Читать книгу Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3) - Bernal Diaz del Castillo - Страница 67
CAPÍTULO LXIII
ОглавлениеDE LAS GUERRAS Y BATALLAS MUY PELIGROSAS QUE TUVIMOS CON LOS TLASCALTECAS, Y DE LO QUE MÁS PASÓ.
Otro dia, despues de habernos encomendado á Dios, partimos de allí, muy concertados todos nuestros escuadrones, y los de á caballo muy avisados de cómo habian de entrar rompiendo y salir; y en todo caso procurar que no nos rompiesen ni nos apartasen unos de otros; é yendo así como dicho tengo, viénense á encontrar con nosotros dos escuadrones, que habria seis mil, con grandes gritas, atambores y trompetas, y flechando y tirando varas, y haciendo como fuertes guerreros.
Cortés mandó que estuviésemos quedos, y con tres prisioneros que les habiamos tomado el dia ántes les enviamos á decir y á requerir que no nos diesen guerra, que los queremos tener por hermanos; y dijo á uno de nuestros soldados, que se decia Diego de Godoy, que era escribano de su Majestad, mirase lo que pasaba, y diese testimonio dello si se hubiese menester, porque en algun tiempo no nos demandasen las muertes y daños que se recreciesen, pues les requeriamos con la paz; y como les hablaron los tres prisioneros que les enviábamos, mostráronse muy más recios, y nos daban tanta guerra, que no les podiamos sufrir.
Entónces dijo Cortés:
—«Santiago y á ellos.»
Y de hecho arremetimos de manera, que les matamos y herimos muchas de sus gentes con los tiros, y entre ellos tres capitanes.
Íbanse retrayendo hácia unos arcabuezos, donde estaban en celada sobre más de cuarenta mil guerreros con su capitan general, que se decia Xicotenga, y con sus divisas de blanco y colorado, porque aquella divisa y librea era de aquel Xicotenga; y como habia allí unas quebradas, no nos podiamos aprovechar de los caballos, y con mucho concierto los pasamos.
Al pasar tuvimos muy gran peligro, porque se aprovechaban de su buen flechar, y con sus lanzas y montantes nos hacian mala obra, y aun las hondas y piedras como granizo eran harto malas; y como nos vimos en lo llano con los caballos y artillería, nos lo pagaban, que matábamos muchos; mas no osábamos deshacer nuestro escuadron, porque el soldado que en algo se desmandaba para seguir algunos indios de los montantes ó capitanes, luego era herido y corria gran peligro.
Y andando en estas batallas, nos cercan por todas partes, que no nos podiamos valer poco ni mucho; que no osábamos arremeter á ellos si no era todos juntos, porque no nos desconcertasen y rompiesen; y si arremetiamos como dicho tengo, hallábamos sobre veinte escuadrones sobre nosotros, que nos resistian; y estaban nuestras vidas en mucho peligro, porque eran tantos guerreros, que á puñados de tierra nos cegaran, sino que la gran misericordia de Dios nos socorria y nos guardaba.
Y andando en estas priesas entre aquellos grandes guerreros y sus temerosos montantes, parece ser acordaron de se juntar muchos dellos y de mayores fuerzas para tomar á manos á algun caballo, y lo pusieron por obra, y arremetieron, y echan mano á una muy buena yegua y bien revuelta, de juego y de carrera, y el caballero que en ella iba muy buen jinete, que se decia Pedro de Moron; y como entró rompiendo con otros tres de á caballo entre los escuadrones de los contrarios, porque así les era mandado, porque se ayudasen unos á otros, échanle mano de la lanza, que no la pudo sacar, y otros le dan de cuchilladas con los montantes y le hirieron malamente, y entónces dieron una cuchillada á la yegua, que le cortaron el pescuezo redondo, y allí quedó muerta; y si de presto no socorrieran los dos compañeros de á caballo al Pedro de Moron, tambien le acabaran de matar, pues quizá podiamos con todo nuestro escuadron ayudalle.
Digo otra vez que por temor que nos desbaratasen ó acabasen de desbaratar, no podiamos ir ni á una parte ni á otra; que harto teniamos que sustentar no nos llevasen de vencida, que estábamos muy en peligro; y todavía acudiamos á la presa de la yegua, y tuvimos lugar de salvar al Moron y quitársele de su poder, que ya le llevaban medio muerto; y cortamos la cincha de la yegua, porque no se quedase allí la silla; y allí en aquel socorro hirieron diez de los nuestros; y tengo en mí que matamos entónces cuatro capitanes, porque andábamos juntos pié con pié, y con las espadas les haciamos mucho daño; porque como aquello pasó se comenzaron á retirar y llevaron la yegua, la cual hicieron pedazos para mostrar en todos los pueblos de Tlascala; y despues supimos que habian ofrecido á sus ídolos las herraduras y el chapeo de Flandes vedijudo, y las dos cartas que les enviamos para que viniesen en paz.
La yegua que mataron era de un Juan Sedeño; y porque en aquella sazon estaba herido el Sedeño de tres heridas del dia ántes, por esta causa se la dió al Moron, que era muy buen jinete, y murió el Moron entónces de allí á dos dias de las heridas, porque no me acuerdo verle más.
Volvamos á nuestra batalla: que como habia bien una hora que estábamos en las rencillas peleando, y los tiros les debrian de hacer mucho mal; porque, como eran muchos, andaban tan juntos, que por fuerza les habian de llevar copia dellos; pues los de á caballo, escopetas, ballestas, espadas, rodelas y lanzas, todos á una peleábamos como valientes soldados por salvar nuestras vidas y hacer lo que éramos obligados; porque ciertamente las teniamos en grande peligro, cual nunca estuvieron.
Y á lo que despues supimos, en aquella batalla les matamos muchos indios, y entre ellos ocho capitanes muy principales, hijos de los viejos caciques que estaban en el pueblo cabecera mayor; á esta causa se trujeron con muy buen concierto, y á nosotros que no nos pesó dello; y no los seguimos porque no nos podiamos tener en los piés, de cansados; allí nos quedamos en aquel poblezuelo, que todos aquellos campos estaban muy poblados, y aun tenian hechas otras casas debajo de tierra como cuevas, en que vivian muchos indios; y llamábase donde pasó esta batalla Tehuacingo ó Tehuacacingo, y fué dada en 2 dias del mes de Setiembre de 1519 años.
Y desque nos vimos con victoria, dimos muchas gracias á Dios, que nos libró de tan grandes peligros; y desde allí nos retrujimos luego á unos cues que estaban buenos y altos como en fortaleza, y con el unto del indio que ya he dicho otras veces se curaron nuestros soldados, que fueron quince, y murió uno de las heridas; y tambien se curaron cuatro ó cinco caballos que estaban heridos, y reposamos y cenamos muy bien aquella noche, porque teniamos muchas gallinas y perrillos que hubimos en aquellas casas, con muy buen recaudo de escuchas y rondas y los corredores del campo, y descansamos hasta otro dia por la mañana.
En aquesta batalla tomamos y prendimos quince indios y los dos principales; y una cosa tenian los tlascaltecas en esta batalla y en todas las demás, que en hiriéndoles cualquiera indio, luego lo llevaban, y no podiamos ver los muertos.