Читать книгу Wink, Poppy, Midnight - April Genevieve Tucholke - Страница 15

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En la escuela, Leaf no hablaba, no se juntaba con chicos estúpidos ni hablaba de cosas de chicos; en realidad, ninguno de los Bell hablaba, y esa era una de las cosas por las cuales resultaban tan raros. Leaf era misterioso, tranquilo y callado, y siempre parecía estar desconcertado o enfadado. Y cuando no parecía desconcertado o enfadado, parecía inexpresivo, distante y abstraído, como si no estuviera viendo nada de lo que lo rodeaba.

Bridget Rise era de las que se hacían pis encima. A su hermano mayor le había pasado lo mismo. Supongo que era algo de familia, el gen de hacerse pis encima, como tener mala vista o la piel seca o el pelo lacio, algo que la evolución debería haber eliminado, al estilo Darwin. La última vez que Bridget se hizo pis encima fue en un recreo de tercer curso. Unos chicos le dijeron que era asquerosa y comenzaron a tirarle puñados de tierra que se le metió entre el pelo y en la blusa.

Puede que yo también le tirase tierra y puede que les diese la idea a los otros chicos. Bridget lloraba y sollozaba y luego, inesperadamente, apareció Leaf. Tenía once o doce años, pero ya entonces tenía aquel carácter.

Levantó a Bridget, con los pantalones empapados, la tierra y todo, y la ayudó a entrar en la escuela.

Después, volvió a salir y nos dio una paliza a cada uno de nosotros, a todos los que teníamos las manos sucias, literalmente, yo incluida. Me aplastó la cara contra el suelo, en el mismo barro que había estado tirando, y me advirtió que si me burlaba otra vez de Bridget me rompería la nariz.

Hablaba en serio, todos sabíamos que hablaba en serio. Y cuando, dos semanas después, me olvidé y durante el almuerzo la llamé Bridget la meona, Leaf me esperó al salir de clase: una mano y un golpe le bastaron. Los ojos se me pusieron bizcos mientras su puño me golpeaba la cara: chasquido, crujido, sangre, grito.

La nariz me quedó torcida. Ni siquiera mis padres médicos pudieron arreglarla, al menos no perfectamente. Midnight decía que esa pequeñísima imperfección me hacía todavía más hermosa, pero él leía poesía y su mente era débil, como su corazón. Hace muchos años que dejé de prestarle atención.

No permití que la risa de Leaf me disuadiera ese día en el granero. Estaba confundida, porque nunca había perdido a nada, pero estaba entusiasmada con el desafío y, por una vez, quería intentar hacer algo. De verdad. Así es como me sentí, al principio.

El día que cumplí dieciséis, fui a verlo entre dos clases. Me apoyé en su taquilla gris y arqueé la espalda. Llevaba la falda más corta que tenía, la que hacía que mis piernas parecieran de tres metros de largo, la que había hecho babear a Briggs, literalmente, en la fiesta de Zoe la noche anterior; tuvo que secarse la cara con la mano. Había dejado mi sujetador sobre la cama y sabía que mi camiseta negra fina me transparentaba los pezones.

—Hola, Leaf —lo saludé con la voz grave y susurrante que hacía que los chicos cayeran de rodillas.

Y me miró. No con deseo, ansia o avidez. Me miró de la misma manera en que yo miraba a los empollones de la banda de música cuando marchaban torpemente por el pasillo, con sus uniformes y sus estúpidos y brillantes instrumentos. De la misma manera en que yo observaba a los monigotes de mi clase con su jadeante entusiasmo, su patético exceso de confianza, sus bracitos delgados y sus piernas flacuchas.

—Aparta.

Eso fue todo lo que dijo. Se quedó allí quieto, alto, delgado y pelirrojo, casi indiferente, y lo único que dijo fue aparta.

Yo nunca había llorado, ni siquiera de bebé. Mis padres decían que se debía a que yo era un «dulce angelito», pero mis padres eran tontos. Yo nunca había llorado porque solo hay dos razones para hacerlo: una es la empatía, y la otra, la auto-compasión, y nunca había sentido ninguna de las dos. Sin embargo, lloré por aquel aparta. Lloré, lloré y lloré.

Wink, Poppy, Midnight

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