Читать книгу Psicoterapia breve con niños y adolescentes - Begoña Aznárez - Страница 9
ОглавлениеCAPÍTULO I: SENTANDO BASES
1. ¿EXISTE LA PSICOTERAPIA INFANTIL?
El primer rasgo que distingue la particular manera de trabajar en psicoterapia con niños y adolescentes que propongo es mi profunda convicción de que esta (la psicoterapia infantil, digo) no existe; y que pienso que la manera en la que generalmente se ha venido desarrollando desde sus comienzos no debería seguir existiendo… No se alarmen, no quiero llamarles a la sublevación (o quizá un poco sí…). No estoy planteando con ello la organización de un movimiento en contra del ejercicio de nuestra maravillosa profesión de psicoterapeutas con los más pequeños de nosotros, no, más bien al contrario, mi intención es reivindicar la necesidad urgente de una revisión de cómo se ha venido haciendo hasta ahora. Por el bien de todos.
¿Por qué digo que no existe la psicoterapia infantil? Porque el ser humano se construye en relación. Esa relación que se va generando a través del vínculo que desarrolla con sus figuras de referencia. Y por lo mismo, su «reconstrucción», cuando se está en conflicto y este no se está pudiendo manejar satisfactoriamente, supone la revisión y actualización de ese vínculo. La intervención psicoterapéutica con niños y adolescentes es, por tanto, a mi juicio, siempre, una intervención en relación y sobre la relación. No deberíamos, pues, hablar de una psicoterapia «de», «con», «sobre» o «para» el niño o el adolescente, sino de una psicoterapia de, sobre con o para la relación de estos con sus progenitores, sus padres o, en definitiva, sus principales figuras de apego.
Y digo que no se debería seguir ejerciendo como se ha venido haciendo hasta ahora porque, a mi entender, lo que ha venido haciéndose (y todavía se practica y se demanda) tiene mucha semejanza con lo que estamos acostumbrados a hacer cuando llevamos el coche al taller: lo dejamos en las manos de un profesional convencidos de que algo funciona mal, pedimos un presupuesto, nos lo dan, lo aceptamos, nos lo arreglan y, una vez reparado, pagamos y nos lo llevamos. Pues algo así es lo que se tiende a hacer con niños y adolescentes, lo que suelo llamar psicoterapia de taller del automóvil: dejo al niño, me lo reparan y, después de pagar lo que debo, me lo llevo funcionando adecuadamente. Juzguen ustedes…
Por tanto, lo que voy a desarrollar a continuación es un modelo de intervención en psicoterapia con niños y adolescentes partiendo de la base de que es imprescindible un estudio exhaustivo de la relación. ¿Y qué supone esto? Pues profundizar en el vínculo de apego; en las influencias sistémicas sobre dicho vínculo y sobre la particular manera de expresarse en condiciones normales y en conflicto; en el peso de cuestiones aparentemente banales como el nombre que elegimos para nuestros hijos o el lugar que ocupan en la fratría, si fueron buscados o vinieron sin ser esperados, si tienen un sexo u otro, si sienten que mamá les quiso o no…; en la importancia de las supuestas pequeñas cosas del día a día como las comidas, la hora de acostarse, el juego, los deberes, la televisión, los cuentos, los amigos, los deseos, las emociones, el ejercicio físico, y si mamá y papá fuman, se quieren, se respetan, regulan adecuadamente sus conflictos, sintonizan cada uno con las necesidades del otro y las de sus hijos…, si dedican tiempo completo a la pareja y a los niños o si no paran nunca en casa…
Atendamos a los condicionamientos sistémicos, pues las familias son sistemas que tienden a favorecer la disfuncionalidad para mantener equilibrios internos y esto, con frecuencia, provoca y sostiene el sufrimiento. No voy a desarrollar mucho más estas ideas tan magníficamente expresadas por otros autores en otros libros, solo quiero insistir en no pasar por alto conceptos como lealtades, mandatos o transmisión transgeneracional… Pues estamos hablando de un concepto de vital importancia: la pertenencia. Pertenecer nos configura. Nos construimos a través de relaciones dentro de un sistema, sus leyes no nos van a ser ajenas.
Así mismo, y como ya decíamos en el párrafo anterior, el tipo de vínculo que desarrollamos con nuestras figuras de apego también supondrá un condicionante de la «construcción» de un individuo. Tampoco pretendo que sea este el espacio donde explicar y profundizar en la teoría del apego fundada principalmente sobre la figura de John Bowlby (psiquiatra-psicoanalista infantil británico experto en separación y pérdida), pero sí, una vez más, invitar a su estudio y, desde luego, resaltar la importancia de su conocimiento y consideración a la hora de trabajar en las consultas de psicoterapia. En este sentido, no nos pueden ser ajenos conceptos como sintonía emocional, regulación, base segura o modelos de funcionamiento internos.
Como me gusta decir en clase, el niño nunca viene solo a la consulta, trae tras de sí mucho más de lo que podemos imaginar a simple vista. Así que, no echemos un simple vistazo, miremos despacito, con lupa y tomemos nota con buena letra…
No soy la primera, ni mucho menos, en reclamar este tipo de mirada sobre el ejercicio de la psicoterapia infantil, pero, después de muchos años de experiencia, me gustaría compartir lo aprendido y, de esta manera, aportar mi granito de arena.
2. EL PSICOTERAPEUTA
Otra cuestión importante que conviene aclarar desde el primer momento, está relacionada con el papel que desempeña el psicoterapeuta en esta compleja intervención con el niño y sus padres. Por mi experiencia, creo que podemos hablar de tres tipos fundamentales de terapeutas infantiles:
1. Aquellos que se creen salvadores. Sienten que lo son tanto del niño como de la familia.
2. Los que van de víctimas. Son esos que se quejan permanentemente de los papás de los niños convencidos de que ese crío estaría infinitamente mejor con ellos.
3. Los que resultan unos auténticos perpetradores. Estos, frecuentemente, se alían con los padres en un discurso rancio y caduco en el que conceptos como disciplina y «eran otros tiempos» se blanden como espadas frente al niño.
Me parece imprescindible crear consciencia del peligro de caer en una de las posiciones del «triángulo dramático». Es fácil hacerlo, pues tendemos a colocarnos enseguida en uno de esos lugares cuando nos relacionamos. Así pues, debemos trabajar con consciencia y no perder mentalización a la hora de manejarnos en la consulta. Y si lo hacemos, hagamos lo que sea para darnos cuenta (preferiblemente supervisión que es algo sano, saludable y yo sostengo que imprescindible para el adecuado ejercicio de nuestra profesión…)
Me gusta el término de tutores de resiliencia que propone Boris Cyrulnik. «Hacer que nazca un niño no basta, también hay que traerlo al mundo», dice este autor. Seamos esas figuras que acompañan a padres e hijos en la experiencia de incorporarse en el mundo, esas que sostienen, evitan juzgar, escuchan, estudian, apoyan, limitan, dirigen, acompañan, comprenden, anticipan, aportan… Esas que saben de necesidades y las tienen en cuenta, y han aprendido a hacerlas ver y comprender y legitimar y cubrir. Esas que reconocen el miedo y sus diferentes maneras de expresión. Que dejan los miedos y las necesidades personales a un lado para focalizar en las de los padres y el niño, y que son expertas en localizar recursos, habilidades y talentos que tan fuera quedan de la narrativa que se escucha en las primeras sesiones, cuando los padres, el colegio y los pediatras bombardean con todo lo que supuestamente anda mal en el niño. Fomentemos el trabajo en equipo, en relación. Trabajemos juntos y disfrutemos juntos de los éxitos que esto conlleva.
Vuelvo a utilizar las palabras de Boris Cyrulnik: «Si concebimos que un ser humano no puede desarrollarse más que tejiéndose con otro, entonces, la actitud que mejor contribuirá a que los heridos reanuden su desarrollo será aquella que se afane por descubrir los recursos internos que impregnan al individuo, y, del mismo modo, la que analice los recursos externos que se despliegan a su alrededor».
Debo añadir que, aunque me gustan las familias y hablaré de ellas y de sus circunstancias, no estoy proponiendo una clásica intervención familiar. Hay muchas diferencias entre los modelos de intervención psicoterapéutica familiar y el modelo que aquí presento. Pero no son incompatibles, por supuesto. En cada caso habrá que decidir la idoneidad de un tipo de intervención u otra y, a veces, será necesario complementarlas para obtener los resultados óptimos.
Y a modo de compendio para terminar el capítulo, querría expresar que se hace evidente que, en este modelo, la participación de los padres en el supuesto proceso psicoterapéutico de sus hijos es incuestionable.
3. EL MÉTODO
El método que les ofrezco en este manual supone comenzar por una buena evaluación. Como les comentaré más adelante, no concibo una intervención en psicoterapia sin un psicodiagnóstico. Creo que puedo asegurar que solo me lo salto cuando tengo muy claro que la demanda encaja en la categoría de trauma simple. Y, aun así, un par de días de recoger información imprescindible para confirmar que podemos aseverar ese diagnóstico, son estrictamente necesarios. En ese caso, intervengo con EMDR sobre el acontecimiento que considero responsable de la sintomatología y no enredo más, a padres e hijos, en un proceso tan largo y complejo, como, lógicamente, innecesario.
Pero los casos de trauma simple que vemos habitualmente en la consulta son los menos. Por ello, aunque expongo la forma de intervenir en estos casos en el capítulo VI sobre el trauma infantil y la ejemplifico con un caso, con lo que me voy a extender a lo ancho y largo del manual es con un modelo que comienza con una evaluación. El capítulo siguiente la explica detalladamente e incorpora un apéndice donde se recogen los puntos (y las comas…) de cada parte del proceso a lo largo de cinco sesiones.
Después, vemos en el capítulo III, el que se titula El informe, un esquema detallado no solo de lo que hemos recogido durante la evaluación y de cómo explicárselo a los padres en la entrevista de devolución, sino también un resumen argumentado de cómo estructuramos la intervención que explican los capítulos del manual dedicados a la inteligencia emocional, el trauma infantil y las terapias narrativas, pues son los elementos clave, a mi entender, sobre los que sostener los cambios que deseamos operar en la relación padres-hijos.