Читать книгу Wink, Poppy, Midnight - April Genevieve Tucholke - Страница 17

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Poppy me siguió por mi nueva casa, a través del crujiente suelo de madera, alrededor del revoltijo de muebles, por debajo de las telas de araña y por encima de las cajas, escaleras arriba, deslizando los dedos por la madera suave y oscura de la barandilla, a lo largo del pasillo sombrío y estrecho hasta el dormitorio de techos altos que yo había elegido para mí, la última puerta a la izquierda.

La cama no tenía sábanas, pero el armazón de madera y el colchón ya estaban colocados. Salté por encima de dos cajas y abrí todas las ventanas. Las cuatro tenían cortinas de color amarillo desvaído, que olían a polvo.

Caminé hacia la puerta y la cerré. Mi padre no me molestaría si cerraba la puerta: respetaba la intimidad. Era como oro para él, como cuando se dice que algo vale su peso en oro. Como la quería para él, la daba a los demás libremente y sin reservas.

Tuve que empujar la puerta los últimos centímetros para poder pasar el cerrojo. Esa casa parecía estar inclinada hacia un lado, como una anciana con una mano en la cadera, y todo quedaba desequilibrado. Más adelante, llegaría a gustarme. Oiría los crujidos y chirridos y me sentiría bienvenido, reconfortado, como si la casa me estuviera hablando con su voz jadeante y desvencijada. Sería capaz de decir si mi padre estaba, incluso en qué rincón de la habitación, solo por la serie de chasquidos, temblores y chirridos que resonaban hasta mí, como el estribillo de una canción que me sabía de memoria.

Pero en aquel entonces no era más que una casa vieja, a tres kilómetros de Poppy, enfrente de la granja Bell.

Me di la vuelta.

Poppy estaba de pie entre los polvorientos rayos de sol de mi habitación. No llevaba más que un leve vestido de verano y la piel con la que nació.

¿Cómo podía una piel tan suave, elástica y perfecta como la de Poppy ocultar un corazón tan oscuro? ¿Cómo era posible que no revelase nada de lo que había debajo, ni un mínimo indicio?

Había leído El retrato de Dorian Gray. Me pregunté si Poppy tendría su retrato escondido en un desván… Una pintura que envejecía, cada vez más malvada, fea y repugnante, mientras ella se mantenía joven, hermosa y con las mejillas sonrosadas.

Con un suspiro, me senté en el colchón desnudo. Poppy se arrastró hasta mi regazo y me besó el cuello. Sus manos se deslizaron por mis hombros, mi cuello, mi barriga y más, más abajo…

—No —susurré. Y luego más fuerte—: No.

La alcé por las caderas y la coloqué en la cama, a mi lado. Tenía el vestido levantado a la altura de los muslos. Cruzó las piernas desnudas, levantó los ojos y sonrió.

—Entonces, ¿nunca más? ¿Así son las cosas? ¿Ahora has terminado conmigo? ¿Te mudas a esta pocilga en el campo y de pronto se acabó todo?

La miré a los ojos.

—Sí.

Se echó a reír. Era una risa dura, escurridiza y fría, como masticar hielo. Se levantó de la cama y fue a uno de los dos ventanales de la pared que daba al este, al camino y a la granja Bell.

—Ahora vivirás cerca de ella. —Me miró por encima del hombro, con ojos malvados y ladinos—. Salvaje Bell. Seguro que te resulta interesante.

—No la llames así.

Bajé de la cama y me puse de pie junto a ella frente a la ventana. Recorrí con la mirada los tres arbustos de lilas, el viejo pozo, el columpio de cuerda del viejo roble, los campos de maíz a la izquierda, arrendados a una granja vecina, el huerto de manzanos y la casa al otro lado de la carretera.

Las casas estaban muy cerca, a pesar del camino de grava que las separaba. Podía verlo todo. Había gallinas correteando por la granja, persiguiendo a un gallo; dos cabras en un corral blanco, tres chicos jugando con un perro y otro trepando por la escalera del granero rojo. Se oían gritos, risas, cacareos, cloqueos y ladridos. Hasta podía oler jengibre en el horno: el aroma oscuro, dulce y picante flotaba por encima del camino, directamente hacia mi nariz.

La vida allí, en el mundo de Wink, parecía mucho más agradable. Mucho, mucho más que en aquel dormitorio vacío y extraño con la fogosa Poppy.

—¿Que no la llame cómo? ¿Salvaje? Es mejor que Wink, que parece salido de un cuento para niños. «Y entonces Wink y Caramelo, su caballo rosa, cabalgaron hacia el País de las Hadas por un sendero hecho de nubes.»

Poppy observaba la granja detenidamente, casi como si hubiera olvidado que yo estaba allí.

—Mira a todos esos niños corriendo. ¿Por qué Wink tiene tantos hermanos y yo no tengo ninguno? Leaf dijo una vez que yo habría sido mejor persona si tan solo hubiese tenido uno o dos hermanos. Dijo que sería «la mitad de egoísta». Como si yo…

—¿Leaf? —pregunté—. ¿Leaf Bell? ¿Lo conocías? En el instituto dicen que se fue al Amazonas a buscar una cura para el cáncer. Dicen que duerme en el suelo y solamente come nueces y bayas y habla la lengua mura, como si fuera un indígena…

—Cállate. —Los ojos de Poppy regresaron a los míos—. Cállate ya, Midnight.

Se fue hacia la puerta, la abrió y se marchó.

Volvió.

Se acercó sigilosamente a mí, apoyó dos dedos en mi corazón y apretó.

—Tú y la chica Bell… hacéis buena pareja.

No dije nada, esperé al remate final.

—Hablo en serio, Midnight. Deberías conocerla mejor.

Movió los dedos hacia mi mejilla y los deslizó hacia abajo por la mandíbula, a través del cuello.

—Wink es rara y callada, y tú también. Deberíais ser amigos —añadió.

Me estremecí.

—¿Qué tramas, Poppy?

—Nada, solo trato de ser mejor persona. Ya estoy harta de ser mala. Harta, harta, harta. Así que estoy intentando ser mejor. Estoy emparejándote con la chica rara de enfrente. Quiero que seas feliz.

—No me lo creo. Ni siquiera conoces el significado de esa palabra.

Pero se limitó a encogerse de hombros, rió y se marchó.

Wink, Poppy, Midnight

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