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CAPÍTULO LXV

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DE LA GRAN BATALLA QUE HUBIMOS CON EL PODER DE TLASCALTECAS, YQUISO DIOS NUESTRO SEÑOR DARNOS VITORIA, Y LO QUE MÁS PASÓ.

Otro dia de mañana, que fueron 5 de Setiembre de 1519 años, pusimos los caballos en concierto, que no quedó ninguno de los heridos que allí no saliesen para hacer cuerpo é ayudasen lo que pudiesen, y apercibidos los ballesteros que con gran concierto gastasen el almacen, unos armando y otros soltando, y los escopeteros por el consiguiente, y los de espada y rodela que la estocada ó cuchillada que diésemos, que pasasen las entrañas, porque no se osasen juntar tanto como la otra vez, y el artillería bien apercebida iba; y como ya tenian aviso los de á caballo que se ayudasen unos á otros, y las lanzas terciadas sin pararse á alancear sino por las caras y ojos, entrando y saliendo á media rienda, y que ningun soldado saliese del escuadron, y con nuestra bandera tendida, y cuatro compañeros guardando al alférez Corral.

Así salimos de nuestro real, y no habiamos andado medio cuarto de legua, cuando vimos asomar los campos llenos de guerreros con grandes penachos y sus divisas, y mucho ruido de trompetillas y bocinas.

Aquí habia bien que escribir y ponello en relacion lo que en esta peligrosa y dudosa batalla pasamos; porque nos cercaron por todas partes tantos guerreros, que se podia comparar como si hubiese unos grandes prados de dos leguas de ancho y otras tantas de largo, y en medio dellos cuatrocientos hombres; así era: todos los campos llenos dellos, y nosotros obra de cuatrocientos, muchos heridos y dolientes; y supimos de cierto que esta vez venian con pensamiento que no habian de dejar ninguno de nosotros á vida, que no habia de ser sacrificado á sus ídolos.

Volvamos á nuestra batalla: pues como comenzaron á romper con nosotros, ¡qué granizo de piedra de los honderos! Pues flechas, todo el suelo hecho parva de varas, todas de á dos gajos, que pasan cualquiera arma y las entrañas, adonde no hay defensa, y los de espada y rodela, y de otras mayores que espadas, como montantes y lanzas, ¡qué priesa nos daban y con qué braveza se juntaban con nosotros, y con qué grandísimos gritos y alaridos! Puesto que nos ayudábamos con tan gran concierto con nuestra artillería y escopetas y ballestas, que les haciamos harto daño, y á los que se nos llegaban con sus espadas y montantes les dábamos buenas estocadas, que les haciamos apartar, y no se juntaban tanto como la otra vez pasada; y los de á caballo estaban tan diestros y hacíanlo tan varonilmente, que, despues de Dios, que es el que nos guardaba, ellos fueron fortaleza.

Yo vi entónces medio desbaratado nuestro escuadron, que no aprovechaban voces de Cortés ni de otros capitanes para que tornásemos á cerrar; tanto número de indios cargó entónces sobre nosotros, sino que á puras estocadas les hicimos que nos diesen lugar; con que volvimos á ponernos en concierto.

Una cosa nos daba la vida, y era que, como eran muchos y estaban amontonados, los tiros les hacian mucho mal; y demás desto, no se sabian capitanear, porque no podian allegar todos los capitanes con sus gentes; y á lo que supimos, desde la otra batalla pasada habian tenido pendencias y rencillas entre el capitan Xicotenga con otro capitan hijo de Chichimeclatecle, sobre que decia el un capitan al otro que no lo habia hecho bien en la batalla pasada, y el hijo de Chichimeclatecle respondió que muy mejor que él, y se lo haria conocer de su persona á la suya de Xicotenga; por manera que en esta batalla no quiso ayudar con su gente el Chichimeclatecle al Xicotenga, ántes supimos muy ciertamente que convocó á la capitanía de Guaxolcingo que no pelease.

Y demás desto, desde la batalla pasada temian los caballos y tiros y espadas y ballestas y nuestro buen pelear, y sobre todo, la gran misericordia de Dios, que nos daba esfuerzo para nos sustentar; y como el Xicotenga no era obedecido de dos capitanes, y nosotros les haciamos muy gran daño, que les matábamos muchas gentes, las cuales encubrian, porque, como eran muchos, en hiriéndolos á cualquiera de los suyos, luego le apañaban y le llevaban á cuestas; y así en esta batalla como en la pasada no podiamos ver ningun muerto; y como ya peleaban de mala gana, y sintieron que las capitanías de los dos capitanes por mí nombrados no les acudian, comenzaron á aflojar; porque, segun pareció, en aquella batalla matamos un capitan muy principal, que de los otros no los cuento; y comenzaron á retraerse con buen concierto, y los de á caballo á media rienda siguiéndolos poco trecho, porque no se podian ya tener de cansados, y cuando nos vimos libres de aquella tanta multitud de guerreros, dimos muchas gracias á Dios.

Allí nos mataron un soldado é hirieron más de sesenta, y tambien hirieron á todos los caballos; á mi me dieron dos heridas, la una en la cabeza, de pedrada, y otra en un muslo, de un flechazo; mas no eran para dejar de pelear y velar y ayudar á nuestros soldados; y asimismo lo hacian todos los soldados que estaban heridos, que si no eran muy peligrosas las heridas, habiamos de pelear y velar con ellos, porque de otra manera pocos quedaron que estuviesen sin heridas; y luego nos fuimos á nuestro real muy contentos y dando muchas gracias á Dios, y enterramos los muertos en una de aquellas casas que tenian hechas en los soterraños, porque no viesen los indios que éramos mortales, sino que creyesen que éramos teules, como ellos decian; y derrocamos mucha tierra encima de la casa porque no oliesen los cuerpos, y se curaron todos los heridos con el unto del indio que otras veces he dicho.

¡Oh qué mal refrigerio teniamos, que aun aceite para curar heridas ni sal no habia! Otra falta teniamos, y grande, que era ropa para nos abrigar; que venia un viento tan frio de la sierra nevada, que nos hacia tiritar (aunque mostrábamos buen ánimo siempre), porque las lanzas y escopetas y ballestas mal nos cobijaban. Aquella noche dormimos con más sosiego que la pasada, puesto que teniamos mucho recaudo de corredores y espías, velas y rondas.

Y dejallo hé aquí, é diré lo que otro dia hicimos en esta batalla, y prendimos tres indios principales.

Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3)

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