Читать книгу Pitré no es verde - Belén Boville Luca de Tena - Страница 8

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Un montón de amigos

Poco después de que se marchara el periodista se encaminaron de nuevo hacia el muelle. En media hora saldría El Vaporcito hacia Cádiz. A Manuel le había parecido tan flipante la motonave que se la quería comprar:

−Es galáctica, tío. Véndemela. Te doy lo que me pidas.

π3 entendía que a Manuel le encantaba la moto, pero, si se la vendía, ¿cómo volvería a su galaxia? Imposible. Y decía «no» moviendo la cabeza de un lado a otro como hacían los humanos cuando se cerraban en banda.

Pero Manuel insistía:

−Pues me la prestas. No, mejor que se quede. Te la guardo en el muelle del Vaporcito y me la prestas. Ahí, mira, ¿ves? Ahí, donde está. Pues ese es su atraque. Todo el tiempo que quieras. Sin pagar ná.

−Y a cambio la puedes usar −le contestaba con cierta ironía José, que se sabía todas las mañas de Manuel.

Quedaron en que la moto galáctica se quedaría en el muelle, amarrada junto al Vaporcito. Al fin y al cabo era un vehículo marino –y aéreo−, y en aventuras posteriores les podría servir.

Mientras se despedían de Manuel, José pensaba en qué debía hacer con el chico. Primero, dar cuenta a la poli. El muchacho, aunque había llegado por mar, afortunadamente no era un inmigrante llegado en una patera. Estos llegaban muertos de hambre y frío y muy asustados.

Tenía muchos amigos en la policía y en última instancia podía ser tutor del chico hasta que aparecieran los padres. Lo más razonable era dirigirse hacia la comisaría, y así lo hizo encaminándose hacia ella, aunque en un momento cambiarían sus planes.

El Puerto era el destino de muchos turistas y también de escuelas y colegios que pasaban el día de excursión, visitando el castillo y las bodegas, y después tomaban El Vaporcito hacia Cádiz. En la misma plaza de Las Galeras, desde donde partió una de las naves de Colón hacia el Nuevo Mundo, se agolpaban un montón de chicos y chicas. El autobús procedía de Grazalema, el pueblo serrano donde había nacido José. Sin darse cuenta, la muchachada rodeó a José y a π3. Unos contemplaban desde el muelle la moto supersónica de π3, admirados, mientras otros hacían cola frente a la taquilla del Vaporcito.

Una de las profesoras se dio de frente con el torero:

−José, qué alegría... ¿Qué haces por aquí? –Mariví había sido la primera novia de José y quien lo acompañara en sus primeros escarceos con el toreo. Mariví sabía que él después había tenido una novia japonesa y que tras la cogida se había ido a Japón. Hacía varios años que no se veían pero conservaban una vieja amistad.

José le contó que en la mañana había encontrado un muchacho náufrago pero, cuando se lo quiso presentar, π3 y Mukiko ya estaban jugando con los chicos.

−Es un muchacho estupendo, muy atento y educado, aunque no habla español.

−Parece muy divertido; fíjate lo que hace con el perro.

Mukiko bailaba erguido sobre sus patas traseras, mientras los chicos tocaban las palmas y π3 lo dirigía con una batuta imaginaria. Se lo estaban pasando en grande.

La sonrisa de π3 no cabía en su cara; lo estaba pasando de lo lindo. Por fin estaba con chicos y chicas de su edad. El perrito le permitía entender todo lo que decían y entonces ya podía jugar y chapurrear algunas palabras.

José le dijo a Mariví que iban a la Policía porque el chico estaba extraviado y no se sabía dónde estaban sus padres. Para no suscitar más problemas se ahorró decir que le había visto caer del cielo y le contó la versión, mucho más sencilla, de que había venido en uno de los grandes cruceros trasatlánticos que atracaban en Cádiz y que se estaba dando una vuelta con su moto de agua cuando naufragó.

−Es una pena que los separes ahora; fíjate como lo están pasando.

Ahora el que estaba a dos patas −mejor dicho a dos manos−, era π3, que hacía el pino y se movía con toda agilidad por la acera con Mukiko, mientras los chicos lo animaban. Otro muchacho decidió hacer algo parecido y en un momento se estaba contorsionando a ritmo de hip-hop.

Al final decidieron dejar a π3 con los chicos durante un par de horas. José entretanto iría a resolver un par de asuntos pendientes y Mariví y los chicos visitarían las bodegas de Osborne. Luego se encontrarían en la plaza del Mercado, en el bar Vicente, donde había un chocolate con churros de chuparse los dedos.

Antes de separarse José llamó a π3 y le explicó el nuevo plan. π3, feliz, volvió a sacar la mano, esta vez con los dedos pegados, para chocarla con José. Estaba encantado.

«Buuuu», sonó una pequeña sirena de aviso, y luego «buuuuu», un bocinazo un poco más largo de lo normal; toda la gente se puso las manos en los oídos; aquello era como la sirena de un buque petrolero... Manuel, desde El Vaporcito, manifestaba así su alegría.

Los chicos se encaminaron hacia la zona de las bodegas. Ya pasaban de las tres de la tarde y el hambre arreciaba. Se sentaron en una placilla con una fuente, bajo las palmeras, y sacaron sus bocadillos. π3 estaba hambriento. Miraba a unos y a otros mientras hacía juguillos en el estómago. Al ver que no tenía nada que comer, ni llevaba mochila, los chicos empezaron a ofrecerle parte de su comida. Unos llevaban bocadillo de tortilla, otros de jamón, algunos un pepito. π3 no renunciaba a nada. Antes de tragarse un bocado ya estaba mordisqueando el bocadillo de otro chaval. Devoraba lo que le pusieran por delante. Cada uno de ellos le sabía a gloria; nunca había probado comida con olor, sabor y volumen. En su galaxia se alimentaban a base de sueros, gelatinas, píldoras y gominolas con sabor a fresa, limón y vainilla, pero nada más, y aquello le parecía mil veces más delicioso que su cocktail preferido de gominolas. También le ofrecieron Coca-Cola −por fin una bebida que conocía− y casera con muchas burbujas, y un batido de plátano.

Entre todos alimentaron a π3, que no rechazaba ningún alimento y miraba con curiosidad las aceitunas, pues se parecían a sus pildoritas de la galaxia. Cuando terminaron los bocatas, se levantaron y continuaron su recorrido hasta las bodegas.

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Pitré no es verde

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