Читать книгу Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3) - Bernal Diaz del Castillo - Страница 68
CAPÍTULO LXIV
ОглавлениеCÓMO TUVIMOS NUESTRO REAL ASENTADO EN UNOS PUEBLOS Y CASERÍAS QUE SE DICEN TEOACINGO Ó TEUACINGO, Y LO QUE ALLÍ HICIMOS.
Como nos sentimos muy trabajados de las batallas pasadas y estaban muchos soldados y caballos heridos, y teniamos necesidad de adobar las ballestas y alistar almacen de saetas, estuvimos un dia sin hacer cosa que de contar sea; y otro dia por la mañana dijo Cortés que seria bueno ir á correr el campo con los de á caballo que estaban buenos para ello, porque no pensasen los tlascaltecas que dejábamos de guerrear por la batalla pasada, y porque viesen que siempre los habiamos de seguir; y el dia pasado, como he dicho, habiamos estado sin salirlos á buscar, é que era mejor irles nosotros á acometer que ellos á nosotros, porque no sintiesen nuestra flaqueza y porque aquel campo es muy llano y muy poblado.
Por manera que con siete de á caballo y pocos ballesteros y escopeteros, y obra de ducientos soldados y con nuestros amigos, salimos y dejamos en el real buen recaudo, segun nuestra posibilidad, y por las casas y pueblos por donde íbamos prendimos hasta veinte indios é indias sin hacelles ningun mal; y los amigos, como son crueles, quemaron muchas casas y trujeron bien de comer gallinas y perrillos; y luego nos volvimos al real, que era cerca, y acordó Cortés de soltar los prisioneros, y se les dió primero de comer, y doña Marina y Aguilar los halagaron y dieron cuentas, y les dijeron que no fuesen más locos; é que viniesen de paz, que nosotros les queremos ayudar y tener por hermanos: y entónces tambien soltamos los dos prisioneros primeros, que eran principales, y se les dió otra carta para que fuesen á decir á los caciques mayores, que estaban en el pueblo cabecera de todos los más pueblos de aquella provincia, que no les veniamos á hacer mal ni enojo, sino para pasar por su tierra é ir á Méjico á hablar á Montezuma.
Y los dos mensajeros fueron al real de Xicotenga, que estaba de allí obra de dos leguas, en unos pueblos y casas que me parece que se llamaban Tecuacinpacingo; y como les dieron la carta y dijeron nuestra embajada, la respuesta que les dió su capitan Xicotenga el mozo fué que fuésemos á su pueblo, adonde está su padre: que allá harian las paces con hartarse de nuestras carnes y honrar sus dioses con nuestros corazones y sangre, é que para otro dia de mañana veriamos su respuesta; y cuando Cortés y todos nosotros oimos aquellas tan soberbias palabras, como estábamos hostigados de las pasadas batallas é encuentros, verdaderamente no lo tuvimos por bueno, y á aquellos mensajeros halagó Cortés con blandas palabras, porque les pareció que habian perdido el miedo, y les mandó dar unos sartalejos de cuentas, y esto para tornalles á enviar por mensajeros sobre la paz.
Entónces se informó muy por extenso cómo y de qué manera estaba el capitan Xicotenga, y qué poderes tenia consigo, y les dijeron que tenia muy más gente que la otra vez cuando nos dió guerra, porque traia cinco capitanes consigo, y que cada capitanía traia diez mil guerreros.
Fué desta manera que lo contaba, que de la parcialidad de Xicotenga, que ya no habia del viejo padre del mismo capitan sino diez mil, y de la parte de otro gran cacique que se decia Masse-Escaci, otros diez mil, y de otro gran principal que se decia Chichimeca Tecle, otros tantos, y de otro gran cacique señor de Topeyanco, que se decia Tecapaneca, otros diez mil, é de otro cacique que se decia Guaxobcin, otros diez mil; por manera que eran á la cuenta cincuenta mil, y que habian de sacar su bandera y seña, que era un ave blanca, tendidas las alas como que queria volar, que parece como avestruz, y cada capitan con su divisa y librea; porque cada cacique así las tenia diferenciadas, como en nuestra Castilla tienen los duques y condes.
Y todo esto que aquí he dicho tuvímoslo por muy cierto, porque ciertos indios de los que tuvimos presos, que soltamos aquel dia, lo decian muy claramente, aunque no eran creidos.
Y cuando aquello vimos, como somos hombres y temiamos la muerte, muchos de nosotros y aun todos los más nos confesamos con el Padre de la Merced y con el Clérigo Juan Diaz, que toda la noche estuvieron en oir de penitencia y encomendándonos á Dios que nos librase no fuésemos vencidos; y desta manera pasamos hasta otro dia; y la batalla que nos dieron, aquí lo diré.