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La Plaza Mayor de Crawley nunca había visto semejante cantidad de personas a esas horas de la mañana. Entre el revuelo ensordecedor de mujeres confundidas e indignadas, Amanda divisó a Jane y se abrió paso como pudo hasta alcanzarla. Alargó la mano entre dos mujeres, para asir el hombro de su amiga, mientras sentía que la empujaban desde atrás.

Las mujeres del pueblo se habían congregado alrededor del ayuntamiento y exigían respuestas, pero Amanda sabía que tanto Mary como la señora Hale estaban escondidas en la Mansión Fairfax.

—Jane, ¡se lo han llevado! —le gritó a su amiga, en cuanto cruzaron sus miradas. Jane codeó a varias alborotadoras para aproximarse a ella.

—Lo sé, se han llevado a todos los que están en buenas condiciones físicas. Al resto los han devuelto al andrónicus. Tullidos, ancianos y enfermos severos, eso es lo único que queda en todo el pueblo.

La muchacha llevaba la trenza que se hacía para dormir despeinada y se había puesto el abrigo por encima del camisón.

—Tenemos que encontrarlo y sacarlo de allí antes de que se lo lleven.

Jane le cogió las muñecas para intentar tranquilizarla. Sus manos estaban heladas, pero la sostuvieron con la determinación que siempre había envidiado en la muchacha.

—Amanda, van a despertarlo… Si lo escondes, no lo harán.

Amanda exhaló. Le escocían los ojos y le temblaban las manos. Según su madre, se los habían llevado a las dos de la mañana cuando la mayor parte del pueblo dormía para evitar resistencia por parte de sus amas. Lo que significaba que podían estar ya en un barco rumbo a la Europa continental.

—Pero no puedo permitir que se despierte en la guerra, solo y asustado —protestó, llegando a las lágrimas de solo pensarlo—. Tenemos que ir tras ellos.

Su amiga tragó saliva y pestañeó.

—Yo también voy a ir —la informó seria—. Van a necesitar enfermeras cualificadas.

—Iré contigo —exhaló, decidida, aunque a diferencia de Jane, no tenía conocimientos sanitarios.

Jane negó con la cabeza.

—Amanda esto es serio. No me voy para buscar a nuestros siervos. Iré donde me manden para atender a los heridos. No creas que van a mezclarnos con los hombres. No quieren que haya amas causando problemas. Me han dicho que la localización de los pelotones masculinos será secreta, pero que sin duda van a enviarlos al frente.

—¡Al frente! —Sus piernas le fallaron al repetir semejante horror. Aquello no podía estar pasando; tenía que tratarse de una pesadilla. Quizá nunca había salido de la fiebre y los delirios del láudano, y Callum estaba seguro en su propio dormitorio.

—Pero sin duda tendrán que mandar doctoras y enfermeras al frente —protestó, intentando mantener el control.

Jane asintió.

—Si lo encuentro, te lo haré saber.

La miró con ojos muy abiertos.

—Iré contigo…

Jane inclinó la cabeza y la contempló piadosa. Sabía que quería decirle que ella no estaba hecha para la guerra, pero guardó silencio.

El bullicio del gentío se disipó de pronto, cuando Mary Fairfax y Elizabeth Hale se asomaron por el balcón del ayuntamiento.

—¿Quién ha autorizado que se lleven nuestra propiedad? —les gritó Frances Richardson, que estaba acompañada por su hija, Sarah. Ambas vestidas con ropas opulentas y el peinado impecable como si no durmieran sobre almohadas como el resto.

Elizabeth Hale puso ambas manos sobre la barandilla y contempló a la mujer a sabiendas de que era la persona más influyente de Crawley.

—De eso se trata precisamente, señora Richardson —comenzó con una sonrisa discreta. Paseó su mirada por el público—. Podéis marcar este día en vuestros calendarios, porque hoy se hace historia. Los hombres en buen estado de salud estarán obligados a servir en esta guerra y cuando termine, obtendrán su libertad a cambio. Desde este momento, no existe la propiedad sobre ningún ser humano.

Amanda entendió entonces la victoria en los ojos de la mujer. Se subió a la fuente para hacerse ver entre el gentío.

—Te refieres a los que sobrevivan, ¿no? —increpó.

—Siempre hay supervivientes en una guerra… Esta no es la forma en la que quería que ocurriera, pero Dios sabe que llevo años luchando en balde y ahora por fin ha ocurrido.

Amanda bufó por lo bajo.

—¿Niega entonces que van a enviar a todos los hombres al frente? —la acusó, iracunda.

Un murmullo de protestas nació ante sus palabras.

—Habrá tanto hombres como mujeres en el frente. —Elizabeth Hale alzó la mano para tranquilizarlas, pero su voz fue casi inaudible entre la indignación colectiva.

Mary frunció el ceño ante la reacción popular.

—¿Prefieren ir ustedes al frente? —las cuestionó—. Respondan, ¿prefieren enviar a sus hijas?

El murmullo decreció y su madre asintió, triunfal.

—Eso creía —prosiguió Mary—. Esta guerra es inevitable y todas tenemos que aportar la ayuda necesaria para salvar nuestro continente del peligro oriental. Eso incluye dejar que nuestros hombres luchen por esta causa.

Amanda apretó los puños y contempló a su madre con ojos entornados.

—¡No son nuestros! —le gritó—. No tienen derecho a despertarlos después de una vida entera de esclavitud y obligarlos a morir en una guerra que no les incumbe. ¿Cómo puedes ser tan cruel?

—Amanda, no hagas esto personal solo porque creas que me odias ahora mismo. No soy yo la que se los ha llevado.

No le importó que todo el pueblo las estuviera mirando. De pronto, fue como si estuvieran solas. Solo veía a su madre interponiéndose entre ella y la seguridad de Callum.

—Yo no te odio, mamá. Me das lástima, porque te pasaron cosas terribles, pero te siguen pasando. Nunca abandonaste aquella casa y tu padre nunca os dejó en paz. Sigues allí, sigues teniendo seis años. Vives en el terrorífico instante de tu vida que te cambió. Todo cuanto miras del resto del mundo está desdibujado por aquel instante. Sé lo que es vivir por y para el miedo. No te odio, pero no creas que jamás olvidaré que tú me provocaste esto. Para mí no eres mejor que mi abuelo.

Mary sabía bien cómo ocultar sus sentimientos, pero a Amanda no se le escapó el temblor debajo de su ojo al escuchar sus palabras.

No se quedó para escuchar su respuesta. Tenía una misión, tenía que encontrar a Callum antes de que llegara al frente.

****

Un grupo de mujeres de Crawley se reunió horas más tarde en la mansión de las Richardson con un elemento en común: se oponían a que los hombres fueran enviados a una guerra de la que ninguna de ellas sabía nada.

Amanda compartió la información sobre el cese de las rutas comerciales entre China y Reino Unido. Otras también habían escuchado rumores al respecto, por lo que les quedó claro que este había sido el indicio de que se avecinaba un conflicto intercontinental.

Por un momento, se ilusionó con la idea de que aquel sería el principio de la resistencia y que podrían asociarse con otras ciudades para intentar frenar lo que habían planeado para los hombres.

—Son nuestros, no puede arrebatárnoslos de esta forma —protestó Sarah.

—Así es, equivale a que nos roben nuestras tierras. No tienen derecho a tocar nuestra propiedad. La ley nos ampara.

Amanda cerró los ojos y sacudió la cabeza. Su esperanza comenzó a desvanecerse al escuchar los argumentos que estaban utilizando las mujeres. En especial, Sarah, a la que consideraba el punto fuerte por su influencia sobre las demás y sus conexiones fuera de Crawley. Con argumentos basados en los berrinches de una niña a la que le quitan su juguete no iban a ninguna parte. Pero ¿qué sabían aquellas mujeres del mundo real? Nada, igual que ella. Al menos le debía ser consciente de eso a Julianne Sanders.

—¿Alguien ha escuchado algo sobre a dónde los llevan? —exigió saber ya que se había cansado de escuchar las lamentaciones egoístas de algunas de ellas.

—Al puerto de Saint Katherine, pero ya habrán zarpado —respondió Margot Turner, quien trabajaba en la estación ferrocarril de Crawley. Quizá hubiera averiguado alguna cosa a través de sus compañeras del turno de noche—. El puerto no tiene capacidad para buques grandes, por lo que no creo que el destino esté en otro continente.

—Pero hablan de Asia —insistió Sarah.

—No importa, tendrán que darles algún tipo de entrenamiento antes de llevarlos a la zona de conflicto —intercedió Amanda—. Las asiáticas cuentan con ventaja. ¿Quién sabe cuánto tiempo hace que decidieron despertarlos? Los habrán sometido a un exhaustivo entrenamiento militar. No pueden simplemente despertar a los varones europeos y lanzarlos a la batalla si no saben qué están haciendo. Sería una masacre que dejaría Europa en una situación precaria.

Se tranquilizó un tanto al escuchar sus propias palabras. Tendrían que entrenarlos por la fuerza, lo que les daba más tiempo de descubrir dónde estaban y parar aquella barbarie.

—Mi suposición es que los han llevado a Francia —dijo Margot—. Es el puerto más cercano si pretenden entrenarlos junto a los continentales.

Amanda asintió, satisfecha, aprobando la deducción de Margot. Al fin y al cabo, sabía más de logística que ninguna de ellas. Francia debía ser el punto de partida de su rastreo y no había tiempo que perder si oriente ya había desplegado a su ejército.

La mirada de Callum

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