Читать книгу Las Marismas - Arnaldur Indridason - Страница 13
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ОглавлениеEl novio recibió a Erlendur en su despacho. Era delegado de marketing y calidad en una empresa mayorista que importaba de Estados Unidos cereales para el desayuno. Erlendur, que no había comido cereales norteamericanos en su vida, se preguntaba al sentarse en el despacho cuál sería el trabajo de un delegado de marketing y calidad en una empresa mayorista. Sin embargo, no se lo preguntó. El novio llevaba una camisa roja, bien planchada, y gruesos tirantes. Se había remangado como si necesitara todas sus fuerzas para desarrollar con excelencia su trabajo en defensa de la calidad. Era de altura media, algo rellenito y lucía una pequeña barba alrededor de la boca, de labios gruesos. Se llamaba Viggó.
—No sé nada de Dísa —se apresuró a decir al sentarse frente a Erlendur.
—¿Le dijiste algo que...?
—Eso es lo que todos creen —contestó el novio—. Todos creen que fue culpa mía. Eso es lo peor. Lo peor de toda esta historia. No lo soporto.
—¿Notaste algo extraño en su manera de comportarse antes de desaparecer? ¿Algo que indicase que estaba nerviosa?
—Todo el mundo se estaba divirtiendo. Una boda, ya sabes lo que quiero decir.
—No.
—¿Nunca has estado en una boda?
—Una vez. Hace mucho tiempo.
—Nosotros teníamos que bailar el primer baile. Se habían pronunciado los discursos y las amigas de ella habían montado algunos numeritos divertidos. Había llegado el acordeonista y nosotros teníamos que bailar el primer baile. Yo estaba sentado a la mesa y todos fueron a buscar a Dísa, pero había desaparecido.
—¿Dónde la viste por última vez?
—Estaba sentada a mi lado y dijo que iba al lavabo.
—¿Le dijiste algo que la hiciese enfadar?
—En absoluto. Le di un beso y le dije que se diera prisa.
—¿Cuánto tiempo pasó desde que se fue al lavabo hasta que empezasteis a buscarla?
—¡Uf! No lo sé. Me senté con mis amigos, luego salí fuera para fumar, todos los que querían fumar tenían que salir fuera, charlé con gente al salir y al entrar. Luego volví a sentarme a la mesa, llegó el acordeonista y vino a hablar conmigo sobre el baile. Acordamos lo que tenía que tocar. Hablé con alguien más, quizá pasó una media hora, no lo sé.
—¿Y en ese tiempo no la viste?
—No. Fue un desastre total. Todo el mundo me miraba a mí como si fuera culpable.
—¿Tú qué crees que le puede haber pasado?
—La he buscado en todas partes. He hablado con todas sus amigas y familiares, y nadie sabe nada o no lo quiere decir.
—¿Piensas que alguien no te dice la verdad?
—En algún sitio estará.
—¿Sabías que dejó un mensaje?
—No. ¿Qué mensaje? ¿Qué quieres decir?
—Colgó un mensaje en una especie de árbol de los mensajes. Decía: «Él es horrible. ¿Qué he hecho?». ¿Lo entiendes?
—Él es horrible... —repitió Viggó—. ¿Y a quién se refiere?
—Esperaba que fueras tú.
—¿Yo? —exclamó Viggó muy nervioso—. Yo no le he hecho nada, nada en absoluto. Nunca. No, no se refiere a mí. Es imposible que se refiera a mí.
—El coche que se llevó apareció en Gardastraeti. ¿Te dice algo sobre...?
—No conoce a nadie en Gardastraeti. ¿Vais a anunciar su desaparición por la radio?
—Creo que su familia prefiere darle tiempo para que vuelva por su cuenta.
—¿Y si no lo hace?
—Entonces ya veremos. —Erlendur vaciló—. Yo pensaba que seguramente se pondría en contacto contigo —dijo—. Para hacerte saber que está bien.
—Eso es lo que creía yo también —repuso el delegado de marketing y calidad—. Nos hemos casado, aunque sólo sea eso.
Se quedó callado.
—Espera, ¿estás insinuando que todo podría haber sido culpa mía y que no me habla porque le hice algo? ¡Esto es una mierda! ¿Sabes qué sentí al llegar al trabajo el lunes? Todos mis compañeros estuvieron en la boda. ¡Mi jefe vino a la boda! ¿Y tú piensas que fue culpa mía? ¡Mierda! Todos creen que fue culpa mía.
—Mujeres —dijo Erlendur, y se levantó.
Qué complicado era manejar la calidad.
Erlendur acababa de llegar a su despacho cuando sonó el teléfono. Reconoció la voz enseguida aunque llevaba mucho tiempo sin oírla. Todavía era clara y fuerte, a pesar de que su propietaria estaba ya entrada en años. Erlendur conocía a Marion Briem desde hacía casi treinta años y su relación no siempre había sido fácil.
—Acabo de regresar de la casa de verano —dijo la voz— y no supe las noticias hasta llegar a casa.
—¿Hablas de Holberg? —preguntó Erlendur.
—¿Habéis estudiado los informes sobre él?
—Sé que Sigurdur Óli estaba buscando algo en el ordenador, pero no sé nada más. ¿A qué informes te refieres?
—Me pregunto si están en los ordenadores. Tal vez se tiraron. ¿Hay alguna regla sobre la caducidad de los informes? ¿Se destruyen?
—¿Adónde quieres llegar?
—Holberg no era un ciudadano de primera —dijo Marion Briem.
—¿Cómo?
—Todo indica que era un violador.
—¿Todo indica...?
—Fue denunciado por violación, pero nunca le juzgaron. Eso ocurrió en 1963. Deberíais mirar vuestros informes.
—¿Quién le denunció?
—Una mujer llamada Kolbrún. Vivía en...
—¿Keflavík?
—Sí, ¿sabes algo acerca de ella?
—Encontramos una fotografía en el escritorio de Holberg. Era como si la hubiera escondido. La foto era de la lápida de una niña llamada Audur y fue tomada en un cementerio que aún no hemos identificado. Desperté a un majadero del Registro Civil y encontramos el nombre de Kolbrún en el certificado de defunción. Era la madre de la niña. Ha fallecido.
Marion no dijo nada.
—¿Marion?
—¿Y eso qué te dice? —preguntó la voz del teléfono.
Erlendur se quedó pensativo.
—Me imagino que si Holberg violó a la madre puede ser el padre de la niña y que eso explica que haya guardado la fotografía en su escritorio. La niña tenía cuatro años cuando murió, nació en 1964.
—Nunca juzgaron a Holberg —dijo Marion Briem—. El caso fue desestimado por falta de pruebas.
—¿Se lo había inventado la mujer?
—Me parece poco probable, pero seguramente no se podía demostrar. Supongo que nunca es fácil para una mujer denunciar una violación. Puedes imaginarte lo que tuvo que haber sufrido esta señora hace casi cuarenta años. Si hoy ya es bastante difícil dar la cara y denunciar un hecho así, entonces tuvo que ser mucho más duro. No lo habría hecho sin tener una razón. Tal vez la fotografía fuera una especie de demostración de paternidad. ¿Por qué la escondería Holberg en su escritorio? Las fechas coinciden. La violación ocurrió en 1963. Dices que Audur nació al año siguiente y que murió a los cuatro años. Kolbrún entierra a su hijita. Holberg está de alguna manera implicado en el asunto. Quizás él mismo hizo la foto. No sé con qué intención. Tal vez no tenga importancia.
—Seguro que no asistió al entierro, pero es posible que luego fuera al cementerio y fotografiara la lápida. ¿Es eso lo que quieres decir?
—Hay otra posibilidad.
—¿Sí?
—Tal vez Kolbrún sacó la fotografía y se la envió.
Erlendur se quedó pensativo un momento.
—Pero ¿para qué? Si él la violó, ¿por qué le envió ella la fotografía?
—Es un misterio.
—¿Sabes si el certificado de defunción menciona la causa de la muerte de Audur? —preguntó Marion Briem—. ¿Cómo murió la niña? ¿Sufrió un accidente?
—Pone que fue por un tumor cerebral. ¿Crees que es importante?
—¿Le hicieron la autopsia?
—Seguramente. El nombre del médico figura en el certificado.
—¿Y la madre?
—Muerte repentina en su domicilio.
—¿Suicidio?
—Sí.
—Ya no vienes a verme —dijo Marion Briem después de una breve pausa.
—Trabajo —argumentó Erlendur—. Maldito, asqueroso trabajo.