Читать книгу Esta bestia que habitamos - Bernardo (Bef) Fernández - Страница 7

Para antier

Оглавление

Le llamamos El Búnker. Un nombre imponente para un cubo anodino de concreto. Es la sede de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México. La tira, pues.

Nunca imaginé, en mis años punk, que iba a trabajar en la Tirana. De marrano. Yo era un enemigo del sistema. Un etnocyberpunketo urbano anarcomunista que terminó en las filas del aparato represor. De juda.

Lo primero que descubrí en esta profesión que nunca deja de sorprenderme fue que el león no es como lo pintan. Que la Policía era otra cosa. No el monstruo siniestro que imaginábamos en el cch y en la uam. La artista previamente conocida como la Policía Judicial es un mal necesario, una fuerza que intenta compensar los embates de algo que muchos perciben como el mal y que en realidad, lo he aprendido en todos estos años en la Corporación, es otra cara de la misma moneda.

En México la ley y el crimen organizado son como la serpiente Uróboro, que devora su propia cola, sin que se sepa si la que muerde es la Policía o la Maña. ¿Que por qué sé tantas mamadas? Pus, güey, me gusta leer desde morrito. Punk, juda, pero con mis lecturas.

Eso compartía con la pinche Mijangos. Grandota, ruda, capaz de vaciar el clip de una Glock 9 milímetros en treinta segundos, pero siempre andaba leyendo un libro. Y oyendo metal.

Chingá, pinche Andrea.

Como sea, si algo he aprendido en esta chamba es a derribar mitos. Ni todos los tiras somos unos cerdos ni todos los malandros son unos desalmados ni todos los periodistas son mártires de la libertad de expresión ni todos los activistas pro derechos humanos son unas blancas palomitas. Pero todos ellos, eso sí, pueden (podemos) ser unos hijos de la chingada.

Pese a todo, al final del día esto, ser tira o malandro, es una chamba. Llegas a checar tarjeta, tienes hora de llegada pero no de salida. Sales a comer, la quincena nunca te alcanza, tu jefe te trae jodido… Un trabajo como cualquier otro.

En eso pensaba cuando llegué a mi escritorio en el Búnker, sobre el que varios expedientes se amontonaban. Cada uno, una historia violenta. Robos, asesinatos, estafas, traiciones. Una ciudad con dieciocho millones de historias. A mí me tocaba lidiar con las peores.

Me serví un café y caminé hacia mi lugar, saludando con un gruñido a todo el que se cruzaba por mi camino. Me senté, resignado a echarme un clavado en esa montaña de expedientes y órdenes de aprehensión que nunca mermaba. “Como Sísifo, pero en pinche”, me dijo una vez la Gorda. La neta es que hice como que entendí pero sí tuve que googlearlo.

Abrí el primer fólder, di un trago al café, que era nauseabundo como siempre, y estaba a punto de comenzar a leer cuando un periódico cayó sobre mi escritorio como una bomba. Salté sorprendido.

—Lee la nota. En mi oficina en cinco —ladró entre dientes el capitán Rubalcava, mi jefe, y se siguió de largo sin voltear a verme.

En la Juda no hay rangos militares. Le decimos capitán porque estuvo en la Fuerza Aérea.

—Buenos días también para usted, jefazo —dije al aire. Él ya no estaba ahí. Al levantar la vista me topé con la mirada de un calvo barbón que me veía desde el escritorio de enfrente. Saludó tímidamente con la mano. ¿Cómo se llamaba? No respondí. Volví al periódico.

“¡se la dejan ir!”, decía el encabezado, con la proverbial elegancia de la nota roja. No me sorprendió ver la nota firmada por Mario Cabrera, un veterano de los tabloides al que detestaba. Leí. Una colección de lugares comunes y adjetivos inflamatorios. Un publicista hallado muerto en una banqueta. En este país los muertos pesan más cuando tienen dinero.

Me levanté para ir a la oficina de Rubalcava. El viejo, normalmente afable, estaba de un humor de perros.

—Jefazo…

—Me caga que me digas así, Robles.

—Llamadme…

—Sí, ya, ya. La procuradora quiere atención inmediata al caso del publicista.

—Tengo atrasados treinta expedientes, jef…

—¿No hablas español, Járcor? Dije inmediata.

—Sí, señor.

Me lanzó un fólder de cartón, igual a los cientos que se amontonaban en todos los escritorios del Búnker.

—Ai’stá la carpeta de investigación.

—¿Pues de quién era hijo este gallo, jefe?

—El angelito estaba involucrado en un escándalo de corrupción que no se ha esclarecido. ¿Recuerdas aquella historia del Fideicomiso Mexicano del Jitomate?

Algo se remueve en el recuerdo. Un escándalo gordo sobre la asignación secreta de fondos federales para promover la imagen del secretario de… de… ¿era de Turismo? ¿O de Agricultura? Uta, no me acuerdo. Se asignó una partida secreta para promoverlo para la Presidencia de la República al mismo tiempo que se golpeaba en redes sociales al líder opositor. Todo se disfrazó como una campaña para vender jitomate mexicano en el extranjero. Al final alguien soltó la sopa. El asunto fue presentado por Proceso en un amplio reportaje que al secretario le costó la renuncia a la chamba y a sus aspiraciones políticas, aunque nunca se llegó al fondo del asunto. Como siempre sucede en México, un nuevo escándalo estalló a las dos semanas, opacando al anterior, y así sucesivamente.

—Ah, claro, ¿un desvío de fondos o algo así?

Rubalcava me miró en silencio.

—Algo así —dijo. Por su voz me di cuenta de que no tenía idea— . Como quiera que sea…

Ya sabía lo que me iba a decir.

—Lo quiere para ayer.

—¡Para antier, Robles!

Esta bestia que habitamos

Подняться наверх