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I. Un pueblecito

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En el verano de 1968, un adolescente desgarbado de Filadelfia se bajó de un autobús en el cruce de Sunset con Crescent Heights. Joel Bernstein, que tenía dieciséis años y estaba de vacaciones con su familia cerca de Disneylandia, se había tomado el día libre dispuesto a localizar el reino mágico de Laurel Canyon. Allí era donde vivía su heroína Joni Mitchell, al igual que tantos otros músicos de la época.

Bernstein, con pinta de tipo aburrido luciendo ortodoncia y camisa con estampado de cachemira, llevaba colgada del cuello una cámara con teleobjetivo. Parecía el chavalín torpe e inexperto de la película Casi famosos de Cameron Crowe, que más que dieciséis años aparentaba unos doce. A la cegadora luz del sol consultó un mapa de 1966 que Frank Zappa había supervisado por encargo de Los Angeles Free Press. En el mapa Laurel Canyon aparecía como «el Santuario de los Freaks».

El camino subía sin cesar y Joel avanzaba con dificultad entre aquel sol deslumbrante y neblinoso. Los coches pasaban zumbando por su lado constantemente en las curvas serpenteantes del Boulevard. Se percató de los sonidos que parecían proceder de las paredes del cañón; era como si alguien hubiera enchufado una radio gigante. En la siguiente curva, Joel se encontró a dos melenudos —puede que fueran dos de los «freaks» a los que se refería Zappa— en el porche de una casa ubicada en la ladera del cañón. Estaban sentados a la sombra rasgueando sendas guitarras. Sin ningún tipo de condescendencia, le invitaron a sentarse con ellos y le ofrecieron un canuto. Joel declinó el ofrecimiento, pero apreció la aceptación implícita en aquel gesto. Al cabo de un ratito continuó su camino, y al final llegó a la Laurel Canyon Country Store, en el 2018 de Laurel Canyon, tal y como aparecía indicado en el mapa de Zappa. Sediento como estaba tras el lento pero constante ascenso, se compró un refresco que se bebió de un trago allí mismo.

Más arriba, en la esquina de Laurel Canyon con Lookout Mountain Avenue, Joel vio una gran cabaña de madera. En su exterior había apiñada una pila de basura de la que sobresalía el diseño enmarcado del último disco de Zappa, Lumpy Gravy. Dio la vuelta a la cabaña y se encontró con una mujer guapa que sostenía en los brazos a una niña pequeña morena. Se trataba de Gail, la esposa de Zappa, y de su hija Moon Unit. Joel les hizo una foto a escondidas en el jardín.

Joel no dio con Joni Mitchell, que se encontraba fuera de la ciudad, pero con aquel calor y aquella luz de verano, Laurel Canyon le pareció un lugar tan extraordinario que no le importó. Parecía un universo propio, tan alejado de la ciudad como si Joel se hubiera ido hasta la otra punta del mundo. «Para cualquiera de la infinidad de personas que llegaba a Los Ángeles desde el Este», comenta hoy Bernstein, «la experiencia de Hollywood giraba básicamente en torno a Sunset o Santa Monica Boulevard, así que cuando empezabas a subir con el coche por aquellos cañones pensabas: “¿En serio que este paraje totalmente rural está a menos de un kilómetro de la oficina de la que acabamos de salir?”.»

La reacción que experimentó Bernstein en Laurel Canyon era la típica que experimentaban a finales de los sesenta los numerosos músicos y habituales de la escena musical al irrumpir en la zona. El cañón, un laberinto de callejones tortuosos y escarpados, atraía a la gente del mundillo del rock de la misma manera que había atraído a artistas de todo tipo durante medio siglo. Lauren Canyon, que se alzaba entre las llanuras de Los Ángeles al sur y el Valle de San Fernando al norte, sobresalía por encima de todo; era el Shangri-la de moda para los melenudos que se tomaban la vida con calma, encaramados en aquellas cabañas con unas vistas espectaculares de la cuenca de Los Ángeles que crecía sin cesar. Allí se alzaban pinos y robles junto a palmeras y eucaliptos; la yuca y los matorrales recubrían las laderas abruptas y colgaban por las casas encastradas; los conejos y los coyotes merodeaban entre la vegetación. «El cañón era un lugar antiguo y silvestre, extraño a la par que interesante», opina Lenny Waronker, que creció en el lujoso barrio de Bel Air pero que visitaba de vez en cuando a sus artistas residentes en el cañón. «Era interesante por su situación geográfica y por cómo se relacionaba con el resto de Hollywood.»

«Subías a Laurel Canyon Boulevard desde Sunset Strip y enseguida tenías la Country Store a tu derecha», dice Henry Diltz, que se mudó al cañón en 1964. «Luego girabas a la izquierda en Kirkwood Drive, que era una gran estribación que iba hacia arriba. Muchos músicos vivían allí y todos bajaban a reunirse en la Canyon Store.» Lookout Mountain Avenue era una segunda estribación; justo al lado vivía Frank Zappa con su familia y su séquito, y algo más arriba Joni Mitchell. «A menos de medio kilómetro de la casa de Joni estaba la escuela Wonderland», continúa Diltz. «Luego podías o bien girar a la izquierda y seguir subiendo por la colina por Lookout, o tirar recto pasando la escuela por Wonderland Avenue. Había muchas venitas, arterias y capilares, y muchos músicos vivían en aquellas calles sinuosas.»

Para Diltz y sus colegas músicos, Laurel Canyon era el antídoto perfecto para el estrés y la contaminación de la ciudad. «Poder esconderte del mundo en un cañón en medio de Los Ángeles es algo extraordinario», comentaba Lisa Cholodenko, directora del largometraje Laurel Canyon, de 2003. «Allí arriba la gente adopta una especie de actitud irreverente, parecida a la que experimentaban los personajes de la serie de los setenta Land of the Lost, en medio de una ciudad hiperactiva y muy estresante.» Cholodenko situó su película rock en Laurel Canyon, porque a pesar del flujo constante de abogados y otros profesionales hacia esa zona, aquel lugar le seguía pareciendo «bastante relajado, sucio y terrenal, con su punto de insensatez».

La geografía montañosa de la cuenca de Los Ángeles propicia la existencia de numerosos cañones que recorren de norte a sur la mayor parte del camino que separa el desierto del océano. Laurel Canyon, al ser el más cercano a Hollywood, es simplemente el más poblado. «Hay cañones cada treinta o cincuenta kilómetros por lo menos», comenta Chris Darrow. «Siempre han tendido a convertirse en refugio de artistas, músicos y gente con un estilo de vida alternativo.» En la primera década del siglo veinte, Laurel Canyon era prácticamente una tierra salvaje, y la zona ni siquiera estaba anexionada a la ciudad de Los Ángeles. El Lauren Canyon Boulevard de hoy en día no era más que una cuesta de tierra sin asfaltar que seguía hasta llegar a lo más alto de Lookout Mountain, donde había un hotel de veraneo que quedó destruido en un incendio en 1918. Las estrellas de cine se construían refugios y cabañas de caza en el cañón, pero algún que otro ermitaño vivía allí todo el año. En 1909 la Laurel Canyon Utilities Company construyó un tranvía experimental sin vías que iba desde Sunset Boulevard hasta Lookout Mountain Avenue, pero el experimento salió mal y en 1915 los autobuses de la empresa Stanley Steamer sustituyeron a los tranvías. Cuatro años después, se construyó la Laurel Canyon Country Store original en la misma ubicación donde sigue hoy en día.

En los años veinte, empezó un boom de viviendas residenciales y los promotores inmobiliarios dividieron Laurel Canyon en parcelas. Las extensiones más grandes fueron adquiridas por estrellas de la talla de Charles Chaplin y W.C. Fields. Harry Houdini se construyó un castillo con túneles subterráneos. Otras propiedades albergaban prostíbulos y bares clandestinos, ya que ocultos en el cañón eran más difíciles de encontrar para la policía que los antros de las zonas llanas. A finales de la década de los cincuenta, Laurel Canyon contaba con más de mil propiedades, la mayoría de las cuales se hallaba en las arterias principales de Lookout Mountain Avenue, Kirkwood Drive y Willow Glen Road, o muy cerca de ellas. El cañón albergaba a una comunidad variopinta de artistas y radicales, y muchos de ellos andaban buscando un lugar donde refugiarse del clima del Temor Rojo de Joseph McCarthy. Edward Dmytryk, el director de El motín del Caine, uno de los Diez de Hollywood, vivía en el cañón. La zona atraía a los actores jóvenes más de moda (Marlon Brando, James Dean, James Coburn, Dennis Hopper) y a los artistas (Ed Ruscha, Ed Keinholz, Billy Al Bengston, Frank Stella, Larry Bell, Bob Cottingham). «Era como una especie de Village neoyorquino, o como los barrios bohemios de París o Londres», afirma June Walters, una inglesa que se mudó al cañón a finales de los cincuenta. «Todos los artistas y radicales se habían venido aquí arriba. No era un sitio chic para vivir.»

«Laurel Canyon era más oscuro y estaba más poblado que el resto de cañones», dice Jill Robinson, hija del productor de cine Dore Schary. «Era de manera intrínseca la comunidad de los antisistema, y tenía tintes más políticos porque estaba más cerca de Hollywood. Había muchos comunistas que vivían en Laurel Canyon, porque allí podías esconderte y celebrar reuniones y encuentros. Nos daba la impresión de que L.A. se estaba convirtiendo en algo totalmente distinto a lo que había sido. Estábamos redefiniendo el concepto de la ciudad.»

Una ventaja singular con la que contaba Laurel Canyon era que podías bajar en coche a los clubs y a los cafés de Sunset Strip en cuestión de minutos. «Las primeras máquinas de expreso habían llegado al Strip, así que los cafés se convirtieron en bares», recuerda Walters. «La gente iba a leer poesía y había muchísima actividad. Yo solía desayunar con Lenny Bruce y Mort Sahl.» Otro aliciente lo constituía la hilera de galerías de arte de vanguardia que se sucedía en La Cienega Boulevard. «Todos los lunes por la noche», comenta Jill Robinson, «podías ver una fila de coches bajando por Lookout Mountain, Wonderland y Laurel Canyon Boulevard en dirección a La Cienega. Nos íbamos a dar una vuelta por las galerías, a hablar con unos y con otros, y a tomar café en Cyrano’s en el Strip.»

A los folkies también les gustaba que el Strip quedara tan cerca cuando empezaron a mudarse a Laurel Canyon a mediados de los sesenta. «Siempre se escuchaban un par de canciones con banjo procedentes de las colinas, haciendo eco y tal», recordaba Roger McGuinn. Estaban ahí arriba en las nubes y diez minutos después podían estar en el Whisky a Go Go, normalmente tras haberse marcado un descenso en eslalon por Laurel Canyon Boulevard en un deportivo abollado. «La gente bajaba a toda mecha al Strip desde el cañón y luego volvía a refugiarse a las montañas», dice Barry Friedman. «El cañón contaba con unos caminos magníficos para ir con tu Porsche a toda pastilla, que por supuesto era otra de las cosas que atraía a la gente.»

«El cañón era mitad campamento de verano y mitad el primer apartamento que tuvimos todos», comenta el guionista Carl Gottlieb. «Con la diferencia de que el apartamento resultó ser una casita con árboles en un entorno bucólico.» Más que cualquier otra cosa, el cañón representaba la evasión. «El mero hecho de estar allí y de salir de Burbank, donde me había criado, era muy emocionante», dice Jerry Yester, que se mudó a Rosilla Place, una calle sin salida del cañón, a principios de 1962. «Laurel Canyon era sinónimo de libertad, de que tenías un sitio adonde ir.»

Con el dinero que ganó gracias al éxito de The Monkees, el exactor infantil Micky Dolenz se compró una casa en Horseshoe Canyon Road. Puede que Dolenz, natural de Los Ángeles, hubiera sido un ídolo televisivo, pero no obstante ejemplificaba el estilo de vida molón del cañón. «Cuando era niño y vivía en el Valle de San Fernando, el cañón era obviamente algo muy rústico», afirma. «Había oído historias de que era un refugio para cazadores y un sitio al que iba la gente de camping los fines de semana. Pero cuando me mudé, ya había un montón de actores, músicos y artistas viviendo allí arriba.» La casa de Dolenz pasó a ser uno de los lugares más frecuentados del cañón, a finales de los sesenta. June Walters, que vivía enfrente, recuerda ver a un sinfín de actores y músicos bañándose desnudos en la piscina de Micky. Uno de los habituales era Jack Nicholson, que había escrito el guion de Head, una película satírica sobre los Monkees. También lo eran Bob Rafelson, el director de Head, y los colegas de Jack: Dennis Hopper y Harry Dean Stanton. Después de que Dolenz se casara con la modelo Samantha Just, su nueva suegra les pidió a Jack y compañía que tuvieran un poco de consideración y se pusieran bañador. «Para Samantha la adaptación fue dura», dice Dolenz esbozando una sonrisa. «Uno de los primeros días que pasó en la casa, bajó al sótano a hacer la colada y pisó a uno de mis amigos que estaba durmiendo allí abajo. Pero es que el cañón era exactamente así.»

Si bien Dolenz era el típico ejemplo de músico que se mudaba de las llanuras de Hollywood a las alturas del cañón, el éxodo de la ciudad al campo había comenzado con la llegada de Arthur Lee, de Love, y del cantante Danny Hutton, junto con los productores Paul Rothchild y Barry Friedman. Lee, un negro al frente de una banda de garaje-folk rock psicodélico con influencias de los Byrds, era uno de los inconformistas del cañón y hacía lo que le daba la gana. Se refugió en varios lugares: en Briar, en Kirkwood y en Sunset Plaza Drive. A Arthur le profesaba una gran admiración el joven Jim Morrison, un artista con quien compartía discográfica, Elektra. «Jim Morrison solía sentarse a la puerta de mi casa cuando vivía en Laurel Canyon», recuerda Lee. «Quería irse de juerga conmigo. Pero yo no quería irme de juerga con nadie.» Morrison también acabó viviendo en el cañón, en Rothdell Trail, justo enfrente de la Country Store —«la tienda donde se reúnen las criaturas»7, como cantaba en el tema de los Doors «Love Street»—, con su novia Pamela Courson, una pelirroja muy resuelta. «Recuerdo que Jim apareció en el Fillmore con Pamela y parecía que a ella alguien le acabara de patear la mandíbula», comenta Linda Ronstadt. «Le pregunté qué le había pasado y me dijo, y no es broma, ¡que se había tropezado con una puerta!»

Paul Rothchild, que había sido el productor tanto de Love como de los Doors para Jac Holzman, ya se había establecido como una de las figuras más destacadas del cañón. La casa que Rothchild compartía con el ingeniero de sonido Fritz Richmond en Ridpath pasó a ser el lugar ineludible donde dejarse caer para cualquiera que estuviera interesado en sexo, drogas y música. «Paul sí que creía en el cañón», afirma Carl Gottlieb. «Tenía una casa hippie de verdad, y conforme iba ganando más dinero, la iba ampliando. Era el arquetipo de casa del cañón por excelencia.» Barry Friedman era, al igual que Rothchild, un judío salvaje que estaba causando estragos en la incipiente industria del rock. «Gente como Paul y Barry aportaron muchísimo», afirma Jac Holzman, «sobre todo en calidad de ayudantes de cocina, metiendo unos cucharones enormes en la olla de Laurel Canyon y removiéndolos.»

«Las casas de Paul Rothchild y Barry Friedman siempre tenían las puertas abiertas», comenta Jackson Browne, un protegido de ambos. «La gente se dejaba caer por allí constantemente.» Entre toda aquella gente había una pandilla de chicas que vivían la mayor parte del tiempo en casa del Monkee Peter Tork. «No paraban de venir con unos cuencos de fruta enormes, y hachís y otras mierdas. Follaban con nosotros en la piscina.» En su casa en el número 8524 de Ridpath, Friedman juntó unas cuantas camas para organizar reuniones semiorgiásticas donde hacían acto de presencia Browne y otros guaperas dispuestos a dejarse corromper. A Friedman, todo un maestro de la depravación al estilo de Ken Kesey, podía vérsele a menudo por la ciudad enfundado en un disfraz de King Kong que le había dejado en herencia una prostituta en Las Vegas. «La locura de Barry no tenía límites», afirma Jac Holzman, «pero siempre había una pequeña parte que valía la pena en lo que hacía.»

El propio Holzman participaba de vez en cuando de aquella locura típica del cañón, pero llevaba mucho cuidado con que no se le fuera de las manos. «Jac nos obsequiaba con sus visitas reales, con las que iba sumando puntos de cara a todos nosotros», rememoraba John Haeny, ingeniero de sonido de Elektra. David Anderle, antiguo A&R en MGM, competía con Paul Rothchild en ver quién le liaba los mejores canutos a Holzman. Él mismo supuso otra de las aportaciones interesantes a familia de Elektra. «En aquella época lo más importante en L.A. era el alterne», recuerda. «Aquel alterne constante en las casas de los demás era lo que le daba el toque mágico a las colinas y los cañones. Lo único que tenías que hacer era subir en coche hasta Laurel Canyon y te pasaban cantidad de cosas por el camino.»

«David Anderle, Paul Rothchild, Bruce Botnik y John Haeny eran una mezcla de huérfanos y tipos solitarios», reflexionaría el empleado de Elektra Michael James más adelante. «Todos tenían un talento impresionante, todos estaban jodidos de una manera excepcional, y aquella disfunción mutua era lo que les unía…»

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