Читать книгу Por qué volvías cada verano - Belén López Peiró - Страница 16
ОглавлениеAbrí los ojos. Estaba todo oscuro. Solo podía ver la mesa de luz de colores claros que estaba pegada a la cama. Y sentir los dedos adentro mío y la pija apoyada en mi culo. Su cuerpo pesado hacía que me hundiera en el colchón. Otra vez me quedé sin aire.
Yo dormía de costado, apoyada sobre mi brazo derecho. Cuando supe qué era lo que estaba pasando hice fuerza para dormir, pero no pude.
¿Y si giraba y lo miraba a los ojos? ¿Si gritaba para que todos me escucharan? O tal vez mejor me quedaba inmóvil y dejaba que siga tocándome y rompiéndome. No tenía otro lugar a dónde dormir.
Era la primera vez que alguien me tocaba, y era él. Lo sabía porque sentía su respiración, siempre agitada, porque conocía su peso, su cuerpo. Lo sabía porque antes de apagar la luz él decidió dormir en el piso, junto a mi cama, como si se tratara de un favor, de un simple mimo.
Yo seguía con los ojos cerrados sintiendo cómo sus dedos gruesos y peludos me revolvían la concha. Su revólver estaba en la mesa de luz. La espalda me dolía. El cuello, la cintura y los muslos se me endurecían. Estaba inmóvil. Hasta que sin pensarlo me levanté y corrí al baño. No giré porque no me animé: no tuve el coraje de mirarlo a los ojos. Nunca lo hice. Él tampoco, porque siempre se aparecía de noche y por atrás. Nunca me miró a los ojos. No se animaba, ni a verme abusada ni a verse abusador.
Entré al baño. Como pude me bajé la bombacha y me senté en el bidet. Estaba toda manchada. Un coágulo cayó y lo pude ver porque tardé en abrir la canilla de agua y dejarlo correr. Tenía miedo de que pudieran escucharme, de que supieran que estaba ahí. Tenía miedo de que él abriera la puerta o que se despertara mi tía. No podía saber qué hora era. Florencia todavía no había vuelto de bailar.
Me quedé sentada. Dejé que el chorro de agua me alivie el dolor. Sentía un hueco en el estómago, me sentía al borde del abismo. Tenía terror de volver y encontrarlo en la cama. No podía, no quería que fuera verdad.
Cuando escuché a Florencia poniendo las llaves en la puerta me tranquilicé. Él no podía hacer nada con ella en la casa pero me equivoqué. Corrí a la habitación y lo vi durmiendo en el piso, como la noche anterior.