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CAPÍTULO LIV

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DE LA RELACION Y CARTA QUE ESCRIBIMOS Á SU MAJESTAD CON NUESTROS PROCURADORES ALONSO HERNANDEZ PUERTOCARRERO Y FRANCISCO MONTEJO, LA CUAL CARTA IBA FIRMADA DE ALGUNOS CAPITANES Y SOLDADOS.

Despues de poner en el principio aquel muy debido acato que somos obligados á tan gran majestad del Emperador nuestro señor, que fué así: «Siempre sacra, católica, cesárea, Real majestad;» y poner otras cosas que se convenian decir en la relacion y cuenta de nuestra vida y viaje, cada capítulo por sí, fué esto que aquí diré en suma breve.

Cómo salimos de la isla de Cuba con Hernando Cortés, los pregones que se dieron, cómo veniamos á poblar, y que Diego Velazquez secretamente enviaba á rescatar, y no á poblar; cómo Cortés se queria volver con cierto oro rescatado, conforme á las instrucciones que de Diego Velazquez traia, de las cuales hicimos presentacion; cómo hicimos á Cortés que poblase y le nombramos por capitan general y justicia mayor hasta que otra cosa su majestad fuese servido mandar; cómo le prometimos el quinto de lo que hubiese, despues de sacado su Real quinto; cómo llegamos á Cozumel y por qué ventura se hubo Jerónimo de Aguilar en la punta de Cotoche, y de la manera que decia que allí aportó él y un Gonzalo Guerrero, que se quedó con los indios por estar casado y tener hijos y estar ya hecho indio; cómo llegamos á Tabasco, y de las guerras que nos dieron y batallas que con ellos tuvimos; cómo los atrajimos de paz; cómo á do quiera que llegamos se les hacen buenos razonamientos para que dejasen sus ídolos, y se les declara las cosas tocantes á nuestra santa fe; cómo dieron la obediencia á su Real Majestad y fueron los primeros vasallos que tiene en aquestas partes; cómo hicieron un presente de mujeres, y en él una cacica, para india de mucho ser, que sabe la lengua de Méjico, que es la que se usa en toda la tierra, y que con ella y el Aguilar tenemos verdaderas lenguas; cómo desembarcamos en San Juan de Ulúa, y de las pláticas de los embajadores del gran Montezuma, y quién era el gran Montezuma y lo que se decia de sus grandezas y del presente que trujeron, y cómo fuimos á Cempoal, que es un pueblo grande, y desde allí á otro pueblo que se dice Quiahuistlan, que estaba en fortaleza, y cómo se hizo la liga y confederacion con nosotros, y quitaron la obediencia á Montezuma en aquel pueblo, demás de treinta pueblos que todos le dieron la obediencia y están en su Real patrimonio, y la ida de Cingapacinga; cómo hicimos la fortaleza, y que agora estamos de camino para ir la tierra adentro hasta vernos con el Montezuma; cómo aquella tierra es muy grande y de muchas ciudades y muy pobladísima, y los naturales grandes guerreros; cómo entre ellos hay muchas diversidades de lenguas y tienen guerra unos con otros; cómo son idólatras y se sacrifican y matan en sacrificios muchos hombres é niños y mujeres, y comen carne humana y usan otras torpedades; cómo el primer descubridor fué un Francisco Hernandez de Córdoba, y luego cómo vino Juan de Grijalva, é que agora al presente le servimos con el oro que hemos habido, que es el sol de oro y la luna de plata y un casco de oro en granos como se coge en las minas, y muchas diversidades y géneros de piezas de oro hechas de muchas maneras, mantas de algodon muy labradas de plumas y primas; otras muchas de oro, que fueron mosqueadores, rodelas y otras cosas que ya no se me acuerda, como há ya tantos años que pasó; tambien enviamos cuatro indios que quitamos en Cempoal, que tenian á engordar en unas jaulas de madera para despues de gordos sacrificallos y comérselos.

Y despues de hecha esta relacion é otras cosas, dimos cuenta y relacion cómo quedábamos en estos sus reinos cuatrocientos y cincuenta soldados á muy gran peligro entre tanta multitud de pueblos y gentes belicosas y muy grandes guerreros, para servir á Dios y á su Real Corona; y le suplicamos que en todo lo que se nos ofreciese nos haga mercedes, y que no hiciese merced de la gobernacion destas tierras ni de ningunos oficios reales á persona ninguna, porque son tales, ricas y de grandes pueblos y ciudades, que convienen para un Infante ó gran señor; y tenemos pensamiento que, como D. Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos y Arzobispo de Rosano, es su presidente y manda á todas las Indias, que lo dará á algun su deudo ó amigo, especialmente á un Diego Velazquez que está por gobernador en la isla de Cuba; y la causa es porque se le dará la gobernacion ó otro cualquier cargo, que siempre le sirve con presentes de oro, y le ha dejado en la misma isla pueblos de indios que le sacan oro de las minas; de lo cual habia primeramente de dar los mejores pueblos á su Real Corona, y no le dejó ningunos, que solamente por esto es digno de que no se le hagan mercedes; y que, como en todo somos sus muy leales servidores, y hasta fenecer nuestras vidas le hemos de servir, se lo hacemos saber para que tenga noticia de todo, y que estamos determinados que hasta que sea servido de nuestros procuradores que allá enviamos besen sus Reales piés y ver nuestras cartas, y nosotros veamos su Real firma, que entónces, los pechos por tierra, para obedecer sus Reales mandos; y que si el Obispo de Búrgos por su mandado nos envia á cualquiera persona á gobernar ó á ser capitan, que primero que le obedezcamos se lo harémos saber á su Real persona á do quiera que estuviere y lo fuere servido de mandar, que le obedeceremos como mando de nuestro Rey y señor, como somos obligados; y demás destas relaciones, le suplicamos que entre tanto que otra cosa sea servido mandar, que le hiciese merced de la gobernacion á Hernando Cortés, y dimos tantos loores dél y que es tan gran servidor suyo, hasta ponello en las nubes.

Y despues de haber escrito todas estas relaciones con todo el mayor acato y humildad que pudimos y convenia, y cada capítulo por sí, y declaramos cada cosa cómo y cuándo y de qué arte pasaron, como carta para nuestro Rey y señor, y no del arte que va aquí en esta relacion; y la firmamos todos los capitanes y soldados que éramos de la parte de Cortés, é fueron dos cartas duplicadas; y nos rogó que se la mostrásemos; y como vió la relacion tan verdadera y los grandes loores que dél dábamos, hubo mucho placer y dijo que nos lo tenia en merced, con grandes ofrecimientos que nos hizo; empero no quisiera que dijéramos en ella ni mentáramos del quinto del oro que le prometimos, ni que declaráramos quién fueron los primeros descubridores; porque, segun entendimos, no hacia en su carta relacion de Francisco Hernandez de Córdoba ni del Grijalva, sino á él solo se atribuia el descubrimiento y la honra é honor de todo; y dijo que agora al presente aquello estuviera mejor por escribir, y no dar relacion dello á su majestad; y no faltó quien le dijo que á nuestro Rey y señor no se le ha de dejar de decir todo lo que pasa.

Pues ya escritas estas cartas y dadas á nuestros procuradores, les encomendamos mucho que por via ninguna entrasen en la Habana ni fuesen á una estancia que tenia allí el Francisco de Montejo, que se decia el Marien, que era puerto para navíos, porque no alcanzase á saber el Diego Velazquez lo que pasaba; y no lo hicieron así, como adelante diré.

Pues ya puesto todo á punto para se ir á embarcar, dijo misa el padre fray Bartolomé de Olmedo, de la Merced, y encomendándoles al Espíritu Santo que les guiase, en 26 dias del mes de Julio de 1519 años partieron de San Juan de Ulúa, y con buen tiempo llegaron á la Habana; y el Francisco de Montejo con grandes importunaciones convocó é atrajo al piloto Alaminos guiase á su estancia, diciendo que iba á tomar bastimentos de puercos y cazabe, hasta que le hizo hacer lo que quiso.

Fué á surgir á su estancia, porque el Puertocarrero iba muy malo, y no hizo cuenta dél; y la noche que allí llegaron, desde la nao echaron un marinero en tierra con cartas é avisos para el Diego Velazquez; y supimos que el Montejo le mandó que fuese con las cartas, y en posta fué el marinero por la isla de Cuba de pueblo en pueblo publicando todo lo aquí por mí dicho, hasta que el Diego Velazquez lo supo.

Y lo que sobre ello hizo, adelante lo diré.

Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3)

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