Читать книгу Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3) - Bernal Diaz del Castillo - Страница 86
CAPÍTULO LXXXII
ОглавлениеCÓMO FUIMOS Á LA CIUDAD DE CHOLULA, Y DEL GRAN RECEBIMIENTO QUENOS HICIERON.
Una mañana comenzamos á marchar por nuestro camino para la ciudad de Cholula, é íbamos con el mayor concierto que podiamos; porque, como otras veces he dicho, adonde esperábamos haber revueltas ó guerras nos apercebiamos muy mejor, é aquel dia fuimos á dormir á un rio que pasa obra de una legua chica de Cholula, adonde está hecha ahora una puente de piedra, é allí nos hicieron unas chozas é ranchos; y esa noche enviaron los caciques de Cholula mensajeros, hombres principales, á darnos el parabien venidos á sus tierras, y trujeron bastimentos de gallinas y pan de su maíz, é dijeron que en la mañana vendrian todos los caciques y papas á nos recebir é á que les perdonasen porque no habian salido luego; y Cortés les dijo con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar que se lo agradecia, así por el bastimento que traian como por la buena voluntad que mostraban; é allí dormimos aquella noche con buenas velas y escuchas y corredores del campo.
Y como amaneció, comenzamos á caminar hácia la ciudad; é yendo por nuestro camino, ya cerca de la poblacion nos salieron á recebir los caciques y papas y otros muchos indios, é todos los más traian vestidas unas ropas de algodon de hechura de marlotas, como las traian los indios capotecas; y esto digo á quien las ha visto y ha estado en aquella provincia, porque en aquella ciudad así se usan; é venian muy de paz y de buena voluntad, y los papas traian braseros con incienso, con que zahumaron á nuestro capitan é á los soldados que cerca dél nos hallamos.
É parece ser aquellos papas y principales, como vieron los indios tlascaltecas que con nosotros venian, dijéronselo á doña Marina que se lo dijese á Cortés, que no era bien que de aquella manera entrasen sus enemigos con armas en su ciudad; y como nuestro capitan lo entendió, mandó á los capitanes y soldados y el fardaje que reparásemos; y como nos vió juntos é que no caminaba ninguno, dijo:
—«Paréceme, señores, que ántes que entremos en Cholula que demos un tiento con buenas palabras á estos caciques é papas, é veamos qué es su voluntad; porque vienen murmurando destos nuestros amigos de Tlascala, y tienen mucha razon en lo que dicen; é con buenas palabras les quiero dar á entender la causa por que veniamos á su ciudad. Y porque ya, señores, habeis entendido lo que nos han dicho los tlascaltecas, que son bulliciosos, será bien que por bien dén la obediencia á su majestad, y esto me parece que conviene.»
Y luego mandó á doña Marina que llamase á los caciques y papas allí donde estaba á caballo, é todos nosotros juntos con Cortés; y luego vinieron tres principales y dos papas, y dijeron:
—«Malinche, perdonadnos porque no fuimos á Tlascala á te ver y llevar comida, y no por falta de voluntad, sino porque son nuestros enemigos Masse-Escaci y Xicotenga é toda Tlascala, é porque han dicho muchos males de nosotros é del gran Montezuma, nuestro señor, que no basta lo que han dicho, sino que ahora tengan atrevimiento con vuestro favor de venir con armas á nuestra ciudad.»
Y que le piden por merced que les mande volver á sus tierras ó á lo ménos que se queden en el campo é que no entren de aquella manera en su ciudad, é que nosotros que vamos mucho en buen hora.
É como el capitan vió la razon que tenia, mandó luego á Pedro de Albarado é al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí, que rogasen á los tlascaltecas que allí en el campo hiciesen sus ranchos y chozas, é que no entrasen con nosotros sino los que llevaban artillería y nuestros amigos los de Cempoal, y les dijesen la causa porque se mandaba, porque todos aquellos caciques y papas se temen dellos; é que cuando hubiéremos de pasar de Cholula para Méjico que los enviaria á llamar, é que no lo hayan por enojo; y como los de Cholula vieron lo que Cortés mandó, parecia que estaban más sosegados, y les comenzó Cortés á hacer un parlamento: diciendo que nuestro Rey y señor, cuyos vasallos somos, tiene grandes poderes y tiene debajo de su mando á muchos grandes Príncipes y caciques, y que nos envió á estas tierras á les notificar y mandar que no adoren ídolos, ni sacrifiquen hombres ni coman de sus carnes, ni hagan sodomías ni otras torpedades; é que por ser el camino por allí para Méjico, adonde vamos á hablar al gran Montezuma, y por no haber otro más cercano, venimos por su ciudad, y tambien para tenellos por hermanos; é que pues otros grandes caciques han dado la obediencia á su Majestad, que será bien que ellos la dén, como los demás.
É respondieron que aún no habemos entrado en su tierra é ya les mandamos dejar sus teules, que así llaman á sus ídolos, que no lo pueden hacer; y dar la obediencia á ese vuestro Rey que decis, les place; y así, la dieron de palabra y no ante escribano.
Y esto hecho, luego comenzamos á marchar para la ciudad, y era tanta la gente que nos salia á ver, que las calles é azuteas estaban llenas; é no me maravillo dello, porque no habian visto hombres como nosotros, ni caballos, y nos llevaron á aposentar á unas grandes salas, en que estuvimos todos é nuestros amigos los de Cempoal y los tlascaltecas que llevaron el fardaje, y nos dieron de comer aquel dia é otro muy bien é abastadamente.
É quedarse há aquí, y diré lo que más pasamos.