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Ruso: pre mórtem. Cuatro años atrás

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Torre de acero y cristal en Santa Fe. Desde el ventanal, Cobo, Matías y el Ruso veían la ciudad extenderse infinita, envuelta en una bruma tóxica que desdibujaba el horizonte.

Casi una hora antes una secretaria espectacular los había recibido en esa oficina gigantesca sin identificación corporativa alguna. Los llevó a una sala de juntas faraónica. Tras ofrecerles café y agua, indicó que el señor estaba con otro equipo creativo, que estaría con ellos en un momento; se retiró contoneando las caderas y cerrando la puerta tras de sí.

—Joder —dijo por decir Cobo, el director de arte.

Cool down —contestó Matías.

“En cualquier momento empieza de nuevo la guerra entre España y Cuba”, pensó fastidiado el Ruso Gavlik, la mirada fija en la pantalla del iPhone, donde fisgoneaba la cuenta de Instagram de Sofía, su segunda exesposa.

La tensión entre sus dos socios, el diseñador español y el director de cuentas cubano, ya era insostenible. Desde hacía meses sólo se comunicaban con monosílabos, lo indispensable.

Que asistieran los tres a la junta era inusitado. El Ruso, que contenía las hostilidades entre los otros dos, no podía recordar la última vez que estuvieron sentados a la misma mesa.

Sin embargo, el prospecto de una cuenta como ésa anulaba todas las diferencias, al menos por unas horas. Habían sido invitados a concursar para obtener una cuenta de ensueño: promover para el gobierno, a través de un fideicomiso, el consumo del jitomate mexicano en los Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Europea.

Una cuenta de esas dimensiones implicaba mucho dinero. El oxígeno fresco que necesitaban para rescatar a la agencia de la inminente bancarrota: una serie de malas decisiones financieras los tenían al borde del abismo.

Después de firmar un contrato de máxima confidencialidad, que les impedía revelar ningún detalle, los tres socios de Bungalow 77 esperaban desde hacía cuarenta minutos para mostrar sus ideas de campaña al presunto cliente.

Veteranos de la publicidad, habían hecho cientos de presentaciones como ésa: explicaban la estrategia, mostraban al cliente dos o tres opciones para la campaña, con gráficos diseñados y videos de apoyo. Podían hacerlo con los ojos cerrados. No obstante, los problemas económicos de la agencia y las tensiones entre Cobo y Matías habían crispado el ambiente hasta ponerlos nerviosos como debutantes aquella mañana. Los tres entendían que el futuro de su empresa dependía de obtener esa cuenta.

—Que se toman su tiempo —dijo Cobo.

—Ya podías haberte puesto un traje, ¿no crees, Cobo? —Matías tenía ganas de pelear.

El español, ataviado siempre de bermudas y camisas a cuadros, puso cara de fastidio.

—Mati, ¡si mi cazadora vaquera es nueva! —protestó, jalando las solapas de su Levi’s negra. La añeja discusión sobre su ropa databa desde que los tres trabajaban en Rochsmond rsg, gigantesca agencia de publicidad ahora desaparecida. El Ruso pensó que esa tensión entre creativos y ejecutivos de cuentas era de antigüedad casi bíblica.

Gavlik estuvo a punto de proponerles ir todos a comer al Puerto Nuevo cuando salieran de ahí; se contuvo, no estaba de ánimo para aguantar al viejo cubano ni al forever del gachupín.

—Llevamos mucho esperando. What’s wrong with these people? —estalló Matías, mirando nervioso su reloj Omega Speedmaster.

—Ruso, Mati, si estos tíos demoran otros cinco minutos, larguémonos.

Gavlik iba a decir algo cuando las puertas de la sala se abrieron de golpe.

Se levantaron automáticamente.

Un hombre, cabello blanco cortísimo, ojos color zafiro, uno noventa, delgado. Traje de cashmere gris acero. Su voz sonaba como el crujir de las hojas secas al pisarlas. Entró seguido por cinco o seis personas que el Ruso supuso que lo asistían. Todos se sentaron del lado opuesto de la mesa, dejando un lugar libre.

—Caballeros, buenas tardes. Jesús Cornejo, mucho gusto. Les agradezco su paciencia.

Matías estaba a punto de incordiarlo.

—… pero la presencia del señor secretario era indispensable, y su agenda, muy complicada.

—¿El secretario de Agricultura? —el Ruso vocalizó la sorpresa de los otros dos.

El trío casi se va de espaldas al ver entrar al segundo hombre del gabinete: el hombre de confianza del presidente de la República y, para muchos, su sucesor natural.

—Señores, mucho gusto — dijo el hombre, tendiendo la mano a los tres para luego estrechar las suyas con vigor—, gracias por esperarnos.

—S-señor, a privilege —Matías estaba visiblemente nervioso.

—Debe quedar muy claro — dijo Cornejo, endureciendo su tono—: el señor secretario nunca estuvo en esta junta, ¿de acuerdo?

Confundidos, los Bungalow asintieron.

El secretario se sentó. Cornejo lo imitó, secundado por los publicistas y los asistentes.

—Pues bien, veamos qué armas portan — dijo el hombre del cabello blanco.

André tomó la palabra.

—Señores, revisamos con atención el brief Entendemos la importancia de promover nuestro jitomate en el extranjero y hemos decidido lanzar una campaña muy agresiva.

Proyectaron con un cañón los animátics, mostraron sus gráficos y explicaron la estrategia de campaña con la sincronía de un ballet. André notó la expresión de aburrimiento, casi fastidio, en el rostro del secretario. Le comenzó a brincar el párpado de los nervios.

Cuando terminaron, el secretario y Cornejo se vieron con una expresión que los publicistas no lograron descifrar. Dijo Cornejo:

—Sí, sí, pero lo que realmente nos interesa es otro proyecto, digamos, paralelo a éste, para el cual no les dimos ningún brief

Ahora fueron Matías, Cobo y el Ruso los que cruzaron miradas.

—¿Se refiere a…?

El secretario habló, ligeramente irritado:

—Queremos saber si pueden levantar la imagen del señor presidente. Necesitamos de todo el arsenal creativo que sean capaces de desplegar.

—¿Arsenal…? —Cobo no entendía nada.

—Twitter, Facebook, granjas de bots, videos en YouTube, manejo de crisis —abundó Cornejo.

Matías, el más veterano, tomó la pelota al vuelo:

—Señores, ¡desde luego! Somos expertos en ese tipo de campañas. Nosotros llevamos la estrategia digital de la gobernadora de Sonora —mintió. Volteó hacia el Ruso, entregándole la batuta. Con complicidad telépata, Gavlik retomó el discurso de ventas.

—Somos expertos en guerrilla digital —declaró.

—Entendemos que la imagen del señor presidente está muy mermada —abundó Matías. El secretario frunció el ceño, incómodo—; lo que necesita la Presidencia de la República es una estrategia global en redes sociales.

Cobo, tan talentoso como ingenuo, preguntó confundido:

—¡Coño! Pero ¿me estáis diciendo que la campaña para el Fideicomiso Mexicano del Jitomate… es una tapadera, una engañifa?

Todos callaron. Matías sintió que sus intestinos se anudaban. Gavlik deseó verter ácido sulfúrico en el escroto de su socio.

—Desde luego — contestó Cornejo con desparpajo.

—Lo verdaderamente importante de la campaña digital es promover la imagen del señor presidente de la República y, hum, mermar la popularidad de la oposición —indicó el secretario.

Silencio de nuevo.

—Sabremos retribuir generosamente su creatividad. Honorarios libres de impuestos, totalmente off the record —agregó el funcionario en un inglés perfecto.

—¿Generosamente? —repitió Matías en un susurro.

—Recursos ilimitados —dijo Cornejo.

—¿Ilimitados? —ahora fue Cobo.

—Ilimitados —remató el secretario.

Funcionarios y publicistas se miraron desde los extremos opuestos de la mesa.

—Creo —rompió Gavlik el silencio— que nos vamos a entender muy bien.

Esta bestia que habitamos

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