Читать книгу Amarillo - Blanca Alexander - Страница 31

Nadie te verá, serás invisible durante unos minutos.

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—¿Qué dice? —Dan lo miraba con ansiedad.

—Que… dice que seré invisible unos minutos, pero ¿qué hay de ti? ¿Es eso posible acaso?

—Anda, me quedaré aquí vigilando.

Sebastián miró la puerta con temor. No tenía miedo de ser descubierto y afrontar el correspondiente castigo, su aprensión se debía a un sentimiento que era incapaz de comprender, algo que tornaba pesados sus pasos y erizaba su piel. A pesar de eso, se llenó de valor para girar la manilla con lentitud.

Luego de cruzar la puerta, caminó hasta el centro del salón principal, donde el suelo era de madera oscura y las paredes azules, aunque los tonos eran más oscuros que los de la fachada. A los costados se ubicaban cuatro puertas, mientras que en la pared central colgaban tres pinturas con marcos dorados. La primera era de Bernardo Andala a una edad avanzada, portaba el uniforme militar negro con todas las condecoraciones. La segunda era el escudo de Zuneve, un caballo blanco con espadas cruzadas en el fondo y rodeadas de flores silvestres; la tercera, la bandera del país, azul celeste con el caballo blanco en posición de galope en el centro. En medio del recinto se encontraba el objeto que daba nombre al palacio, sobre una repisa de madera. Era un antiguo reloj de mesa con incrustaciones de oro blanco y diamantes, regalo del rey de las tierras antiguas, Ignacio Vangray, al venerado fundador de Zuneve, como muestra de agradecimiento por prestar sus barcos para salvar a miles de personas cuando sus tierras desaparecían bajo de las aguas. En aquel momento, la flota de Bernardo Andala los trasladó hasta Nirvenia junto con los sobrevivientes de su nación.

Sebastián se detuvo junto al reloj con los ojos abiertos de par en par. Paralizado, vio a uno de los guardias pasar a su lado sin notar su presencia. “Es cierto, soy invisible”, pensó antes de extraer el pergamino una vez más.

—¿Qué debo hacer? —musió.

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