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La cotorra

Mientras tanto, el periodista Melchor Bocaboca no paraba de maquinar. Su programa salía al aire hacia las cuatro de la tarde. Era un programa lleno de frikies y gente extraña. Lo mismo llevaba a un peregrino del Camino de Santiago que venía de la China por la Ruta de la Seda o presentaba a la madre más vieja del mundo, una gaditana que con sesenta y tres años había parido trillizos. Siempre estaba a la caza de noticias extravagantes y un poco alocadas. Había ganado cierta fama en la región y una vez había salido en Canal Sur, con los Ratones Coloraos. Si conseguía demostrar que π3 era del más allá, los americanos lo recompensarían. A lo mejor lo invitaban a visitar Cabo Cañaveral y ver cómo eran lanzados los cohetes y los satélites sonda. La exclusiva mundial de la noticia le abriría todas las puertas. Incluso las de Hollywood, donde había estado hacía años, saltando a la pata coja de estrella en estrella e imaginando que algún día, en una de esas estrellas de la acera, estaría su nombre. Hasta el presidente de los Estados Unidos lo recibiría con honores. No podía perder el tiempo.

Tras hacer la entrevista a π3 se fue al estudio, situado frente al río. Tras una cristalera opaca se colocó los auriculares mientras no dejaba de mirar al paseo, por si aparecía algún otro tripulante de la supuesta nave en la que había llegado el muchacho. Con las palabras del chico y su florida descripción, el programa de ese día prometía ser muy interesante. El testimonio de un náufrago peculiar. Como no tenía nada que perder y sí mucho que ganar, llamó a la base americana.

El teniente Smithson, que hacía de portavoz de la base, era gran amigo suyo. Muchas veces intervenía en sus programas, era contertulio; otras le facilitaba el acceso a la base militar, prohibido al resto de los españoles. Esta vez el periodista le hizo participar de una manera sorpresiva:

−¿Teniente Smithson?

−Oh, yes.

−Aquí Radio La Cotorra, para que corra.

−Oh, thank you. What’s the matter?

−Mr. Smithson, hoy ha sido rescatado en la bahía de Cádiz un náufrago peculiar.

−Oh, yes.

−Se trata de un muchacho rubio de unos doce o trece años.

−Oh, yes.

−La cuestión es si han detectado en el espacio aéreo algún elemento extraño.

−Strange? ¿Extraño?

−Sí, un ovni, un UFO.

−¿Ovni? ¿UFO?

−Sí, una nave espacial.

−¿Una nave espacial?

−Exactamente, porque algunos lo han visto caer del cielo.

−Ohhhhh. Interesting.

−Pues nada señores, esto es todo por hoy. Parece que nuestro amigo, en vez de americano parece sueco. Ha sido una primicia de Radio La Cotorra, para que corra.

A micrófono cerrado Melchor Bocaboca y el teniente Smithson siguieron la conversación. El teniente aseguraba que no había sido informado y el periodista decía que había encontrado, tras sus investigaciones, varios testigos que afirmaban que el muchacho había caído del cielo. Ante la insistencia del locutor, el americano dijo que buscaría toda la información disponible, pero que si se trataba de un objeto volador no identificado u OVNI lo más probable es que fuese top secret, y entonces no podría hacer ninguna declaración. Así el oficial se curaba en salud. Aunque los americanos habían terminado por hacer públicos muchos top secrets, seguían guardando un total hermetismo respecto a la posibilidad de vida alienígena. Se decía que gracias a los contactos con extraterrestres los americanos habían conseguido revolucionar el mundo de las comunicaciones y que eran los alienígenas quienes habían inventado Internet y los teléfonos móviles, además de los cazas ultrasónicos. Pero de esto no quería hablar al teniente Smithson y siempre cambiaba de tema.

Sin embargo, con la entrevista al joven caído del cielo, el periodista Melchor Bocaboca acababa de levantar la liebre y había puesto sobre aviso a los americanos de la base naval de Rota. Smithson se puso inmediatamente en contacto con su superior y este con la NASA. Con ayuda del telescopio espacial Spitzer, enfriado criogénicamente, comprobarían si algún vehículo se había introducido durante las últimas treinta y seis horas en el sistema solar. En caso afirmativo, los satélites militares tendrían los espectros de ondas de todas las aeronaves y podrían determinar si realmente había caído del cielo una motonave, que aunque pareciese una moto de agua, bien podría ser un OVNI o UFO. Claro que el teniente le pidió a Bocaboca que fuese discreto, pues en tal caso probablemente habrían de pedir al gobierno español la autorización para examinar al muchacho.

Bocaboca dio un salto y gritó «hurra» sin apagar el micrófono. Su técnico de sonido esa tarde tuvo que ir al otorrino; casi le deja sordo.

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