Читать книгу Por qué volvías cada verano - Belén López Peiró - Страница 7

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Tocó timbre y lo dejé pasar. Sabía que iba a venir tarde o temprano. Siempre pasaba por mi casa cada vez que viajaba a La Plata, al menos una vez al mes. La usaba como a un galpón, venía a hacerse chapa y pintura, a poner su pija en remojo. Era como un depósito de carne que se deshacía al sol mientras esperaba la próxima visita.

Mi mamá se había ido temprano a trabajar. Casi siempre tomaba el bondi al mediodía, pero ese día la revista cerraba temprano. Y mi hermano estaba trabajando. Así que estaba sola, acostada en mi cama de una plaza, en mi cuarto de paredes rosas, con el pijama de verano que mi madrina me había regalado para mi cumpleaños de quince: un short turquesa que se ajustaba a mi cadera y una musculosa negra, con algunas mariposas que bailaban a la altura del pecho.

Entró sonriente con su uniforme puesto. Ya me había olvidado lo que era desatarle los cordones. Dejó su arma arriba del armario del comedor, ahí donde casi no se ve, y se fue a la habitación de mi hermano a desvestirse. Quería bañarse rápido antes de seguir viaje. Me metí en la cama otra vez y cerré los ojos.

El ruido del agua cayendo me volvía loca. Lo imaginaba en pelotas, enjuagándose con mi jabón. Pero no. De pronto abrió la puerta de mi cuarto, en cuero y bóxers de color amarillo vencido. Me preguntó si quería masajes. «Podemos usar el gel de tu vieja», me dijo. Le contesté que no, pero no me escuchó. Enseguida lo tenía en mis espaldas. Había sacado las sábanas que me tapaban y me había subido la remera. Me bajó el pantalón y la bombacha hasta las rodillas.

El primer escalofrío lo sentí cuando puso ese gel sobre mi espalda. Me quedé inmóvil. Pero después giré mi cabeza a la derecha y lo vi. Vi su pija dura. Con una mano me tocaba el culo y con la otra se hacía una paja, despacio, no acababa nunca. Solo tuve una reacción y fue la última: apoyé mis dos manos rápido a los costados de mi cabeza e intenté levantarme, pero con su otra mano me tiró hacia abajo y ahora sí, ya no podía ver; ni respirar. Solo pude sentir mi boca temblando y el crujido de mis huesos cuando sus 150 kilos de mierda se abalanzaron sobre mí. Me ahogaba.

Sonó el timbre. Había alguien en la puerta que intentaba entrar pero no podía. Me había olvidado las llaves puestas en la cerradura. Él se levantó y corrió a la ducha. El agua seguía cayendo y el timbre sonaba cada vez más fuerte. No me acuerdo cómo pero me arrodillé en la cama, me subí el pantalón y caminé hasta la entrada. Abrí. Era mi papá que había vuelto a casa para almorzar. Lo abracé y le dije que prefería dormir. Por un momento recordé quién era yo sin miedo y quién había sido antes de que el peligro cayera sobre mí como una trampa.

Por qué volvías cada verano

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