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2. PRIMERA SESIÓN

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Acogida y posicionamiento:

Sentados frente a los padres en la consulta, mi sugerencia es la de tomar notas lo menos posible (por eso verán que en el modelo de consentimiento informado que les ofrezco se contempla la posibilidad de grabar las sesiones). Seguidamente, apuntando los datos básicos de filiación y poco más, lo que sugiero es pasar a preguntar si, a partir de ese momento, podemos utilizar una grabadora. Esta nos va a permitir mantener el contacto visual necesario para comenzar a vincularnos adecuadamente y no perdernos información sobre el lenguaje corporal y otras particularidades de la interacción. En mi experiencia, los padres suelen permitir el uso de la grabadora y siempre agradecen que sueltes el bolígrafo y los mires. Entonces es el momento de olvidarse un rato de notas y papeles, y preguntarles algo como lo siguiente: «contadme» (ya he pedido anteriormente autorización para el tuteo), «¿por qué estáis aquí?, ¿en qué creéis que os puedo ayudar?»

Tras formular estas preguntas, suelo recostarme en la silla para pasar, como les decía, a escuchar atentamente a los padres procurando no perderme nada de la comunicación no verbal. Después de dejar largo rato que se explayen (en unos casos será más largo ese rato que en otros, pues ya sabemos que hay personas que cuentan y cuentan, y otras a las que hay prácticamente que sonsacarles la información), mi recomendación es sacar un folio del cajón, atravesarlo en la mesa (o, lo que sería lo mismo, ponerlo apaisado) y dibujar una línea de lado a lado mientras les explicamos que ahora lo que necesitamos es situar sobre el papel todo eso que están contando para empezar a ordenarlo, en aras de obtener una narrativa que resulte esclarecedora, que estructure, que, al menos, como decía, ordene. Estaremos confeccionando lo que se conoce como línea de vida y que a mí me parece una herramienta imprescindible. De la línea de vida hablaremos con más detalle un poco más adelante.

No olvidemos que los padres tienen miedo. Están asustados, sí. Temen ser juzgados. Saben que no lo han hecho tan bien como les habría gustado. Están preocupados por sus hijos. Quieren verles felices y se dan cuenta de que alguna parte de ellos mismos, a su vez, lo teme (eso de verles felices). Les sobrecoge que descubramos a esa parte tanto como anhelan que la veamos, la legitimemos y les ayudemos a manejarse con ella. Se sienten profundamente ambivalentes respecto al proceso y al mismo tiempo que quieren que seamos esa persona en la que confiar, esperan que lo fastidiemos todo para poder volver a casa con su armadura protectora intacta y cumpliendo la profecía que ya habían generado respecto a nosotros (psicólogos de profesión que, ya se sabe, servimos más bien para poco), y respecto a lo que les pasa a sus hijos (que no hay nada que hacer, que no tienen remedio, que mejor sería un buen y lejano internado o un correccional según el caso, ¡o ambos si fuera posible!, y desde luego, una buena, rápida y eficaz pastilla).

Seamos, pues, cariñosos y empáticos. Acogedores y comprensivos. Anticipemos (¡oh, maravilloso y casi mágico mecanismo de anticipación!) todo esto que venimos comentando para saber cómo vamos a reaccionar ante el primer comentario que, casi con toda seguridad, uno de los dos nos va a hacer (uno de los dos hará de «poli malo», seguro) y que pondrá de manifiesto estas reticencias: «he venido porque se me ha insistido en que, si no, no nos atendías, pero quiero ser honesto contigo y que sepas que yo no creo en los psicólogos…» ¡Zas, en toda la boca! (como diría Sheldon Cooper). Primera agresión nada más abrir la puerta. ¡Atención! La honestidad causa estragos, como ya bien sabrán ustedes… ¿qué hacer? Justo lo contrario de lo que esperan: sin que la sonrisa se nos caiga de la boca, aguantamos estoica y elegantemente la estocada y, con un movimiento pausado, pero airoso, les invitamos a entrar y tomar asiento mientras aseguramos que lo entendemos, que no nos extraña su verbalización y que agradecemos profundamente su honestidad. Que, de hecho, es lo que esperamos de ellos en todo momento… esa honestidad. Primer round anotado para nosotros…

¿Cómo contestar de otra manera y esperar que se aflojen y confíen? Recordemos que decíamos que ellos también tienen miedo, probablemente más que nosotros y casi tanto como sus hijos. Hay un niño interior atemorizado, intimidado, alarmado. Y eso va a provocar la necesidad de utilizar el ataque como mejor defensa. No olvidemos que un niño agresivo es un niño asustado. ¿Que no habían pensado en los padres como niños? Pues háganlo, verán cómo cambia el panorama.

Al único niño al que no hay que mirar en esos momentos es al nuestro. Sí, queridos colegas, creo que es necesario comentar, aunque no sea muy rigurosamente, algún aspecto de lo que podríamos llamar las ansiedades del terapeuta. Nosotros también tenemos un niño interior que está nervioso, tanto más cuanto más en nuestros comienzos nos hallamos y cuanto más cerca nos toca lo que le pasa al chiquitín (o no tanto) que vamos a atender. Es por eso que opino que es imprescindible que todo terapeuta haya llevado a cabo su propio proceso personal. De no ser así, el niño que llevamos dentro, que con toda seguridad guarda heridas por sanar y tiene duelos pendientes, nos causará alguna mala pasada al tomar el control de la situación en algunos momentos en los que le salten alarmas y sienta que debe defenderse con uñas y dientes. Y si esto ocurre en el trabajo con adultos, mucho más peligroso es trabajando con niños y sus padres. Estos movimientos inconscientes (y a veces no tanto) son los responsables de esos posicionamientos de los que hablábamos antes por parte del terapeuta en el triángulo dramático. Que hayamos realizado nuestra propia psicoterapia garantizará que no nos identifiquemos con el niño ni nos pongamos en guardia con los padres. Nos proporcionará la distancia emocional necesaria para poder desarrollar adecuadamente nuestra labor.

La línea de vida

Y nos habíamos quedado realizando la siempre compleja, pero apasionante, tarea de elaborar una útil y completa línea de vida. Vamos a detenernos en las cuestiones más generales e imprescindibles:

• La línea de vida la realizamos nosotros. Vamos pidiendo a los padres, según vayan contando, que sitúen aquello de lo que hablan en fechas concretas para irlas colocando sobre la línea dibujada en el papel.

• La primera respuesta que me gusta situar en la línea de vida es la que me han dado al repsonder a la pregunta desde cuándo. En muchos, muchos casos, vamos a poder encontrar un antes y un después de eso que reconocen los padres, o el colegio, o ambos, como conducta problema. Ahí es cuando hay que preguntar: ¿Qué estaba ocurriendo entonces? Y procurar ir reflejándolo todo en la línea de vida.

• En la línea de vida nos interesa todo, TODO. «Nadie pensaría en dar comienzo a la historia de un bebé el día de su nacimiento…»(B. Cyrulnik). Nos encanta esta frase. Queremos saberlo todo, y desde el principio. Y el comienzo de cada historia es bien diferente, pero, desde luego, no ocurre a los 6, los 12 o los 23. El comienzo de cada historia comienza cuando nuestros padres nos imaginan y todo lo que acompaña a esa imaginación. Unas veces será antes de la concepción y otras bastante después; unas será para llenarse de dicha y otras para su mayor infelicidad… Conviene saber en qué parámetros situar el comienzo de nuestra historia, pues, estos la van a condicionar, sin ninguna duda.

• Otros colegas completan algo semejante a una línea de vida solo con los acontecimientos que el paciente considera más destacables o traumáticos. Nosotros queremos situarlo todo: nacimientos de hermanos, cambios de domicilio, guardes, coles, llegada o muerte de mascotas, viajes, celebraciones, abuelos que conviven o dejan de hacerlo, ingresos hospitalarios, el día de la comunión, traslados en los trabajos de los papás, sus cambios de horarios, entradas y salidas de cuidadoras, golpes, caídas, problemas en el cole, noticias buenas y noticias malas… Cuanto más, mejor. TODO.

¿Por qué soy tan pesada e insistente con la línea de vida y eso de que aparezca todo? Pues verán, la experiencia me ha demostrado que una línea de vida completa y rigurosa nos ayuda una barbaridad. Creo que hay dos razones fundamentales que lo explican:

1. Por un lado, que el hecho de acotar, concretar, poner fecha y esclarecer esos antes y después así como los durante, suele producir asociaciones, eso que nos gusta llamar insights (descubrimientos que parecen fortuitos y producto de andar haciendo esas asociaciones) y otros fenómenos dentro del rango del darse cuenta o el hacer consciencia que pueden marcar la diferencia en un buen diagnóstico y a la hora de diseñar la intervención.

2. En segundo lugar, como todos saben, el ejercicio de externalizar (sacar afuera) que supone colocar nuestras vidas (o la de nuestros hijos) sobre una línea dibujada en un papel, ordenadamente y con escrupulosidad proporciona una visión (literal) de (de nuestra vida o la de nuestro hijo) que, siendo una imagen, ingresa en nosotros por el hemisferio derecho y causa sus propios e interesantes efectos. Nuevos descubrimientos surgen siempre de esta mirada en perspectiva que hacemos observando el papel y lo que contiene. No nos los perdamos, pues. Dediquemos tiempo y esmero a la línea de vida, esta nos lo pagará con creces…

La línea de vida no suele poder completarse en una sola sesión. Y aunque en las sesiones de evaluación seamos generosos y advirtamos a los padres de que vamos a emplear horas de 90 minutos, es importante que sepamos que la línea de vida crece a medida que vamos trabajando y eso está bien así.

Si en la primera sesión vamos a ver a un adolescente, entonces empezaremos la línea de vida con él/ella. Hablaremos de por qué está en nuestra consulta y en qué cree que podemos ayudar. Recogeremos datos de su historia que vayan surgiendo y que vaya asociando como relacionados con su actual problema y, sobre todo, trataremos de generar el vínculo y la confianza necesarios para que vea en nosotros, y en el espacio terapéutico, una base segura en la que encontrar apoyo, serenidad y fiabilidad.

Conviene terminar esa sesión conjuntamente con los padres para sentar las bases de un trabajo en equipo que moviliza y compromete a todos.

El correo electrónico

Para ayudar en la labor de recoger información, he elaborado un documento que reza: «Primera entrevista con los padres» y que tienen ustedes también como Apéndice 2. La idea es tener un guion donde aparezcan las preguntas imprescindibles, esos mínimos que no debemos olvidar. Con algunos padres todas esas preguntas se pueden recoger el primer día, con otros no. Ya decíamos que unos hablan más que otros y se enrollan en sus explicaciones. Conviene, en ese sentido, saber ir cortando su discurso, con cuidado y cariño, para que la sesión sea lo más productiva posible. Esto no tiene por qué afectar al vínculo que vamos a iniciar con ellos, si no más bien al contrario. Ya hemos dicho que los padres están ambivalentes, necesitados de sentirse con el control a la vez que desean que lo tomemos nosotros. Hagámoslo. Es importante, pues, que sepamos guiar la entrevista para recoger la mayor cantidad de información posible de esa que realmente necesitamos para elaborar las hipótesis de trabajo con las que diseñaremos las siguientes sesiones. Recuerden, además, que una de las principales características de los enfoques breves es un terapeuta muy activo. Seámoslo, ayuda muchísimo.

No obstante, al terminar la primera sesión, seguro que tendremos la impresión de que se nos ha quedado una enorme cantidad de cosas por examinar. Preguntar de otra manera, por separado, y en otro contexto, nos aportará información nueva, diferente y muy útil, así pues, aquí es donde entra en juego la oportunidad de utilizar el correo electrónico. Entonces, podemos valorar la oportunidad de entregarles una copia del guion de preguntas que manejamos para que la terminen de completar en casa y nos la envíen por correo electrónico antes de la siguiente sesión, que ya será con el niño. Además, el que encontrarán como Apéndice 3 es otro documento en el que aparecen más preguntas para los padres que yo suelo enviarles por correo electrónico tras la primera sesión.

Y aprovecho, ahora que parece lo más oportuno, para reflexionar un momento sobre este tema del uso del correo electrónico en la psicoterapia. A mí me parece un método muy útil de comunicación y yo lo empleo a menudo con los padres y adolescentes. Iremos teniendo oportunidad, a lo largo del texto, de hablar de los diferentes contextos en los que sugerimos hacerlo con unos y otros.

Sé que nos perdemos otro tipo de información, pero ya deberíamos haber recogido suficiente durante esa primera hora y media sobre aspectos que entran dentro de esa categoría que hemos mencionado antes como comunicación no verbal: quién de los dos progenitores lleva la voz cantante, cómo interactúan entre ellos y con nosotros, qué cuentan y qué parecen callarse, quién parece más agobiado y por lo tanto aparenta empatizar más, a quién le suena el móvil y qué cara y gestos pone el otro cuando esto ocurre, etc. Ahora, con el correo electrónico, abrimos otro capítulo interesante. Yo siempre pido las direcciones de ambos y, aunque a veces me comentan que tienen una cuenta familiar que utilizan indistintamente, yo les aclaro que muchas veces les voy a pedir que contesten individualmente y por separado. Y que me lo envíen así. De esta manera, cada uno podrá contarme lo que quiera seguro de no estar siendo leído por el otro. Además de tener que responsabilizarse por separado de la tarea sin poder delegar en el otro, siempre resulta útil e interesante la información recogida por esta vía.

Ahora bien, como para todo, las generalizaciones son peligrosas. Y quiero aprovechar aquí para comentar que siempre habrá casos con los que decidiremos hacer variaciones sobre estas reglas generales. Como máxima imprescindible, lo que yo les aconsejo es que, hagan lo que decidan hacer, estén seguros de por qué y para qué lo hacen. Entonces todo irá bien.

Para terminar la primera sesión

Antes de terminar esta primera sesión con los padres, y con vistas a preparar la siguiente sesión con el niño, yo suelo aclarar tres cuestiones importantes:

1. Me gusta saber a qué o con qué le gusta más jugar al niño. En caso de adolescentes: actividades o hobbies favoritos, series, películas, lectura, canciones…

2. También quiero asegurarme de que le van a explicar quién soy yo y por qué va a venir a verme.

3. Y, por último, siempre me interesa dejar claro con los padres la cuestión que suele surgir cuando se trata de niños bastante pequeños, que es la de: ¿y si no quiere entrar solo contigo?

Veamos estas tres cuestiones despacio:

1. ¿Para qué pregunto lo del juego? Por varios motivos. Uno, para saber cuánto saben cada uno de lo que prefiere su niño cuando juega, pero también porque es importante conocer la naturaleza de ese juego, e incluso si el niño juega. Y si ellos juegan con el niño.

Comprendan que, si hablamos de adolescentes, y según la edad, preguntaremos ya no tanto por juegos (aunque hay muchos que se pueden seguir compartiendo, incluido Pokémon Go…) como por actividades o incluso tareas. Algunas incluso que realicen juntos, ocio compartido, cualquier hobby, serie, grupo musical que los conecte…

A jugar, como a todo, seguramente también se aprende. Y se enseña. Se imita. Se copia… Y a muchos niños nadie les enseña. En la actualidad, durante el curso escolar, ni siquiera se les da la oportunidad con ese horario esclavo lleno actividades extraescolares y de infinitos deberes… Pero hablaremos de juego un poco más adelante y tendremos la oportunidad de ampliar este tema. Anticipemos que no es lo mismo que el niño prefiera jugar solo a hacerlo con amigos o hermanos. Que no pueda jugar jamás solo y que reclame constantemente la compañía de un adulto. Que solo juegue en casa con la consola o la tableta o que solo pueda jugar fuera de casa con un balón. Todas estas variantes ya nos están dando mucha información sobre niño y, desde luego, sobre los padres. No pasen nada por alto, queridos colegas, no pierdan la oportunidad de preguntar aquí, también, por la opinión que les merece eso que hace (o deja de hacer) el niño con su juego… Exploren la comprensión mutua y lo común en ese terreno.

Yo, además, quiero saber a qué le gusta jugar al niño porque puede que sea interesante que prepare el escenario cargando más el peso del material que utilice con eso que él prefiere, para ganarme su interés y su participación. Aunque, si tenemos una caja con arena fina de playa y los cachivaches adecuados, el niño (y también el adolescente) va a interesarse y a participar sin mostrar demasiadas reticencias; no está de más, nunca, por supuesto, haber echado un vistazo a esa serie a la que os comentan que está enganchado, a ese juego del que es imposible que salga para hacer ninguna otra cosa o a la música que constantemente escucha…

2. Respecto a explicarles quiénes somos y por qué vienen a vernos, en mi opinión, debemos insistir con los padres en que dediquen un rato a esta interesante cuestión. Yo lo comento siempre porque me parece obvio que lo mejor para un niño es que sepa a qué viene y por qué, con los argumentos razonados de sus padres. Pero eso no siempre sucede de esta manera. Los padres se olvidan, o no encuentran el modo y la manera, o no se atreven, o la fastidian unos y otros antes de empezar a hablar… Simplemente, no pueden hacerlo de otra manera. Esto hace que esta tarea se convierta en nuestra primera intervención con el niño (la segunda si contamos la de la sala de espera convenciéndole para que se venga con nosotros. Está explicada un poco más adelante).

Yo suelo empezar diciendo: «bueno, ya mamá y papá te han comentado quién soy y por qué te han traído a verme…» A lo que ellos normalmente contestan: «No, nadie me ha dicho nada», acompañado de una alzada de hombros y una caída de ojos.

Como decía más arriba, muchas veces es así. Los padres te dicen que se lo explicarán y luego al final no lo hacen. Recomiendo encarecidamente no hacer juicios de valor con respecto a nada de lo que hacen o no hacen los padres. Si no lo han hecho, será porque no han podido. Es un dato más para mí y punto. No voy a juzgarles ni a aprovechar para «regañarles» posteriormente. A veces ocurre que el niño está tan nervioso que dice que no probablemente porque teme que le pidamos que nos cuente qué le dijeron papá y mamá y no tiene ni idea, en ese momento, de cómo reproducirlo. Se lo contaron tan deprisa y tan como de pasada que ya no recuerda ni una palabra. O ahora le pone tan nervioso equivocarse que prefiere decir que no se lo contaron…

Cuando te dicen que sí, que se lo han contado, que precisamente han venido hablando de eso en el coche y que «si quieres te lo explico», y van y te dan una explicación sencilla y coherente… Entonces… Entonces no sé cómo explicarles, los que ya han ejercido como terapeutas saben a lo que me refiero. No hay palabras… Entonces sabes que todo va a ir bien, muy bien. Sin más. Recuerden que esto nos pasará en un porcentaje pequeño de ocasiones. Bueno, no se me rajen. Es difícil tarea la nuestra, pero no imposible.

Los padres suelen pedirme consejo sobre cómo llevar a cabo esa tarea de explicarles a los niños que tienen que venir, por qué, quién soy yo, etc. Yo suelo instarles a que utilicen la comparación con el modelo médico que todos conocen y que bien puede servirles de referencia. Es decir, que les expongan que, al igual que cuando nos duele la tripa o la cabeza vamos a ver al médico, cuando tenemos otro tipo de problemas, por ejemplo los relacionados con tener miedo, vamos a ver al psicólogo, que es algo así como el médico de los miedos. Los niños esto lo entienden muy bien. Saben mucho de sentir miedo.

¿Por qué específicamente los miedos? Por varias razones contundentes. Los niños tienen miedos y, en una importante cantidad de ocasiones, estos son el motivo de consulta. Pero lo que es importante para nosotros es que, aunque ese no sea el motivo de consulta explicitado, seguro que el miedo está detrás del problema. Seguro. Lo veremos con detalle a lo largo de las siguientes páginas cuando hablemos de emociones. El miedo está presente de forma importante en la vida de los niños y no suele ser visto, legitimado, correctamente etiquetado y adecuadamente regulado por los adultos responsables de hacerlo.

Los niños tienen miedos y necesitan hablar de ellos, pero no suelen encontrar interlocutores para dicha tarea. No está bien visto hacerlo. No lo ha estado nunca históricamente en nuestra cultura. Así que, aunque preferirían hablar con sus papás, no está nada mal poder tener a alguien con quien hacerlo. Y así, aunque en la interacción en la que se le está explicando a lo que va a venir a nuestra consulta él pueda responder: «yo no tengo miedos» o «no quiero ir», él se ha quedado con la copla y le gusta.

Ya le gusta que sus padres se preocupen, que le confiesen que ellos también tienen miedos y que le cuenten que, producto de dicha preocupación, ha sido su visita a nuestra consulta… Sobre todo cuando esto ocurre. Pero aunque no sea el caso (pues en muchas ocasiones ustedes me dirán que esto no pasa), para los niños hay alguna oportunidad de ser vistos y escuchados si sus papás hablan con un profesional de eso que parece que les ocurre aunque haya sido tras meses o incluso años de pasarlo mal, portarse mal, dar mucho por saco en casa o en el cole, discutir, no dormir, estar enfermo… Lo que sea. Y aunque no haya sido iniciativa de sus papás, sino que el colegio ya dicho que ya no se puede tolerar más el comportamiento disruptivo del niño, sus contestaciones, su falta de capacidad para relacionarse o su cansina manía de andar levantándose e interrumpiendo constantemente…, sea por lo que sea, por fin alguien va a ver y escuchar a ese niñodolescente…

Atentos, colegas, que lo voy a repetir y lo voy a hacer en mayúsculas para que no se nos olvide: POR FIN ALGUIEN VA A VER Y ESCUCHAR A ESE NIÑO/ADOLESCENTE.

Por favor, no lo estropeemos. Veámoslo y escuchémoslo. Permitamos que confíe y nos cuente. Consigamos que nos vea como alguien en quien depositar todos esos miedos que ni siquiera sabe nombrar y ayudémoslo a ponerles nombre y a enfrentarlos. Seamos esa persona. Estemos preparados para eso. Para una tarea que se me antoja de las más bonitas, gratificantes e importantes de las que se pueden llevar a cabo en el ejercicio de una profesión. Estemos a la altura de las circunstancias conociendo, como mínimo, qué son esas cosas que a los niños les preocupan y cómo podemos ayudarlos sin que eso estropee su relación con sus papás sino todo lo contrario.

En ello estamos.

Sigamos adelante.

¿Y cuando nos dicen, en el caso de adolescentes, sobre todo, que no quiere venir, que está harto de psicólogos, que somos los decimoctavos en la lista de profesionales consultados y que si lo traen va a ser a rastras y sin ganas de colaborar? En estos casos (que no son pocos) yo suelo recurrir a la fe. Sí, como lo oyen, a la fe. Les digo a los padres que no se preocupen y que lo traigan de todas maneras y que ya me apañaré yo. Entonces, en la primera sesión con él le pido fe. Es decir, le comento que ya sé que está harto de consultar profesionales, de intentar cosas que no dan resultado, de ir de acá para allá soportando acusaciones, desafíos, reprimendas, indicaciones y deberes más o menos inspirados. Que entiendo que piensa que por qué iba a ser diferente conmigo. Que no se fía y que lo comparto, que yo haría lo mismo si estuviera en sus zapatos. Y que en base a todo eso, lo que yo le pido es fe solo por una hora. Sí, fe. Fe en mí y en el proceso que van a iniciar conmigo. Y sí, solo durante la hora que va a durar esa sesión. Si después de esa hora no le parece que la cosa vaya a ser muy diferente a lo que ha vivido hasta ese momento, no le haré volver. Pero durante esa hora tiene que colaborar completamente conmigo, responder a mis preguntas, hacer lo que le pida, confiar… Tener fe, en definitiva. Siempre me ha funcionado. Al terminar la sesión, les pregunto si quieren volver y siempre han vuelto. Creo que es clave legitimar sus dudas, darles el espacio que merecen, demostrarles que entendemos y respetamos su postura, que nos importa mucho lo que les ocurre y que tenemos una sincera intención de servirles de ayuda; que no somos una extensión de casa o del colegio y que estamos muy comprometidos con su sufrimiento y su deseo de darle fin. Además, tratándoles así les descolocamos, y eso les gusta. Ya solo con eso, hemos actuado de manera diferente y eso les permite albergar alguna esperanza (están deseando hacerlo).

Entonces, toca estar a la altura y conseguir que esa hora sea LA HORA. Y eso se hace viendo al niño. Sí, no me cabe la menor duda, y permítanme que insista.

3. ¿Qué pasa si el niño no quiere entrar solo contigo? Esta es una pregunta frecuente en el caso de los padres de los más pequeños. Yo suelo contestar tranquilizando a los papás y comentándoles que muchos niños, al llegar aquí, nos sorprenden, y cuando creíamos que no iban a querer entrar, y menos si no iban de la mano de mamá, pues resulta que lo hacen tranquilamente, de nuestra mano o solitos y la mar de garbosamente.

Lo anticipo en esa primera entrevista con los papás porque, aunque parezca increíble, si llegara a suceder (y ocurre con frecuencia) eso de que entren con nosotros sin mostrar la más mínima preocupación, puede inquietar bastante a mamá. Y la pobre mami se queda hecha polvo, contrariada y avergonzada porque nos aseguró que el crío iba a actuar de una determinada manera y luego la está dejando por mentirosa haciéndolo de otra. ¡Tan frecuente esto!, ¿verdad? Por eso creo que no hay que poner demasiado énfasis en triunfar en esa tarea y conseguir que el niño entre de nuestra mano y deje a mamá pasmada en la sala de espera. Me explico. Si mamá nos dice de forma bastante categórica que «mi Juanito» no va a querer entrar solo sin mí, quizá (obsérvese que digo quizá) lo mejor es que pase exactamente eso. Si nos empeñamos en demostrar a la mamá que somos tan geniales que solo con 30 segundos de interacción ya podemos competir con ella y que su Juanito la va a cambiar por nosotros como el que cambia un cromo «repe» (pensad que es así como puede vivirlo ella, así me lo verbalizó una mamá en la consulta hace unos años), ya estamos comenzando mal. Nuestra tarea, de momento, es la de recopilar información para sacar nuestras propias conclusiones. Recuerden que decíamos que se trataba de ver y escuchar al niño, no de competir con los papás a ver quién lo hace mejor y quién tiene razón. Ya llegará el momento de ir contradiciendo algunas de las premisas de papá o mamá (o de ambos) o de sus pautas de relación con el niño, pero, por ahora, lo mejor es que nos centremos en observar y recoger la mayor cantidad de información posible.

A propósito de esto, de limitarse a recoger información en estas primeras sesiones, me dirán que puede llegar a resultar una tarea imposible porque, además de todas las cuestiones planteadas y de otras que iremos contemplando, los padres nos suelen exigir respuestas e intervenciones rápidas y eficaces, casi milagrosas, y nosotros estamos deseando dárselas para demostrarles (¿a ellos?, ¿seguro?) lo buenos profesionales que somos. ¡Ay, el ego! ¡Qué mal consejero puede llegar a ser…! Controlemos nuestras necesidades personales, recuerden que lo decíamos más arriba. Tengamos a nuestro niño y sus miedos bien mirados y tranquilos y así podremos tener despejado el horizonte para mirar donde realmente debemos hacerlo. Tranquilicemos después a los padres y convenzámosles de la importancia del psicodiagnóstico para poder estar al 100 por 100 en esta ardua, pero imprescindible tarea.

Y continuando con lo del chiquitín saliendo con nosotros de la sala de espera, hemos de saber que, a pesar de las muchas precauciones que tomemos, a veces los niños se vienen con nosotros, como decíamos, con un garbo y una soltura que nos dejan a todos boquiabiertos. Bien, no vayamos entonces nosotros a insistir en hacer lo contrario. Si el niño así lo hace, bien está. Ya nos veremos nosotros las caras con mamá en la próxima ocasión y lo comentaremos… Siempre conviene en estos casos empatizar con ella y comentar que «hay que ver cómo son estos niños que tan a menudo nos sorprenden haciendo lo contrario de lo que creíamos que harían…» Y hagamos explícita nuestra preocupación sincera por cómo experimentó ella lo que ocurrió. Seguramente la historia dará juego y, si sabemos hacerlo, permitirá a mamá confesarnos, con la conexión emocional adecuada, lo superada y perdida que está en muchas de las cosas relacionadas con la crianza de su hijo. Otro round que hemos anotado.

A veces sin quererlo, ni muchas veces saberlo (porque no siempre lo explicitan), con una interacción así nos hemos ganado la confianza de uno de los más reacios de los dos (que no creía que pudiésemos hacernos con el niño), o con dos de los tres (el propio niño además de uno de los papás). De pronto contamos con la admiración y la confianza de alguno, y eso suele ser bueno, casi siempre. A veces se engorda la balanza por un lado y el otro puede sentirse amenazado. El riesgo aumenta cuando los papás son, además, colegas, compañeros de profesión, psicólogos, médicos, psicoterapeutas… Si uno de los dos es de la profesión, puede tener más problemas para reconocer nuestro éxito porque lo vivirá como mayor expresión de su fracaso. Ojo con esto. Mimemos a ese papá o a esa mamá porque lo necesita, y nosotros necesitamos que esta persona esté bien con nosotros para que el niño pueda seguir creciendo. Pidamos el permiso adecuado y de la manera propicia para hacer las cosas un poco mejor que ellos y para hacérselo ver con la mayor humildad y todas las ganas de ayudar y no de dar con ello en las narices.

En cualquier caso, ¡hay que aprovechar todas las interacciones para recoger información!

Psicoterapia breve con niños y adolescentes

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