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Su majestad, el doble

(16-01-19)

La semana pasada asistí a un torneo exclusivamente de dobles.

Es tan poco usual hoy una competencia bajo esta modalidad, que se me había olvidado lo lindo que resulta un doble bien jugado.

Y es que el doble no consiste, como algunos creen, en que cada integrante de la pareja juegue un single en la mitad de la cancha que le corresponde.

¡No, señor! La pareja debe moverse en forma coordinada para cubrir bien la cancha, atacar y defender. Y eso requiere de múltiples recursos técnicos, tácticos y físicos, además de tiempo para que ambos jugadores se conozcan y afiaten.

Si no es por excepciones como la del torneo que menciono, se puede afirmar que el doble ha sido relegado al olvido, en la mayoría de los campeonatos locales.

Esto es lamentable, porque esta modalidad es clave en el desarrollo del jugador, ya que al practicarlo su técnica se enriquece. Entre muchos aspectos, ayuda a dominar la volea, algo muy necesario cuando todavía existen demasiados tenistas que se acercan únicamente a la red para darle la mano al rival, una vez finalizado el partido.

El doble dota al jugador de una amplia gama de recursos, como saber bajar la pelota y tirar buenos globos cuando el rival entra a la malla, porque voleadores sólidos se dan un verdadero festín ante oponentes que solo pegan “palos”. Más vale el control sin potencia que la potencia sin control, aunque muchos juveniles que veo por ahí todavía no lo entienden.

Pero el doble aporta también beneficios menos evidentes. Para mí, su importancia sobrepasa con largueza los límites de la cancha, ya que nos recuerda valores hoy casi en extinción.

De partida, nos obliga a preocuparnos de otra persona. En un mundo de ensimismados, prisioneros del celular y de nuestros problemas, el doble nos exige conectarnos y considerar a nuestro partner, porque dependemos de él para ganar.

De esta manera, el “otro” cobra relevancia, en una sociedad en la está prevaleciendo peligrosamente solo el “yo”.

El juego de parejas también desarrolla la tolerancia y la reciprocidad: nos enseña a aceptar los errores de nuestro compañero, porque él se ve obligado ser indulgente con los nuestros.

En un mundo en que la mayoría está más pendiente de sus derechos que de sus deberes, el doble nos recuerda que tenemos que consensuar un plan táctico con nuestro compañero, al que hay que apegarse fielmente sin correr con colores propios.

El juego de parejas nos obliga a mantenernos positivos ante la adversidad, a centrarnos más en las virtudes que en los defectos de nuestro compañero, y ser solidarios igualando su esfuerzo y despliegue, porque de lo contrario resulta imposible dar vuelta un marcador adverso.

Dos jugadores de discreto nivel en singles, pueden conformar un binomio temible y pintarnos la cara, así que el doble también nos enseña a ser humildes y, por sobre todo, respetuosos.

Por eso me gusta el doble, porque aunque no parezca, en la cancha se juega mucho más que un partido de tenis.

Así veo yo el tenis

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