Читать книгу Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3) - Bernal Diaz del Castillo - Страница 66
CAPÍTULO LXII
ОглавлениеCÓMO SE DETERMINÓ QUE FUÉSEMOS POR TLASCALA, Y LES ENVIÁBAMOS MENSAJEROS PARA QUE TUVIESEN POR BIEN NUESTRA IDA POR SU TIERRA, Y CÓMO PRENDIERON Á LOS MENSAJEROS, Y LO QUE MÁS SE HIZO.
Como salimos de Castilblanco, y fuimos por nuestro camino, los corredores del campo siempre delante y muy apercebidos, en gran concierto los escopeteros y ballesteros, como convenia, y los de á caballo mucho mejor, y siempre nuestras armas vestidas, como lo teniamos de costumbre.
Dejemos esto; no sé para qué gasto mis palabras sobre ello, sino que estábamos tan apercebidos, así de dia como de noche, que si diesen al arma diez veces, en aquel punto nos hallaran muy puestos, calzados nuestros alpargates, y las espadas y rodelas y lanzas puesto todo muy á mano; y con aquesta órden llegamos á un pueblezuelo de Xalacingo, y allí nos dieron un collar de oro y unas mantas y dos indias.
Y desde aquel pueblo enviamos dos mensajeros principales de los de Cempoal á Tlascala con una carta ó con un chapeo vedejudo de Flandes, colorado, que se usaban entónces, y puesto que la carta bien entendimos que no la sabrian leer, sino que como viesen el papel diferenciado de lo suyo, conocerian que era de mensajería, y lo que les enviamos á decir con los mensajeros cómo íbamos á su pueblo, y que lo tuviesen por bien, que no les íbamos á hacer enojo, sino tenellos por amigos; y esto fué porque en aquel pueblezuelo nos certificaron que toda Tlascala estaba puesta en armas contra nosotros, porque, segun pareció, ya tenian noticia cómo íbamos y que llevábamos con nosotros muchos amigos, así de Cempoal como los de Zocotlan y de otros pueblos por donde habiamos pasado, y todos solian dar tributo á Montezuma, tuvieron por cierto que íbamos contra ellos, porque les tenian por enemigos; y como otras veces los mejicanos con mañas y cautelas les entraban en la tierra y se la saqueaban, así creyeron querian hacer ora.
Por manera que luego como llegaron los dos nuestros mensajeros con la carta y el chapeo, y comenzaron á decir su embajada, los mandaron prender sin ser más oidos, y estuvimos aguardando respuesta aquel dia y otro; y como no venian, despues de haber hablado Cortés á los principales de aquel pueblo, y dicho las cosas que convenian decir acerca de nuestra santa fe, y cómo éramos vasallos de nuestro Rey y señor, que nos envió á estas partes para quitar que no sacrifiquen y no maten hombres ni coman carne humana, ni hagan las torpedades que suelen hacer; y les dijo otras muchas cosas que en los más pueblos por donde pasábamos les soliamos decir, y despues de muchos ofrecimientos que les hizo que les ayudaria, les demandó veinte indios de guerra que fuesen con nosotros, y ellos nos los dieron de buena voluntad, y con la buena ventura, encomendándonos á Dios, partimos otro dia para Tlascala.
É yendo por nuestro camino con el concierto que ya he dicho, vienen nuestros mensajeros que tenian presos que parece ser, como andaban revueltos en la guerra los indios que los tenian á cargo y guarda, se descuidaron, y de hecho, como eran amigos, los soltaron de las prisiones; y vinieron tan medrosos de lo que habian visto é oido, que no lo acertaban á decir; porque, segun dijeron, cuando estaban presos los amenazaban y decian:
—«Ahora hemos de matar á esos que llamais teules y comer sus carnes, y veremos si son tan esforzados como publicais, y tambien comeremos vuestras carnes, pues venis con traiciones y con embustes de aquel traidor de Montezuma.»
Y por más que les decian los mensajeros, que éramos contra los mejicanos, que á todos los tlascaltecas los teniamos por hermanos, no aprovechaban nada sus razones; y cuando Cortés y todos nosotros entendimos aquellas soberbias palabras, y cómo estaban de guerra, puesto que nos dió bien que pensar en ello dijimos todos:
—«Pues que así es, adelante en buen hora;» encomendándonos á Dios y nuestra bandera tendida, que llevaba el alférez Corral.
Porque ciertamente nos certificaron los indios del pueblezuelo donde dormimos, que habian de salir al camino á nos defender la entrada en Tlascala; y asimismo nos lo dijeron los de Cempoal, como dicho tengo.
Pues yendo desta manera que he dicho, siempre íbamos hablando cómo habian de entrar y salir los de á caballo á media rienda y las lanzas algo terciadas, y de tres en tres porque se ayudasen; é que cuando rompiésemos por los escuadrones, que llevasen las lanzas por las caras y no parasen á dar lanzadas, porque no les echasen mano dellas, y que si acaesciese que les echasen mano, que con toda fuerza tuviesen y debajo del brazo se ayudasen, y poniendo espuelas con la furia del caballo, se la tornarian á sacar ó llevarian al indio arrastrando.
Dirán ahora que para qué tanta diligencia sin ver contrarios guerreros que nos acometiesen. Á esto respondo, y digo que decia Cortés:
—«Mirá, señores compañeros, ya veis que somos pocos, hemos de estar siempre tan apercebidos y aparejados como si ahora viésemos venir los contrarios á pelear, y no solamente vellos venir, sino hacer cuenta que estamos ya en la batalla con ellos; y que, como acaece muchas veces que echan mano de la lanza, por eso hemos de estar avisados para el tal menester, así dello como de otras cosas que convienen en lo militar; que ya bien he entendido que en el pelear no tenemos necesidad de avisos, porque he conocido que por bien que yo lo quiera decir, lo haréis muy más animosamente.»
Y desta manera caminamos obra de dos leguas, y hallamos una fuerza bien fuerte hecha de cal y canto y de otro betun tan recio, que con picos de hierro era forzoso deshacerla, y hecha de tal manera, que para defensa era harto recia tomar; y detuvímonos á mirar en ella, y preguntó Cortés á los indios de Zocotlan que á qué fin tenian aquella fuerza de aquella manera; y dijeron que, como entre su señor Montezuma y los de Tlascala tenian guerras á la continua, que los tlascaltecas para defender mejor sus pueblos la habian hecho tan fuerte, porque ya aquella es su tierra; y reparamos un rato, y nos dió bien que pensar en ello y en la fortaleza.
Y Cortés dijo:
—«Señores, sigamos nuestra bandera, que es la señal de la Santa Cruz, que con ella venceremos.»
Y todos á una le respondimos que vamos mucho en buen hora, que Dios es fuerza verdadera; y así, comenzamos á caminar con el concierto que he dicho, y no léjos vieron nuestros corredores del campo hasta obra de treinta indios que estaban por espías, y tenian espadas de dos manos, rodelas, lanzas y penachos, y las espadas son de pedernales, que cortan más que navajas, puestas de arte que no se pueden quebrar ni quitar las navajas, y son largas como montantes, y tenian sus divisas y penachos; y como nuestros corredores del campo los vieron, volvieron á dar mandado.
Y Cortés mandó á los mismos de á caballo que corriesen tras ellos y que procurasen tomar algunos sin heridas; y luego envió otros cinco de á caballo, porque si hubiese alguna celada, para que se ayudasen; y con todo nuestro ejército dimos priesa y el paso largo, y con gran concierto, porque los amigos que teniamos nos dijeron que ciertamente traian gran copia de guerreros en celadas; y desque los treinta indios que estaban por espías vieron que los de á caballo iban hácia ellos y los llamaban con la mano, no quisieron aguardar, hasta que los alcanzaron y quisieron tomar á algunos dellos; mas defendiéronse muy bien, que con los montantes y sus lanzas hirieron los caballos; y cuando los nuestros vieron tan bravosamente pelear, y sus caballos heridos, procuraron de hacer lo que eran obligados, y mataron cinco dellos; y estando en esto, viene muy de presto y con gran furia un escuadron de tlascaltecas, que estaba en celada, de más de tres mil dellos, y comenzaron á flechar en todos los nuestros de á caballo, que ya estaban juntos todos, y dan una refriega; y en este instante llegamos con nuestra artillería, escopetas y ballestas, y poco á poco comenzaron á volver las espaldas, puesto que se detuvieron buen rato peleando con buen concierto.
Y en aquel rencuentro hirieron á cuatro de los nuestros, y paréceme que desde allí á pocos dias murió el uno de las heridas; y como era tarde, se fueron los tlascaltecas recogiendo, y no los seguimos; y quedaron muertos hasta diez y siete dellos, sin muchos heridos; y desde aquellas sierras pasamos adelante, y era llano y habia muchas casas de labranzas de maíz y magiales, que es de lo que hacen el vino; y dormimos cabe un arroyo, y con el unto de un indio gordo que allí matamos, que se abrió, se curaron los heridos; que aceite no lo habia; y tuvimos muy bien de cenar de unos perrillos que ellos crian, puesto que estaban todas las casas despobladas, y alzado el hato, y aunque los perrillos llevaban consigo, de noche se volvian á sus casas, y allí los apañábamos, que era harto buen mantenimiento; y estuvimos toda la noche muy á punto con escuchas y buenas rondas y corredores del campo, y los caballos ensillados y enfrenados, por temor no diesen sobre nosotros.
Y quedarse ha aquí, y diré las guerras que nos dieron.