que tienen su base en el manuscrito Escurialensis T. II.4 (143) (n) perteneciente a la familia (i). Los manuscritos primarios para la familia (O) serían, pues, a juicio de Dilts, el B, D y J (V.134 en Viereck y Roos).
Diferencia importante existe entre Viereck-Roos y Dilts respecto a los manuscritos F, E y L (Vossianus miscellaneus 7), pues aquéllos los consideran pertenecientes a la familia (O) 33 , en tanto que éste los considera pertenecientes a (i) 34 . Para Dilts, además, los manuscritos F, E son, junto con 1, los tres manuscritos primarios de la familia (i), pero con la diferencia de que 1 derivaría directamente del arquetipo (i), y F, E derivarían de (i) a través de un hiparquetipo (Z) hoy perdido, del que provienen independientemente. Diferencia sustancial también entre Viereck-Roos y Dilts es el hecho de que los primeros ignoran 1 y hacen derivar lecturas de la familia (i) de manuscritos tales como el Parisinus gr . 1681 (a), Parisinus gr . 1682 (b), Laurentianus LXX.33 (f) o Vratislavensis Rhedigeranus 14 (d), apógrafos de 1, según Dilts, los dos últimos y de los que, a su vez, dependen a, b directa o indirectamente.
Schweighäuser favoreció la familia de manuscritos (O), pues consideró al manuscrito A como el mejor y este error lo compartió Mendelsshon, como dijimos antes, y aunque fue subsanado por Viereck, sin embargo, tanto éste como Roos encuentran de más valor los manuscritos de la clase (O), «primarii generis (O)» 35 los llaman, que los de la clase (i), «deteriorii generis (i )» 36 .
Queda hacer un breve referencia, dentro de este primer grupo, a los manuscritos utilizados por Cándido Decembrio para su versión latina de Apiano en dos volúmenes. Viereck y Roos los signan como (C) y los tienen por inferiores a (O) observando que hay en ellos lecturas que se apartan de (O) e, incluso, lagunas no existentes en (O) e (i) 37 . Según Dilts 38 , las copias de los manuscritos d, f fueron las que Cándido tomó de la Biblioteca de San Marcos el 7 de diciembre de 1450 39 .
El segundo grupo de manuscritos, distinto por su origen y contenido, está integrado por aquellos que recogen las recopilaciones bizantinas a partir de obras de historiadores antiguos realizadas por orden del emperador Constantino Porfirogéneta (912 a 959 d. C.). Estas recopilaciones o extractos aglutinaban, bajo títulos diversos, cada uno correspondiente a un tema determinado, pasajes procedentes de autores varios pero relacionables en función de dicho tema. De los títulos conservados, los que tienen interés para Apiano son tres: De legationibus (Romanorum y gentium ), De uirtutis et uitiis , y De sententiis 40 . En general a estos Excerpta se les conoce como Excerpta Constantiniana .
Los Excerpta de legationibus se han conservado en un número bastante considerable de manuscritos de fines del siglo XVI , todos los cuales, no obstante, dependen del viejo manuscrito Escurialensis destruido en un incendio en 1671 41 .
Los Excerpta de uirtutibus et uitiis y los Excerpta de sententiis están conservados en manuscritos únicos, los primeros en el Turonensis C 980 (P) (antes Peirescianus ) del siglo XI , y los segundos en el Vaticanus gr . 73 rescriptus (Z) del siglo X u XI .
Los Excerpta recogen fragmentos de los libros siguientes: Sobre la realeza, Sobre Italia, El libro samnita, Sobre la Galia, Sobre Sicilia (todos ellos perdidos), y de los libros Sobre Numidia , y Sobre Macedonia (también perdidos) que debieron formar parte de los libros Sobre África y Sobre Iliria respectivamente, bien como apéndices o de forma independiente y, como dijimos, estos últimos se han conservado 42 . Para los libros perdidos constituyen, por tanto, los Excerpta una fuente básica y exclusiva, y de ahí también la importancia de los manuscritos que los contienen. En cambio, para los libros La guerra de Aníbal, Sobre Iberia y Sobre África , de los que existen además fragmentos en los Excerpta , al haber una tradición manuscrita paralela que los transmitió enteros, su importancia decrece. Sin embargo, hay que contar con ellos, sobre todo en aquellas lecturas que discrepando de la otra tradición manuscrita puedan deberse a manuscritos utilizados por los compiladores de los Excerpta . De otro lado hay que tener en cuenta que la tradición manuscrita de los Excerpta trabaja sobre un material en sí ya limitado, dado el carácter de resumen, de recopilación de temas varios cuales fueron los Excerpta Constantiniana , y dado que, a su vez, los propios escribas en muchas ocasiones no transmitieron con fidelidad el texto de los Excerpta , sino que introdujeron modificaciones, omitieron partes e, incluso, condensaron aún más el propio texto de éstos, contagiados tal vez por el carácter extractado del original.
Es posible que los excerptores de Constantino sólo tuvieran presente un volumen de la totalidad de la obra de Apiano que contenía los nueve primeros libros, pues no hay rastro en ellos del resto de los libros conservados ni del resto de los perdidos.
El último grupo de manuscritos lo constituyen aquellos que transmiten las glosas históricas del Suda , que, al parecer, pudieron haber sido tomadas de los Excerpta , y hay que tenerlo en cuenta, por consiguiente, junto con los manuscritos de aquéllas. Los manuscritos del Suda son: Parisini 2625 y 2626 (A), Bruxellensis 59 (E), Angelicanus 75 (I) y Vossianus bibl. Lugdunensis 2 (V). También cabe encontrar en ellos errores, omisiones, compendios o modificaciones imputables al Suda , pero hay muchos pasajes de los libros transmitidos de manera fragmentaria que aparecen tan sólo en él. Quedan por citar otros vestigios de la obra de Apiano, de importancia muy inferior a los mencionados con anterioridad 43 . Así, dos fragmentos, uno del libro veinticuatro Sobre Arabia , ya mencionado antes en esta Introducción, y otro, inserto en el libro Sobre la realeza , acerca de Rómulo y Remo 44 . De otra parte, Gemistio Plethon, un compilador tardío, tiene un amplísimo resumen de ciertas partes del libro Sobre Siria al que Viereck y Roos confieren un valor notable en su edición. Un número considerable de fragmentos, pero de extensión brevísima, conservó el Léxicon perì syntáxeos a partir del manuscrito Cosliniano 345 editado por Bekker en el año 1814 en Anecdotis Graecis , vol. I, págs. 117 ss. Por último, Zonaras menciona dos veces a Apiano (véanse frags. 17 y 18 de la edición de Viereck y Roos, página 534).
Los libros perdidos totalmente, según la relación completa que da Mendelsshon de los libros de la Historia Romana de Apiano, habida cuenta de las relaciones del propio Apiano, de Focio y de los dos Anónimos de Schweighäuser, serían: Sobre la Hélade y la Jonia, cuatro libros Sobre Egipto, La Hecatontecia, Sobre la Dacia, y el libro Sobre Arabia 45 .
B) EDICIONES DE LA «HISTORIA ROMANA » DE APIANO .
a) De los libros completos .
La primera edición del texto griego de Apiano la llevó a cabo, en 1551, Carlos Estéfano, que publicó en París una Editio Appiani que comprendía el Prólogo , el Epítome del libro de la Galia , el libro Sobre África , un fragmento del libro Sobre Iliria , el libro Sobre Siria , el libro Sobre Mitrídates , y los cinco libros de las Guerras Civiles , dispuestos según este orden. Se sirvió, para su edición, de los manuscritos Parisinus 1681 (a) y Parisinus 1682 (b).
En el año 1557, Enrique Estéfano publicó en Génova los libros omitidos por Carlos, a saber el libro Sobre Iberia y La guerra de Aníbal , junto con fragmentos de Ctesias, Agatárquides y Memnón. Utilizó, para ello, un modelo muy deficiente que había recibido de Arnoldo Arlenio con motivo de un viaje a Italia.
En el año 1592, Enrique Estéfano publicó en Génova otra Editio Appiani para la que utilizó su edición de 1557 de los libros Sobre Iberia y La guerra de Aníbal , y los demás libros los tomó de la edición de Carlos Estéfano, de 1551, sin tener en cuenta otros testimonios, lo que hizo que para el libro Sobre Iliria se sirviera sólo de un fragmento conservado en la familia (i) de los deteriores. David Hoeschelio, en 1599, publicó una Editio Appiani Illyricorum a partir del manuscrito Monacensis gr . 374 (A) (en otro tiempo Augustanus ). Carece de valor la Editio Appiani de Alejandro Tolio de 1670 que nada añade a las de Ursino y Hoeschelio.
Una edición importante, exponente claro de la labor filológica del siglo XVIII , fue la de J. Schweighäuser, Appiani Alexandrini Romanorum historiarum quae supersunt , 3 vols., Leipzig, 1785. En ella cita trece manuscritos que él examinó o conoció a través de colaciones hechas por otros. Utilizó los manuscritos Parisini 1681 (a) y 1682 (b) (en su edición Reg . A y B, respectivamente), ya utilizados por Carlos Estéfano, pero que volvió a revisar con todo cuidado. También se sirvió de otros manuscritos, hoy considerados de la clase (i), así como del manuscrito más antiguo, el Vaticanus gr . 141 (V), si bien no lo manejó personalmente, y de otros pertenecientes a la clase (O) tales como el Monacencis gr . 374 (A), Marcianus gr . 387 (B), Vaticanus gr . 134 (V en Viereck-Roos, J en Dilts), Parisinus gr . 1642 (E, Reg. C en Schweighäuser, y atribuido a (i) por Dilts), etc. Sin embargo, con todo lo que supuso esta edición, contribuyó poco a una investigación sistemática de los manuscritos. En efecto, ya reseñamos la no utilización directa del manuscrito más antiguo V 141, a lo que se podría añadir que el B, manuscrito primario de (O) lo conoció a través de una colación malísima hecha por Paulo Blessingio Ulmenso, lo cual hizo que considerara a A primario de (O), error ya antes señalado, y no a B como hoy está establecido, etc.
A la edición de Schweighäuser siguieron las de Teucher (Lemgo, 1796-1797), Schaefer (Leipzig, 1929), Fr. Dübner en la Bibliotheca Didotiana (París, 1840) y Bekker en la Teubner (Leipzig, 1852-1853), estas últimas más valiosas que las anteriores.
Sin embargo, el primer estudio verdaderamente crítico estuvo a cargo de L. Mendelsshon. Fue él quien en sus Questiones Appianeae y en su edición Appiani Historia Romana , 2 vols., Leipzig, 1879-1881, dio un paso definitivo para el establecimiento del texto de Apiano y de su tradición manuscrita. Y de él dependen, en buena parte, las ediciones posteriores.
J. L. Strachan-Davidson editó Appian Civil Wars: Book I with notes and map , en Oxford, At Clarendon Press, 1902. Otras ediciones modernas son las de L. Mendelsshon y P. Viereck, Appiani Historia Romana , vol. II, Leipzig, 1905, en la Teubner, que sólo comprendía los libros de las Guerras Civiles . El resto de la obra fue publicado por P. Viereck y A. G. Roos, Appiani Historia Romana , vol. I, Leipzig, 1939, en la Teubner, contenía un índice de nombres preparado por J. E. Niejenhuis que ha sido suprimido de la reimpresión de este volumen, en 1962, corregida por Gabba, para añadirlo al segundo volumen que él mismo prepara.
H. White publicó la Appian’s Roman History , con traducción al inglés, en cuatro volúmenes, en la Loeb Clasical Library, 1912/1913 (reimp. hasta 1964).
E. Gabba editó Bellorum civilium liber primus con Introducción, comentario y traducción en la Bibliote. di Studi Super., Florencia, 1958 (2.ª ed. 1967). Y, por último, este mismo autor publicó la edición de Bellorum civilium liber quintus , con comentario y traducción en la Bibliote. di Studi Super., Florencia, 1970.
b) Ediciones de los «Excerpta Constantiniana» .
Hemos puesto en un grupo aparte las ediciones de los Excerpta , que ampliaron el texto de Apiano según expusimos antes.
Fulvio Ursino, en 1582, editó en Amberes los Excerpta de legationibus en una obra titulada Ex libris Polybii selecta de legationibus et alia . Los manuscritos de los que hizo uso fueron el Vaticanus gr . 1418 (V) y el Neapolitanus III, B 15 (N).
Con posterioridad, en el año 1630, Enrique de Valois publicó en París los Excerpta de uirtutibus et uitiis , a partir del manuscrito Peirescianus (P), que había recibido de Nicolás Peirescio, hoy Turonensis C 980 46 .
Los Excerpta de sententiis , tercero y último de los títulos de los Excerpta Constantiniana que contenían fragmentos de la historia de Apiano, fueron publicados en Roma, en 1827, por Ángel Mai 47 , y algunos fragmentos de esta edición fueron insertados por Dübner y Bekker en sus respectivas ediciones 48 .
La edición más importante, completa y moderna de los Excerpta es la de Boissevain, Boor, Büttner-Wobst y Roos 49 .
c) Traducciones .
La primera versión de la obra de Apiano es la que realizó, en latín, Pedro Cándido Decembrio en 1452. Comprendía dos volúmenes: el primero de ellos con el Prólogo , los libros Sobre África, Sobre Siria y Sobre Mitrídates; el otro contenía los cinco libros de las Guerras Civiles , el libro Sobre Iliria íntegro, y el Epítome del libro «Sobre la Galia» .
Cecilio Secundo Curio editó en Basilea, en 1554, con una traducción incorporada del libro Sobre Iberia hecha por él mismo, la excelente versión latina de la edición de Carlos Estéfano realizada por Segismundo Gelenio y que éste no pudo publicar por sobrevenirle la muerte. M. Mastrofini publicó en Milán, en 1830, una traducción italiana de Apiano, que sólo conozco de referencia. La edición de la Didot contiene también una traducción latina.
Entre las traducciones modernas en lengua extranjera se cuentan las de los libros I y V de las Guerras Civiles , por Gabba, autor que conoce en profundidad esta parte de la obra histórica de Apiano. Cabe destacar la traducción inglesa de H. White, de gran calidad en su conjunto, aunque a veces cuida más el estilo que la fidelidad al texto.
En castellano no conozco ninguna traducción, salvo la fragmentaria, y reducida al libro Sobre Iberia , de las Fontes Hispaniae Antiquae , vol. III, a cargo de P. Bosch Gimpera, y vol. IV, por P. Bosch Gimpera y L. Pericot (publicada en Barcelona, en 1935 y 1937, respectivamente). Brevísimos fragmentos de las Guerras Civiles , los relativos a Iberia, se encuentran en el vol. V 50 .
La presente versión de Apiano pretende ser fiel al texto griego, de acuerdo con las normas de esta editorial. Para ello, me he visto obligado a sacrificar, en bastantes ocasiones, una prosa más elegante y un mejor estilo en función de la máxima fidelidad al original. La monotonía y escasa pretensión literaria que puede apreciarse en la versión castellana reproduce, a nuestro juicio, la constante general del estilo del autor que, salvo casos esporádicos, resulta, como dijimos, bastante mediocre desde una perspectiva estilística. Hemos tenido presente la edición de H. White (reimp. 1964), cuya numeración en general reproducimos, y la de P. Viereck y A. G. Roos (reimp. de 1962), de la que tomamos las referencias más explícitas de los Excerpta y el fragmento de Rómulo y Remo, en el libro De la realeza , que no aparece en la edición de White.