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II. Fuera de un reducido círculo de amigos

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La escena musical que se encontraron Joni Mitchel y Elliot Roberts en Los Ángeles a principios de 1968 atravesaba un periodo de transición. El hecho de que tanto Gene Clark como David Crosby hubieran abandonado los Byrds era indicio de una fragmentación generalizada. «Los grupos se habían ido separando a lo largo de 1967 y 1968», escribió Ellen Sander en 1973 en su libro Trips. «Todo el mundo se preguntaba qué sería lo próximo, pero sin dejar de disfrutar entretanto. En aquellos días se respiraba una ligera sensación de espera en el ambiente, el verano ya resonaba en las colinas, en los buzones pintados y en los microbuses Volkswagen decorados, y los músicos se dedicaban simplemente a pulular.»


Joni Mitchell en el Troubadour.

© Henry Diltz Photography & Morrison Hotel Gallery.

Crosby luchaba por conseguir un contrato en solitario, y el buggy arenero de Cass Elliott podía verse a menudo aparcado a la entrada de su casa en Beverly Glen. Su nuevo mejor amigo, Stephen Stills, lo consolaba. Crosby no paraba de ofrecerle descaradamente a Paul Rothchild nuevas canciones, como la preciosa «Laughing» o la inquietante «Long Time Gone». John Sebastian de The Lovin’ Spoonful, que estaba matando el tiempo en Los Ángeles, ayudó a Crosby a grabar unas maquetas para Elektra. Pero, al igual que había ocurrido con Jackson Browne, Jac Holzman no acababa de verlo claro.

Ahora el grupo de Stills también se estaba desmoronando. La participación discontinua de Neil Young en Buffalo Springfield resultaba desconcertante para algunos, pero comprensible para los que fueron testigos de la intimidación que sufría por parte de Stills. «Aquella situación me molestaba mucho, porque Stephen no paraba de meterse con Neil», diría Linda McCartney, que fotografió a los Springfield. «Era impresionante lo vergonzoso que era Neil. Yo pensaba: “No sabe hacerse valer, el pobre”.» Jack Nitzsche, que había trabajado estrechamente con Young en los temas de los Springfield «Expecting to Fly» y «Broken Arrow» —composiciones épicas orquestales fragmentadas inspiradas en «A Day in the Life» de los Beatles— era una de las personas que animaba a Neil a emprender su carrera en solitario. Una noche Young estaba con Nitzsche en su casa de Mandeville Canyon cuando oyeron que alguien aporreaba la puerta. Era Stills, que andaba buscando a su errático compañero de grupo.

«Sé que ese puto niñato está aquí y que lo estás escondiendo», le dijo Stills con desdén a Nitzsche al abrir la puerta. Al ver que Neil estaba en el salón de Nitzsche, Stills lo agarró por las solapas y le gritó: «¡Escúchame bien, puto cobarde, esto es un grupo!». Le dijo a Neil una vez más que Richie Furay era el cantante solista, que él era «el segundo cantante solista» y que Neil no era más que «un guitarrista y cantante ocasional» cuyas canciones no habían conseguido entrar en el Top 40 después de tres intentos. Luego salió de la casa de manera estrepitosa.

«Los Springfield habían empezado a disolverse», recuerda Elliot Roberts. «Para cuando yo los conocí, Neil y Stephen nunca estaban en el estudio al mismo tiempo.» Durante una reunión del grupo para debatir una moción para reemplazar a Charlie Greene y Brian Stone por Roberts —que en aquel momento compartía piso con Young—, Young se levantó y abandonó la sala. Roberts se quedó destrozado, tan sorprendido por la brusquedad de Young que se marchó de la casa del cantante en Laurel Canyon y se buscó su propio alojamiento. Al cabo de dos semanas, después de la última actuación en directo de los Springfield el 5 de mayo de 1968, Young se presentó en la puerta de la nueva casa de Roberts y le preguntó si quería ser el mánager de su carrera en solitario. «Ostras, lo tenía todo planeado», recordaba Roberts años después. «Pensé: ¡Vaya tela! ¡Cómo mola! Este tío es igual de retorcido que yo.»

La decisión de Young de ir por libre supuso un momento crucial. Con el tiempo se convertiría en el roquero solitario por excelencia, que solo se juntaba con sus coetáneos cuando a él le convenía. «Todo el mundo pensaba que el grupo era la unidad más fuerte para triunfar», comentaba Dickie Davis. «Todos menos Neil. Y al final, por supuesto, tenía razón. Los mánagers y la gente de la profesión saben que esos grupos no van a durar. Jack [Nitzsche] lo sabía, pero nosotros no.».

«Creo que Neil siempre quiso ser un artista en solitario», afirmaba Richie Furay. «Y no puedo reprochárselo. Simplemente, considero que podía haber elegido una manera diferente de dejarlo claro, en vez de limitarse a no aparecer.» La tendencia a evitar los enfrentamientos sería uno de los temas recurrentes en la larga carrera de Young. «Lo que pasa es que tenía demasiada energía y un gran flujo creativo», le contaría Young a Cameron Crowe, «y cuando quería hacer algo me sentía en plan: “Esta es mi puta odisea y no tengo por qué escuchar a nadie más”. Lo cierto es que no era lo suficientemente maduro para saber gestionarlo.»

A Roberts todo aquello se le aceleró aún más con la llegada de Graham Nash a Los Ángeles a principios de julio de 1968. Graham, que las estaba pasando canutas intentando que las cosas funcionaran con los Hollies, uno de los grupos de la Invasión Británica, necesitaba urgentemente recargarse las pilas musicales. La primera escala la hizo en Casa Crosby, donde alternó de lo lindo con Crosby, Mama Cass, John Sebastian y —lo más importante— Stephen Stills. Nash había conocido a Crosby superficialmente en una gira que los Byrds hicieron por Inglaterra. «Nunca había conocido a nadie como él», diría Graham. «Era un auténtico gamberro, un auténtico capullo, de lo más encantador, gracioso, brillante, con unas dotes musicales increíbles.»

Nash, que ya tenía curiosidad por Los Ángeles, donde los Hollies habían tocado en varias ocasiones, también era el prototipo de mascota de Cass Elliott. «Cass me enseñó un montón de cosas maravillosas con mucha delicadeza», le contó a Dave Zimmer. «Fue la persona que me inició en la marihuana, algo por lo que siempre había sentido curiosidad.» Cass no fue la única en ganarse la simpatía de aquel tipo tan afable de Manchester. Cinco meses antes, Joni Mitchell había tenido un rollo con el Hollie aún casado al coincidir sus giras en Canadá. Esta vez Mitchell acompañó a Roberts y Stephen Stills al concierto de los Hollies en el Whisky a Go Go. Después se llevaron a Nash con ellos a la nueva casa de Joni en Lookout Mountain16.

«La casa de Joni era algo diferente de la de Cass», comenta Mark Volman. «No era tan maternal, sino que allí los encuentros estaban más enfocados a los cantautores, que podían aparecer por allí cualquier noche y presentar su música a un círculo reducido de gente. Si Joni tomaba drogas, lo ocultaba muy bien.»

En la reunión en casa de Mitchell, Stephen empezó a tararear medio en broma una nueva canción con un deje country llamada «Helplessly Hoping». Crosby se unió en un intento de hacer armonías vocales. Mientras escuchaba, Nash oyó en su cabeza la armonía en falsete que completaría aquel juego de voces. Cuando Stills y Crosby volvieron a cantar en el segundo verso, Graham añadió su armonía aguda a sus voces. Todos los presentes sonrieron a la vez: era como si tres ángeles se hubieran reencontrado en el espacio y en el tiempo. «Hice la armonía más aguda», le contó Nash a B. Mitchel Reed, «y todos nos partimos de risa. Fue un momento muy feliz.»

Si bien no dejaría los Hollies de forma oficial hasta noviembre de ese año, Nash ya estaba encantadísimo con Laurel Canyon. Para un chaval que se había criado en las calles lluviosas del noroeste de Inglaterra, Lookout Mountain era sencillamente algo idílico. «Solo puedo compararlo a la Viena de principios del siglo XX, o a París en los años treinta», reflexionaría Nash muchos años después. «Laurel Canyon era muy similar, en el sentido de que se respiraba una gran libertad, una sensación de que podíamos hacer lo que quisiéramos.»

«Había claramente una ética de paz y amor, de arte y poesía, en aquella comunidad», opina Elliot Roberts. «Se veneraba la poesía, por encima incluso de la musicalidad, y Joni era la mejor poeta de la época. Tenía mucho que decir, y todo el mundo quería escucharlo.» Nash, en concreto, era todo oídos: él y Joni se estaban enamorando. Al volver a Inglaterra puso en marcha el plan para dejar atrás su antigua vida, y a su mujer. «Inglaterra me aburría», le contaría a Ritchie Yorke al año siguiente. «Decidí dejarlo todo allí, absolutamente todo, cada penique que había ganado sigue allí, y me vine con quinientos dólares y una maleta para empezar una nueva vida desde cero.»

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