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II

SOBRE ITALIA

(FRAGMENTOS)

1

Los volscos, sin asustarse de las desgracias de sus vecinos, hicieron la guerra contra los romanos y pusieron cerco a sus colonias.

(Suda , s. v. klēroûchon )

2

El pueblo no votó la candidatura de Marcio para el consulado, no por considerarlo indigno, sino porque temía su arrogancia.

(Suda , s. v. apaxiôn )

3

Marcio 1 , encendido en su odio contra los romanos al ser desterrado, se pasó a los volscos proyectando una gran venganza contra aquéllos.

(Suda , s. v. pímpratai )

4

(Dijo) que había venido renunciando a su patria y a su linaje, que no le importaban nada y quería hacer suya la causa de los volscos en vez de la de su patria.

(Suda , s. v. allaxámenos )

5

[1 ] Después de su destierro, Marcio se refugió entre los volscos e hizo la guerra a los romanos y, cuando se encontraba acampado a una distancia de cuarenta estadios de la ciudad, el pueblo amenazó al senado con entregar las murallas al enemigo, a no ser que enviaran una embajada a Marcio para negociar la paz. El senado, a regañadientes, envió a unos plenipotenciarios para acordar una paz ventajosa para Roma. Éstos, cuando llegaron al campamento volsco, ofrecieron a Marcio, en presencia de los volscos, la amnistía y el retorno, si ponía fin a la guerra, y le recordaron que el senado no había cometido ninguna falta contra él. Éste acusó al pueblo de las muchas ofensas que les había causado, tanto a él como a los volscos, pero, no obstante, prometió que los reconciliaría con los volscos, si devolvían la tierra y las ciudades de éstos que tenían en su poder y les otorgaban el derecho de ciudadanía como a los latinos, pero que, mientras los vencidos poseyeran lo que pertenecía a los vencedores, no veía qué clase de paz podía hacerse. Después de hacerles estas propuestas, despidió a los embajadores y les dio un plazo de treinta días para considerarlas. Entonces marchó contra las ciudades latinas y tomó siete en treinta días, al cabo de los cuales regresó para recibir la respuesta.

Ellos respondieron que, si retiraba el ejército del [2 ] territorio romano, enviarían embajadores para concluir una paz en términos apropiados. Al negarse él, de nuevo, enviaron a otros diez para suplicarle que no hiciera nada indigno contra su patria y que consintiera que se hiciese un tratado, no por una orden suya, sino como consecuencia de la libre voluntad, por respeto a su patria y estima a la reputación de sus antepasados, que no le habían hecho ninguna afrenta. Marcio les respondió tan sólo que volvieran al cabo de tres días con una propuesta mejor. Los romanos, entonces, enviaron a sus sacerdotes revestidos de sus ornamentos sagrados para suplicarle, una vez más, estas cosas. Pero éste contestó que debían cumplir lo ordenado, o no era necesario que volvieran a verle. Por consiguiente, los romanos se dispusieron para el asedio y llenaron la muralla de piedras y dardos con objeto de repeler el ataque de Marcio desde lo alto de los muros.

Pero Valeria, la hija de Publícola, reunió a muchas [3 ] mujeres y las condujo ante Veturia, la madre de Marcio, y ante su esposa Volumnia. Todas iban con vestidos de luto y habían unido a las súplicas a sus hijos, y pidieron a aquéllas que las acompañaran para ir al encuentro de Marcio y pedirle que los perdonara a ellos y a su patria. Así pues, con el permiso del senado, salieron sólo las mujeres hacia el campamento de los enemigos. Marcio sintió admiración de la ciudad por su coraje y por el temple de las mujeres de Roma, y salió a su encuentro suprimiendo las varas y hachas de los lictores, en consideración a su madre. Corrió a su encuentro, la abrazó, la condujo hasta el consejo de los volscos y la exhortó a que expusiera lo que deseara.

Ella dijo que, al ser su madre, había sido agraviada [4 ] como él con su destierro de la ciudad, pero que veía que los romanos habían sufrido ya mucho por su causa y que habían tenido un castigo suficiente con tanto territorio devastado y muchas ciudades demolidas, y como último recurso para ellos, recurrían a la súplica y le enviaban como embajadores a los cónsules, a sus sacerdotes, a su madre y esposa, y querían reparar su injusticia con la amnistía y el retorno. «No quieras tú remediar una desgracia con otra irremediable ni acarres infortunios tanto a ti, como a los que te han hecho injusticia. ¿A dónde llevarás el fuego? ¿Desde los campos contra la ciudad? ¿Desde la ciudad contra tu propio hogar? ¿Desde tu propio hogar contra los templos? Concédenos tu favor a mí y a tu patria, hijo, como te lo pedimos». Éstas fueron sus palabras, y Marcio respondió que no consentía en llamar patria al país que le había desterrado, sino a aquel que le había acogido. No existe amistad, dijo, con quien te ofende ni enemistad hacia quien te beneficia. La exhortó a que pusiera su mirada en los presentes con quienes había intercambiado sentimientos de fidelidad mutua, le habían concedido el derecho de ciudadanía, le habían elegido su general y habían puesto en sus manos sus asuntos privados. Pasó revista, en fin, a todos los honores que había recibido de ellos y a los juramentos con los que se había comprometido, e invitó a su madre a que tuviera como amigos y enemigos a los mismos que aquéllos.

[5 ] Mientras Marcio estaba todavía hablando, ella, afligida y tendiendo las manos hacia el cielo, invocó a los dioses familiares como testigos de que dos procesiones de mujeres habían salido desde Roma en épocas de gran calamidad: una, en tiempos del rey Tacio, y otra, en éstos de Gayo Marcio. De entre estas dos, dijo, Tacio que era un extranjero y un verdadero enemigo cedió por respeto a las mujeres y, en cambio, Marcio desprecia una embajada de tan gran número de mujeres, de la que, además, forman parte su esposa y su madre. «Ojalá —dijo— que ninguna otra madre, tras haber fracasado con su hijo, se vea en la necesidad de postrarse a sus pies, pero yo, no obstante, también me someto a esto. Me postraré ante ti». Y al decirlo, se arrojó al suelo. Entonces, Marcio prorrumpió en lágrimas, saltó hacia delante, la sostuvo en sus brazos y exclamó profundamente conmovido: «Has vencido, madre, pero una victoria a causa de la cual matarás a tu hijo». Después de decir esto retiró al ejército con idea de dar explicaciones a los volscos y de reconciliar a los dos pueblos. Había una esperanza de que lograse persuadir a los volscos. Sin embargo, a causa de la envidia de su general Acio fue lapidado.

(Exc. de las embajadas de los romanos 1, pág. 65)

5 B

Marcio no consideraba oportuno contradecir a ninguna de estas (demandas).

(Suda , s. v. edikaíou )

6

Fueron dignos de compasión por su desgracia y de alabanza por su valor, pues ésta fue una gran calamidad para los romanos a causa del número de bajas, de la dignidad de una casa noble y su total destrucción 2 . El día en que ocurrió lo consideraron nefasto.

(Suda , s. v. eleeinós y apophrádes hēmérai )

7

El ejército mostraba una actitud rebelde hacia su general 3 , a causa del rencor. Lucharon, dejándose vencer adrede, y huyeron, vendándose el cuerpo como si estuvieran heridos. Derribaron las tiendas e intentaron retirarse, acusando de impericia a su general.

(Suda , s. v. ethelokákōs )

8

[1 ] Al producirse malos presagios de parte de Júpiter después de la toma de Veyes, los augures dijeron que había sido olvidado algún deber religioso y Camilo recordó que se le había olvidado apartar la décima parte del botín para el dios que dio el oráculo relativo al lago. Por tanto, el senado decretó que los que hubieran tomado cualquier cosa de Veyes hicieran una evaluación de ello y trajeran la décima parte bajo juramento. Y no vacilaron, debido a su piedad, en ofrendar una décima parte del producto de la tierra, que ya había sido vendida, así como del botín. Con el dinero obtenido, enviaron una crátera de oro sobre un pedestal de bronce al tesoro de los romanos y masaliotas en Delfos, la cual permaneció allí hasta que Onomarco hizo fundir su oro durante la guerra focense. Sin embargo, el pedestal todavía está allí.

[2 ] Algún tiempo después, alguien acusó a Camilo ante el pueblo de haber sido el causante de aquellos augurios y portentos funestos para la ciudad, y el pueblo, que desde hacía bastante tiempo se había vuelto hostil hacia él, lo castigó con una multa de quinientos mil sestercios, sin sentir compasión por él, ni siquiera pese a que había perdido a su hijo antes del juicio. Sus amigos contribuyeron a aportar el dinero para que su persona no sufriera violencia. Sin embargo, Camilo, profundamente enojado, se trasladó a vivir a Ardea, haciendo el voto de Aquiles de que llegaría el momento en el que los romanos añorarían a Camilo. Y ello ocurrió muy pronto. Pues, cuando los galos se apoderaron de la ciudad, el pueblo huyó al lado de Camilo y lo eligió de nuevo dictador, como está escrito en mi historia de la Galia.

(Exc. de virt . 2, pág. 216)

9

El patricio Manlio salvó a Roma de un ataque galo y fue objeto de los máximos honores. Posteriormente, al reconocer a un anciano que había combatido muchas veces por su país reducido a la esclavitud por un prestamista, pagó su deuda. Como esta acción le granjeóel elogio de todos, liberó de sus obligaciones a sus propios deudores, y al obtener más fama, pagó, incluso, las deudas de otros. Encumbrado en su prestigio por estas medidas demagógicas, ya proyectó la abolición de todas las deudas o juzgó conveniente que el pueblo vendiera la tierra que estaba todavía sin repartir y aplicara su producto al pago de los deudores.

(Exc. de virt . 3, pág. 217; de allí Suda , s. v. Márkos Mállios )

1 Este capítulo y los siguientes relatan la leyenda de Marcio Gneo Coriolano, inserta en el marco de las luchas entre volscos y romanos. Es una de las joyas de la epopeya popular itálica, que ha llegado hasta nosotros traducida en prosa y con los retoques pragmáticos de los analistas, entre ellos, Valerio Antias (cf. DE SANCTIS , II, págs. 103 y sigs.).

2 Se refiere al desastre de los Fabios en Cremera, en la primera guerra entre Veyes y Roma en el siglo V .

3 Apio Claudio Sabino.

Historia romana I

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