Читать книгу Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3) - Bernal Diaz del Castillo - Страница 52
CAPÍTULO XLVIII
ОглавлениеCÓMO ACORDAMOS DE POBLAR LA VILLA RICA DE LA VERACRUZ, Y DE HACER UNA FORTALEZA EN UNOS PRADOS JUNTO Á UNAS SALINAS Y CERCA DEL PUERTO DEL NOMBRE-FEO, DONDE ESTABAN ANCLADOS NUESTROS NAVÍOS, Y LO QUE ALLÍ SE HIZO.
Despues que hubimos hecho liga y amistad con más de treinta pueblos de las sierras, que se decian los totonaques, que entónces se rebelaron al gran Montezuma y dieron la obediencia á su majestad, y se prefirieron á nos servir, con aquella ayuda tan presta acordamos de poblar é de fundar la villa rica de la Veracruz en unos llanos media legua del pueblo, que estaba como fortaleza, que se dice Quiahuistlan, y traza de iglesia y plaza y atarazanas, y todas las cosas que convenian para parecer villa, é hicimos una fortaleza, y desde entónces los cimientos; y en acaballa de tener alta para enmaderar; y hechas troneras y cubos y barbacanas, dimos tanta priesa, que desde Cortés comenzó el primero á sacar tierra á cuestas y piedra é ahondar los cimientos, como todos los capitanes y soldados, y á la continua entendimos en ello y trabajamos por la acabar de presto, los unos en los cimientos y otros en hacer las tapias, y otros en acarrear agua y en las escaleras, en hacer ladrillos y tejas y buscar comida, y otros en la madera, y los herreros en la clavazon, porque teniamos herreros; y desta manera trabajábamos en ello á la contina desde el mayor hasta el menor, y los indios que nos ayudaban, de manera que ya estaba hecha iglesia y casas, é casi que la fortaleza.
Estando en esto, parece ser que el gran Montezuma tuvo noticia en Méjico cómo le habian preso sus recaudadores é que le habian quitado la obediencia, y cómo estaban rebelados los pueblos totonaques; mostró tener mucho enojo de Cortés y de todos nosotros, y tenia ya mandado á un su gran ejército de guerreros que viniesen á dar guerra á los pueblos que se le rebelaron y que no quedase ninguno dellos á vida; é para contra nosotros aparejaba de venir con gran ejército y pujanza de capitanes; y en aquel instante van los dos indios prisioneros que Cortés mandó soltar, segun he dicho en el capítulo pasado, y cuando Montezuma entendió que Cortés les quitó de las prisiones y los envió á Méjico, y las palabras de ofrecimientos que les envió á decir, quiso Nuestro Señor Dios que amansó su ira é acordó de enviar á saber de nosotros qué voluntad teniamos, y para ello envió dos mancebos sobrinos suyos, con cuatro viejos, grandes caciques, que los traian á cargo, y con ellos envió un presente de oro y mantas, é á dar las gracias á Cortés porque les soltó á sus criados; y por otra parte se envió á quejar mucho, diciendo que con nuestro favor se habian atrevido aquellos pueblos de hacelle tan gran traicion é que no le diesen tributo é quitalle la obediencia; é que ahora, teniendo respeto á que tiene por cierto que somos los que sus antepasados les habian dicho que habian de venir á sus tierras, é que debemos de ser de sus linajes, é porque estábamos en casa de los traidores, no les envió luego á destruir; mas que el tiempo andando no se alabaran de aquellas traiciones.
Y Cortés recibió el oro y la ropa, que valía sobre dos mil pesos, y les abrazó, y dió por disculpa que él y todos nosotros éramos muy amigos de su señor Montezuma, y como tal servidor le tiene guardados sus tres recaudadores; y luego los mandó traer de los navíos, y con buenas mantas y bien tratados se los entregó, y tambien Cortés se quejó mucho del Montezuma, y les dijo cómo su gobernador Pitalpitoque se fué una noche del real sin le hablar, y que no fué bien hecho, y que cree y tiene por cierto que no se lo mandaria el señor Montezuma que hiciese tal villanía, é que por aquella causa nos veniamos á aquellos pueblos donde estábamos, é que hemos recibido dellos honra; é que le pide por merced que les perdone el desacato que contra él han tenido; y que en cuanto á lo que dice que no le acuden con el tributo, que no pueden servir á dos señores, que en aquellos dias que allí hemos estado nos han servido en nombre de nuestro Rey y señor, y porque el Cortés y todos sus hermanos iriamos presto á le ver y servir, y cuando allá estemos se dará órden en todo lo que mandare.
Y despues de aquestas pláticas y otras muchas que pasaron, mandó dar á aquellos mancebos, que eran grandes caciques, y á los cuatro viejos que los traian á cargo, que eran hombres principales, diamantes azules y cuentas verdes, y se les hizo honra; y allí delante dellos, porque habia buenos prados, mandó Cortés que corriesen y escaramuzasen Pedro de Albarado, que tenia una muy buena yegua alazana que era muy revuelta, y otros caballeros, de lo cual se holgaron de los haber visto correr; y despedidos y muy contentos de Cortés y de todos nosotros se fueron á su Méjico.
En aquella sazon se le murió el caballo á Cortés, y compró ó le dieron otro que se decia el Arriero, que era castaño escuro, que fué de Ortiz el músico y un Bartolomé García el minero y fué uno de los mejores caballos que venian en el armada.
Dejemos de hablar en esto, y diré que como aquellos pueblos de la sierra, nuestros amigos, y el pueblo de Cempoal solian estar de ántes muy temerosos de los mejicanos, creyendo que el gran Montezuma los habia de enviar á destruir con sus grandes ejércitos de guerreros, y cuando vieron á aquellos parientes del gran Montezuma que venian con el presente por mí nombrado, y á darse por servidores de Cortés y de todos nosotros, estaban espantados, y decian unos caciques á otros que ciertamente éramos teules, pues que Montezuma nos habia miedo, pues enviaba oro en presente. Y si de ántes teniamos mucha reputacion de esforzados, de allí adelante nos tuvieron en mucho más.
Y quedarse ha aquí, y diré lo que hizo el cacique y otros sus amigos.